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CAPÍTULO 28

Elliot

—No sé dónde está... —su respuesta es breve, pero su tono sugiere más de lo que dice.

—Charlotte... —le hablo con frustración. —Tú sabes dónde está, no me contesta el teléfono; al menos, hace días atrás me cortaba las llamadas, y ahora ni eso.

—Elliot... —Trata de hablar con calma, pero de sus ojos salen chispas y dagas dirigidas hacia mí. —¿Cómo te sentirías tú si escuchas que ella nombra a otro hombre y encima dice que lo ama?

Aprieto con fuerza mi mandíbula, sintiendo cómo la tensión se acumula en cada músculo de mi rostro, pero no consigo articular palabra alguna. Charlotte, con su mirada lacerante, no permite que una sola sílaba escape de mis labios.

—La obligarías, la agobiaras preguntando quien es. ¿O me equivoco?

—Amigo, debes contarle quien es Sabrina.

—No. Ella está muerta para que hablar de ella.

—Elliot, ella vino hasta aquí la otra noche y...

Interrumpo a Dylan enojado. —¿Qué le dijeron? —Miro a Charlotte, quien se remueve incómoda. —¿Charlotte, qué le dijiste?

Se levanta furiosa. —¡Nada! ¡No le dije nada! Agradécele a tu amigo, él interrumpió todas las veces. Eres un idiota, se supone que la quieres pero estás aquí con miedo de enfrentar tu pasado ellos están muertos.

—Amor... —Dylan la interrumpe, pero sigue hablando.

—No, Dylan, este idiota le está haciendo daño. Dice quererla, pero no hace nada. Sabrina y Zac están muertos, y a todos los que somos tus amigos nos dolió todo lo que te pasó e hicieron, y que hayas cambiado siendo hiriente y duro. ¿Sabes qué? Lo aguantamos, soportamos tus malos tratos, y aún así seguimos aquí porque sabemos cómo eres y sabíamos que estabas herido, pero ella... Alessia es distinta. No se merece esto. —Charlotte deja escapar un suspiro cargado de frustración y tristeza mientras sus ojos reflejan una mezcla de decepción y preocupación. —Eres tan obstinado, Elliot. Has sufrido, todos lo sabemos, pero eso no te da derecho a lastimar a alguien más. No sé si es miedo, orgullo o terquedad lo que te impide abrirte, pero Alessia... Ella te quiere, ¿no lo ves? Y tú, en lugar de abrazarla con fuerza, la estás alejando. Hasta tu mejor amigo, que sabe cuán difícil ha sido, ve lo que tienes delante y tú no. Todos ven lo que tienes delante... menos tú. —Dice lo último en un susurro.

—Charlotte... —Intenta detenerla Dylan.

—No, Dylan, tú sobre todo estuviste ahí cuando Elliot te necesitó y ¿qué hizo él? Te trató mal, como siempre. Pero Alessia no tiene la culpa de lo que te pasó, y porque te cerraste. Lo único que hizo ella fue mostrarte que la vida puede ser distinta y que el amor puede volver a surgir... —me mira con desprecio. —Y tú le haces creer que amas a otra mujer y más encima la echas de tu vida...

Charlotte desata sus palabras con una furia contenida, y cada una de ellas, más que herirme, desgarra mi interior con verdades incómodas. Su discurso es como una cascada de emociones que me golpea con crudeza, pero no puedo apartar la mirada, me sumerjo en cada palabra con la pesada certeza de su veracidad.

—No es fácil. —Mis palabras se escapan como un susurro cargado de pesar, impotente ante la carga de mis propias barreras.

Charlotte no cede ni un ápice, su mirada atraviesa mi resistencia. Las verdades que profesa, aunque dolorosas, son como una luz penetrante en mi oscuridad, poniendo al descubierto mis miedos más profundos. Su dedo apuntando hacia mí es como una acusación y una advertencia al mismo tiempo, como si con cada gesto estuviera delineando el camino hacia la verdad, un camino que temo recorrer.

—Es que siempre dices lo mismo y sabes. Tú la quieres... Alessia te cambió, te mostró que puedes volver a confiar en el amor, deshizo tus barreras, aunque no lo quieras admitir. Tienes miedo de que te vuelvan a hacer lo mismo. Pero déjame decirte una cosa —su tono es más severo ahora, y su dedo apuntando hacia mí se convierte en un símbolo de firmeza y convicción—, Alessia no es Sabrina.

—¿Te desahogaste? —intento mantener la calma, pero mi voz está teñida de tensión.

Sus palabras golpean mi conciencia, llevándome al borde de una irritación incómoda. Tomo un sorbo del vaso, sintiendo cómo mi frustración burbujea en un hervidero de emociones mal dirigidas.

Charlotte se acerca a mí, el resplandor de sus ojos refleja la tormenta de emociones que lleva dentro. Cada palabra suena a un llamado desesperado, a una advertencia sin retorno. Me observa con un brillo desafiante.

—¡NO! —exclama, rompiendo el silencio del lugar—. Escúchame bien, idiota. Ella es mi mejor amiga, mi todo, y créeme que si la dañas me vas a conocer. ¡Créeme que me habría encantado decirle, decirle que Sabri...

No le permito continuar. —No es tu secreto. —mi voz resuena, tensa y cortante.

Las palabras pesadas quedan suspendidas en el aire, chocando contra la atmósfera tensa. Mi mente se agita con un vendaval de pensamientos, una tormenta de recuerdos y emociones contradictorias que rugen en mi interior. Cierro los puños con fuerza, manteniendo a raya mi temperamento.

—No. No es mi secreto y por eso no iba a decir nada. Pero estaba triste. Ella te quiere y la estás dañando por una estupidez que se supone que ya superaste.

Mi garganta se tensa; las palabras de Charlotte me cortan como cuchillas afiladas. El impulso de responder, de defenderme, se apodera de mí, pero su mirada penetrante me detiene en seco. El ambiente vibra con la tensión que ella ha desatado, como una electricidad invisible que nos envuelve a todos.

—Amor, ¿tú sabes dónde está? —Pregunta Dylan tratando de calmar el ambiente.

Sonríe sin ganas. —¿Y tú crees que si supiera le diría dónde está?

Suspiro.

Saco nuevamente mi celular revisando si tengo algún mensaje o llamada de ella, y nada.

—Pero... se donde podría estar... —murmura.

Mi vista cae en ella, esperando que siga hablando.

Sonríe con maldad. —No es mi secreto.

Bufo con frustración, sintiendo cómo la tensión se acumula en el ambiente; Charlotte está tocando un límite que ni siquiera sabía que existía. —¡Charlotte! —mi voz resuena, cargada de un tono que denota la tormenta interna que estoy experimentando.

Dylan me mira fijamente, y en su expresión veo la advertencia de que tenga cuidado con mis palabras. El pulso late fuertemente en mis sienes, como el retumbar de un tambor que acompaña mi creciente irritación. Cierro los puños con fuerza, intentando contener la furia que amenaza con desbordarse. Mis ojos se clavan en los de Charlotte, y por un instante, siento que la habitación se reduce a un campo de batalla donde las palabras son las armas y las emociones, la guerra.

—Hoy... se cumplen diecisiete años... —murmura Charlotte y sus palabras resuenan en el aire cargadas de tristeza y nostalgia.

Mi corazón late con fuerza al escuchar sus palabras. No la dejo continuar, ya sé donde podría estar. Me levanto rápidamente del sillón y camino hacia la salida.

—Alessia no es Sabrina, Elliot. Deja de arrastrar sombras del pasado a tu presente y futuro. —la voz de Charlotte es dura, pero lleva consigo un dejo de compasión. Mi mandíbula se tensa y Charlotte continúa. —No le rompas el corazón, porque yo romperé a tu amiguito. —dice sería mirándome. —Te envío un mensaje con las indicaciones de dónde están sus padres.

Subo a mi auto, sintiendo la urgencia de llegar al cementerio y encontrar a Alessia. Las gotas de lluvia comienzan a caer, marcando un ritmo constante en el parabrisas.

Las luces del semáforo cambia, y piso el acelerador con determinación. El ruido del motor se mezcla con el repiqueteo de la lluvia en el techo del auto, creando una sinfonía sombría que refleja mi estado de ánimo. Mi mente está llena de pensamientos caóticos, de recuerdos que intenté enterrar, pero que ahora emergen con fuerza.

Finalmente, llego al cementerio. El ambiente está cargado de humedad y melancolía. Apago el motor.

—¿Y si no está aquí? —Murmuro al no ver su auto estacionado.

Me bajo de mi auto y me sumerjo en la lluvia, avanzando entre las lápidas siguiendo las indicaciones de Charlotte.

La silueta de Alessia se dibuja en la distancia, y mi corazón late con fuerza. Me acerco lentamente, consciente de nuestro distanciamiento. A medida que me aproximo, sus sollozos se entremezclan con el sonido de la lluvia, partiéndome el corazón verla en ese estado.  

Me quedo unos minutos observándola desde la distancia, debería estar ahí con ella, abrazándola y consolándola. Su cabello rubio está recogido en una coleta alta, y una gabardina negra que ya se encuentra toda empapada.

Avanzo sigilosamente quitando mi abrigo. Los hombros de Alessia se sacuden con sollozos silenciosos, y cuando llego a su lado, sin previo aviso, la cubro con mi abrigo y la envuelvo entre mis brazos. Al principio, su cuerpo se tensa ante mi contacto, pero no me aparta. Inhalo su aroma a vainilla combinado con el olor a lluvia.

—Elliot... —susurra, su voz entrecortada por el llanto.

Me siento a su lado, y la acomodo sobre mi regazo, estrechándola aún más contra mí. Sus brazos se deslizan alrededor de mi cintura, y ella entierra su rostro en mi pecho. Todo su cuerpo tiembla entre el frío de la lluvia y sus sollozos.

—Shhh... —susurro, acariciando su espalda.

—Me hacen falta —murmura entre lágrimas.

Mis manos se deslizan suavemente por su espalda, intentando calmar el temblor de su cuerpo y mitigar el dolor que sus lágrimas delatan. La lluvia cae implacable, pero en este instante, el mundo exterior queda en segundo plano.

Alessia se acomoda en mi regazo e inspira profundamente. Sus ojos, siguen anegados en lágrimas.

—Ese día... —comienza con voz temblorosa—, ese día mis padres partieron para celebrar su aniversario. Era un fin de semana lleno de planes y alegría. Siempre recordaré la emoción en sus ojos y las risas que compartíamos mientras se despedían de mí. Pero nunca volvieron.

Las lágrimas resbalan por sus mejillas, y la lluvia parece solidarizarse con su dolor, intensificándose como un eco de su tristeza.

—Un camión... Un camión descontrolado invadió su carril. No tuvieron oportunidad. —sus palabras se entrecortan amenazando con desgarrarse—. El choque fue devastador. Mis padres... murieron en el acto. Nunca pude despedirme, Elliot. Nunca les dije cuánto los amaba. —Su voz se quiebra, y el lamento atraviesa el aire como una flecha.

Mis dedos trazan círculos suaves en su espalda, buscando en cada caricia transmitirle la compasión que mi voz no puede expresar.

Siento la fragilidad de su cuerpo, cada temblor y suspiro que acompaña sus palabras. Mi cercanía es un abrazo silencioso, un refugio en medio de la tormenta de sus recuerdos.

—Mis tíos en Italia hicieron lo posible por darme un hogar y amor, pero la pérdida de mis padres... —hace una pausa, y su mirada se pierde en el pasado—. Me sumí en una tristeza profunda. Charlotte fue mi apoyo constante, mi conexión con la luz en medio de tanta oscuridad. Aunque la distancia nos separara, su presencia y palabras se volvieron mi ancla.

Alessia lucha por mantener la compostura, pero el dolor en sus ojos es innegable.

Su voz se quiebra, y me estremezco ante la carga de su sufrimiento. La sostengo con más fuerza, como si pudiera protegerla de la brutalidad de aquel recuerdo.

—Solo tenía diez años, y me quitaron todo. Los arrebataron de mi vida. Mi mundo se desmoronó. No había nada más que oscuridad y dolor. Me arrojaron a un mundo que ya no tenía sentido con diez años.

—Lo siento, Amor. Lo siento mucho —murmuro, incapaz de encontrar palabras más reconfortantes.

Sus lágrimas se mezclan con la lluvia, y la sostengo más fuerte, como si pudiera ofrecerle algo de consuelo en medio de este tormento emocional.

—La tristeza y la melancolía se convirtieron en mis compañeras diarias. Aunque sonreía por fuera, por dentro me sentía completamente perdida. Cada día era una batalla, una lucha contra la desolación que amenazaba con consumirme. La única luz en mi oscuridad era Charlotte, que nunca dejó de apoyarme desde la distancia. A pesar de la distancia física, su amistad fue mi ancla en los momentos más oscuros.

Lo sostengo entre mis brazos mientras la lluvia parece intensificarse. Siento el peso de su historia, la tragedia que aún vive en su memoria y la manera en que cada palabra resuena con un dolor profundo.

—La ausencia de mis padres... —su voz se quiebra, y me estremezco al percibir su sufrimiento—. Fue como un agujero negro en mi vida. Por más que intentaba seguir adelante, la pérdida de su amor, de su presencia, era abrumadora. Y Charlotte fue mi roca, mi constante apoyo. A través de las llamadas y mensajes, ella intentaba ayudarme a salir de esa oscuridad. Pero a pesar de su amor incondicional, la pérdida seguía ahí, como una sombra que nunca se disipaba por completo.

No puedo evitar sentir una conmoción interna al imaginar su dolor. Quisiera poder borrar ese sufrimiento de su pasado, pero sé que no tengo ese poder. Solo puedo abrazarla con más fuerza, ofrecerle mi apoyo en silencio.

—Pase dieciséis años sin poder venir a dejarles una rosa. —Su voz se entrecorta, sus palabras se pierden en la llovizna, mezclándose con las lágrimas que no dejan de salir de sus ojos y descienden por su rostro.— Me pregunto si estarían orgullosos de la mujer que me he convertido o si sentirían que he perdido la esencia de la niña que solía ser.

Acarició suavemente su mejilla, deslizando mi pulgar para secar algunas de sus lágrimas. —Mi amor, tus padres estarían orgullosos de la mujer fuerte y valiente que eres hoy. El tiempo no disminuye la esencia de quien eras, solo esculpe nuevas facetas de ti misma. —Ella levanta la mirada, sus ojos cristalinos buscan consuelo en los míos, y una débil sonrisa dibuja sus labios entre lágrimas. —No importa cuánto tiempo haya pasado. El amor que sientes por ellos y la niña que alguna vez fuiste siguen vivos en ti. —Mantengo mi voz serena, tratando de transmitir la certeza de mis palabras.

Alessia exhala un suspiro profundo, como si llevara consigo el peso de esos años en cada inhalación. Se acomoda en mi regazo, y la lluvia que cae sobre nosotros parece convertirse en un eco de sus emociones.

—Cada año, en esta fecha, sentía que enfrentaba una tormenta interna. Pero hoy decidí enfrentarla literalmente. Necesitaba venir, necesitaba recordar y, aunque duele, también necesitaba aceptar que la niña que solía ser ha crecido y se ha convertido en alguien diferente.

Su confesión me conmueve, y en ese momento, me doy cuenta de la fuerza que lleva dentro. No solo ha sobrevivido a la tormenta, sino que ha aprendido a bailar bajo la lluvia de sus propios recuerdos.

—Alessia, enfrentar el pasado se que no es fácil, pero hay que soltar para seguir adelante. Estoy aquí para apoyarte.

Ella asiente, sus ojos revelan una mezcla de gratitud y vulnerabilidad. En ese instante, decido ser su refugio, su ancla en medio de la tormenta emocional que la envuelve.

Decido secar sus lágrimas con mis labios, buscando ofrecerle el consuelo que las palabras a veces no logran transmitir. Nuestros labios se encuentran con suavidad, un beso cargado de afecto.

—Gracias, Elliot. —murmura entre el beso, y su agradecimiento resuena en mi interior, provocando una chispa de calor en medio de la lluvia fría.

—¿Quieres quedarte un poco más o prefieres ir a casa? —pregunto.

Alessia mira el lugar donde reposan sus padres y sonríe con tristeza.

—Gracias por venir, pero creo que es hora de irnos. Les he dicho todo lo que necesitaba decirles.

Nos ponemos de pie juntos, dejando atrás la melancolía sobre el cementerio. Mientras caminamos hacia el auto, mi mano encuentra la suya, entrelazando nuestros dedos como un gesto silencioso de apoyo mutuo.

El camino de regreso transcurre en silencio, con el suave murmullo de la lluvia como única compañía. El ambiente dentro del auto se llena de una atmósfera serena, como si el acto de enfrentar esos recuerdos hubiera liberado una tensión invisible entre nosotros.

Su suave voz rompe el silencio. —¿Puedo quedarme contigo esta noche? No quiero estar sola.

Quito una de mis manos del volante y entrelazo sus dedos con los míos mientras asiento con ternura. —Puedes quedarte siempre que quieras.


—Te daré algo de ropa seca para que te quites eso. —le aviso mientras inserto la llave de mi departamento en la cerradura.

—Gracias —susurra abrazándose así misma.

Al llegar a mi apartamento, le ofrezco una camiseta y unos pantalones cómodos. Alessia se adentra en el baño, pero antes de cerrar la puerta por completo me habla.

—¿Te gustaría acompañarme?

Mi mirada se encuentra con la suya, y en ese instante, una chispa de deseo recorre la habitación. Sonrío ligeramente y asiento.

—Por supuesto, amor.

Me uno a ella en el baño, y mientras se despoja de la ropa mojada, mi mirada sigue cada curva de su silueta. La luz tenue del baño resalta la sensualidad de su figura. Alessia me observa con una expresión cómplice, consciente del efecto que tiene sobre mí.

—¿Necesitas ayuda? —pregunto en un tono suave, permitiendo que la lujuria se filtre en mis palabras.

Alessia sonríe, una mezcla de inocencia y deseo bailando en sus labios.

—Solo para desabrocharme el sujetador. —susurra, y mi pulso se acelera ante la petición.

Me acerco, mis dedos encuentran la pequeña trampa metálica en su espalda. Deslizo lentamente el sujetador, revelando su piel delicada y erizando suavemente cada centímetro de ella. Suspira, y siento la electricidad entre nosotros intensificarse.

Juntos, nos sumergimos en la ducha, y el agua tibia se convierte en un cómplice silencioso de nuestras caricias. Cada contacto es una promesa susurrada, una exploración de deseos compartidos. En ese espacio íntimo, nos entregamos al encuentro apasionado de dos almas que se entrelazan en la danza sensual del amor.

El agua fluye por nuestros cuerpos, creando una armonía de susurros que se entrelaza con nuestros suspiros compartidos. Nuestros labios se encuentran en una danza apasionada, lenta y cautivadora, que contrasta con la frescura del agua que nos rodea. Cada beso es un testimonio de lo que sentimos, una amalgama de pasiones que se intensifican con cada contacto.

Mis manos, ávidas y decididas, exploran la suavidad de su piel, grabando en mi memoria cada curva como si fuera la primera vez. Alessia responde con la misma intensidad, sus dedos se enredan en mi cabello, creando un lazo tangible que refleja la conexión profunda que compartimos. Cada caricia es un eco del amor que va más allá de lo físico, explorando la conexión única entre nuestras almas.

El vapor en la ducha se mezcla con la pasión que se desborda entre nosotros. Mis labios trazan un camino por su cuello, dejando huellas de deseo. Pronuncio palabras de afecto, promesas sutiles que se pierden en el susurro del agua. El contacto de su piel bajo mis manos es eléctrico, una corriente que enciende la llama de nuestra complicidad.

Es aquí con ella donde quiero estar siempre... pienso, mientras beso su cuello.



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