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3


Estoy en el Evergreen Point. Veo el lago Washington como mi único futuro. Mientras me subo a la barandilla, me veo a mí mismo en una serie de pensamientos bastante extensa: yo enlazando mis manos con unas más pequeñas con manchas azules, yo sonriendo, yo acercándome a mí mismo hasta compartir el mismo aire...

Después, veo a la familia de Mayda, desde sus padres hasta sus abuelos. Siento amor por ellos. Vuelvo a la supuesta realidad y cuando bajo la vista, no reconozco mi cuerpo; es un cuerpo femenino. Noto lágrimas en mis mejillas que el viento tira hacia atrás, depositándolas justo en la superficie del puente, donde instantes antes me alzaba de pie.

Suspiro y encuentro en mi interior el valor para precipitarme hacia el agua. Antes de tocar la superficie de esta, me aseguro de no respirar dado a que voy a dejar que el agua inunde mis pulmones. Y así lo hago, respiro tanta agua como puedo hasta que dejo de sentir absolutamente nada, hasta sentir absolutamente toda la oscuridad.



Abro los ojos. Estoy en una habitación desconocida.

Intento incorporarme y siento que la cabeza me da vueltas. Cierro los ojos unos segundos para acostumbrarme y noto que el mareo va disminuyendo. De repente, aprecio un dolor muy fuerte en la nuca y cuando me llevo la mano para intentar tocar la herida, encuentro una venda.

Decido dejar el dolor a un lado y me dedico a examinar la habitación, que gracias al primer vistazo se aprecia que es una estancia muy simple: solo hay una mesita de noche con una lámpara al lado de la cama, un armario y dos puertas, una de ellas con el distintivo de un adhesivo que indica que es un baño.

Abro el cajón de la mesita de noche y encuentro las llaves de mi coche y la carta de Mayda, la mitad de la cual está manchada de sangre. Probablemente de mi sangre. Maldigo en voz baja y me dirijo al baño con una fuerte sensación de mareo.

Me apoyo en una pared y cierro los ojos para intentar concentrarme en otra cosa que no sea el maldito dolor de cabeza.

Entro en el baño, me miro en el espejo y me doy cuenta de que sigo con la misma ropa que me había puesto la noche anterior. También me fijo en que la herida de la nuca, vendada, es considerablemente grande y que una tirita me cubre una parte del labio inferior, donde me había mordido.

—Sí, son unas heridas bastante feas, pero las curamos a tiempo —dice de repente esa voz masculina; la de mi secuestrador­­.

Doy un respingo y mi corazón late tan fuerte por el susto que creo que en cualquier momento podría salir volando de mi pecho.

Está de pie junto a la puerta del baño y puedo verlo por primera vez: es un joven de constitución corporal fuerte, tiene unos ojos negros que me observan con curiosidad y superioridad, y los mechones del flequillo de su pelo marrón reposan detrás de una de sus orejas. En resumen: tiene pinta de soldado, no de secuestrador.

Instintivamente me echo hacia atrás, acto que provoca que me diga lo siguiente:

—No te voy a hacer nada. Yo estoy aquí para hacer justo lo contrario.

—No te creo —respondo yo con voz ronca. Me aclaro la garganta un par de veces y me toco la herida de la nuca, que todavía me duele intensamente, para que se dé por aludido.

Él me sonríe y suspira.

—Es una historia muy larga y difícil de explicar, de entender y de asimilar —expone mi agresor—. Aunque lo sepa absolutamente todo sobre ti, Noah Cheryba, me sorprende enormemente que no reacciones del modo que es habitual en ti y en cualquier otro ser humano, como, por ejemplo, haciéndome preguntas. —Se encoje de hombros para señalar que es algo muy obvio y añade—: La curiosidad forma parte de ti. O al menos antes eso era así; desde que murió Mayda no eres el mismo.

Permanezco boquiabierto ante sus palabras y me quedo paralizado durante un tiempo considerable. Él se da cuenta y pone los ojos en blanco.

Ese gesto me ofende de tal manera que le susurro lentamente:

—No sabes lo que dices. Tú no sabes ni siquiera quién es ella, no sabes nada.

—Ah, ¿y tú sí? —indica con tono de burla—. No te atrevías ni a estar a un radio de diez metros de ella y ya te consideras un enamorado perdido. Eres patético, Noah.

Se me cae el alma a los pies. ¿Cómo es posible que ese tipo sepa algo tan íntimo de mí? ¿Sabrá más cosas? ¿Y si es un psicópata? ¿Habrá leído la carta (o lo que queda de ella)?

—Tú... —me quedo sin palabras—. ¿Quién diablos eres?

Él aplaude irónicamente.

—¡Por fin reacciona! —exclama para sí mismo. Suspira lentamente para dramatizar la situación—. Me llamo Kyle Kleiber y, como te he dicho antes, lo sé todo sobre ti.

—¿Cómo es eso posible? —exijo saber.

—También te he dicho que es algo bastante complicado de explicar —señala con voz cansina—. Pero para que te hagas una idea -y dejes de darme la lata- eso es posible gracias a ciertas... Hum... Propiedades de... —busca las palabras adecuadas— la ciencia —dice finalmente sonriéndome forzadamente.

—¿Eres una especie de mago o algo así? —pregunto sintiéndome instantáneamente imbécil.

—Si quieres llamarlo de esa manera... —accede Kyle agitando la cabeza hacia los lados­­­­­—. Siguiente pregunta.

Mi cerebro es una fábrica de interrogaciones, así que no me molesto ni en pensar lo que voy a decir. Lo suelto todo directamente.

—¿Qué hago aquí? ¿Por qué casi me matas? ¿Por qué me secuestras? ¿Cuántos días llevo en este sitio? ¿Qué les voy a decir mis padres? —Kyle me está mirando con perplejidad y añado—: Tengo hambre.

Kyle suspira.

—Te has quedado a gusto preguntando, ¿no? —Niega con la cabeza un par de veces y empieza—: Casi te desangras completamente y no te iba a dejar allí. Yo no quería matarte, solo se me fue la mano un poco al clavarte la daga en la nuca procurando que no te cayeras hacia delante y fueras a precipitarte dentro del lago. No te he secuestrado, solo te he traído aquí para que te curen, pero veo poco probable que te vayan a dejar salir después de todo lo que ha pasado. Tranquilo, lo de tus padres está —dibuja unas comillas en el aire con sus dedos— bajo control; según me han dicho. Y en cuanto a lo del hambre, es normal: llevas inconsciente dos días. Ahora voy a avisarles para que te traigan comida —saca el móvil, teclea un par de cosas y me mira—. ¿Algo más?

—Eh, sí—digo peinándome el pelo con la mano—, ¿dónde estamos? Y, ¿quiénes son ellos?

—Estamos a varios kilómetros bajo Seattle y ellos son los otros trabajadores con la misma... profesión que yo —contesta distraídamente.

Nos quedamos unos minutos en silencio y siento su mirada encima de mí. Yo miro al suelo incómodamente. Me siento encima del inodoro porque aún sigo mareado y apenas me sostengo en pie.

«¿Cómo demonios has llegado hasta aquí, Noah?», me pregunto constantemente.

Entonces entra una chica joven, con una cabellera rubia y ondulada y los ojos verdes, sosteniendo una bandeja en la mano.

­—Hola —saluda—. ¿Cómo va, Kyle?

El aludido sale del baño y yo me levanto y le sigo.

—Bien, supongo —se encoge de hombros y se acerca a ella—. Hemos estado hablando un rato.

Ella me observa de arriba abajo y sonríe.

—Vaya —deja ir con tono de sorpresa—, se podría decir que eres mi versión masculina.

—Es verdad —coincide Kyle asintiendo—, os parecéis mucho.

Yo me sonrojo y, como tengo una piel tan pálida, noto cómo mis mejillas se van encendiendo.

Ambos se fijan en ese detalle, se miran y se sonríen mutua y tímidamente.

—Por cierto —dice la chica—, aquí tienes la comida —alarga la bandeja y Kyle la coge. Huelo algo delicioso y escucho cómo me ruge el estómago—. Tyler me ha dicho que te la traiga, ya que mi hermano se ha ido a dormir y me pilláis de camino a la sala de inserción para trabajar un rato. También tengo esto —saca una carta de su bolsillo— me la ha dado Spencer en persona para que te la entregue —se la alarga a Kyle—. Bueno, me voy yendo.

—Gracias Ellie, adiós —se despide Kyle prestándole poca atención mientras examina la carta. La chica se va cerrando la puerta de la habitación detrás de sí y Kyle, antes de sacar los papeles que hay dentro del sobre, me mira, me da la bandeja llena de comida y dice—: Come, anda.

Yo me apresuro a comer lentamente el sándwich de crema de chocolate y a tomarme el vaso de leche caliente a la vez que observo las reacciones de Kyle mientras lee atentamente la carta. Soy consciente de que haber comido me hace sentir ligeramente mejor físicamente y el mareo disminuye, pero el dolor de la herida sigue escociéndome.

Cuando Kyle acaba de leer se queda pensativo.

—¿Puedo preguntar qué pasa? —cuestino.

—No —me contesta todavía con la vista puesta en la carta—, porque ahora entenderás todo y te explicarán lo que tengas que saber para saciar tus dudas y todas esas preguntas que te estás haciendo. En cuanto termines de comer, nos preparamos y te llevo a ver a Spencer.

—Ya estoy —indico señalando la bandeja vacía.

Él se levanta, va al armario, saca ropa y me la da.

—Cámbiate, no puedes ir con esas pintas de zombi por ahí como si nada. Sobre todo si vamos a ver a Spencer en persona —me exige como si fuese algo muy obvio.

Examino las prendas que me ha entregado Kyle y me doy cuenta de que son mías. Prendas que dejé en casa. Le miro enarcando las cejas, pidiendo una explicación, y me contesta:

—Sé que no te haría gracia llevar ropa de otra persona, así que pedí que trajeran algunas de tus pertenencias de manera discreta. Pero, venga, rápido, no tenemos todo el día, nos queda un buen rato hasta llegar al bloque principal —explica aunque yo no entienda la mitad de lo que me dice. Me apuro a vestirme y a calzarme. Antes de salir me pregunta­—: ¿Te encuentras mejor o necesitas un analgésico?

—Estoy bien —miento dado a que todavía me duele bastante la herida de la nuca, pero es un dolor soportable—. Aunque, para ser un brujo o un mago o lo que demonios seas, ya deberías saberlo.

Responde a la vez que pone los ojos en blanco y abre la puerta.

—No puedo saber qué piensas ahora mismo, es difícil de explicar, ya te lo he dicho.

—No sé si creerte o no, pero da igual. Si todo esto es tan difícil, podrías haberme matado y te habrías ahorrado todo este drama —suelto harto de tantas preguntas sin respuesta.

—No se trata de eso... —replica él mientras sale de la habitación.

Antes de seguirle, suspiro. ¿Qué es eso tan complicado de explicar? ¿Qué me ha traído aquí? ¿Por qué yo? ¿Qué habrá más allá de esta habitación? ¿Y si todo es un sueño? Ojalá fuese un sueño y todo esto sea fruto de mi imaginación.

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