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CAPÍTULO 46

La primera semana de graduada fue difícil. Había comenzado un exhaustivo período de búsqueda de empleo y nueva casa. Pues, ya no podía quedarme en las habitaciones de la residencia universitaria y tampoco pretendía vivir a expensas de mis padres, ya no más, aunque ellos exigían darme ayuda monetaria hasta que pudiera establecerme bien, pero la rechacé, quería ser una mujer independiente, que pudiera valerse por sí misma.

Tenía un dinero ahorrado con el cual pagué la expensa de un pequeño departamento en el centro.

— Puedes vivir con nosotros hasta que encuentres un trabajo — decía mi madre a través del teléfono.

— No, estoy bien. Ya mandé currículum a varios lugares — y era cierto, había invertido aquella primera semana como adulta responsable en desperdigar currículum por todos los sitios posibles: librerías, revistas, editoriales, institutos, y en cualquier otro lugar donde podrían necesitar de una recién egresada con un título en letras.

— Bien, pero llámame si se complica — dijo, yo rodeé los ojos y asentí, a pesar de que no podía verme.

— ¿Dónde dejo esto? — dijo Marcus mientras entraba a la habitación con una pila de caja en brazos y una camisa vieja, para no ensuciarse. Me estaba ayudando a mudarme.

Le señalé un rincón de la habitación y él lo depositó allí en el suelo. Luego se cruzó de brazos y comenzó a inspeccionar el lugar con un gesto algo... disconforme.

— Después te llamo, mamá. Estoy con Marcus que me va a ayudar a desempacar — dije.

— Te cuidas, ¡Tú también, mi yerno hermoso! — me cubrí la oreja por su repentino grito. Su voz era tan chillona cuando gritaba, tanto que sentí como si me apuñalaran el oído con un destornillador.

Marcus rio y yo corté la llamada.

— ¿La escuchaste? — le pregunté y él asintió. ¿Cómo no iba a escucharla si la mujer casi me rompe el tímpano con ese grito?

Me quedé una fracción de segundo en silencio, observando a Marcus, quien no dejaba de inspeccionar el lugar de manera desconfiada.

— ¿Qué sucede? — le pregunté al ya no poder aguantar su actitud tan evidente.

— ¿En serio piensas vivir aquí?

El chico tocó una mancha de humedad en la pared y esta se descascaró de inmediato y cayó al suelo haciendo un gran ruido y levantando una gran humareda de polvo.

Ambos tosimos ya que la pequeña habitación se había llenado de polvo y olor a humedad.

— ¿Qué quieres decir con eso? — lo miré ofendida.

— No puedo dejar que mis dos chicas vivan aquí.

— ¿Qué tiene de malo este lugar? — dije y en ese momento justo se apagó la única lámpara sobre mi cabeza — Mierda... — mascullé — no te preocupes, yo lo arreglo — tomé la escoba y con ella golpeé suavemente la lámpara hasta que esta volvió a prender después de varios intentos — ¡Ya está!, problema resuelto, no es tan malo.

Marcus me miró con un gesto que, sin palabras, lo decía todo.

— Las paredes están llenas de humedad, la pintura está vieja y al menor movimiento se cae, es sólo una pequeña habitación de dos metros cuadrados con un baño aún más pequeño y... estoy seguro que ese agujero es la residencia de algún señor ratón — dijo señalando a la abertura que había en una de las paredes —. No puedo dejar que las mujeres que más amo se queden en esta... pocilga. Y sobre todo cuando ya compré una casa.

Me paré de frente y me crucé de brazos. Ah, no, no iba a permitir que Marcus critique mi nueva vida como adulta independiente y responsable.

— ¡Estás exagerando! — le dije — La humedad se soluciona con un balde de agua, jabón y una esponja — tal vez no era suficiente, pero no perdería nada en intentarlo —. La pintura puede renovarse — Aunque... si no solucionamos el problema de la humedad antes, no se podría renovar la pintura, pero no importa, lo verdaderamente significativo aquí era convencer a Marcus de que todo estaba bien —. El tema del espacio es engañoso, sólo se necesita ordenar los muebles de manera estratégica y verás como sobra espacio... y con respecto a lo del ratón, si le doy un poco de queso como ofrenda seguramente me deje tranquil... ¡Espera! ¿Dijiste "casa"? ¡¿Compraste una casa?!

Marcus sacó de su bolsillo una hoja y me la entregó.

— Es en un barrio residencial — decía mientras señalaba la información en el papel.

Había fotografías de la fachada de la casa, del patio y de sus habitaciones. ¨¡Dios, era una mansión!

Sentí vergüenza y envidia al mismo tiempo, porque Marcus si podía pretender una vida de grandes lujos... y yo no podía darle a mi hija ni siquiera una habitación libre de humedad y ratas. Y tenía sentido, Marcus era inteligente, había obtenido el mejor promedio, no sólo de su curso, sino de toda su facultad, en cambio, mi promedio pisaba la franja de lo promedio y común. Por poco y no me dan mi diploma.

— Tres habitaciones, cocina amplia, living grande y patio con ¡piscina! — ¡Dios!, siempre había sido mi sueño tener una casa con piscina y asolearme durante todo el verano en el fondo de mi casa con un bikini.

— Cancela el contrato y múdate cuanto antes — dijo mirando el agujero en la pared con desconfianza, como si en cualquier momento pudiera salir una rata mutante a atacarnos —. Este lugar no es salubre para criar a nuestra bebé.

— Nooo — le dije totalmente reticente por su propuesta. No podía, no quería depender de él. No tenía sentido rechazar la ayuda de mis padres si me iba a convertir en una mujer mantenida, al fin y al cabo.

— ¿Por qué? — me preguntó extrañado por mi respuesta.

— Porque... — pensé en lo mejor que se me ocurrió — mis padres seguramente me matarían por irme a vivir con un hombre sin estar casada — le dije, y la verdad, también lo pensé. ¿Qué dirían ellos de mí? ¡Eso es antiético!

Marcus me miró sin creérselo.

— Tus padres no dirían eso.

— Sí lo dirían — le aseguré.

— Llámalos — lo miré sorprendida, ¿qué? —, llámalos y pregúntales.

— ¿Ahora?

— Sí, ahora mismo.

Me quedé un segundo inmóvil. Pensé que era una broma, pero al ver que Marcus no mutó su expresión seria en ningún momento, entendí que no lo era... ¡Marcus iba muy en serio!

¡Demonios!

Busqué mi celular en mi bolsillo y llamé a mi madre, tuve que hacer un segundo intento, ya que a la primera no contestó.

— ¿Madre?

— Hijita, ¿qué sucede? ¿Está todo bien? — mi madre se escuchó algo preocupada, seguramente la llamada repentina pudo haber despertado los peores miedos en ella.

— Está todo bien, sólo tengo una pregunta.

— Dime, hija — mi madre pareció más calmada.

— Si Marcus... no, en el hipotético caso en el que Marcus y yo fuéramos a vivir juntos...

— ¿Se van a mudar juntos? ¡Ay! ¡Qué alegría! ¡¿Por fin desististe de mudarte a esa horrible habitación?!

— No, dije que hipotéticamente...

— ¡Joel! — mi madre comenzó a gritar, por lo que tuve que alejar unos centímetros de mi oreja el celular — ¡Joel! ¡Diana se va a vivir con Marcus! ¡¿No son buenas noticias?!

— Mamá, espera... — intenté aclarar el malentendido, pero ella no parecía querer escucharme.

— Qué bueno, hija, los primeros meses son los mejores, es como vivir en una luna de miel en casa. Lo harán en cada rincón y en cada habitación de la casa: cama, sillones, mesas, patio, piscina... — le corté cuando vi que la estaba perdiendo y luego le mandé un mensaje breve explicándole que era todo un malentendido.

— ¿Y? ¿Qué dijeron?

Oh, Dios. Cierto.

— Ellos dijeron que... que... — tragué un nudo de saliva a causa de la tensión — ¡No importa lo que ellos dijeron! ¡Aquí lo que importa es lo que yo piense!

— Y, Diana ¿qué piensas? — la pregunta de Marcus había sido expuesta con un obvio cargo de esperanza. Él creía que le respondería afirmativamente, o por lo menos, eso deseaba.

— Pienso que... no quiero vivir con un hombre que no es mi esposo.

— Entonces, casémonos. Ya estamos comprometidos — dijo y tomó mi mano para juguetear un poco con el anillo en mi dedo. Ese anillo que él me había obsequiado como símbolo de nuestro compromiso.

— No puedo — Marcus detuvo lo que le estaba haciendo a mis dedos y me miró fijamente, Dios, me dolía decirle esto —, todavía es muy pronto, todavía somos muy jóvenes.

Esperaba que con eso dejara de insistir. Pues no pensaba vivir con él hasta que pudiera tener mi propio trabajo y un ingreso estable. No quería ser un parásito, un chupasangre, no, quería tener la misma posibilidad de criar a nuestra hija con los mismos caprichos y cosas que Marcus pudiera darle. Quería ser su igual, y si me mudaba ahora mismo, no podría más que sentirme inferior a él. Porque no sólo tendría que mantener a nuestra hija, sino también a mí.

Marcus soltó mi mano y dejó caer la mirada al suelo unos segundos. Luego, volvió a mirarme, y supe, que no le había gustado nada mi rechazo.

— ¿Cuál es la verdad, Diana? — me preguntó seriamente.

— Esa es la verdad.

— No, no la es. Te conozco bien. Todos estos años, sobre todo en el último, he prendido que nunca eres sincera conmigo. Me ocultas todo, tus sentimientos, tus miedos y tus inquietudes. Yo quiero ser tu soporte y ayudarte con eso que te pesa y que no te deja ser tú misma, pero tú no me dejas.

— En serio, es la verdad — dije seriamente.

No podía. No podía mostrarle mi miedo, mi debilidad. Este maldito complejo de inferioridad ante él. Miedo a ser menos, a valer menos. Eso me quitaba valor, y si no era valiosa ante los ojos de Marcus, podía cansarse de mí, verme de forma cansina, y así, lo perdería. Y no quería arriesgarme. Para estar al cien por cien con él tenía que estar segura de mí misma. Tenía que pisar un andamiaje fuerte e irrompible.

— Bien, veo que no me dirás nada — dijo y se dio la media vuelta en dirección a la salida —. Hablaremos una vez que decidas dejar de ocultarme la verdad.

No. Marcus me conocía muy bien, y sabía cuando mentía, sólo, había una cosa que no podía saber... y eso era lo que ocultaba en mi mente, lo que siempre intentaba esconder tan celosamente.

Marcus salió de la habitación y cerró la puerta detrás de sí, dejándome sola en aquella pequeña y húmeda habitación.

Miré a mi alrededor, estaba sola y rodeada de cajas.

¿Qué haría ahora? ¡La había cagado! ¡Pero no podía decirle la verdad! ¡No podía...!

La puerta de la habitación se volvió a abrir y por ella apareció Marcus, nuevamente.

Me sorprendí al verlo regresar. Quise levantarme de donde estaba y saltar sobre sus brazos. ¡Se había arrepentido! ¡Había vuelto para arreglar las cosas! Quise hacerlo, pero me quedé en el lugar sin decir nada.

Cuando Marcus entró a la habitación de vuelta, me esquivó la mirada y sólo la centró sobre el túmulo de cajas.

— Prometí que te ayudaría a desempacar, así que cumpliré mi palabra y luego me iré.

Un nudo de lágrimas se formó en mi garganta, pero lo contuve allí, no me dejé vencer por el llanto. No le quería mostrar a Marcus eso, a pesar de que me había visto llorar tantas veces ya...

— Gracias... — le dije y no pude evitar que mi voz fallara un poco, pero pude mantener la compostura.

Marcus me buscó de reojo, seguramente para asegurarse que no estaba llorando, pues, posiblemente se rendiría fácil si me veía con lágrimas en los ojos. Pero no fue así, ya que contuve el llanto a raya.

Pasamos toda la tarde en silencio, a excepción de algunas frases que implicaran el asunto de la mudanza, como: "¿Dónde coloco esto?" y "Allí". Pues, terminamos aquella tarea en menos de tres horas, la habitación era pequeña, por lo tanto, no había llevado tantas cosas conmigo. Lo que más tiempo nos llevó fue armar los muebles.

Y lo que respecta a la limpieza, esa fue una tarea particular y estrictamente ejecutada sólo por Marcus, pues, me prohibió acercarme a cualquiera de esos desinfectantes, ya que, aseguraba que sus tóxicos podían ser perjudiciales para mi embarazo, y tenía razón, después de consultarlo con mi doctora, esta me aseguró que lo mejor era evitar cualquier contacto con cualquier químico, ya sea de limpieza o estéticos. Suerte que no teñía mi cabello, sino no podría deshacerme de unas raíces crecidas durante los meses que restaban.

Me paré en el centro y observé la habitación ya decorada.

¡Bien!, yo tenía razón, con un poco de jabón y ya con muebles, la habitación había cambiado completamente su aspecto. ¡Esto si ya se veía habitable!... ¡¿A quién quiero engañar?! ¿Conocen el refrán: "aunque la mona se vista de seda, mona se queda"? ¡Pues aplicaba perfectamente para este caso! ¡No importaba cuanto jabón y lavandina se usaron! ¡El olor a humedad estaba tan impregnado en la pared que todavía se olía sobre los desinfectantes! ¡Y unos pocos cuadros y plantitas decorativas no encubrirían el basurero que era esta habitación! ¡Es más, me pregunto cómo todavía no clausuraron estas habitaciones por atentar contra la salud humana!

Pero, debía soportarlo, sólo sería un tiempo hasta que encontrara un trabajo. Ya había mandado currículum por todos sitios. Sólo debía esperar. Aunque rezaba que me contratara alguien antes de que muriera de alguna extraña enfermedad contagiada por esas paredes enfermizas.

— Bien, terminamos — dijo Marcus mientras se sacaba los guantes que había utilizado durante la mudanza. Yo lo imité.

— Gracias, por ayudarme — le dije acercándome peligrosamente a él, pero sin tocarlo, aunque deseaba hacerlo terriblemente. Tenerlo tan cerca, y con su piel perlada por el sudor a causa de la mudanza, incluso con el cabello un poco revuelto... era un sueño, un sueño caliente salido de mis más fantasiosas noches. Dios... ¡Dios! ¡Quiero besarlo! ¡Quiero abrazarlo! ¡Y escabullir mis manos por el interior de su camisa vieja! ¡Para deleitarme con esa cuadrícula de los dioses!

Bien... Diana. Calma. Mantén la calma. Acaban de tener una discusión, no puedes sacar tu demonio lujurioso justo en este momento.

Mierda, lo quería. Era tan hermoso.

Hice un puchero de manera inconsciente y Marcus se percató de ello. Me miró de manera extraña, pero no dijo nada al respecto. Pues, al parecer ya se había acostumbrado a mis extraños comportamientos.

Marcus tomó la perilla de la puerta y la giró levemente, pero no llegó a abrirla. Antes se giró y me habló de frente, pero con la voz algo queda, lo cual me resultó malditamente seductor.

— Me voy... si necesitas algo llámame — todavía estaba ofendido conmigo, podía saberlo por como hablaba, pero yo, en vez de pensar en ello, o sentirme culpable, sólo podía dejar mis pupilas clavadas en sus labios... los cuales lucían tan apetitosos — o... si quieres hablar, ya sabes, por si cambias de parec... — no lo soporté, a lo último ya ni escuchaba que decía, sólo podía imaginarme a mí misma saltando sobre él... y así lo hice, salté sobre sus labios y le envolví el cuello de manera furiosa, negándome completamente a dejarlo ir.

Al principio Marcus se sorprendió por mi repentino ataque a sus labios, pero segundos después, él también comenzó a besarme. Me abrazó por la cadera y me levantó para que yo pudiera rodear su cintura con mis piernas.

No dejamos de besarnos mientras Marcus recorría el camino que nos separaba hasta la cama... que no era mucho debo decir, sólo constaba de unos pocos pasos. Como ya dije antes: ¡La habitación era malditamente pequeña!

Nos recostamos sobre la cama, y dejé que Marcus me invadiera con sus besos y sus caricias, las cuales, de manera traviesa comenzaron a deshacerse de mi ropa.

Sentí cosquillas cuando dejó una decena de besos sobre mi cuello para ir descendiendo.

Sus besos dejaban una estela de cosquillas y fuego detrás de sus labios, eran como el mismo infierno, por que me quemaban la piel de manera pecaminosa, pero eso me gustaba.

Sus manos me recorrieron como un trotamundos, pero no uno inexperto, no, él ya se había aprendido el mapa de mi cuerpo y lo exploraba como si fuera suyo, y es que, yo me sentía suya, porque me había entregado a él por completo, en alma y cuerpo.

Pero, esta pertenencia no era unilateral, no, Marcus también me pertenecía, él me había dado su corazón y yo lo tenía entre mis manos. Y su cuerpo, también era mío, así que no sentía vergüenza de hacer con él lo que yo quisiera. La marca de un beso en su cuello, una mordida en su hombro, y un rasguño en toda la extensión de su espalda. Me gustaba lacerarlo, había veces, que el dolor se convertía en placer, y esas marcas de placer, eran como huellas de que yo estuve allí.

Éramos tan diferentes, yo lo lastimaba, me intentaba introducir en su piel a base de mordidas y rasguños, a pesar de que él me trataba con tanta ternura, me tomaba entre sus manos como una pequeña flor de porcelana y se infiltraba en mí como una dulce melodía romántica.

Éramos tan diferentes, pero nos amábamos de verdad.

Estábamos los dos en la cama, abrazados, desnudos y tapados hasta el cuello con las sábanas.

— No sé como podrás dormir con este tufo a humedad — decía Marcus mientras escondía la nariz en el interior de las sábanas.

— Deja de molestar — le dije golpeándolo suavemente en el hombro —. Esta habitación es temporal. Cuando consiga trabajo buscaré un mejor lugar.

Marcus me miró e hizo una mueca con la boca. Ya no estaba enojado conmigo, pero seguía insistiendo que lo mejor era mudarme con él.

— Seremos una familia dentro de poco — me dijo mientras me rodeaba con un brazo.

— Lo sé — le dije, eso era algo que no podía negar —. Pero espera, sólo te pido que me esperes, ¿puedes hacer eso?

Marcus suspiró y luego asintió no tan convencido de sus palabras. No quería hacerlo, estaba convencida que aceptaba totalmente en contra de sus verdaderos deseos. Me quería con él, viviendo bajo un mismo techo ahora mismo, pero yo no estaba lista, necesitaba un poco más de tiempo.

Marcus me besó lentamente y yo sonreí sobre sus labios. Me sentí feliz de que estuviéramos los dos en esta habitación basura, compartiendo el calor del otro. Y de que Marcus me hubiera perdonado y aceptado esperar, ¿Por qué no?

Mi prometido se levantó de la cama y lo observé mientras se vestía.

¡Dios!, ¿eso lo había hecho yo? Mientras le rasguñaba la espalda no creí que fuera tan profundo, pero al verlo, después del calor, creo que me había pasado un poco, pero no me importó, sólo pude sonreír malevamente, pensando que era mío y lo que sucedería si alguien lo descubría. Al igual que esos besos que habían dejado marca en su cuello, los cuales, se asomaban debajo de su camisa. Esa era una buena manera de ahuyentar a cualquier chica que quisiera hacerse la lista con Marcus. ¡Ya tiene dueña, maldita!

— ¿De qué te ríes?

— Eres muy hermoso — le respondí.

Marcus se sentó en la cama y depositó un beso en mi frente.

— No, tú lo eres.

— ¿Te vas? — le pregunté al ver que se colocaba los zapatos.

— Sí, en unas horas tengo una reunión, mi primera reunión de trabajo y no quisiera llegar tarde.

Miré la hora.

Me senté sobre la cama de manera veloz.

— ¡En una hora es la entrevista! — dije corriendo al baño. Una editorial me había llamado al recibir mi currículum y habían solicitado una entrevista, estaba muy emocionada.

Me di un baño a la velocidad de la luz y me vestí formal, primero intenté con una pollera tubo, pero al ver que ya no me iba, me decidí por un pantalón de vestir y una camisa blanca.

— Wow, luces muy profesional — me dijo Marcus al verme ya vestida.

— Sí, eso espero — le respondí mientras me observaba en el espejo. Tenía algo de nervios, no, ¡estaba repleta, llena de nervios!

Ambos salimos de aquella habitación y al cerrar la puerta detrás nuestro nos despedimos con un breve beso, ambos estábamos apurados.

— Suerte — nos dijimos ambos al mismo tiempo.

— Todo saldrá bien, ya lo verás — intentó calmarme al verme tan nerviosa, pero no funcionó mucho.

Volvimos a besarnos y nos separamos en la esquina.

Me quedé un segundo inmóvil para intentar menguar mis nervios, pero estos eran indomables. Y no era para menos, estaba sumamente nerviosa y llena de miedos, ¡esta era mi primera entrevista!        

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