Cuando salgo de la habitación después de despedirme de Shirin, encuentro a Kyle fuera esperándome. Parece ser que nuestra relación de hermanos ha mejorado desde la discusión que tuvimos al día posterior de mi regreso de Seattle con Sophia. La gente normal arregla sus problemas diciéndose cosas bonitas o pidiéndose disculpas; nosotros, en cambio, discutimos a toda voz hasta que las arreglamos.

—¿Cómo ha ido? —cuestiona con curiosidad delatada en su voz.

—No lo sé —me encojo de hombros—, nunca antes había estado en esta situación, ¿sabes?

De camino a mi aula (porque tengo que dar clase) le cuento todo lo que me ha dicho Shirin. Él se limita a escuchar, a asentir y a intervenir en algún momento puntual.

—¿Hoy vienes a entrenar? —pregunta cuando ya estoy preparando la clase y hemos dejado el tema de la experimentación.

—Sí, supongo que sí.

Los nervios que sentía ayer y esta mañana han sido sustituidos por energía que tiene que ser aprovechada, y la manera más apropiada que tengo para hacerlo es entrenándome en defensa personal y ataque con Kyle y Ellie.

—Bien —aprueba Kyle—, te esperamos a la misma hora de siempre.

Después de un par de días en los que he estado entrenando muy duro con Ellie nuevas tácticas de ataque, desde que vi a Shirin por primera y última vez, Kyle me entrega una carta con caligrafía desconocida por la noche.

Se queda para ver su contenido y me pide que la lea en voz alta.

—¿Quién te la ha entregado? —pregunto con mucha curiosidad.

—Spencer, pero esa no es su letra, así que deduzco que tiene que ver con Shirin, ¿no crees? —Asiento lentamente—. ¡Venga, ábrela! —exclama con impaciencia. Me arrebata la carta de las manos y se pone a leer—: «Estimado Noah Cheryba, me satisface decirte que he podido plantear una posible investigación a partir de las pruebas y los recuerdos. Para ello, Spencer y yo te invitamos a que asistas a nuestro encuentro a la habitación del bloque sanitario en la que estuvimos el otro día. Te esperamos. Shirin Andersson».

Cuando termina de leer la carta, mi hermano me la devuelve y la releo para asegurarme de que me ha proporcionado toda la información. Cuando lo hago, me quedo callado y mirando a un punto fijo del suelo.

—Vamos —inquiere Kyle sacándome de mi ensimismamiento—, ¿a qué estás esperando?

—Lo siento —me disculpo irónicamente—, pero están a punto de decirme que van a hacer no sé qué conmigo porque no saben qué pasó para que me reconectara al sistema. ¿No te parece un motivo suficiente para concederme un minuto a mí mismo?

—Me apuesto lo que quieras a que le habrás dedicado muchos minutos a este asunto desde tu llegada a la sede —comenta—. Así que no hay nada en lo que tengas que pensar, ¿vale?