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A la mañana siguiente, justo después de desayunar, un autobús nos recoge para llevarnos a la gran y alegre ciudad de Barcelona. Durante el desayuno, Mayda me ha evitado nada más ver cómo entraba por la puerta del comedor. Y yo he hecho lo mismo, sentándome en la mesa de Ethan Carter y dándole la espalda a Mayda, que estaba sentada con Alice.

Ethan y Alice parecen estar muy contentos de que hayamos vuelto con ellos, porque se pasan las dos horas del trayecto en autobús hablando animadamente. O al menos mi amigo ha estado haciendo eso conmigo.

—Oye, ¿estás bien, tío? —pregunta Ethan cuando llegamos a otro hotel, un edificio que no me convence mucho por fuera, pero cuando entramos me fascina porque es lujoso, moderno y tiene unas instalaciones increíbles—. Te veo un poco raro. ¿Es por esa chica con la que has estado últimamente? ¿Mayda?

—Algo así —respondo tajante mientras sacamos nuestras pertenencias de las maletas y descubrimos los rincones ocultos de nuestra nueva habitación.

Es una estancia enorme comparada con la del hotel anterior, el del pueblo costero, y tiene un baño gigante y unas vistas que dan a la aburrida calle. Eso sí, según la profesora Méndez, el puerto y el centro de la ciudad tan solo se hallan a unos minutos a pie.

Y esta misma tarde lo comprobamos. Todo el grupo de alumnos de Español nos dirigimos a ver las bellezas de una de las ciudades más visitadas del mundo caminando por el puerto, por el paseo marítimo y arrasando en los centros comerciales.

Durante esta tarde, mientras intentaba distraerme de Mayda, me he dado cuenta de que los habitantes españoles se nos quedan mirando. Bueno, a nosotros y a todos los turistas en general. A los más pequeños les hace gracia nuestra presencia, porque alguno que otro ha dejado ir un «Hola» en inglés. No obstante, sin duda, la gran mayoría de personas ya parece estar habituada a un nivel tan alto de turismo debido a los diferentes servicios exclusivos que ofrecen.

Durante el resto de la semana, Ethan y yo vamos por libre. Visitamos lugares emblemáticos como el Barrio Gótico, la Sagrada Familia, diversas catedrales y vamos a la playa en un par de ocasiones, después de habernos comprado una crema solar de alta protección, claro. De vuelta al hotel, desde la playa, Ethan me compra una ración de un plato típico español: la tortilla de patatas.

—Te daría a probar una paella, amigo, pero la verdad es que no me gustó para nada cuando la probé —asegura—. Y, además, parece ser el único plato del que presumen pero, créeme, la tortilla es un tesoro gastronómico comparado con eso.

Hambriento, me zampo la porción de tortilla en unos minutos y he de decir que está buenísima.

El penúltimo día en Barcelona, Ethan y yo lo pasamos yendo al estadio de uno de los mejores equipos del mundo: el Camp Nou, del Fútbol Club Barcelona. Admito que no soy muy aficionado al fútbol, pero me fascina ver todos los trofeos que ha ganado el club cuando entramos a su museo, aunque, sin embargo, Ethan sí que está alucinando verdaderamente pese a ser la segunda vez que asiste.

Por la noche, cuando llegamos reventados al hotel, nos damos una ducha y nos quedamos fritos por el cansancio. La verdad es que desde que llegué a Barcelona duermo a pierna suelta, al contrario que en la sede. No obstante, esta noche, después de dormir unas cuantas horas, algo me inquieta y hace que me despierte y pierda el sueño de golpe.

La imagen de Mayda abandonándome en el acantilado tras escupir esas palabras que la estaban matando y evitándome durante toda la semana desde aquel día, asaltan mi cabeza y siento una especie de presión y ansiedad.

Quiero acercarme a ella porque me da la sensación de que he perdido muchos de días sin su compañía y que el Noah del futuro lamentará estos actos, pero, por otro lado, tengo que aceptar su decisión de no querer verme ni en pintura porque, en cierto modo, tiene razón: todo lo que está pasándole es por mi culpa. Por haber aceptado la petición del Cristal del Regreso. Por haberla elegido a ella antes que a Sophia, sabiendo que la volvería a perder. Pero cuando estás desesperado tomas decisiones desesperadas, sin tener en cuenta qué sentirán los demás porque crees ser la única víctima.

Doy vueltas en la cama durante lo que estimo que es una hora, motivo por el cual decido levantarme y salir de la habitación para despejarme un poco. Miro el reloj: son las tres de la mañana y no tengo ni idea de a dónde me dirijo. Además, voy en pijama.

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