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En nuestro último día en Barcelona, Mayda y yo recorremos la ciudad de un lado a otro sin dejar rincón. A ambos nos da pena despedirnos de esta colorida y cálida ciudad, sabiendo que cada paso que demos por Las Ramblas quedará registrado en nuestros recuerdos para siempre en forma de pequeños cristales equiláteros numerados.
Por la noche, la gran parte de los alumnos de la clase de Español tienen previsto salir por ahí de fiesta a las discotecas en busca de una resaca monumental para el vuelo de doce horas que tendremos mañana a primera hora para volver a Seattle, que ya se hace pesado en sí, por lo que no quiero ni imaginarme cómo será con tales molestias.
Hacia las diez y media de la noche, todos visten su ropa más atrevida y ajustada mientras salen, animadísimos, del hotel. La profesora Méndez los sigue con una mirada de desaprobación desde la puerta del hotel. Pero lo más sorprendente para mí es que incluso Ethan se ha unido a la fiesta.
—¿Vienes? —me pregunta mientras bajamos las escaleras del hotel.
—Qué va —niego—. Ese tipo de eventos no son mi estilo.
—Ni el mío —coincide—, pero me estoy dando una oportunidad para divertirme. —Alza los brazos como si se estuviera dirigiendo a un público imaginario y me sonríe.
—Pues pásatelo bien, Ethan —comento devolviéndole la sonrisa—. Y procura volver con vida.
—¡Voy a beber hasta que mi páncreas salga de mí y me ruegue que lo deje! —grita mientras se va pasillo adelante.
Mayda y yo, en cambio, tenemos otros planes más saludables. Tenemos una cita en un lugar bastante turístico y famoso llamado Parque de la Ciudadela.
Cuando llego al comedor, ella ya me está esperando. Su pelo ondulado ahora luce liso y libre, cayendo tras su espalda, que está al descubierto por el vestido rojo que lleva. De hecho, ese vestido me suena; lo he visto en algún lugar.
—En el último baile al que asistí llevaba puesto este vestido —explica mientras caminamos por la calle dados de la mano. Entonces comprendo de qué me es familiar: de aquel baile y de la foto que venía incluida por Kyle en el álbum que me regalaron los Kleiber por Navidad. No obstante, también recuerdo que apareció en un recuerdo que me insertó Kyle cuando estaba con Sophia en Seattle, atravesando el puente Ballard Bridge para pasar por encima del canal del lago Washington.
—Los dos fuimos con personas con las cuales no queríamos ir —añado—. Yo quería pedírtelo pero ya te habías comprometido a asistir con Alex Pullman.
—Ya —admite—, yo también quería ir contigo, pero me dejé llevar por los nervios y acabé aceptando la petición de Alex Pullman. —Se encoge de hombros—. Esta me parece una buena ocasión para repetir aquella noche, pero esta vez será perfecta, ¿no crees?
—Por supuesto.
Andamos maravillados por las calles oscuras iluminadas por farolas y coches, y respiramos un ambiente veraniego y acogedor en la atmósfera de la ciudad donde hay muchísimo movimiento de habitantes y turistas paseando, charlando y cenando tranquilamente. Me siento bien, incluso me atrevo a decir que estoy en mi mejor momento.
Después de pasar bajo el Arco de Triunfo, llegamos al zoológico de Barcelona (que a estas horas está cerrado para el público), que se ubica justo al lado del Parque de la Ciudadela. Este último está lleno de viandantes, parejas, vendedores e incluso hay personas que se dedican a hacer pompas de jabón. También observamos que hay mucha gente tumbada o sentada en las parcelas de césped, disfrutando de la noche o simplemente divirtiéndose.
A medida que avanzamos, el sitio me parece más bonito. Encontramos un estanque del cual provienen sonidos de animales acuáticos, pero, sin ninguna duda, lo que más nos impresiona es una gran fuente en la que hay esculturas de grifos expulsando agua por la boca, otra que recrea el nacimiento de Venus en la parte superior con una escultura de Neptuno cerca y, coronando la cascada, en la parte más alta se hallan cuatro corceles y Aurora, destacando, pese a la noche, de color dorado.
Sin embargo, Mayda y yo nos fijamos en otra cosa situada justo en frente de la fuente: una glorieta. En el interior no hay nadie, solo hay gente sentada en los bancos exteriores y un grupo de músicos callejeros que tocan y cantan una canción lenta. Nos miramos mutuamente, sabiendo que ese es el momento perfecto para bailar juntos con el objetivo de volver a vivir el último baile de Mayda. Es ahora o nunca.
Accedemos al interior subiendo unas escaleras de cemento y nos situamos en el centro de la glorieta. Mayda enlaza sus manos alrededor de mi cuello y yo pongo las mías en sus caderas.
—Esto de bailar se me da de pena —comento mientras nos balanceamos ligeramente de un lado a otro siguiendo el ritmo de la música.
—A mí también —confiesa con una amplia sonrisa.
Durante varios minutos, nos dedicamos a estar en esa posición, abrazados, y bailando en silencio, porque no es necesaria ninguna comunicación cuando estamos juntos. Es más, ni nos concentramos en la música; solo nos miramos mutuamente a los ojos, sin poder despegar la vista del otro.
—Noah —pronuncia Mayda.
—¿Sí?
—Quiero estar en este momento para siempre —me susurra.
Dirijo mi mano hacia su rostro para acunarlo.
—Este momento será eterno, Mayda —le digo lentamente—. Te aseguro que estará entre mis recuerdos y le pediré a Kyle que me lo dé para llevarlo siempre encima. Para revivirlo.
Me abraza con fuerza y yo le devuelvo el abrazo.
—¿Dónde crees que están mis recuerdos? —pregunta.
—Nunca me he parado a pensar en eso —admito—, pero Spencer que me dio el recuerdo de tu muerte, tu último recuerdo, y eso ya me bastó. ¿Por qué lo preguntas?
Deja ir un profundo suspiro.
—Quiero que recuperes mis recuerdos para que lo sepas absolutamente todo sobre mí —explica—. Quiero que entiendas cómo se sentía cada célula de mi cuerpo para hacer lo que hice. Quiero que tengas motivos para perdonarme.
Niego con la cabeza.
—No me has hecho nada, así que no tengo nada por lo que perdonarte.
—Sí, sí que te he hecho daño —insiste—. Te he fallado por no haber tenido dos dedos de frente y haber hecho lo que hice. Eso causó mi muerte y la de Michelle, mi Guardiana, y después tú casi te suicidas y, gracias a la intervención de Kyle, vas y te metes en todo este enredo de Guardianes y sistemas de control mental. —Frunce los labios—. He echado a perder un futuro al que aspiraba por dejarme llevar en una época oscura de mi vida. Y ese futuro siempre te incluía a ti... ¿No son motivos suficientes?
—Nunca habrá motivos suficientes —contesto convencido.
Mayda desvía su mirada de la mía y se aparta de mí.
Sale de la glorieta y cruza corriendo la explanada hasta llegar a las escaleras de la fuente. Acto seguido, sube las escaleras para llegar a lo alto de la cascada. Yo sigo su recorrido y me ubico junto a ella.
Está sentada en un escalón, con los codos apoyados en las rodillas y las manos sujetando su cara. Me arrodillo a su lado.
—¿Qué pasa? —pregunto casi sin aliento a causa de haber subido las escaleras a toda velocidad—. ¿He dicho algo...?
—No, Noah. —Su voz está delatando una terrible tristeza—. El problema es que eres exactamente lo que quiero y siempre dices lo que necesito y deseo oír. Y eso me hace sentir mucho más culpable por haberte fallado.
—Deja de decir eso —pronuncio cada palabra con claridad e intensidad, casi como si fuera una orden—. Me has devuelto la vida después de arrebatármela durante más de dos años y eso no tiene precio ni comparación posible.
Rompo el espacio que nos separa y la beso como jamás antes lo había hecho. Recorro su cara con mis manos y no quiero soltarla. Ella pone sus manos en mi cuello y se impulsa hasta sentarse encima de mí. Pruebo el sabor de sus labios, que saben a despedida.
Instantes después, nos percatamos de un detalle muy extraño: no hay ni un alma en el parque. Al menos en nuestro campo de visión. Hemos estado tan ocupados de nosotros que no nos hemos dado cuenta de algo tan relevante como la desaparición de toda aquella gente. Incluso los músicos no están.
—¿Cómo...? —empieza a decir Mayda—. ¿Por qué no hay nadie? Hace un momento esto estaba repleto de gente.
—No tengo ni idea —afirmo—, pero esto pinta mal.
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