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Me despierto sudando, con la garganta seca y las manos cerradas en dos puños, una a cada lado de mi cuerpo. Por un momento no recuerdo dónde estoy, el sueño ha sido demasiado real. Segundos después, me percato de que me hallo en mi habitación y miro el reloj digital que hay encima de mi mesita de noche: las luces de los números indican en la oscuridad que son las dos de la madrugada. Me paso las manos, doloridas de tanto apretarlas, por el flequillo para tranquilizarme y reflexionar.
Me alzo y enciendo la lámpara que hay al lado del reloj, encima de la mesita. Intento distinguir los números del calendario que cuelga de la pared, iluminados vagamente por el foco de la lámpara. Es quince de diciembre. ¿Cómo es posible que haya pasado por alto este día?
De repente, tengo claro qué tengo que hacer.
Voy al fondo de la habitación hasta llegar al armario. El reflejo de la puerta de este me devuelve la imagen de un chico rubio, pálido y con los ojos verdes destellantes en la oscuridad. Me quedo mirándome durante unos instantes y me limpio las gotas de sudor que me quedan en la frente. Después, continúo con mi tarea: abro la puerta del armario y meto los dedos cuidadosamente entre el espejo y la lámina del mueble. Allí encuentro lo que buscaba: un sobre de papel.
Vuelvo a colocar el espejo en su sitio y me acerco a mi cama de nuevo para poder examinar la carta bajo la luz que proporciona la lámpara. Abro el sobre con mucho cuidado y empiezo a releer esa caligrafía asimétrica, a la cual ya estoy acostumbrado y cuyo contenido me sé de memoria.
Para Noah Cheryba:
Sé que cuando estés leyendo esto yo ya no estaré viva. Se me hace muy raro esto de escribir para un futuro en el cual lo único que consigo ver ahora es oscuridad. A lo largo de los años me había imaginado todo de una manera tan distinta, tan diferente a la realidad. Todo era perfecto. Pero hasta estos últimos meses no me había dado cuenta de que las cosas no son así, las cosas no son precisamente perfectas ni para la perfección personificada. Lo peor es que no sé la verdadera razón del por qué voy a hacer lo que haré (o, si estás leyendo esto, lo que hice). Me pregunto a mí misma cuál es el problema de mi incapacidad de sonreír, de mi malestar y de mis pensamientos pesimistas, pero nunca encuentro respuestas.
Quizá es que simplemente soy así como persona. Puede que tenga falta de felicidad o es posible que me sienta encerrada en esta vida tan rutinaria. Aunque creo que siempre me espero cosas de la vida que nunca llegarán a pasar, pero la esperanza forma parte de la humanidad y no puedo evitar pensar que todo mejorará. No tengo ni idea, en esta edad nadie sabe lo que quiere. El caso es que le he dado varias oportunidades a la vida, pero nunca encuentro ni apoyo ni soluciones.
Por si no lo sabías, mi padre murió en un accidente y mi madre me abandonó, pero mis padres adoptivos me han dado todo lo que siempre he querido e incluso más y no me parece justo menospreciar sus esfuerzos. Además, últimamente están muy liados con el nuevo bebé y el divorcio a causa del embarazo no deseado... No quiero darles más trabajo.
Pero tú, Noah, has sido el único apoyo externo que siempre he tenido. Llevamos varios años en la misma situación y ninguno, nunca, se ha atrevido a dar el primer paso. Te he pedido ayuda con los ojos, pero no ha dado sus frutos. Con esto no pretendo llenarte de culpabilidad, solo quiero darte explicaciones y contarte lo que nunca me he atrevido a decirte, porque, total, la decisión ya está más que tomada.
Me hubiera gustado hacer cosas tan sencillas como ir a dar un paseo contigo, por el bosque, explicarte cosas sobre mí y escuchar las tuyas, reírme de un chiste malo hasta que me dolieran los pulmones y los músculos de la cara, caminar en la orilla de una playa en una tarde de verano viendo cómo el día se acaba reflejando a la puesta de sol en tus ojos verdes, entrelazar nuestras manos y ver cómo encajan, notar cómo mi pulso aumenta con solo mirarte, susurrarte que te quiero y acordarme de mi primer beso tan deseado mientras me abrazas. Pero ya he asumido que esas experiencias no van a ocurrir, que nunca he sido una persona normal que encaje en la sociedad y que nunca lo haré. Siento que nací en un sitio equivocado, que no debería haber nacido y quiero ponerle punto y final a este bucle constante y sin sentido de sufrimiento.
Noah, gracias por curar el vacío de mis días solo con mirarme, nadie me ha hecho jamás sentirme así. Y sé que estás pensando que no tiene sentido que te confiese esto ahora, justo cuando todo ha terminado, pero era una necesidad para mí desahogarme y darte explicaciones merecidas. E insisto: no es tu culpa, es mi decisión.
P.D.: Lo he escrito a mano para que tengas algo real de mí, para que sientas cómo un día escribí esta carta. Mis manos con pulso sanguíneo sobre papel y tinta.
Mayda Gimpel
Trago saliva.
Las lágrimas me resbalan por las mejillas, ardiendo. Hoy es el segundo aniversario de la muerte de Mayda, ahogada en el Lago Washington después de tirarse del puente flotante Evergreen Point. Solo tenía quince años.
La culpabilidad me corroe por dentro y eso me recuerda los momentos de ansiedad que pasé los primeros meses después de su muerte. Recuerdo la carta en mi taquilla. Recuerdo cómo me temblaban las piernas de camino a casa, con miedo y ganas de abrirla. Recuerdo todas las veces que la he releído durante estos dos años. Recuerdo las preguntas de mis padres, preocupados. Recuerdo la cantidad de veces que me he tenido que poner la máscara de serenidad y felicidad para fingir mi recuperación desde aquel quince de diciembre. Recuerdo tantas cosas que tengo la sensación de que ya no controlo lo que pasa en mi cabeza.
Observo de nuevo la carta e intento imaginarme las escenas que Mayda enumera haciendo referencia al futuro que se imaginaba a mi lado, hasta que me fijo en que el papel también tiene manchas azules, como sus manos en el sueño que acabo de tener. Releo la carta un par de veces y presto especial atención a la última oración de la posdata: «Mis manos con pulso sanguíneo sobre papel y tinta». La tinta del bolígrafo azul se había corrido, dejando manchas en la carta y en las manos de Mayda, y por eso habían aparecido así en el sueño.
En estos instantes no sé qué puedo hacer. Tengo clarísimo que no voy a poder dormir de nuevo porque las emociones, la culpabilidad y el sentimiento de ser un estúpido me pueden, así que decido salir de casa para despejarme.
Me visto, cojo la carta y la meto en el bolsillo de mi chaqueta. Bajo discretamente las escaleras y me meto en el coche. Cuando arranco, deseo con todas mis fuerzas que el ruido del motor no despierte a mis padres porque no tengo ganas de dar explicaciones, pero después ya tendré tiempo para inventarme alguna excusa.
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