54
Aprieta mi mano contra la suya y tira de mí para echar a correr pasillo arriba. Yo lo hago con todas mis fuerzas junto a ella, sin mirar atrás. Solo nos centramos en correr, el uno al lado del otro, coordinados para girar cuando hace falta a pesar de la oscuridad y la dificultad de visión.
No nos volvemos hasta que llegamos a un lugar que conocemos muy bien: las puertas de la sala de la fuente, que están abiertas de par en par y desde las cuales podemos observar cómo brillan las luces de emergencia, iluminando débilmente el interior en el punto más elevado de la gran sala. Desde allí, escuchamos el rugido de la multitud, que se acumula en el interior de ese espacio de las dimensiones de un estadio.
Aliviados, suspiramos profundamente al comprobar que la mujer no viene detrás de nosotros en lo que alcanza a ver nuestro campo visual. Tampoco vemos ninguna linterna encendida ni ningún atisbo que delate la presencia de que alguien nos siga.
—¿Ahora qué hacemos? —cuestiono con dificultades para respirar tras la carrera que acabamos de realizar—. Entramos, ¿no? —Señalo las grandes puertas de la sala de la fuente.
Sophia asiente, sin poder hablar, intentando recuperarse por el esfuerzo.
Tenemos que abrirnos paso para poder movernos entre toda esa multitud, pero, sin duda, lo más costoso es que nuestros ojos se acostumbren a la tenue pero presente iluminación. Cuando lo logramos, nuestro único objetivo es encontrar algún rostro conocido que nos pueda explicar la situación y al cual le podamos contar los sucesos con John.
Las luces de emergencia parpadean.
Hay gente que se mueve de un lado para otro, buscándose los unos a los otros desesperados. Todo el mundo da empujones y codazos y hay niños llorando o gritando nombres en vano.
Las luces de emergencia se apagan totalmente, pero, después de unos segundos, con el caos entre la muchedumbre a oscuras, se vuelven a encender, causando cierto alivio de nuevo.
Yo solo sé que estoy sudando la gota gorda y, de repente, me doy cuenta de que Sophia no está a mi lado. Se ha perdido entre el gentío mientras las luces estaban apagadas.
Una presión en el pecho me hace saber que estoy poniéndome histérico y perdido al mismo tiempo, una sensación que no experimentaba desde el fallecimiento de Mayda. ¿Cómo se supone que tengo que afrontar esta situación sin Sophia? ¿Cómo voy a explicar qué ha pasado con John y esa mujer? ¿Qué se supone que tengo que decir respecto a nuestra salida a la superficie?
«La encontrarás», dice la voz racional de mi cabeza.
Y eso quiero creer, pero visto el panorama eso es demasiado difícil, ya que hay más de setecientas mil personas metidas en un lugar enorme gritando, corriendo y empujándose unos a otros para llegar a sus familiares o conocidos, sumidos en un terrible caos.
Aunque la peor parte llega cuando me acerco a territorio mortal.
Y cuando digo mortal, hablo literalmente porque, inconscientemente, acabo siendo arrastrado hasta la fuente. Sí, esa fuente que contiene agua con una composición química que puede matar a los humanos. Esa diferencia entre humanos y Guardianes presente en todas las sedes del mundo.
Resulta que la gente me está haciendo chocar con los bordes exteriores de la fuente, que, por suerte, no llegan a estar mojados por el agua. Pero cada vez me van apretando más y yo hago todo lo posible para poder mantenerme en pie sin que ninguna gota de esa maldita agua me salpique.
Aunque grite y pida disculpas para poder salir de esa zona de peligro, nadie me escucha ni me hace caso. Parece que todos están en un mundo diferente. La presión de la gente está a punto de hacerme caer en el interior. Veo cómo me toca la muerte.
Sophia me lo dijo muy claro: «un simple roce puede ser como una descarga eléctrica para alguien ajeno». Y si te engulle el agua provoca un efecto letal.
Una chica que pasa velozmente a mi lado hace que me caiga al suelo y, mientras intento levantarme de nuevo, un grupo de mujeres hace que parte de mi brazo izquierdo roce la superficie de la fuente durante unos segundos.
Los segundos físicamente más dolorosos de mi vida.
La definición de Sophia refiriéndose a una descarga eléctrica es plenamente acertada; no existen otras palabras que puedan describir mejor esta situación. Es como si cientos de personas a la vez me estuvieran clavando cuchillos o como si me estuviera partiendo por la mitad. Es terriblemente doloroso.
Logro apartarme del contacto con ese espantoso sufrimiento gracias a una mano que tira de mi brazo bueno, el derecho. Me giro para ver el rostro de mi salvador, pero, al hacerlo, me quedo boquiabierto.
Se trata de Kyle.
—Dame las gracias más tarde —suelta con tono cortante mientras me ayuda a incorporarme de nuevo.
Me coge del brazo derecho a la vez que me arrastra, alejándome de la zona de la fuente, haciendo que nos volvamos a adentrar en toda esa multitud confusa y aterrada.
—¡¿Qué está pasando, Kyle?! —grito para que me escuche.
—¡Espera a que lleguemos a un sitio más estable y hablamos! —responde igualmente a voz de grito.
Durante los siguientes quince minutos nuestro máximo objetivo es salir de ese cúmulo de gente, y, cuando lo logramos, nos dirigimos a uno de los extremos del gran espacio, ese lugar en el cual bailé con Sophia en un momento de la Noche Final.
Mis ojos reconocen un rostro familiar: Ellie. Está sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared y con el rostro lleno de expresiones causadas por múltiples emociones que pasan rápidamente. En cuanto nos ve, se levanta de un brinco y corre hacia nosotros. Primero abraza a Kyle, y este le devuelve el abrazo, y después a mí.
Me toma el rostro entre sus manos.
—¿Te encuentras bien? —pregunta.
—Sí —contesto evasivamente.
—¿Dónde está Sophia?
—Eso es exactamente lo que me estoy preguntando yo —indico—. La he perdido cuando se han apagado las luces. —Miro hacia los lados intentando identificar el rostro de Sophia entre los presentes—. Y hablando de eso, ¿alguien me puede explicar qué demonios está pasando?
—Te lo voy a resumir en una palabra —dice Kyle—: Omisos.
—Ya, eso ya lo sabía —replico—. Había una Omisa en uno de los pasillos de la entrada de provisiones.
Les cuento lo de John con un hilo de voz, angustiado y con un sentimiento de culpa que amenaza con hacer que se me salga el corazón del pecho.
—¿Y no hicisteis nada? —exige Kyle—. ¿Lo dejasteis allí sin más? ¿Y si está muerto? —Hace una mueca de desaprobación muy pronunciada.
—Acabábamos de llegar de la superficie y nadie sabía qué estaba pasando —argumento—. Si esa mujer le ha hecho eso a ese guardia, quién sabe qué podría habernos hecho a nosotros.
—No se trata de eso, Noah —pronuncia Kyle con decepción en la voz—. Podrías haber hecho algo por ese hombre en vez de haber huido para salvar tu propia vida. Además, eráis dos contra uno.
Me quedo callado, sin nada que decir. La verdad es que tiene razón, si no hemos hecho nada es porque realmente no somos como aparentamos ser. Hubiera resultado muy heroico haber luchado contra esa Omisa, pero como era realidad, una verdad, la reacción fue diferente a la de cualquier película. A la hora de enfrentarse a algo la mayoría huimos y le echamos la culpa al instinto. Es muchísimo más fácil.
—¿Qué han hecho los Omisos? —cuestiono tras un rato de reflexión interna.
—Se han cargado la electricidad de toda la sede —responde Ellie.
—Sí —afirma Kyle asintiendo—, ahora solo disponemos de estas luces y de los kits de emergencia para poder gestionar los recuerdos de los humanos.
—¿Y por qué todos están aquí? —Señalo la multitud.
—Porque siempre se ha dicho que en caso de emergencia este es el punto de reunión, ya que es el más accesible y grande para todos —explica mi hermano.
Asiento.
—¿Hay víctimas o solo han atacado el sistema?
—Si no hay electricidad estamos perdidos. Pero, por suerte, a excepción de John el guardia, no ha habido víctimas que yo sepa —responde mi hermano.
—¿Y ahora que se supone que tenemos que hacer?
—Esperar —indica él con calma fingida.
—Sí, Spencer estará poniendo orden —interviene Ellie.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro