36
Las clases vuelven a empezar después del accidente de Zac. Todo vuelve a una supuesta y esperada normalidad.
Según le han dicho a Kyle, Dylan está en la cárcel de Guardianes más grande de Estados Unidos, en Nueva York, como preso altamente peligroso.
Desde lo de Zac y su funeral, ya no soy el mismo. Intento dar lo mejor de mí, al menos en mis clases, pero su recuerdo me persigue siempre a pesar de habérselo contado a Kyle, que me intenta ayudar con el tema. Pero la culpa es de mi cerebro y mi conciencia ahora, no de los recuerdos que me inserta, aunque no lo haga.
A Sophia no la he visto desde entonces; las semanas pasan y sigue desaparecida.
También le he pedido a mi hermano que me lleve a entrenar, por si sus predicciones sobre un posible –y cada vez más probable- conflicto con los Omisos se materializa.
Entrenamos sobre todo cuando tengo tardes libres y el fin de semana. Kyle es muy buen luchador y entrenador aunque no le guste admitirlo, pero Ellie, sin duda, lo supera. Es muy ágil y lista estratégicamente y se mueve con una coordinación perfecta.
Lo malo es que, a veces, ambos se echan a perder porque se distraen el uno con el otro, y a mí eso me hace sentir fuera de lugar, cosa que provoca que me tenga que aclarar la garganta y sonreír forzadamente unas dos veces al día.
—Sí, sí —se excusa Ellie, retirándose el flequillo de la cara y apartándose unos pasos de Kyle—, tenemos que continuar con las técnicas de paralización. Mañana empezaremos con la defensa y, si vamos con buen ritmo, la semana que viene toca ataque. Semanas después comenzaremos a utilizar armas, ¿vale?
Abro los ojos como platos. ¿Armas? Nunca he utilizado un arma.
—Tranquilo —dice con tono tranquilizador—, en realidad no es para tanto. Y, ahora, inmovilízame, ¡venga!
Hago lo que me dice y lo que me ha enseñado. Es la veintena vez que lo intento en toda la tarde, pero Ellie sigue pudiendo desprenderse de mi parálisis penosa. Kyle nos observa y me da instrucciones para que mejore mis técnicas. Al final de la tarde, lo logro.
—Bien hecho, pequeño Cheryba —me felicita Ellie con una gran sonrisa—. Pensaba que tendríamos que estar toda lo noche y eso no me hacía mucha gracia porque tengo un hambre... —Se toca la barriga mientras da un trago de una botella de agua.
—Sí, muy bien —coincide Kyle dándome una palmada amistosa en el hombro y aplaudiendo exageradamente—. Pronto estarás hecho todo un guerrero. —Me tiende una toalla para retirarme el sudor de la cara. Los dos se sientan en el suelo del gimnasio y yo les imito.
—Sigo sin entender para qué entrenamos —digo—, ¿acaso Spencer no está solucionando las cosas?
—La situación está cada vez peor, Noah —responde Kyle—. Mi padre me ha dicho que en varias sedes sudamericanas se han dado pequeños ataques sin víctimas. Y, además, tú tuviese la idea de todo esto —me recuerda.
—Cierto —admito—. A este paso la prisión de Nueva York estará llena y no tardarán en seguirles la pista a los Omisos que se esconden en las sedes, ¿no?
—No te confíes —me contradice Ellie—, recuerda que aún no han encontrado a nadie que tuviera relación con Dylan aquí.
—A lo mejor es porque actuaba por su cuenta —sugiero.
—Puede ser —acepta ella—, pero lo dudo mucho. Para matar a alguien de esa forma tienes que planearlo muy bien.
—Pues yo creo que no —interviene Kyle—, porque cogió a la primera persona que encontró y la decapitó. —Me mira porque sabe que ese tema me pone enfermo. Me pregunto si se lo habrá contado a Ellie—. Creo que fue casualidad.
—Es posible —Ellie se encoge de hombros. Si Kyle se lo ha contado, ella actúa muy bien—. Pero, de momento, solo está la duda y no nos queda otra que continuar entrenando. Por precaución.
—¿Creéis que habrá una guerra? —pregunto.
Cuando lo hago, no soy consciente. Me temo que esa es la cuestión que todo el mundo se está planteando desde hace tiempo, pero nadie se ha atrevido a formularla en voz alta porque suena demasiado real con la situación.
Kyle y Ellie intercambian miradas de preocupación, como diciendo «díselo tú».
Finalmente, Ellie es la que responde.
—Espero y deseo que no —pronuncia lentamente—, pero lo más seguro es que nos conduzca a una crisis. —Se levanta de un salto, se estira, se suelta la larga y brillante cabellera rubia y dice—: Anda, vamos a comer algo. —Su sonrisa habitual y tranquila vuelve a dibujarse en su cara y me tiende la mano para ayudarme a levantar del suelo.
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