49
Al cabo de unos minutos, llegamos a una explanada sin árboles en la que hay mesas de picnic ocupadas por algunas familias, barbacoas y un estacionamiento para vehículos.
Al ver eso último, Sophia deja ir con un tono notablemente sarcástico:
—¿No hubiera sido más fácil venir aquí directamente?
A juzgar por la forma en que lo dice y su sorpresa e incredulidad durante el paseo por el bosque, sé que está bromeando.
—Hubiera perdido toda la gracia —contesto—. Y sé que te ha encantado el paseo.
—Sí, admito que ha sido lo mejor que han hecho jamás por mí. —En esas palabras también se refiere al beso. Mira a su alrededor como si estuviera esperando que pasara algo de repente—. ¿Esto era lo que tenías previsto mostrarme y por lo que hemos tenido que venir tan deprisa? ¿Mesas de picnic, barbacoa, niños correteando y coches aparcados? —Señala todo lo que ha enumerado.
—Shhh... —le pongo la mano en los labios—. Hoy estás en modo quejica con expectativas muy exigentes e impacientes. ¿Puedes esperar un par de minutos, por favor?
Esbozo una sonrisa amistosa.
Ella pone los ojos en blanco y aparta mi mano de sus labios.
—Vale, ya no me voy a quejar de nada más en lo que respecta a esta cita. Pero si me decepcionas ten claro que lo haré, ¿entendido? —Frunce los labios y se cruza de brazos, divertida.
—Sí, señora —digo en tono firme exagerado—. Ven, por aquí.
Cruzamos la explanada en dirección al aparcamiento de coches, que están dispuestos en fila, bien ordenados. Después subimos unas escaleras que sirven para cruzar las vías del tren que pasan por debajo.
Desde ese paso superior, Sophia entiende todo. Observa fijamente el crepúsculo reflejado sobre la superficie del agua de la playa. Yo lo veo reflejado en sus ojos grises, que se despegan un momento del paisaje para detenerse en mi rostro.
—Retiro absolutamente todas las quejas que he formulado hoy y en toda mi existencia —profiere casi gritando—. Este atardecer es alucinante... Noah, ¿te he dicho alguna vez que me encantas?
—Lo habrás mencionado en alguna ocasión —comento con falsa indiferencia, fingiendo que estoy pensando.
Hoy la he visto sorprenderse tres veces por algo que le he enseñado yo. Es algo que me satisface de tal manera que hace que me guste aún más. Espero poder sorprenderla más durante nuestra estancia en Seattle, porque sé que en cuanto regresemos volverá a ser la Sophia controladora e inteligente que sabe lo todo, que nada puede impresionarla. Esa es la Sophia que conocí en la biblioteca y que me llamó la atención por sus manos con manchas azules, pero la Sophia que me convenció para acompañarla a desobedecer las leyes de los Guardianes tiene facetas que me enloquecen y temo que desaparezcan junto a nuestro regreso a la sede.
Bajamos las otras escaleras del paso elevado, descendiendo en dirección a la playa teñida de colores rojizos, amarillentos y violetas crepusculares. Pisamos la arena, dirigiéndonos a la orilla. Hay varias personas que han tenido el mismo plan de cita que yo: picnic en la playa a la hora del atardecer. Nos sentamos en un sitio apartado después de habernos quitado los zapatos y haber paseado un rato con los pies mojados por el agua.
Extiendo el mantel y entre los dos colocamos la comida que he comprado en el supermercado antes de adentrarnos en el parque natural. Durante toda la comida, Sophia se mantiene callada, no dice ni una palabra, porque esa es su posición habitual de observación de un ambiente. La mía es, sencillamente, mirarla.
Cuando termina, se acerca y se estrecha en mí. Yo la rodeo con el brazo y la atraigo más hacia mi pecho.
—¿Cómo se llama este sitio? —pregunta después de dejar ir un breve suspiro.
—Carkeek Park.
—Antes has dicho que venías aquí para estar tranquilo. ¿Puedo saber qué te ocurría? —Alza la vista para mirarme, como si así pudiera convencerme mejor.
Casi lo hace, pero yo retiro mi vista hacia la playa para ser capaz de evitar empezar a confesarlo todo. En vez de mentir o intentarlo –porque se me da fatal-, decido dar una larga.
—¿Por qué te interesa saberlo? —Hago un encogimiento de hombros, como diciendo «mi vida era demasiado aburrida y deprimente». Lo segundo sí que era verdad, realmente.
Ahora es ella la que me mira entornando los ojos, cosa que descifro que significa: «¿En serio? ¿Me estás tomando el pelo?»
—Tú sabes todo sobre mí —responde—. Mi familia, mis gustos, mi vida... —Me mira con más intensidad e insistencia—. Lo único que sé de ti es que eres humano, eres profesor en la sede, tu hermano Guardián es Kyle y que vivías en Seattle. —Mientras hace la enumeración va contando con los dedos.
—¿No es suficiente? —Niego con la cabeza, como si me estuviera pidiendo que me tirara por un puente. Ciertamente eso lo estuve a punto de hacer, por lo que no tendría pérdida—. Sophia, créeme, todo lo que acabas de decir que sabes de mí es lo único que soy realmente: un humano, un profesor, un hermano y un ex ciudadano de Seattle. No hay que saber nada más sobre mí porque eso es lo que únicamente soy, no hay nada más.
—Pero quiero saber de tus experiencias como humano, de tu familia, de tu vida, de tus gustos —replica seriamente—. No te estoy exigiendo que cometas un delito, porque eso ya lo hemos hecho, solo quiero conocer a la persona de la que me estoy enamorando. —Va perdiendo fuerza a medida que habla, así que las últimas palabras las dice en un susurro que solo yo puedo escuchar.
No puedo evitar esbozar una sonrisa.
—¿Has dicho «enamorando»? —pregunto retóricamente—. Porque si lo has dicho, no tienes que saber nada más de mí. El Noah que vivía en la superficie y venía aquí casi a diario para desahogarse —no sé por qué he tenido que decir «desahogarse» justo en este momento, teniendo en cuenta que Mayda murió del modo contrario— después de pasar un largo y asqueroso día en el maldito instituto.
Alza la mano para acariciarme el pelo.
—He cambiado —continúo hablando—. Mi yo actual también se está enamorando de alguien que me hace mejor y más feliz desde que apareció hace unos cinco meses en la biblioteca de la sede. —Su cara de conmoción no puede reprimir una sonrisa—. Y tengo suerte de que hoy esa persona esté compartiendo conmigo este momento de reencuentro conmigo mismo.
Me inclino para besarla lentamente. Pero esta vez es como una especie de necesidad mutua de ambos porque me responde con más intensidad, como si quisiera que todo lo que ha estado reprimiendo durante semanas saliera de una vez. En cierto modo, yo también me siento así.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro