CAPÍTULO 20
¡Mierda!, había llegado la hora de conocer el resultado del análisis de sangre.
Seguí a la enfermera al interior del consultorio del doctor, después de que ella volviera a llamarme.
Mierda. Mierda. Mierda.
Tenía mucho miedo. Mi corazón palpitaba desbocado y mi cuerpo había comenzado a temblar un poco. Me sentía tan tensa que mis piernas se habían endurecido y caminaba como un robot sin rodillas. El doctor me miró de manera extraña cuando me vio entrar a su consultorio caminando de aquella manera poco natural, pero no dijo nada al respecto, más que enviarme un gesto incomprendido.
— Siéntate — me ofreció la silla que descansaba frente a su escritorio y yo tomé asiento en un movimiento algo torpe.
Lo mire de manera fija, esperando a que él fuera el primero en hablar, yo no me sentía con la voluntad apropiada, ni para formular una simple frase.
El doctor Angaraes me miró fijamente por unos segundos, seguramente esperando a que dijera algo o le preguntara como había salido el estudio de sangre, pero no dije nada, sólo me quedé allí, pequeña y reducida en el asiento, temblando como un pajarillo recién nacido.
— Al diablo — dijo levantando el resultado de la prueba frente a sus ojos —. Vamos directo al grano.
Mi corazón se aceleró con miedo.
¡¿Qué?!, ¿tan rápido?
Sentí que se me cerraba un poco la garganta cuando intenté pasar saliva con dificultad. Estaba exageradamente asustada.
— Dio positivo — dijo golpeando los resultados con la palma abierta.
— ¿Eso significa que...? — pregunté, quería que lo dijera de manera concreta y concisa, quería estar completamente segura que no había interpretado mal ninguna palabra.
— Significa que estás gestando.
— ¿Gestando? — le pregunté como si me hablaran en chino mandarín. Por una extraña razón, mi cerebro se encontraba como bloqueado, lo que afectaba mi entendimiento normal.
— ¡Qué estás embarazada! ¡Que te llenaron la piñata! ¡Mierda, que eres lenta! — el doctor volvió a sentarse en su asiento intentando tranquilizarse a sí mismo, ya que se había levantado por un impulso de rabia. Se pasó la palma de su mano por todo el rostro en un gesto desesperado, como si controlara una furia interior.
No era lenta, era una persona literaria, por lo tanto, tenía un léxico considerablemente amplio, pero en situaciones como estas, que te encuentras al límite de un abismo, se te olvida el diccionario mental entero y sólo puedes procesar palabras sosas y básicas.
Me quedé en shock.
Lo miré fijamente con los ojos bien abiertos.
— ¿Yo? — le pregunté y enmudecí por unos segundos eternos — ¿Embarazada?
El doctor volvió a mirarme con fastidio.
— No me hagas repetirlo, niña.
— Doctor, ¿no ve que la señorita Bonho está afectada por la noticia? Tiene que ser un poco más considerado con ella.
El doctor rodó los ojos en un gesto de fastidio, pero no parecía capaz de refutar o contradecir a la enfermera, así que lanzó un suspiro pesado.
— Lo volveré a repetir, sólo porque veo que eres un poco lenta. Diana Bonho, estás embarazada.
— Pero ¡¿cómo sucedió?! — me tomé la cabeza con preocupación, ¿qué haría ahora? Y ¿Marcus? ¿Qué diría él?
— Es bastante simple, ya deberías saberlo, lo enseñan en la escuela secundaria: el espermatozoide ingresa por la vagina y viaja por el cuello uterino hasta las Trompas de Falopio donde se encontrará con el óvulo y ...
— ¡Eso ya lo sé! — lo detuve enojada. No sabía si el doctor me estaba tomando el pelo o en verdad era así de idiota — ¡Es que...! ¡No sé cómo afrontarlo!
Esta vez el doctor me miró de manera seria y me sorprendió. No sabía que podía ponerse tan serio y profesional de un momento para el otro, pensé que actuaba como un payaso idiota constantemente.
— Debes afrontarlo como una mujer, no como una niña — sentí como si fuera un padre que me reprendía como a niña pequeña —. Ya tienes... — comprobó en mi cartilla médica la información y volvió a mirarme — veintidós años. Creo que eres lo suficientemente adulta para tomar la decisión correcta.
Lo miré de manera impactada. Sus palabras me habían sabido como un mazazo al pecho. Me quedé pasmada, en el lugar, separé mis manos de mi rostro y lo miré fijamente mientras dejaba que sus palabras atravesaran hasta lo más profundo de mi conciencia y se estancaran allí de manera molesta. ¿Hacer lo correcto? ¡¿Qué era hacer lo correcto exactamente?!, no podía decirlo ya que ni siquiera podía predecir mi futuro en este momento. Antes tenía todo planeado: graduarme, conseguir trabajo, buscar una casa propia, tener un gato y una relación estable con Marcus, y entonces... sólo así... talvez pensaría en formar una familia con el amor de mi vida, pero ahora, ese plan se había ido por la borda. ¿Siquiera iba a poder terminar la universidad?
El doctor Angaraes pudo interpretar el temor en mis ojos, estuve segura de ello, pero no se apiadó de mí, seguramente no era la primera vez que una mujer lloraba en su consultorio por recibir malas noticias. Sólo siguió con su trabajo de manera escueta y estoica.
Lo vi escribir algo en lo que parecía ser un anotador. Cuando terminó de escribir, arrancó la hoja y me la entregó.
— Ella te atenderá a partir de ahora.
Miré lo que había escrito. Era una derivación a una obstetra.
— Gracias — mascullé mientras me levantaba de la silla. Me pregunté siquiera si era correcto darle las gracias por darme malas noticias.
El doctor se despidió de mí con un simple "adiós", en cambio, la enfermera, un poco sensible al verme tan angustiada, me dio un fuerte abrazo y me deseó la mejor de las suertes y yo se lo agradecí sinceramente.
Caminé hasta el pabellón de maternidad.
El lugar estaba repleto de mujeres con vientres enormes a punto de explotar y otras tenían bebés recién nacidos o niños muy pequeños. Debo decir que las vistas me alarmaron, ya que no pude evitar imaginarme allí mismo, esperando a que llamen a mi nombre, con una panza del tamaño de una pelota de playa y con un pequeño niño sucio y mocoso del brazo que no paraba de llorar y patalear.
Mi cuerpo recibió un escalofrío. En situaciones como estas odiaba tener tan buena imaginación.
Me senté en un lugar vacío que encontré y me dispuse a esperar que me llamaran. Antes había hablado en la ventanilla que estaba junto a la puerta que ingresaba al pabellón y me habían dicho que si esperaba un poco la doctora me haría un lugar en su agenda.
Cada vez que escuchaba un llanto pegaba un respingón y cuando veía que me miraban extraño sus madres, me encogía en mi lugar y pretendía que no había sucedido nada.
Tuve que esperar dos horas hasta que escuché mi nombre.
Me sentía muy cansada. Quería ya estar en mi habitación para echarme una siesta que se extendiera hasta la mañana siguiente. Esperar tanto tiempo era sumamente agotador, y sobre todo si no tenía nada con que entretenerme mientras tanto.
Me levanté del asiento y caminé derecho, evitando con la mirada las barrigas y los niños pequeños, hasta llegar junto a la enfermera que había llamado a mi nombre.
— ¿Diana Bonho? — me preguntó para asegurarse y yo asentí a modo de respuesta — Por aquí — me dijo y la seguí al interior de un consultorio.
Este consultorio era muy distinto al del doctor Angaraes, el otro era sobrio, de paredes grises y algunos archivadores repletos de libros y papeles que sólo él podría saber de qué se trataban, en cambio, este nuevo era el contraste. Dos paredes estaban pintadas de amarillo patito y las otras dos de rosado crema. Había flores y corazones de papel desparramados por todo el lugar, e incluso una gigantografía de Barney, que me miraba con una sonrisa que me hacía sentir incómoda.
Caminé lentamente hasta estar lo suficientemente cerca de la obstetra. Esta me miró con una enorme sonrisa simpática que intentaba ser tranquilizadora, pero que no sirvió de mucho, ya que cada segundo que pasaba allí dentro, envuelta entre tantos colores y adornos infantiles, me sentía enloquecer. Pero intenté mantener el colapso mental a raya y le presté atención a la doctora quien había comenzado su presentación.
— Mucho gusto — se presentó —, yo te acompañaré en los meses que restan. Me ocuparé de explicarte todo lo necesario para que el embarazo marche bien y sin ningún problema.
Los siguientes treinta minutos consistieron en una pequeña clase introductoria. La doctora me explicó que debía y que no debía hacer durante estos meses. Me dio recomendaciones y me prohibió ciertos medicamentos que podrían ser perjudiciales para el bebé, sin mencionar el alcohol y el cigarrillo. Por suerte yo no fumaba y había hecho un pacto conmigo misma de abstenerme del alcohol por un tiempo largo, así que eso no sería un problema.
La obstetra me dio su número personal para que la llamara ante cualquier duda o emergencia, también programó un día para la siguiente cita.
Salí del consultorio intentando procesar toda la información recibida hasta el momento.
Me paré en seco en medio del pasillo cuando una idea descabellada hizo una intrusión en mi cerebro.
Sería una madre ¿yo?, sonaba loco e irreal. No me veía cuidando de un niño, todavía me consideraba una adolescente, tenía mucho por lo que vivir, por divertirme...
La idea me alarmó. Sentí el nudo en mi garganta crecer peligrosamente. Tenía una incesante necesidad de llorar, pero no me atrevía a hacerlo delante de toda esa gente, de todas esas madres que se veían tan felices con sus hijos y sus panzas al borde de la explosión. Me sentiría diferente, como un bicho infiltrado entre tanta alegría y miradas de esperanza.
Estaba malditamente preocupada por todo, por mi futuro, por la reacción de mis padres al saberlo, de mis amigos, de... Marcus. ¿Cuál será su reacción? ¿Alegrarse?, no lo creo, nadie se alegraría de enterarse que tendrá un hijo de manera inesperada, y mucho menos si viene en un momento crucial de tu vida, lleno de exámenes y trabajos que te preparan para culminar con tu carrera.
¡Maldito, Carter!, ¡Todo era su culpa! ¿Dónde había comprado esos condones? ¿De los chinos?
Lancé una carcajada por mis pensamientos y me avergoncé al darme cuenta que las madres me miraban de manera extraña. Seguramente pensarían que estaba loca, y pues, no estaban muy lejos de la verdad, me sentía al borde de un precipicio, donde el vacío que me esperaba al final no era nada más y menos que pura locura.
Volví a lanzar otra carcajada. No podía detenerme, era eso o romper en llanto.
— Increíble — mascullé de manera casi inaudible, donde fuera yo misma la única que pudiera oírme —. Primera vez que tengo sexo y salgo embarazada.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando mis ojos se encontraron con una persona conocida.
¡Mierda!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro