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La suerte del principiante (o de la novata)


El mensaje le cayó encima como si fuese un rayo. No entendía como un par de frases cortas le habían encendido todas las alarmas de emergencia en el cuerpo.

¿Podemos quedar al Lucky Cat Café a eso de las 11? Tenemos que hablar

Tenemos que hablar.

¿Tenemos que hablar? ¿Qué había de hablarse? Había dejado su ciudad con los pocos ahorros que le quedaban después de pagar la matrícula en su nueva universidad y ya se estaba oliendo que la chica que ofrecía alquilar una habitación la estaba a punto de dejar tirada.

Muy bien, Mérida, tienes todas tus maletas en la taquilla de un hostal en el que has hecho el check-out hace un par de horas y a puntito de vivir en la calle: ya puedes empezar a flipar.

Mientras buscaba como llegar al dichoso Lucky Cat Café, agarraba su móvil como si fuese un faro en medio de una tormenta, lo único inamovible cuando toda su realidad se tambaleaba. Había sido muy minuciosa cuando decidió que quería estudiar el grado CAFD en el campus universitario de Burgess, rechazando lo que su madre había querido que hiciese. Había hecho listas de pros y contras, estudiado todas las variantes o sorpresas que se podría encontrar. Que su futura compañera de piso la dejase tirada no había sido una de ellas.

Si es que tendrías que haber firmado el contrato antes de venir, idiota.

¿Pero qué contrato? No sería mayor de edad hasta noviembre y tampoco tenía el consentimiento de sus padres, así que legalmente no podía firmar nada. ¡Ni siquiera podía conseguir un trabajo de forma legal!

Dejó salir un gruñido de impotencia sobresaltando a una pareja que justo se cruzaba con ella. Intentó sonreír para pedir disculpas, pero solo consiguió una mirada de recriminación por parte de la mujer. Antes de provocar más malas miradas que inevitablemente le recordaban a las de su madre, Mérida se paró y se sentó en las escaleras de la entrada de una casa y volvió a estudiar su situación.

La resaca tampoco ayudaba.

Mérida no se consideraba una chica irresponsable, dentro de lo que cabía. Nunca había mentido a sus padres, solo quería que la dejasen vivir su vida como ella quería. Por lo demás, había sido sensata toda su vida. Por eso tal vez nada más instalarse en Burgess la adrenalina se había apoderado de su cuerpo e hizo algo que no había hecho nunca: salir de copas.

En Edimburgo no tenía muchos amigos. Solo quería vivir la experiencia de estar con gente joven (y sentirse un poco rebelde por una vez en su vida, si era sincera consigo misma). No esperaba que un grupo de estudiantes del campus la convidaran a beber con ellos, que llamase la atención de uno de los chicos y que se sentara a su lado. Estuvieron hablando un buen rato: qué estudiaba él, que estudiaría ella, si prefería leer (no mucho), ir al cine (cinéfila con ganas) o los videojuegos (a veces). Entre las risas, la música de fondo, la mirada penetrante del chico y el ir y venir de las cervezas, Mérida se embriagó del momento y se dejó llevar. El local era pequeño, pero tenía sus rincones oscuros. No sabía cómo había pasado de la terraza del bar a uno de los pasillos que llevaban a los lavabos. Sintió resonar el bajo de la música a lo lejos y la lengua de ese chico dentro de su boca, en su cuello, mordisqueándole el labio y sus manos acariciando su piel cada vez más abajo y...

—¡Qué coño...!

Mérida fue consciente de lo que estaba pensando y se obligó a guardar ese recuerdo muy lejos, en un lugar recóndito y bien encerrado dentro de su cabeza. Estás a punto de vivir en la calle y te pones a pensar escenas salidas de tono, chica, céntrate de una puñetera vez.

Podía ir a la secretaría de su campus, explicar su situación y tal vez si daba la suficiente pena le devolverían el dinero de la matrícula. Era una opción razonable pero no le gustaba ni un pelo. No quería volver a casa con esa sensación de fracaso antes ni siquiera de haberlo intentado.

Sé positiva, Mérida, tal vez la chica solo te dice que el alquiler será un pelín más caro. Tal vez vais a vivir tres personas y solo tengas que compartir la habitación con alguien más... así que deja de ser tan catastrofista y échale valor.

Miró el móvil, faltaban diez minutos para las once y por lo que decía su localización del móvil, la cafetería estaba cruzando la calle, a dos minutos. Decidió quedarse un rato más sentada y que Anna fuese quien tuviese que esperarla. Es más, llegaría un pelín tarde adrede. Por estar provocándole un infarto de Miocardio de forma lenta y dolorosa. Vio grupos de amigos pasar por delante de ella, un par más de parejas, trabajadores que iban con prisa, incluso una perrita muy simpática que se le acercó a pedir mimos. Y cuando se dio cuenta que ya no podía más con los nervios y el aburrimiento se levantó y se dirigió a la cafetería.

No fue difícil de distinguirla. En una plaza empedrada y llena de edificios cada cual más antiguo y colorido, había una esquina donde sobresalía un cartel con la silueta de un gato blanco rechoncho y se podía leer el nombre Lucky Cat Café. Tenía un rollo moderno y medio asiático que contrastaba con el resto de los edificios típicamente europeos y tal vez fuese el motivo por el que estaba lleno de jóvenes. Mérida se acercó con paso vacilante cuando vio alguien en la terraza de la cafetería que parecía que la saludaba efusivamente. Mérida se giró para asegurarse que la estaban llamando a ella y no quedar como una pringada si resultaba que estaban saludando a alguien que tenía detrás. Pero no había nadie, así que se acercó a la mesa donde había dos chicas: la que la había saludado se levantó de la silla para presentarse.

—Eres Mérida DunBroch, ¿verdad? —Mérida asintió algo cohibida—. Soy Anna Arendelle, hablamos por teléfono. Ésta es mi prima, Rapunzel.

La otra chica, que lucía una buena cabellera dorada le dedicó una sonrisa muy amable como saludo y se ofreció a ir a buscarle algo dentro de la cafetería.

—Un latte, por favor —pidió Mérida. Se sentó delante de Anna, que la miró entre embelesada y fascinada, hecho que aún ponía a Mérida más nerviosa.

—Cuando vi tu foto de perfil pensaba que llevabas una peluca, pero.... ¡Menuda pelazo tienes! ¡Y el color! ¡Qué pasada!

—Sí, bueno... —. Mérida carraspeó. No estaba acostumbrada a los elogios y mucho menos ser el centro de atención así que cambió de tema lo más rápido que pudo—. Creía que quedaríamos directamente en el piso. ¿Ha sucedido algo?

—Oh, claro. Ya. Respecto a eso...

Que diga que tiene una plaga de cucarachas, que le han subido el alquiler...

—Ha surgido un contratiempo...

Porfa, no me dejes en la calle...

—... una movida familiar, por así decirlo. La cosa es que por una temporada no voy a poder alquilarte la habitación.

Mérida intentó que el cumulo de emociones que le estaban recorriendo todo el cuerpo desde las nueve de la mañana no se le notaran en la cara, pero tenía la sensación de que su expresión debía ser más como un rictus facial chungo que no una sonrisa despreocupada.

—Vaya —. Tragó saliva y se obligó a no chillar de pura histeria allí mismo—. Esto me supone un contratiem...

—Es un putadón, Mérida, las cosas claras —la cortó Anna—. Pero te prometo que no te voy a dejar en la estacada. Me comprometí a alquilarte una habitación y el trato sigue en pie.

—Vaya —repitió Mérida, al borde del mareo o peor, una ulcera estomacal—. ¿Pero dónde supone que voy a vivir mientras no me puedas alquilar la habitación?

Como si con esa pregunta Mérida hubiese pronunciado las palabras exactas para una invocación, la prima de Anna apareció con su latte.

—Con Rapunzel, por supuesto.

***

La situación era la siguiente: Rapunzel vivía junto a dos amigos en una antigua fábrica que se había remodelado como bloque de pisos. A finales de junio el dueño les había avisado que les subiría un poco el alquiler por temas de comisiones y por el rollo de la oferta y la demanda y blablablá (palabras textuales de Rapunzel). Por suerte, tenían una habitación de más que la rubia utilizaba como su estudio, así que durante los meses que Mérida no pudiese vivir con Anna, podría quedarse allí.

Tal vez no fuesen las circunstancias que Mérida hubiese preferido, pero al menos tenía un lugar donde caerse muerta. Y bastante cerca del campus, por lo que estaba viendo.

La nave industrial estaba completamente preservada del exterior. Por lo que le explicó Rapunzel, el ayuntamiento de Burgess batalló con el dueño para nombrarlo patrimonio histórico de la ciudad por su estilo modernista, característico de toda la ciudad, pero después de mucho negociar, el dueño del edificio se comprometió a no echarlo a bajo, pero a remodelarlo para sus negocios privados en el interior. Rapunzel vivía en uno de los apartamentos del último piso. La sala de estar era insultantemente grande, con altos ventanales y todos los muebles desparejados, muchos de ellos de segunda mano, pero que le daban una cierta calidez fortuita. Mérida se sintió empequeñecer y agarró con más fuerza sus diminutas pertenencias.

—Tu habitación está al lado de la cocina —explicó Rapunzel mientras le señalaba la zona del comedor—. Ahora está llena de cuadros, pero disponemos de un trastero y es bastante grande, luego podemos bajarlos entre las dos. Tal vez los chicos nos ayuden. Tengo un colchón de sobras en mi habitación, pero tendremos que ir a buscar un somier. El viernes, ¿quizás? Por suerte tenemos dos lavabos, así que no tendremos problemas con las duchas, el único problema es baja la presión y el agua caliente se termina rápido...

Mérida intentaba seguir todo lo que decía Rapunzel pese a que empezaba a sentirse abrumada por la situación. En menos de ocho horas la montaña rusa de emociones que iban al miedo, la histeria y la incredulidad la habían dejado agotadísima.

Y, otra vez, la resaca no estaba ayudando. Al menos su nueva compañera de piso no parecía molesta con la situación. Con pequeños saltitos, se acercó a Rapunzel mientras le hacía un tour rápido por el piso. Se pararon delante de una puerta cerrada y la rubia llamó dos veces con el puño, pero no hubo respuesta. Giró los ojos mientras soltaba una exhalación resignada y habría de mala gana.

—¡¿HOLAAA?! —gritó a pleno pulmón al entrar en la habitación. Aún así, quien fuese que estaba allí dentro, seguía sin responder.

Mérida se atrevió a sacar la cabeza por la puerta y vio la espalda de un chico que tecleaba absorto delante de dos pantallas de ordenador. Tenía el pelo rubio cenizo muy despeinado y llevaba puestos unos grandes auriculares de diadema (motivo por el que no estaba respondiendo a las llamadas de su amiga). Lo único que se escuchaba eran las teclas siendo presionadas a una rapidez alarmante. Rapunzel, por otra parte, agarró una sudadera azul que había por el suelo y se la tiró de lleno a la cabeza.

—¿Se puede saber qué te pasa? —exclamó el joven mientras se quitaba de encima la sudadera.

—¿Jack, cielo, te acuerdas que te comenté que hoy llegaría nuestra nueva compañera de piso? —preguntó Rapunzel con algo de retintín en el tono.

El chico, Jack, giró la silla y clavó sus ojos de color azul en Mérida mientras se sacaba uno de los auriculares de la oreja.

—Buenas.

—Un placer —contestó Mérida saludando con la mano de puro nerviosismo.

—Vamos a bajar mis cuadros al trastero para que Mérida se pueda instalar. ¿Nos ayudas?

—Dame cinco minutos, tengo que terminar esto...

—¿Eso es un sí...?

—Ajá.

—¿...o un no?

—Exacto.

Rapunzel negó con la cabeza y le dio a Mérida un apretón en el brazo para que la siguiera fuera de la habitación.

—Cuando tiene que subir un vídeo pierde el mundo de vista. Es buen tío, no se lo tengas en cuenta.

—Para nada —. Mérida lo único que deseaba era no estorbar a nadie así que prefería pasar desapercibida—. Oye, Rapunzel, ¿seguro que no te molesta tener que dejar tus cosas en el trastero?

—Me molesta más que nos saquen del piso por no poder pagar el alquiler. No te preocupes, no sé qué clase de astros se han alineado, pero esto es beneficioso para todos. Incluso diría que es Anna quien nos está haciendo un favor más que nosotros a ella. Así que nada de rallarse, ¿vale?

