CAPÍTULO 13
Narra Alessia
Hace unos dos meses encontré un refugio para animales en el que soy una especie de "voluntaria". Vengo aquí cuando tengo tiempo. Me gusta pasar tiempo con los animalitos, darles un poco de amor y cariño; además de ayudar a alimentarlos y bañarlos, también trato de colaborar económicamente.
Voy conduciendo mi auto mientras canto a todo pulmón la canción que suena por las bocinas. La brisa de la tarde junto con la música me llenan de energía y emoción mientras me acerco al Refugio Corazón Felino y Canino.
Sarah, la coordinadora del refugio, me recibe con un cálido abrazo y una sonrisa sincera. Hemos forjado una amistad desde que empecé a venir aquí, y siempre me llena de alegría verla.
—Hola, hermosa —la saludo con entusiasmo, devolviendo su abrazo. —¿Cómo has estado? ¿Qué tal todo por aquí?
—Hola, Ale. Todo bien por aquí. Hace semanas que no nos visitabas. —me dice con una sonrisa— Hemos tenido algunos nuevos rescatados y los voluntarios han estado trabajando duro.
—La verdad es que sí. He tenido unos días bastante ocupados en el restaurante y ya era tiempo que viniera a darles amor y llenar mi ropa de pelitos. —dije con una sonrisa.
Comenzamos a caminar conversando sobre el refugio, me cuenta en detalles todo, cuantos han llegado, y/o cuando adoptan a un peludito, y aquellos detalles que a nadie le gusta. La parte económica.
—En la mañana una pareja avisó que encontró una perrita desnutrida en la calle, nuestros voluntarios fueron a rescatarla pero desde que llegó la perrita no nos ha dejado acercarnos. Debemos revisarla y no nos deja.
—Déjame intentarlo, ¿tienes alguna galleta? —pregunte caminando hasta el camerino y tomar un overol y ponerlo sobre mi ropa.
—Iré por ellas.
Sarah volvió con un par de gallegas y un plato de alimento para perro.
—Ven por aquí.
La sigo y llegamos hasta su jaula. La mirada de la perrita está perdida y con miedo. ¿Quién podría hacerle daño a estas criaturas tan nobles?
—No puedo creer que haya gente capaz de lastimar a estos seres de luz.
Sarah hace una mueca —Yo tampoco, quisiera encontrar a cada uno de ellos y golpearlos.
—Hola, princesa... —saludo a la perrita, tratando de suavizar mi voz y expresión.
La perrita está en una esquina de la jaula, mirándome con cautela.
—Mira lo que te traje. Todo esto es tuyo. —añado, moviendo el plato de comida hacia ella.
La perrita levanta levemente una oreja, como si hubiera detectado un rayo de esperanza, y mira con interés el plato de comida.
Llevo unos veinte minutos aproximadamente intentando que la perrita se acerque, pero sigue manteniendo su distancia. Sus ojos reflejan un miedo profundo y una desconfianza que se ha arraigado en su ser. Cada vez que intento acercarme, ella retrocede, alejándose de la posibilidad de ser lastimada nuevamente. Es un proceso lento, y sé que requerirá de paciencia y tiempo para ganarme su confianza.
—¿Nada todavía? —pregunta Erik acercándose a nosotras.
Niego y Sarah contesta. —Nada.
—Todo lo que hemos tenido es un leve interés por la comida pero nada más.
—Vamos, cariño, no te haremos daño. —Susurro con voz suave, tratando de calmarla.
La perrita finalmente da unos pasos titubeantes hacia el plato de comida, pero sigue manteniendo una distancia segura.
—Así es, pequeña. Puedes confiar en nosotros. —Sarah se une a mí en el intento de acercarnos a la perrita.
En eso, mi celular comienza a sonar en mi bolsillo trasero. Dejó el plato en el suelo y lo tomó para ver quién está llamando.
—Buenas tardes oficial, ¿a que se debe el placer de ser llamada por el oficial de policía? —contestó con una sonrisa y él gruñe.
—Agente me gusta más. ¿Cómo estás?
—Bien y, ¿tú? —pregunto mientras tomó el plato de comida con la otra mano.
—Ven princesa.... —digo suave mientras escucho a Elliot.
Estos últimos días después de esa salida a cenar, nos hemos estado mensajeando o llamando por celular, pero todo dentro de los límites de dama y padrinos de novios. Creo que estando tan cerca de la boda debemos dar un cese al fuego y tratar de llevarnos bien por el bien de nuestros amigos. Aunque debo admitir que esto ha sido más agradable de lo que esperaba.
Un ladrido suave viene de la perrita.
—¿Dónde estás? —me pregunta curioso.
Sonrió. —En un lugar fantástico, lleno de amor y pelitos.
—¿Y eso dónde sería?
—En un refugio de animales.
—Ah y ¿qué haces allí?
—Soy voluntaria además de darles amor y cariño, ¿te gustaría venir? —pregunto con una sonrisa, sinceramente no creo que acepte. Él todo pulcro con ropa de marca y un estilo impecable en un lugar como este lleno pelitos, dudo mucho que acepte.
—Ni loco.
—¿Estás seguro? A tu ropa le hace falta un poco de pelitos de amor.
—No. Mi ropa está bien como está. No le falta nada.
—Bueno, como digas. Te dejo porque estoy ocupada. —le aviso mientras la perrita se acerca un poco más al plato.
—Si, mi amor, ven. —le habló con voz suave a la perrita, olvidándome que estoy hablando con Elliot.
—Bueno, si me lo dices de esa forma tan tierna, voy enseguida.
Carraspeo —No te hablaba a ti, Blackwood. No te creas tanto. —reprimo una sonrisa.
Hablamos unos minutos más y cortó la llamada con una sonrisa.
—¿Y esa sonrisa? —pregunta Sarah con curiosidad.
—No es nada.
—Debe ser afortunado ese "nada" para que le sonrías así mientras hablas por teléfono.
Me quedo unos segundos en silencio pensando en que responder —Solo estoy mirando a esta princesa que se acercó a nosotros.
Suelta una carcajada —La perrita sigue donde mismo. Si no quieres hablar, no te obligaré pero se feliz, mereces ser feliz y si ese "nada" te hace sonreír así, arriésgate. Recuerda que quien no arriesga no gana.
Tomó aire y lo exhaló pesadamente. —Somos polos opuestos. Pero cuando estoy con él sin discutir es... extraño, se siente bien. Somos distintos.
—Y los opuestos se atraen.
—Me vas a creer que se enfurece cuando lo llamo policía, él es un agente del FBI y me gusta ver cómo se le deforma el rostro cuando lo llamo policía. Hace un par de noches me invitó a cenar y quedó sorprendido cuando pagué yo la cena.
Sarah suelta una carcajada. —Yo creo que nunca en su vida había visto a una mujer que pague la cena.
—Bueno es de esperarse si sale con puras plásticas y superficiales. —digo con una mueca involuntaria.
Sarah solo sonríe. —¿Ese agente te gusta? — más que una pregunta parece una afirmación.
Abro la boca para responder, pero mi celular vuelve a sonar y contestó rápidamente.
—¿Diga?
—Estoy afuera.
—Vale, salgo. —le entregó el plato a Sarah y salgo hasta el estacionamiento del refugio.
—Pero qué pintas traes.
Sonrió—¿A qué se debe eso?
—A como estás vestida.
Divertida por su comentario, replicó con una sonrisa en el rostro. —Bueno, esto se llama overol y en este caso sirve para no estropear tu ropa; y tú te pondrás uno parecido. —Sin pensarlo, tomó su mano y la jalo para que me siga.
Elliot se detiene de golpe, y su mirada se posa en mí con un desacuerdo evidente. —Ni de coña.
—Te va a encantar ver a esos animalitos, y te miran con unos ojitos que derretirán el corazón más frío. —Mi tono se suaviza mientras le lanzo una mirada triste para convencerlo.
Él me observa con ojos inquisitivos, frunciendo el ceño, relajándolo, y luego endureciendo la mirada, todo en cuestión de milisegundos mientras considera mi propuesta.
Finalmente, suelta el aire con derrota. —Está bien, vamos.
Sonrió victoriosa, entrelazamos nuestros dedos y comenzamos a caminar en dirección hacia los overoles, mientras le cuento del refugio.
—¿Cómo encontraste este lugar? —me pregunta mirando con desagrado el overol.
—Lamento que no sea Gucci, pero créeme que cumple su función. —Sonrío, tratando de aligerar el ambiente. Elliot esboza una sonrisa ante mi comentario. —Descubrí este lugar unas semanas después de regresar a Nueva York. Estaba paseando por Brooklyn y me topé con el refugio. Entré y me hice amiga de la administradora.
—Vaya, qué interesante.
Elliot mira a su alrededor, observando las jaulas y leyendo los nombres y carteles. En ese momento, Sarah me mira con una sonrisa pícara y una ceja enarcada.
—Elliot, te presento a Sarah. Ella es la dueña, administradora y veterinaria del lugar, además de ser mi amiga. Sarah, él es Elliot, un... amigo.
Elliot estira su mano para saludarla. —Hola Sarah, un placer conocerte.
—Hola, Elliot. El placer es mío. —Sarah estrecha su mano y luego comenta con una sonrisa. —Bueno, eh.. yo los... dejo. Recordé que tengo que revisar algunos documentos. —Su sonrisa pícara no pasa desapercibida mientras se retira.
Con Sarah alejándose, me quedó junto a Elliot y la perrita en la jaula. Elliot, con preocupación en sus ojos, observa a la perrita.
—¿Qué le pasó? Se ve tan delgada y asustada.
Me siento en el suelo bajo su atenta mirada, abro la jaula para volver a intentar que la perrita se alimente.
—Llegó esta mañana. Una pareja la encontró en la calle y llamó al refugio, pero desde que llegó, no ha querido comer. —Miro a Elliot, quien no despega su vista de la perrita. —Además deben de revisar su pata izquierda. Erik cree que tiene su pata trasera izquierda fracturada.
—Que mal, pobrecita. —Elliot se pone en cuclillas a mi lado, sus ojos reflejando empatía.
Elliot me mira y nos quedamos unos segundos mirando fijamente el uno al otro.
—¿Quieres intentarlo? —le pregunto, entregándole el plato.
—No sé cómo se hace. —Elliot parece incómodo.
—Solo debes ser tierno, hablar con amor y tener paciencia. Inténtalo, grandulón. —Le animo con una sonrisa y una mirada cómplice.
Nos quedamos mirando y le sonrió. Elliot, con cierta inseguridad, se acerca al plato y mira a la perrita.
—Hola, princesa. —Susurra con voz suave.
—Lo hiciste bien. —le sonrió —Inténtalo de nuevo. Tendrás que ser muy paciente; no será fácil.
La perrita, con sus ojitos llenos de miedo, sigue observando a Elliot con cautela. Cada movimiento de Elliot es lento y cuidadoso, consciente de que un gesto brusco podría asustar aún más a la frágil criatura. Su mano se acerca lentamente al plato con la comida, y su voz suena suave y tranquilizadora.
Elliot sigue hablando con suavidad, animando a la perrita mientras ella comienza a comer. —Así está bien, princesa. Puedes tomar tu tiempo. Nadie te hará daño aquí.
La perrita, aún temerosa, retrocede un poco. Sus orejas están agachadas, y su cola está entre sus patas, pero algo en la voz de Elliot parece estar llegando. Con movimientos suaves, Elliot coloca el plato frente a la perrita, dándole espacio y tiempo para que se acostumbre a su presencia y vuelva a comer.
Mientras seguimos cuidando de la perrita, nuestra conversación fluye de manera natural. Elliot se relaja un poco más, y puedo sentir que su actitud inicialmente reacia hacia los animales está comenzando a cambiar. Hablamos sobre su trabajo, sus pasiones, y descubrí que tiene un amor por la música clásica que nunca habría imaginado. Es un intercambio genuino y sin pretensiones.
Poco a poco, la perrita termina su comida y parece estar más relajada en presencia de nosotros. Su cola, que antes estaba entre sus patas, comienza a moverse tímidamente. Elliot extiende la mano con cuidado y la acaricia con suavidad. La perrita cierra los ojos, disfrutando del contacto humano.
—Creo que ya la conquistaste, Elliot. —Le sonrío.
Elliot no responde de inmediato. Sus ojos siguen fijos en la perrita, y puedo ver una mezcla de emociones en su rostro.
Finalmente, Elliot me mira y murmura. —Nunca pensé que estaría haciendo esto.
Nuevamente nos quedamos mirando a los ojos.
—Se siente realmente bien cuando la perrita comienza a confiar en uno. —dije mirando a Elliot y él continúa acariciando a la perrita.
—Ya está comiendo. —dice Sarah cuando vuelve.
Elliot se pone de pie, y me ayuda a levantarme del suelo.
—Si, este casanova conquistó el corazón de la perrita. —Digo sonriendo y tocando su hombro.
—Ahora, debemos llevarla para revisarla. Necesito tomarle unas muestras y revisar su pata izquierda. —Sarah explica.
—No te preocupes, intentaré llevarla. —Le sonrío.
—Nos vemos. —Sarah se despide mientras lleva a cabo su labor en el refugio.
—¿A dónde debe ir ahora? —me pregunta Elliot con curiosidad.
—La sala de veterinaria, está aquí mismo. —Le indico.
Me agachó para acariciar la cabeza de la perrita que ya está más relajada.
—Hola, hermosa... ¿quieres venir conmigo? —Le habló con dulzura, extendiendo la mano hacia la perrita.
La perrita olfatea mi mano y luego se pone de pie, sin apoyar su pata izquierda, y camina entre saltos hacia mí.
—Venga, vamos. —Intento tomarla en brazos, pero Elliot me detiene, preocupado por su estado.
—Yo la llevo. —Elliot se ofrece a cargar a la perrita
Lo miro sorprendida —Arruinaras tu camisa.
—No importa, es más importante este angelito que una camisa.
Mi sonrisa se ensancha, conmovida por el gesto de Elliot. —Te lavaré tu camisa y quedará como nueva.
—No es necesario.
Ambos sonreímos y él toma a la perrita entre sus brazos.
—Si lo es. Ahora. Ven, sígueme. —Lo guío hacia la sala de veterinaria.
La perrita se siente cómoda en los brazos de Elliot, y aunque su pata izquierda le causa molestias, su mirada refleja confianza en el hombre que la sostiene. La empatía de Elliot hacia el animal herido es evidente en la forma en que la acaricia y la protege con ternura.
Al llegar a la sala de veterinaria, Sarah nos recibe con una sonrisa. Ella se acerca a nosotros y, sin dudar, toma a la perrita de los brazos de Elliot para llevar a cabo su evaluación y los procedimientos necesarios.
—Gracias por traerla. Ahora le brindaremos la atención que necesita. —Sarah mira a Elliot y a mí con agradecimiento en sus ojos.
Mientras dejamos a la perrita en manos de los profesionales del refugio, Elliot y yo decidimos dar un paseo por las instalaciones. Las paredes del refugio están adornadas con fotografías de animales rescatados que encontraron un hogar lleno de amor. Elliot observa las imágenes con interés, y aunque su expresión sigue siendo seria, puedo notar un destello de emoción en sus ojos.
—¿Te gustaría adoptarla? —le pregunto mientras nos adentramos en un pasillo decorado con fotos de mascotas felices junto a sus nuevas familias.
Elliot contempla las imágenes con curiosidad, y sus ojos se detienen en una foto de un gato bajo un árbol de Navidad. —No tengo tiempo para cuidar un animal, además no soy un amante de ellos ni de sus pelos. —dice quitándose un pelo de su camisa.
—Entiendo. —sonrió— Una vez que sane, deben encontrarle un hogar y una familia que la ame. Todos tienen derecho a tener una familia y recibir amor.
—¿Y cómo sabes que lo van a cuidar y entregarle el amor que se merece?
Señaló las fotos de familias felices junto a sus mascotas, ya sea en la playa, en el campo, en Navidad, arriba del sillón, e incluso la foto del gato bajo un árbol de Navidad, que estaba mirando Elliot. —Mira estas imágenes, Elliot. Todos ellos son animalitos que han sido adoptados. Aquí los voluntarios se preocupan de encontrarles una familia que los ame, y las familias siempre envían fotos de cómo están estos angelitos.
Elliot mira las fotos con curiosidad y una pizca de emoción. Continuamos con nuestro recorrido por el refugio, nuestras manos se rozan tímidamente, la conexión entre nosotros se profundiza. Cada perrito y gatito que vemos representa una historia de esperanza y transformación, y eso nos hace apreciar la belleza de la vida y la importancia de dar amor sin esperar nada a cambio.
