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19


—¡Hora de los regalos! —exclama Anne con muchísimo entusiasmo después del postre.

—¡Sí! —grita Gabe levantándose rápidamente de la silla, ignorando completamente su propia creación culinaria a medio comer.

Se levantan todos. Kyle y Ellie se sientan en el sofá y Anne, Ben y Gabe se agachan junto al abeto decorado con luces y bolas navideñas ubicado en una esquina del espacioso salón. Yo me limito a sentarme en una butaca cómoda que hay junto al sofá, lo más alejado posible de Kyle y Ellie.

—Este es para Kyle —dice Ben alargándole a su hijo mayor un paquete pequeño—; este de Ellie; este es el tuyo, cariño —le entrega un regalo a Anne.

Mientras, Gabe desenvuelve todo lo que se encuentra; paquete que ve, papel que arranca.

Todos abren sus regalos: Kyle descubre el anillo de su abuela, una reliquia muy antigua de los Kleiber, según su madre; Anne se abrocha un collar de oro entorno al cuello; Ben se pone un jersey de punto encima de la camisa y va a mirar cómo le queda en el espejo del recibidor; y Ellie está boquiabierta sosteniendo un vestido azul frente a ella, como si pensara que en cualquier momento podría desaparecer.

—Es precioso —le comunica a Anne—. ¡Me encanta!

—Te quedará genial en la Noche Final, ya verás —le responde la aludida risueña.

Yo me siento como un intruso.

No me molesta su felicidad, lo que me molesta es que no se me contagie. Temo que esté entrometiéndome en una familia que celebra alegremente la Navidad, y que mi tristeza y mi nostalgia estén estropeándolo todo.

Añoro a mi familia más de lo que yo quiero y puedo admitir.

Soy un incomprendido.

—Ah, Noah, he salvado este regalo de la bestia —dice Ben señalando a Gabe, que está rodeado de papel y cachivaches electrónicos que no sé para qué sirven.

Ben se acerca a mí y me deja un paquete encima de mi regazo. Desprendo el papel de regalo y hallo un libro.

«Muy bien, ahora tendré que sonreír, hacer como que me encanta y prometer que me lo leeré aunque luego lo vaya a dejar en una estantería llenándose de polvo», pienso.

En la portada no pone nada. Es totalmente blanca.

—Ábrelo —me anima Anne—. Te gustará. Creo —duda.

Hago lo que me dice.

No encuentro párrafos de un aburrido texto; en su lugar, está mi nombre escrito en la primera página y, después, tan solo hay imágenes.

Imágenes mías.

Están ordenadas cronológicamente, así que reconozco una foto que tenían mis padres en su habitación: mi primera foto. Era un bebé y mi madre me sostenía en brazos, mirándome. Mi padre estaba a su lado y la miraba a ella con una gran sonrisa que le llegaba hasta los ojos. Eran jóvenes.

Paso las páginas y encuentro más fotos de mi infancia con mi familia y mis amigos. Millones de momentos vuelven a reproducirse ante mis ojos, hasta que estos se me empañan y no puedo ver nada más.

Estoy llorando.

Me da igual que todos me miren, eso es lo de menos en este momento.

En la última página hay algo que me conmociona: una foto suya. Llevaba un vestido rojo que le resaltaba su figura, miraba sonriente a la cámara y estaba preciosa. Mayda era preciosa. Parecía feliz...

Una mano en mi hombro me hace volver a la realidad.

—Su último baile de fin de curso —susurra Kyle. Está detrás de mí observando la imagen, nadie más de los presentes sabe a qué nos referimos—. Estaba muy guapa.

—Me arrepiento mucho de no haberle pedido que fuera conmigo —paso mis dedos por la foto en el intento de sentirla más cercana a mí—. Fui tan imbécil. Me dejé dominar por los nervios y cuando consideré que ya estaba listo para pedírselo...

—...otro ya lo había hecho. Y ella aceptó —concluye mi hermano—. ¿Sabes?, ella iba a pedírtelo, pero tampoco se atrevía y al final fuisteis con otras personas con las que no queríais estar realmente. Fue una tortura. —Lo afirma, no lo pregunta.

—¿Cómo lo sabes? —interrogo con una mirada sospechosa.

Su mano, aún en mi hombro, se tensa considerablemente.

—Me... lo imaginé —retira su mano— a juzgar por su comportamiento.

Creo que miente, pero no tengo ni pruebas ni ganas de reprocharle nada.

—Gracias —digo en voz alta dirigiéndome a todos—. Ha sido como estar con ellos.

—De nada, cariño —responde Anne. Se está secando una lágrima—. Es un placer hacerte sentir, por lo menos, un poco mejor. Es difícil pasar las Navidades lejos de la familia.

—¿De dónde las habéis sacado? —Sostengo el álbum de fotos contra mi pecho.

—A todas las personas que se han relacionado contigo se les han quitado las pertenencias que delatan tu presencia en sus vidas —explica Ben—. Conseguimos estas fotos contactando con Spencer antes de que se fuera y nos las concedió.

—Excepto en la última —me susurra Kyle en la oreja—. En esa he tenido que entrar en acción. —Me guiña un ojo.

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