CAPÍTULO 6
Helen miró la habitación con un gesto un poco nostálgico, y lo entendía, ya que ésta, también había sido su habitación.
— ¿Hoy en la tarde estarás ocupada? — dijo de repente Helen sentándose en mi cama sin pedir permiso, y la verdad, es que no necesitaba pedirlo. Al parecer, nos teníamos tanta confianza como antes de que yo echara todo a perder. Esas eran buenas noticias.
— Emm — su pregunta me había tomado desprevenida — Sí, creo que sí.
— Genial — convino — Entonces, acompáñame a hacer unas compras.
— ¿Unas compras?
— Sí, necesitamos preparar todo para el casamiento de Nicholas y Lea. Ya sabes, vestidos, regalos, zapatos, etcétera y más etcétera.
La miré sorprendida, me estaba pidiendo a mí, que la acompañara a un día de compras. La idea me sorprendió y me entusiasmó al mismo tiempo. Nunca creí que volvería a hacer algo parecido con ella.
Le sonreí complaciente y asentí con efusividad. Hacía meses que no me sentía tan feliz.
— Bien, pero ahora vayamos a almorzar. Muero de hambre — dijo Helen levantándose de mi cama.
Miré la hora en mi celular.
— Tienes razón, ya pasan de las doce — me sorprendí. Al parecer, estaba tan enfrascada en mis preocupaciones y en acosar a mis amigos por las redes sociales, que ni siquiera me había percatado que ya era el mediodía.
Salimos de mi habitación y nos dirigimos hacia la cafetería hablando de cualquier cosa, sin importar que careciera de sentido. Ya extrañaba tener estas charlas con ella. La había extrañado tanto a mi mejor amiga, y ahora la tenía de vuelta.
— Mi abuela ama a Benjamín... bueno, siempre lo quiso, pero ahora lo ama el doble ya que sabe que es mi novio — esta vez Helen hablaba con más seriedad —. Creo que está feliz por nosotros.
— Por supuesto que lo está — dije, pues todos lo estábamos, sobre todo los que conocíamos a Helen de pequeña, ella más que nadie merecía tener una relación sana y ser feliz — Creo que...
Iba a decirle algo más, pero no recuerdo qué, pues algo que divisé varios metros lejos de nosotras me robó las palabras de la boca y me dejó la mente en blanco.
— ¿Qué sucede? — me preguntó Helen mirando hacia donde apuntaban mis ojos, intentando encontrar la razón de mi silencio repentino.
Y Helen, al igual que yo, lo vio. Era Marcus, estaba con un grupo de dos personas, hablando, seguramente cosas sobre su facultad, ya que una chica tenía una carpeta y le mostraba con el dedo algo que estaba escrito allí. Y mi pregunta a todo esto es: ¿Acaso tenía la necesidad de acercarse a esa chica tanto para ver en esa carpeta?
Diana, cálmate, no vuelvas a ser la misma Diana de antes, no te dejes llevar de vuelta por la obsesión.
Volví a mirar la escena, esta vez un poco más tranquila, y lo que antes parecía un acto de pleno coqueteo, ahora, sólo me parecía la típica situación de dos compañeros discutiendo cosas sobre sus clases. O eso me repetía para no dejarme arrastrar por estos enfermizos celos.
Unos segundos después el chico y la chica que estaban con Marcus, se despidieron de él, y se fueron dejándolo solo. Marcus se entretuvo en el lugar chequeando algo en su teléfono.
Lo miré con algo de nostalgia. Quería acercarme a él, quería decir "Hola" y escuchar su respuesta. No sólo eso, me gustaría correr hasta donde estaba y saltar sobre sus brazos, besarlo con furia y recriminarle que estuviera hablando tan libremente con otras chicas, cuando a mí, me ignoraba olímpicamente.
Lo deseaba... ahora.
Me mordí el labio con fuerza y podría jurar que hasta me lo lesioné, porque sentí un poco de gusto metálico tocar mis papilas.
Helen me envió un gesto divertido, ya que mis ganas de ir hasta donde estaba Marcus eran sumamente evidentes, pues, yo no hacía ningún esfuerzo en ocultarlas.
— Me adelantaré a buscar un lugar — dijo guiñándome un ojo y supe por qué lo hacía. Me estaba dando la oportunidad de acercarme a él.
— Gracias — dije algo avergonzada.
— Sólo, no lo abrumes demasiado con tus sentimientos.
— Sí — dije mientras se me escapaba una pequeña risita.
Vi como Helen se alejaba de mí, para adentrarse a la cafetería. Era la mejor amiga de todas las que se pueden tener. No sólo perdonó mis estupideces, sino que seguía apoyándome con mi nuevo amor, cosa que no merecía. ¿Le habré salvado la vida a un sacerdote budista en una de mis antiguas vidas?, pues no encontraba otra explicación por la cual podía tener tanta suerte en esta.
Caminé hasta Marcus con algo de precaución.
¿Cómo reaccionaría? ¿Esto era lo correcto?
Sólo me acercaré a saludar, no tiene nada de malo ¿no?, es más por cortesía que otra cosa, no es acoso, no Señor. ¡No se confundan!
Ya estaba a un poco más de un metro de él, y Marcus todavía no había notado mi presencia. ¿Con quién mierda está hablando en el celular tan concentrado para no percatarse de mí?
Contuve mis ganas de manotearle el celular y después pisárselo repetidas veces en el suelo, detrás de una sonrisa forzosa. Piensa en algo lindo, gatitos, lindos gatitos.
Cuando Marcus se dispuso a guardar el celular en su bolsillo, fue cuando ya no pude soportarlo y lo llamé.
— ¡Marcus! — dije recorriendo con rapidez el último metro que nos separaba — ¡Qué coincidencia!
Marcus pegó un pequeño respingón al escuchar su nombre. Al parecer estaba tan concentrado en lo suyo, que mi llamado lo espantó.
Quise preguntarle con quien se estaba mensajeando. ¿Acaso era esa zorra de su exnovia?, pero me guardé la pregunta en el fondo de mi paladar. Prometí darle su espacio y tiempo, y eso incluía no atosigarlo con mis celos, he de suponer.
— Hola, Diana — Marcus tardó, para mi gusto, bastantes milisegundos para responderme. Parecía estar pensando en algo importante, y al parecer esos pensamientos me incluían — Lo siento, por lo de ayer, por ser tan rudo.
— No pidas disculpa, yo lo entiendo perfectamente.
— Pero... te traté mal — Marcus sonaba entre avergonzado y decepcionado de sí mismo. Sonreí sinceramente, por momentos como este, lograba ver al mismo Marcus de siempre.
— No me trataste mal.
— Sí. ¡Te hablé fríamente! ¿Cómo puedo ser tan idiota? — Marcus se llevó una de sus manos al rostro. Se veía muy compungido al respecto.
— No digas eso — puse ambos brazos en jarra —. ¿Cómo puedes preocuparte por mí después de todo lo que te hice? ¡No merezco tanta consideración!
— Es qué mi corazón se rompía un poco más cada vez que recordaba la escena.
— No puedo creerlo.
— Además, estos días te he estado tratando de manera tan indiferente. De sólo pensar cómo te habrás sentido por eso me siento como un maldito. Lo siento mucho.
— No, no te perdono — le dije.
Marcus me miró entre sorprendido y dolido.
— Pues, porque no hay nada que perdonar. Te dije que no merezco tanta comprensión. Ni siquiera merezco que me sigas amando.
— Los sentimientos no se pueden controlar. No le puedo decir a mi corazón que deje de amarte —me dijo sonriendo esta vez un poco más relajado.
— ¿Pero no dijiste que todavía dolía? No entiendo por qué te estás disculpando conmigo. ¡Yo soy la que tendría que arrastrase hasta tus pies para pedir tu perdón!
— Realmente ni yo lo entiendo, me duele verte y tenerte cerca, pero también es doloroso estar lejos de ti y hacerte daño.
Lo miré un pequeño segundo en silencio. ¿Sus palabras querían decirme que todo este tiempo estuvo extrañándome tanto como yo a él?, pero evidentemente todavía no superaba el daño que le hice, por eso era doloroso para él.
— ¡Ay!, ¡qué complicado! — exclamé llevando una de mis manos a mi cabello.
— Lo soy. Mis sentimientos por ti lo son.
— ¿Entonces qué haremos? — le pregunté preocupada.
Me sentí algo preocupada por nuestro futuro. ¿Y si Marcus nunca lograba sanar su corazón? ¿Y si nunca ya no pudiera nunca estar junto a mí sin recordar lo que pasó? ¿Qué pasaría con nosotros?, y lo peor de todo, era que la respuesta era obvia, no habría un futuro juntos, tendría que resignarme, aceptar mi karma y dejarlo ir.
Mierda. No quería que eso sucediera. ¿Había una manera en la que yo pudiera arreglar todo este desastre?
— ¿Quieres que siga manteniendo distancia? — le pregunté, pues no se me ocurría otra manera que dándole el espacio que necesitaba.
— Sí y no.
— ¡No te entiendo! — le reclamé al borde de un colapso emocional.
— ¡Yo tampoco me entiendo! — dijo exasperado — Sólo, déjamelo a mí. Yo voy a arreglarlo.
— ¿Qué? ¿Y eso qué significa?
No podía dejar que él solo batallara con su dolor. Pues, eran mis demonios quienes lo habían herido, era mi responsabilidad sanar su corazón.
— Significa que haré el esfuerzo por poner mis propios sentimientos en orden, para que podamos acercarnos un poco más sin que sea doloroso.
— Mmm, bien — asentí pensativa, aunque todavía no lo entendía muy bien del todo. Pues, era mi culpa que lo nuestro se hubiera arruinado, pero algo era cierto, talvez yo no tenía la manera de repararlo. Lo miré fijamente y entendí que lo mejor era confiar en él y dejárselo en sus manos.
Nos miramos en silencio un segundo y sus ojos me trasmitieron lo difícil que era no apartar la mirada. Era como si mi simple presencia fuera una daga que abría una herida fresca que todavía no cicatrizaba. No podía haber nada más doloroso que eso.
Marcus miró en ambas direcciones, como si estuviera buscando una salida para huir de mí.
— Bien, tengo que... — pereció pensarse una buena excusa — tengo que preparar un trabajo práctico.
— Bien — le dije a pesar de que no me creí su excusa. En primer lugar, porque todavía no empezaban las clases así que no tendría ningún trabajo o tarea para hacer, y por otro, era muy obvio en su expresión de nerviosismo, que ya no soportaba estar mucho más a mi lado. Hacía el esfuerzo, eso podía notarlo a la perfección, pero era doloroso saber que mi presencia lo incomodaba, y aun peor, le hacía daño.
Marcus se fue saludándome con la mano. Y yo me quedé unos segundos allí, inmóvil, preguntándome a mí misma que podía hacer yo para cambiar la situación. ¿Cómo podía ayudar a que las cosas volvieran a ser como las de antes? ¿Qué debía hacer para que su corazón sanara más rápido?
Me interrumpí a mí misma cuando recordé que Helen me esperaba en la cafetería.
Reanudé mi camino cuando perdí a Marcus de vista. Entré al gran comedor, y visualicé a Helen en una mesa con cara de aburrimiento mientras miraba algo en su teléfono, cuando me acerqué, vi que se trataban de unos memes bastante malos.
— ¿Y esos memes?
— Me los manda mi abuela — dijo mientras bloqueaba el celular — El humor de los viejitos es bastante... "especial" — el "especial" lo dijo con algo de rodeos, como si le costara criticar el humor de su propia abuela.
— Sí, son otra generación — concordé con ella.
— Escucha este: ¿Cómo queda un mago después de comer?
— Mmm — lo pensé un momento, pero no pude hallar una respuesta obvia —, no sé.
— Magordito.
Ambas nos miramos en silencio por un segundo, y luego lanzamos una carcajada.
— Realmente es muy malo — dije secándome una lágrima que se me había escapado de tanto reír. Pues, reíamos de lo malo que era el chiste, no porque en verdad fuera gracioso.
Reír de aquella manera con Helen me hizo olvidarme un momento de la angustia y la preocupación que me abrumaba. Me hizo distraerme del pensamiento de que podía existir un futuro sin Marcus.
Nuestras risas fueron interrumpidas cuando Jeremy se acercó a nuestra mesa, pero no venía sólo, un chico alto lo acompañaba.
— Hola, chicas, él es Ariel.
— Buenos días — saludó su acompañante.
Ambos chicos se sentaron en la mesa. El tal Ariel se veía algo tímido, ya que no nos conocía. Y no tuve que preguntar, para enterarme que Ariel se trataba del chico de la librería, el chico heterosexual que lo traía loco. ¿Cuándo se habían acercado tanto?
— ¿Qué quieren comer? — preguntó Jeremy.
— Yo, con una porción de empanada estoy bien— dijo Helen dándole dinero para que pagara su parte.
— Yo quiero lo mismo — dijo el chico alto.
— Perfecto — dijo sonriéndole como si estuviera viendo a un ángel caído del cielo en lugar de un chico común. Ah, típica actitud de un tonto enamorado — ¿Y tú, Diana?
— Yo te acompaño, para que no traigas todo solo — dije.
— Oh, no, yo lo acompañaré — dijo Ariel luciendo preocupado, como si fuera descortés que yo fuera en su lugar.
— No te preocupes, tú siéntate y espera la comida — le dije sonriendo y Ariel me miró de manera extraña. Espero no haberlo intimidado.
— Bueno — terminó aceptando.
Y la verdadera razón por la que quería acompañar a Jeremy a buscar nuestros almuerzos, no era para ayudarlo, sino para sacarle toda la información posible. ¿Qué estaba pasando entre ellos? ¡Quería saberlo todo!
— ¡Cuéntamelo todo! — le dije una vez que ya estábamos lejos de la mesa. Jeremy se sorprendió al principio, pero al comprobar que Ariel y Helen no podían escuchar nuestra conversación, lanzó una pequeña carcajada.
— Eres una chismosa.
— ¿Qué está pasando entre ustedes? — lo miré poniendo mi mejor cara de pícara — La última vez lucías algo desanimado porque decías que no tenías oportunidad ¡Y mírate ahora! ¡Van a comer juntos a la cafetería!
— No es lo que piensas — Jeremy le pidió a la cocinera los almuerzos y mientras esperábamos por ellos, me contó lo que estaba sucediendo — Le prometí comprarle el almuerzo hoy a modo de agradecimiento por conseguirme un libro, y cómo es un libro difícil de conseguir, me siento algo culpable, ya que no lo necesito en verdad, sólo era una excusa para visitarlo en la librería.
Giré un poco para ver al tal Ariel. Era un chico atractivo. Su altura sobrepasaba el promedio, tenía ojos brillantes y su boca se tornaba en una sonrisa con bastante frecuencia. Fuera por donde lo mirara, parecía un buen chico.
— Si sirve para acercarte a él, no es en vano y nada de lo que arrepentirte.
— Pero se siente sucio — lo miré con interés, la moral de Jeremy no se parecía en nada a la mía. Él se sentía mal por algo tan pequeño, en cambio, yo, era capaz de cualquier cosa por obtener la atención del chico que me gustaba, incluso de cosas malas. Tal vez por eso ahora estaba al borde de perder a Marcus, sólo pensaba en mí, en nadie más.
— ¿Sabes? Yo no soy la mejor persona para darte consejos — dije y Jeremy asintió de manera involuntaria, para un segundo después darse cuenta de lo que hacía, intentó disculparse por su actitud, pero yo no le di lugar —. No — paré su disculpa —. Es cierto, no puedo darte consejos ni servirte de ejemplo, pero puedo decirte lo que no tienes que hacer.
Jeremy me miró con interés.
— No pienses en ti mismo — le dije —. El amor puede ser un sentimiento egoísta, pero también, puede sacar la mejor parte de ti mismo. No dejes que malos pensamientos arruinen sentimientos tan hermosos y nobles. No dejes que te pase lo mismo que a mí.
Jeremy me regaló una sonrisa de agradecimiento.
— Gracias — dijo y sonó verdaderamente honesto.
Después de nuestra pequeña conversación, recogimos los almuerzos y volvimos a la mesa donde nos esperaban Helen y Ariel. Al final, los cuatro comimos empanadas de carne y queso.
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