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CAPÍTULO 48

Era como la entrada a un castillo. El castillo de una princesa.

Nos paramos frente a una enorme verja que parecía sacada de una mansión lujosa, con tantos piruetas e iniciales de metal. Una perfecta "N" y una elegante "L" imperaban en aquel acabado de hierro.

Tuvimos que llamar al portero eléctrico y esperar hasta que la conocida voz de Lea nos atendiera del otro lado.

— Somos nosotros, Marcus y Diana — nos anuncié.

Del otro lado se escuchó un alarido agudo. Había sido Lea que había pegado un grito de alegría por nuestra tan esperada llegada.

— Ahora les abro.

Cerró la comunicación y segundos después el portón frente a nosotros se abrió por arte de magia. En verdad no era ningún conjuro, era simple y mera electricidad.

— Ábrete sésamo — dijo Marcus divertido con una sonrisa al ver que teníamos el paso libre.

El jardín que nos recibió era amplio, hermoso como un vergel medieval. Fuentes, mariposas, flores, jazmines. ¡Incluso había un pato!

— Hola — le dije al ave doméstica y este me miró como si fuera su enemiga mortal —. Oh, Dios. No te conozco y tú no me conoces. No me gustaría empezar esta relación con el pie izquierdo.

Mi pequeño monólogo reconciliador no surtió el efecto esperado, todo lo contrario, pareció despertar en el ave un instinto asesino que seguramente no debería tener. Abrió sus alas y corrió en mi dirección cuacando en su idioma de pato, estaba segura que algún insulto me llevé de su parte.

Sí, yo también corrí, con barriga, con tacos semialtos, y revoleando los brazos al aire como toda una Olivia. El pato corrió detrás de mí por el jardín y Marcus detrás de este intentando detener un femicidio patuno.

Al final Marcus lo alcanzó, lo tomó por el trasero gordo y lo levantó del suelo.

— Suéltalo, te puede picar — le advertí con conocimiento, pues de pequeña un pato me había hecho sangrar un dedo. ¡Malditos sean todos los patos del mundo!

Pero, mi experiencia fue vana al ver que de nada sirvió. Claro, lo olvidaba, Marcus es el chico que todo animal ama. Si de repente me confesara que su verdadero apellido era Dolittle, le creería sin cuestionar.

El pato, o pata, no podía saberlo con exactitud, se enamoró de inmediato de Marcus en el momento que él lo tuvo en brazos. Incluso Lo rodeó con su largo y elegante cuello como si quisiera abrazarlo.

— Pero si es muy lindo — dijo Marcus mientras le acariciaba la cabeza del emplumado.

— ¿Clotilde? Espero que no les hayas causado problemas a mis amigos — Lea interrumpió el momento romántico, y fue cuando Marcus soltó, por fin, a la enamorada emplumada. Pero esta, sin intensiones de dejarlo, le siguió por detrás, pisándole los talones, reclamándole un poco más de su atención.

— No, para nada. Sólo me persiguió con intenciones de matarme.

Lea me miró completamente anonadada, como si lo que le estuviera contando fuera una fantasía.

— Qué extraño. Clotilde suele ser bastante amable con las visitas.

No la culpaba, por alguna extraña razón todos los animales me despreciaban. Llegué a pensar que era porque podían oler la maldad en mí, pero como he cambiado, esa teoría quedaba descartada.

Lea y Nicholas nos mostraron la casa, ¿casa? ¡Palacio mejor dicho!

Todo era en tamaño gigante y de la más alta calidad. Los muebles brillaban como si vivieran lustrados. Me imaginé que tendrían de empleados que se ocuparan de todo lo referido a tareas del hogar y jardinería. Y no me equivoqué, no sólo tenían servidumbre, ¡tenían un mayordomo! ¡Un maldito mayordomo trajeado como un pingüino! El cual nos recibió con una bandeja de aperitivos y una reverencia.

No podía creer que mi mejor amigo ahora estuviera viviendo semejante vida.

— Creo que te cambiaré por un millonario — le susurré a Marcus cerca del oído.

Marcus me frunció el ceño, él sabía que estaba bromeando, pero incluso en chiste, odiaba imaginarse que yo pudiera estar con alguien más. Frunció el ceño, demostrando que no podía ocultar sus celos, para mí tan evidentes. Pero se recompuso, prefería utilizar otra táctica más efectiva antes que hacer una escena de celos... tenía tanto que aprender de él.

— ¿Me reemplazarías por una billetera gorda?, te advierto que no es tan fácil encontrar un rostro como este.

Di una pequeña carcajada y lo miré de reojo.

— Tienes razón — coloqué la mano en mi mentón y fingí que pensaba profundamente —. Creo que podría mantenerte como amante.

— ¿Amante?, no. Conmigo es casamiento o nada. Este rostro no está hecho para ser plato de segunda mesa.

Ambos reímos a carcajadas. Me reí y me prendí a su brazo. Marcus fingió un puchero, pero por dentro sabía que le divertía.

— ¿Qué sucede? Se ven muy enamorados — volvimos a la realidad al escuchar la voz de Lea. Por un momento habíamos olvidado que estábamos en casa ajena. ¡Qué vergüenza!

Evité dar una explicación y en su lugar me enfoqué en su enorme barriga, la cual era enorme, parecía tener el doble de tamaño de la mía a pesar de tener los mismos meses de gestación. Ese niño iba a ser enorme. O podía, que como Lea era tan menuda, incluso más pequeña que yo, su barriga resaltara aún más dando una ilusión de tamaño gigante.

El recorrido de la enorme casa terminó en el patio, donde nos sentamos en unas sillas de piedra rodeadas por unas hermosas masetas de flores violetas.

— ¿Ya pensaron un nombre para el niño? — pregunté.

— Fue difícil llegar al consenso, pero al final nos decidimos por Dennis. Lindo, ¿no? — me respondió Nicholas.

— Sí, suena como a nombre de un rey. Muy elegante y hermoso — En verdad era un asco. ¿A quién se le ocurría ponerle un nombre de abuelito a su hijo?, ellos nomás.

— El otro día estaba pensando — intercedió Lea de repente para cambiar de tema —. Nuestros niños tendrán la misma edad, crecerán juntos. Estoy segura que serán mejores amigos, no, aun mejor, como hermanos.

Yo la miré, pensando en todo lo que decía.

— ¿No te parece romántico? — continuó y esta vez hizo una enorme sonrisa, como si se le hubiera ocurrido una idea brillante — ¡Podríamos ser consuegros, incluso!

— ¿Qué? ¡No, no, no! — se negó Marcus de repente, sonando totalmente reticente a aquella idea.

— ¿Qué? — Nicholas pareció ofendido de repente — ¿Acaso mi Dennis no es suficiente para tu hija?

— Nadie es suficiente para mi hija.

Nicholas se cruzó de brazos como si hubiera recibido un insulto.

— Tal vez es tu hija la que no es suficiente para nuestro hijo.

Ambos se miraban como si quisieran matarse.

¡Dios!, me golpeé la frente a mí misma, intentando contener un deseo de patearlos a ambos. Entendía que nunca se llevaron bien y que resultaba un esfuerzo increíble que convivieran en la misma habitación sin matarse. Es más, me sorprendí grandemente cuando Marcus accedió a acompañarme a visitar a Nicholas y a Lea en su nueva casa. "Ya no es mi rival", dijo sólo como explicación y a mí me alcanzó. Pero, del dicho al hecho... al parecer, cualquier excusa era buena para comenzar una nueva enemistad. Si ya no eran rivales en el amor, ¿por qué no serlo como padres? ¡Era ridículo!

— ¡Basta!, esta discusión es ridícula — los interrumpí.

— ¡Sebastián, trae más comida! — gritó de repente Lea y yo la miré extrañada. ¿Quién diablos era Sebastián?... ah, lo entendí en el momento que el pingüino acudió corriendo mientras hacía equilibrio con una bandeja en la mano. ¿En serio? ¿Sebastián? ¡Qué cliché!

Lea había solucionado todo con comida. Los chicos dejaron de pelear en el momento que tuvieron frente a sus narices unos aperitivos que sabían tan buenos como olían.

Nos quedamos en aquella casa para almorzar y eso de las dieciséis de la tarde, emprendimos el viaje de vuelta a mi habitación.

— ¿Estás seguro que estás preparado para este estilo de vida tan... lujoso? — le pregunté a Nicholas de manera confidente cuando nos estábamos despidiendo de ellos.

Nicholas giró levemente su rostro y observó la enorme casona que se alzaba detrás nuestro.

Pues, Nicholas siempre fue un chico común, viviendo en una casa de barrio al igual que yo. Éramos de clases sociales diferentes a la de Lea. Claro, esto no lo supe hasta que fue el casamiento. Ella... había ocultado muy bien su procedencia.

— No me importa donde viva mientras esté con Lea — me dijo con una sonrisa sincera. Entonces comprendí que no tenía nada de qué preocuparme.

Varias semanas después se cumplieron los siete meses, sí, ¡siete meses de embarazo!, algunas cosas habían cambiado en esas semanas, pues, Marcus, prácticamente, vivía en mi habitación. Si bien volvía a la noche para dormir a su casa, "nuestra" casa, como a él le gustaba llamarla, el resto del día lo pasaba en mi pequeña y acogedora habitación alquilada. Y por otro, me había vuelto mucho más sensible de lo que en verdad era, y ya de por sí lo era bastante, lloraba prácticamente por todo. Y una de las razones era que no podía evitar llorar cada vez que veía mi reflejo, pues, me habían salido unas enormes estrías a cada lado de la cadera.

Marcus se acercó a mí al verme derramar lágrimas como caudales.

— ¿Qué sucede?

— Estoy fea. El embarazo me arruinó el cuerpo.

— No estás fea, para mis ojos nunca podrías estarlo.

— No mientas, sé muy bien cómo me veo. No me gustan estas cicatrices.

— No digas eso, mira son tiernas, parecen como pequeños caudales blancos.

Y besó una de las estrías. Me estremecí al sentir el contacto de sus labios sobre la fría piel de mi cadera.

— No soy idiota, sé muy bien lo que intentas hacer. Quieres hacerme creer que en verdad me veo linda y que no te importa, ¡pero es toda una mentira para no hacerme sentir mal! — y lancé el llanto.

Marcus sonrió de lado y me abrazó con fuerza.

— No llores. No son muy grandes.

Lo miré como si acabara de confesar su mentira.

— ¡Lo sabía! ¡Se notan mucho! ¡Eres un mentiroso!

Marcus lanzó una carcajada y le envié una mirada enfadada. ¿Se estaba burlando de mí?

— ¡¿Cómo puedes reírte de mí?! ¡Esto es muy grave! — Marcus me besó una mejilla y yo intenté alejarlo, lo que causó otra risa de su parte — Bien, — dije enfadada — ríete todo lo que quieras, ya te volverás gordo, calvo y viejo, y seré yo la que se ría de ti.

Marcus detuvo su carcajada de manera súbita y me miró sorprendido con la boca abierta. ¿Qué le sucedía? ¿Había dicho algo malo?

— ¿Acabas de decir que estarás conmigo, aunque luzca gordo, calvo y viejo?

Abrí la boca y mi corazón se aceleró. Mis mejillas ardieron de la vergüenza. ¡Dios, había metido la pata!

— ¿Tanto me amas? — Marcus me miró de manera decidida mientras sonreía juguetonamente. Intenté rehuir de su mirada, pero él perseguía la dirección de mis ojos, por lo cual me vi obligada a enfrentarlo.

— ¡No!, eso no es lo que quise decir... ¡No saques las cosas de contexto!

— Yo también me quedaré contigo, aunque te vuelvas gorda, calva y vieja.

Mi corazón latió en respuesta a sus palabras.

— ¿Calva? — pregunté extrañada — Las viejas no se vuelven calvas.

— Pero tú si lo harás, no es justo que sólo yo me vuelva calvo.

— Pues lo siento, la genética me dejará con cabello, aunque tú no quieras.

— Eso díselo a mi afeitadora.

— ¿Piensas pelarme cuando te quedes calvo?

Marcus asintió de manera divertida y luego me robó un beso fugaz.

Iba a rebatirle aun más, cuando Marcus revisó su teléfono. Lo vi hacer una mueca de disgusto y eso despertó mi curiosidad.

— ¿Qué sucede?

— Nada... — dijo, pero su expresión no lucía como si no sucediera nada — Saldré un momento.

— ¿A dónde vas? — no quise sonar controladora, pero no pude evitarlo. Estaba comenzando a impacientarme por su actitud misteriosa.

— ¿Confías en mí?

— Sabes que lo hago, pero no me gusta cuando no me dices las cosas.

— Solo... no te preocupes. Prometo arreglar esto y volveré antes de que te des cuenta.

Y salió por la puerta sin darme más información.

Dios, esto no me olía nada bien. ¡¿Qué diablos estaba sucediendo?!

Horas después, lo supe, había sido una tonta al confiar en él.

Era de noche y Marcus todavía no se había comunicado conmigo. Su silencio me ponía de los nervios. No contestaba ni mis mensajes ni mis llamadas.

¿Le había sucedido algo? ¿Necesitaba mi ayuda? ¡¿Cómo diablos podía ayudarlo si no me dijo a dónde iba?!

Me sobresalté al sentir que el celular vibraba sobre el acolchado. Lo tomé de manera veloz y lo desbloqué de inmediato.

Era un mensaje de un número que no tenía registrado, pero era un número que ya conocía, me había mandado ciertos mensajes con anterioridad.

Dudé un poco, al sentir que el miedo caló en mí. Algo estaba sucediendo, y no entendía qué. Sólo debía presionar la pantalla y leer el mensaje. Al final, no lo retrasé más. Pulsé el botón que decía "Leer" y ante mis ojos se reveló el mensaje.

"Mira qué lindo luce tu novio durmiendo en mi cama". Y la frase venía adjuntada con una foto. Era una imagen de Marcus, tomada en un plano medio corto. Se lo veía profundamente dormido y... y... des-desnudo.

No podía creerlo. La volví a mirar, pues, talvez mi mente me estaba jugando una mala pasada. No. Había visto bien. Marcus tenía la cabeza apoyada sobre una almohada, los ojos cerrados y la piel de su pecho expuesta.

Me di cuenta que estaba llorando cuando una de las lágrimas salpicó la pantalla del celular.

Intenté respirar hondo para tranquilizarme, pero el oxígeno se me atoró en la garganta. En su lugar, sólo se escuchó un gemido de dolor.

Me encorvé sobre mí misma al momento que sentí una fuerte punzada de dolor en mi vientre. Era tan fuerte que, por un momento, creí que perdería la razón.

Me preocupé cuando sentí que algo se deslizó por mis piernas. Llevé la mano a la zona, para percatarme, segundos después, que mis dedos se habían manchado de sangre.     

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