CAPÍTULO 9
Era de mañana, recién volvía de una tienda del campus con una bolsa entre las manos. Helen me había mandado a comprar provisiones para su heladera, la cual había quedado vacía. Volví a mi habitación y cuando llegué a la puerta, rebusqué en el bolsillo de mi chaqueta, y me di cuenta que había perdido mi cartera, con la libreta de notas, las llaves y el celular dentro. Mi corazón se paralizó en mi pecho y se me congeló un nudo en la garganta. ¿No podía estar pasándome esto?
Golpeé la puerta sin parar hasta que mi amiga me abrió, me puso cara mala por el escándalo que estaba haciendo, pero no le di tiempo de regañarme.
— ¡Helen me olvidé la cartera en el campus! — le grité desesperada mientras rebuscaba por toda mi persona, revolviendo mis bolsillos y sacando las compras del interior de la bolsa, pero mi cartera no estaba por ningún lado.
— ¿Seguro que no te la robaron? — me preguntó ella, y ambas pasamos al interior de la habitación. Helen cerró la puerta de vuelta y comenzó a ayudarme en mi búsqueda.
Pero no pudimos buscar mucho porque de repente llamaron a la puerta. ¿Quién venía a molestar ahora?, ¿No ven que estoy ocupada entrando en el principio de un ataque cardiaco por culpa de mi cartera perdida?
Helen abrió la puerta, y por la expresión de su cara supe que se llevó una gran sorpresa.
— ¡Marcus! — dijo ella saltando a los brazos del chico estrechándolo con fuerza — Hace tanto que no te veo.
De la boca de Helen escapó una sonora carcajada. Ellos siempre se habían llevado bien, a pesar de que yo lo odiaba. Era de esperar que reaccionara así al verlo después de siete años.
— Mírate cómo has crecido — le dijo cuando lo soltó, le dio una mirada lasciva y se mordió el labio aguantando una sonrisa —Estas hecho todo un semental.
No pude evitar rodar los ojos ante su comentario tan ridículo.
— Ni que fuera un caballo —interrumpí su encuentro de mala gana, todavía sin mirar a Marcus quien se encontraba parado en el umbral de la puerta.
— ¡Pero míralo!, ¡Si es un potro!, ¡Mejor dicho un potrazo! — reafirmó Helen y por primera vez me digné en dirigir la vista hacía el chico, quien traía una camisa azul marino, y un jean negro, de su cuello colgaba una cadena de plata, y nunca lo admitiré en voz alta, pero Helen tenía razón, ¡Era un potrazo!, ¿Cómo es que nunca me di cuenta?, tal vez estuve todos estos años muy ocupada odiándolo por todas las bromas recibidas de su parte.
— ¡Ya déjalo! — la regañé. Marcus tenía en el rostro una enorme sonrisa socarrona y presumida, obviamente se sentía a gusto al recibir los cumplidos por parte de la trigueña — Y ¿Por qué estás aquí? — Le pregunté esta vez a Marcus, seguramente habré sonado muy dura y distante, pero no me interesa si se ofendía, no quiero tenerlo cerca.
— Vengo a traerte esto — respondió el chico extendiendo una cartera violeta. Mi cartera — la encontré en el campus, y cuando vi a quien le pertenecía no dudé en devolvérsela a la dueña — dijo esbozando una atractiva sonrisa.
— Bueno, gracias — le dije tomando la cartera de las manos del chico, con una expresión recelosa en mi rostro, cuidando de no hacer un roce con sus dedos de manera accidental— Si eso es todo, puedes volver a...
— ¡No seas tan descortés, Diana! — me regañó Helen. Tomó el brazo de Marcus y lo empujó al interior de la habitación cerrando la puerta detrás de él — Hace años que no nos vemos, quiero saber cómo le ha ido en la vida sin mí maravillosa presencia en ella.
Volví a rodar los ojos. Conocía muy bien a Helen, y algo me decía que ella estaba tramando algo, algo maquiavélico. Para resumir, Helen es una Casanova compulsiva, y puedo apostar que su próxima pareja a concretar incluía a Marcus y a mí. Me estremecí ante la idea. Ni en mis sueños más perturbados me imaginaría tener una relación con el patán, el patán sexi.
Marcus se lanzó a mi cama, se acomodó a lo largo apoyando su rostro sobre la palma de su mano y me mandó una mirada estudiada. La bilis subió por mi faringe regando un gusto amargo a su paso, Marcus estaba en mi cama, la sola idea me resultaba repulsiva.
— ¡Fuera de mi cama! — le ordené mirándolo con un gesto de guerra. Les juro que no me querrán ver enojada de verdad.
— ¿Todavía me sigues odiando? — me preguntó el chico mirándome con los ojos abiertos, intentado hacer una expresión afligida, digna de lástima, pero a mí no me convencía su mala actuación.
— Siempre lo hice — le respondí secamente.
— ¡Te devolví la cartera!, ¿Sabes que pude quedarme con ella? — dijo llevando sus dos manos hasta descansarlas detrás de su nuca, si no lo odiara tanto diría que hasta se veía sexi en esa posición.
— Devolverme mi cartera no resolverá ocho años de abuso. Fuiste un brabucón conmigo — fruncí el ceño, y Marcus me envió una mirada sorprendida.
— Yo nunca fui un abusivo. Si te refieres a las bromas, sólo intentaba llamar tu atención.
Mis mejillas ardieron por la idea, recordé la tarde que el niño Marcus de diez años me había pedido ser su novia, y yo lo rechacé aguerridamente. