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13


Gabe Kleiber no se parece en nada a su hermano mayor. Ni a sus padres. De hecho, nadie se parece a nadie.

«Claro, porque aquí no se reproducen: aparecen de la nada en la sala de nacimiento», pienso.

Gabe es un niño de diez años, rubio, con los ojos marrones y tiene una personalidad bastante más abierta de lo que me esperaba. Es muy espabilado y listo, zanjo después de observar su comportamiento durante varios minutos.

—¿Qué olor tienen las plantas de ahí arriba? Aquí hay algunas plantas, pero me refiero a las que utilizan la luz del sol para alimentarse. ¿Es verdad que hay algunas que comen carne? ¿Muerden? —Me interroga después de haberme estudiado con interés y haber cogido cierta confianza al ver lo fluido que Kyle hablaba conmigo mientras me enseñaba su apartamento. Después de eso, me acomodo en una butaca.

—Deja de agobiar al pobre chaval —le riñe Ben Kleiber asomándose por la puerta de la cocina. Es el padre adoptivo de Kyle y de Gabe y es un hombre corpulento, amable y risueño—. Lo siento, Noah... —masculla disculpándose rápidamente en lugar de su hijo— es que es un niño un tanto... curioso.

—No te preocupes, no hay problema —le aseguro.

Me sonríe abiertamente antes de volver a entrar en la cocina mientras dice:

—Anne, ¿por qué huele a quemado? No habrás chamuscado las patatas, ¿verdad?

Anne Kleiber es la madre de Kyle. Es una mujer de unos cuarenta años, alta y delgada y tiene unos ojos azules preciosos que destacan mucho en su rostro. También es amable y muestra mucha naturalidad cuando habla conmigo, como si me conociera de toda la vida.

Kyle y sus padres están preparando la cena.

—Las plantas huelen a... plantas. —La cara de atención que me presta Gabe se convierte en decepción—. Lo siento, no sé cómo describírtelo. Aquí tenéis césped, ¿no? —él asiente, sabiendo que me refiero la escasa hierba del acantilado. Aunque es artificial, también han recreado su olor, haciendo que parezca real—. Pues, para que te hagas una idea, huelen igual. Y sí, hay plantas carnívoras. Yo nunca he tenido la ocasión de ver alguna en mi vida, pero las he visto por la televisión.

—Oh, yo también las he visto por la televisión. —A Gabe se le vuelve a iluminar la cara.

—¿Aquí tenéis televisión? —pregunto con sorpresa.

—Pues claro —afirma Gabe como si fuese algo muy obvio. Después se ríe de mí—. Mira.

Da dos palmas firmes en el aire y chasquea los dedos una vez. Entonces se proyecta una imagen gigante en la pared que se ubica enfrente de nosotros.

Gabe se ríe de mi expresión sorprendida y boquiabierta de nuevo.

Charlamos durante un buen rato antes de cenar. Él me enseña a utilizar la televisión mientras vemos algunos programas. Eso me sienta genial porque me hace pensar en otras cosas que no sean Sophia Wall y la escena en la biblioteca.

Entonces caigo: Kyle se acabará enterando tarde o temprano de todo esto porque podrá ver mis recuerdos.

Asiento sin prestar atención a algo que Gabe me pregunta. Estoy aturdido y metido totalmente en mis pensamientos.

—¿Noah? —Kyle ha salido de la cocina. Lleva puesto un delantal encima de su característica vestimenta negra—. Gabe te ha dicho que te levantes porque la cena ya está lista, ¿lo has escuchado? ¿Estás bien?

—¿Eh? Ay, sí, perdón —me disculpo torpemente, saliendo de mi trance. Me levanto y me dirijo a la mesa.

Gabe está colocando platos sobre la mesa. Me mira con preocupación.

—Este es tu sitio —dice señalando la silla que hay al lado de su hermano mayor.



—La cena estaba deliciosa —les digo a los Kleiber cuando estamos a punto de marcharnos.

Durante la cena, Anne y Ben me preguntaron cosas sobre los humanos y mi vida en la superficie. Trataban el tema con delicadeza, pero yo les hacía ver que no me afectaba. Gabe también preguntó y comentó algunas cosas, pero se quedó callado y atento a todo lo que decía en la mayor parte de la conversación.

—Gracias por haber venido —me agradece Ben después de darle un beso en la mejilla a Kyle. Aquí no está tan mal visto que un hombre muestre tan abiertamente su afecto. Kyle tampoco parece molesto—. Puedes venir cuando quieras.

—Sí —exclama con entusiasmo Gabe—, pásate algún día. Te enseñaré mis libros sobre humanos.

Le sonrío como gesto afirmativo.

Ya en la puerta, Anne dice:

—¿Tenéis planes para la noche de Navidad? Podríamos cenar todos juntos de nuevo si no tenéis nada que hacer —Nos dedica una sonrisa radiante—. Y, Kyle, puedes decirle a Ellie que venga. Como sus padres no están este año...

—Claro —se compromete Kyle—, vendremos.

—Genial —aprueba Anne abrazando a su hijo.

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