Al final de nuestra visita, volvemos al área de los vestuarios para quitarnos los overoles y dejarlos en un canasto de ropa sucia. Elliot frunció el ceño al percibir el olor a animal y los pelos adheridos a su ropa.
—Huelo fatal. —Dijo con un gesto de desagrado. —Y mi ropa está llena de pelos.
—Ese es el olor del amor, y los pelitos son regalitos de gratitud por lo que hiciste hoy. —Le expliqué con una sonrisa cálida.
Elliot sonrió, aunque seguía sacudiendo su ropa para deshacerse de los pelos rebeldes. —Qué forma tan peculiar tiene de agradecer.
—¿Quieres despedirte de la perrita antes de irnos?— le pregunto mientras me acerco a él.
Él asiento con una sonrisa inclinándose para darme un suave beso en la mejillas. —Vale, vamos.
Llegamos nuevamente a la jaula de la perrita que había derretido de alguna forma el corazón de Elliot. Al verlo, la cola de la perrita comenzó a moverse con entusiasmo, y al abrir la jaula, ella se acercó rápidamente para lamer su mano. Al principio, Elliot hizo un gesto de desagrado al sentir la lengua del animal, pero luego su expresión cambió a una sonrisa cálida.
—Es su forma de agradecerte. —Le recordé.
Elliot se inclinó y acarició a la perrita con ternura. —Hola, princesa. Ya estás mucho mejor, ¿verdad?
La perrita respondió con un suave ladrido, como si estuviera asintiendo. Mientras Elliot continua acariciándola, nuestros ojos se encuentran en un momento y le sonrió.
—Debo irme, pero espero que te mejores pronto pequeña. —Le dice a la perrita con cariño.
Cierro la jaula con suavidad y nos alejamos de la perrita, nos despedimos de los voluntarios y de Sarah que se encuentra justo en ese momento en la recepción del lugar.
Después de intercambiar algunas palabras más con Sarah, nos despedimos del refugio y salimos a la brillante luz del día. Llegamos hasta la puerta de mi auto, y nos detenemos mirándonos el uno al otro.
Mi corazón late con fuerza, y no puedo evitar sentirme atraída por la intensidad de este momento. Es como si nuestras almas se comunican sin necesidad de palabras. Habíamos compartido una experiencia que había profundizado nuestra conexión de una manera que ni uno de nosotros habría imaginado.
Elliot se inclina hacia mí, sus labios rozan los míos en un suave beso mientras que con su pulgar acaricia mi mejilla. Es un gesto dulce y significativo, y siento una oleada de emoción mientras me abrazo a él.
—Necesitas una ducha, hueles muy mal. —le digo en tono burlón.
Gruñe, con una sonrisa. —Ni que lo digas. —Sus ojos chispean con alegría mientras sostiene mi mirada.
Muerdo mi mejilla interna para contener una risa.
—¿Cenamos? —me pregunta Elliot con una sonrisa, su voz ligeramente expectante.
Mi corazón comienza a latir más rápido, anticipando su propuesta. La chispa de emoción se enciende en mi interior, y una sensación de alegría se extiende por todo mi ser.
—Me encantaría cenar contigo, pero... —su sonrisa se desvanece y vuelvo a morder mi mejilla, esta vez nerviosa ante las palabras que saldrán de mi boca—. ¿Qué te parece si cenamos en mi casa?
Elliot parece sorprendido por un momento, pero luego asiente con una sonrisa pícara. —¿Cocinas tú?
Sonrío, sintiéndome más relajada, y respondo con diversión. —En realidad, no soy una gran chef, pero tengo algunas recetas decentes bajo la manga.
Elliot suelta una carcajada ronca y se acerca aún más, rozando sus labios con los míos. —Espero que cocines mejor que una chef media loca que trabaja en un restaurante; ya le he devuelto dos platos porque no estaban como los pedí —dice riendo.
—Lo hiciste solo para molestarla porque te gusta la chef de ese lugar. —Mis palabras salen por sí solas y Elliot me queda mirando directamente a los ojos.
☯
Holaaa!!! ✨
Espero que sigan disfrutando de esta historia.
¿Qué les parece?🧡
Tu apoyo es esencial para mi, así que no olvides comentar y votar 😊
Gracias por leer, un abrazo 🧡
Actualizaciones: Todos los viernes🫶🏻
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro