68
Me despierto sudando en la tranquilidad de mi cuarto. Y con «mi cuarto» me refiero a la habitación de mi casa en Seattle. La casa donde crecí. En la superficie.
Todo está a oscuras, pero con la vaga luz del exterior puedo observar cómo todo sigue exactamente en el mismo lugar en que lo dejé.
Me conmociono tanto que no me puedo mover, así que decido darme un par de minutos para gestionar mental y emocionalmente la situación. ¡Estoy en mi casa! ¡He vuelto y Mayda, supuestamente, también! Y lo mejor es que es algo tan real que ya no me parece un sueño como días antes. Es algo increíble.
Pasado el periodo de tiempo que me concedo, los ojos se me van cerrando por momentos a causa del sueño y tengo que dejar que mi cuerpo cumpla su deseo, aunque mi mente no quiera.
Hoy ha sido el día más largo de mi vida, que yo recuerde, y debido a eso concluyo que tengo que recuperar las horas perdidas de insomnio de los últimos días. Mañana ya resolveré mis dudas y me adaptaré a mi antigua vida otra vez. Solo quiero desconectar unas horas.
—¡Noah, Noah! —una lejana voz masculina familiar me despierta—. Hora de levantarse para ir al instituto, hijo.
Parpadeo unas cuantas veces y, al reconocer la voz, me pongo en pie de un brinco. Es mi padre, llamándome para despertarme. Como hacía siempre cada mañana.
Escucho sus pasos avanzando por las escaleras y el pasillo. Instantes más tarde, da unos golpecillos a la puerta y, posteriormente, entra, yo le dirijo una amplia sonrisa.
—¿Qué tal, papá? —dejo ir.
Él me mira extrañado.
—Hum... —se queda pensando, como si no reconociera a su hijo—, de muerte. —Frunce el entrecejo durante unos instantes. Supongo que esta situación se está dando porque yo no solía preguntarles a mis padres este tipo de cosas. Era más soso y poco hablador con ellos, pero ahora, después de todo, los aprecio más que nunca—. Date prisa, Noah, o llegarás tarde. El desayuno está servido.
—Vale, me visto y enseguida bajo.
Mi padre sale de la habitación, me cambio de ropa, bajo a la cocina y desayuno junto a mi madre.
—Te veo contento hoy, Noah —comenta después de un rato entablando conversación con ella. ¡La he echado tanto de menos, también!
—Quizá es por el tiempo —me encojo de hombros señalando la ventana—. Hoy hace un día precioso, ¿no?
Coincide conmigo, asintiendo, como si quisiera decir: «Por ser Seattle no está nada mal», ante el día soleado con tan solo unas cuantas nubes acechando el cielo.
Minutos después, me encuentro conduciendo mi coche (supongo que también lo han traído de la sede) de camino al instituto. Sinceramente, estoy nerviosísimo. Si todo es verdad, veré a Mayda y eso es algo que sigo sin haber asumido. ¡Es que simplemente no me entra en la cabeza!
Aparco y accedo al interior del centro educativo. Nadie me dice nada, como de costumbre, a diferencia de la sede. Todo parece ser normal, como antes de que descubriera el secreto de los Guardianes de Recuerdos, tal y como había previsto Shirin.
La primera clase de hoy es la de matemáticas. Había olvidado lo aburridas que eran las clases después de tantos meses sin pisar el instituto. Por otro lado, también se me hace raro volver aquí, porque la atmósfera es tan despreocupada y desconfiada a la vez que se puede sentir la contradicción de los humanos en cualquier ámbito. Eso en la sede no ocurría, solo en las últimas semanas por culpa de los ataques de los Omisos.
Tras una eterna hora escuchando hablar al profesor sobre conceptos geométricos, recojo mis cosas, me cuelgo la mochila en el hombro y me dirijo a la clase de Español. Justo cuando estoy atravesando el marco de la puerta de la siguiente aula, me choco con una chica que va delante de mí.
—Perdón —me disculpo.
La chica se gira y, al hacerlo, me quedo de piedra.
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