Mérida asintió con la cabeza y decidió no darle más vueltas. Anna podría haberla dejado en la estacada completamente y en cambio se había preocupado para buscarle un plan b. Además, solo sería unos tres meses y Rapunzel parecía buena chica y Jack, bueno, tal vez fuese el típico que todo le daba igual. En cuanto al otro chico...

—¿Y tú otro amigo?

—¿Hipo? Ha ido a comer con sus padres. Supongo que volverá por la tarde.

Estuvieron lo que quedaba de mañana y parte de la tarde embalando con plástico de burbujas los cuadros de Rapunzel y organizando cajas con trabajos de sus antiguas asignaturas. En setiembre empezaría su tercer año en el grado de Bellas Artes. Hipo también empezaría su tercer año mientras que para Jack sería el último. Eso dejaba a Mérida como la pequeña del piso.

Por suerte, el ascensor del edificio era lo suficientemente grande para solo hacer un par de viajes con las cosas de Rapunzel. Mérida se ofreció a hacer el primer viaje. Pese a no saber aún cuál era el trastero, podría ir organizando cada cosa.

—Cuando llegues al subterráneo no te asustes porque el ascensor hace un pequeño saltito cuando va algo cargado —le explicó Rapunzel mientras apretaba el botón del ascensor por Mérida, ya que llevaba una caja en brazos mientras hacía de apoyo a un cuadro que le sacaba dos cabezas para que no le cayera encima—. ¡Nos vemos abajo!

Con la poca movilidad que tenía, Mérida solo le quedaba mirar la pantallita del ascensor que le decía por cuál de los pisos estaba pasando. Segunda planta... primera planta... planta baja... Y de pronto el ascensor se detuvo haciendo que toda la carga saltara y los cuadros de Rapunzel cayeron encima de Mérida, que no pudo evitar soltar un grito del susto mientras soltaba la caja para poder parar los cuadros antes de quedar sepultada. La puerta del ascensor se abrió, pero era imposible saber quién había afuera.

—¿Hola? ¿Hay alguien? —preguntó una voz ahogada.

—¡Aquí! ¿Me podrías ayudar, por favor? No puedo moverme —pidió Mérida mientras dejaba escapar una risa por lo absurdo de la situación. El cuadro que le sacaba dos cabezas la había dejado sin visión panorámica.

—¡Voy! —Mérida escuchó como el recién llegado trasteaba con las cajas—. Menudo desastre. ¿Oye, estás no son las cosas de Rapunzel?

—Sí, las estamos bajando al trastero...

—¿Eres la chica nueva? Yo soy Hipo, vamos a ser compañeros de piso, entonces.

—¡Oh! Pues encantada, Hipo. Y gracias por ayudarme con esto...

—Nada, este ascensor es antiguo y cuando se carga demasiado da un tremendo salto al parar.

—Eso me ha comentado Rapunzel... aunque no me esperaba que fuese tan bruto.

Mérida notó como el cuadro grande que tenía delante empezaba a moverse, así que intentó ayudar a Hipo a sacarlo del ascensor. Agradeció no ser claustrofóbica porque entre el olor intenso de la pintura y el poco espacio de movilidad, había sido un momento bastante tenso.

—Parece que esto ya está —dijo Hipo mientras dejaba el cuadro a la pared de al lado del ascensor y se giraba hacía Mérida para presentarse apropiadamente—. ¿Y tú eres...?

Mérida pensaba que su día no podía ser ya más surrealista. Por enésima vez, había calculado mal.

—Eres la chica del bar.

Oh, mierda.

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Curiosidades: 

- Burgess es la ciudad donde transcurre El origen de los Guardianes (o gran parte de ella). Aunque en la película la ciudad esté en EEUU me he permitido la licencia de mover la ciudad a Europa, a Bélgica concretamente. 

- El Lucky Cat Café es la cafetería de la tía Cass (tía de Tadashi y Hiro) de Big Hero 6. 


Si has leído hasta aquí, gracias de todo corazón por darle una oportunidad a esta historia pese a que el fandom de The Big Four esté medio muerto ya.

¡Nos leemos a la próxima actualización!

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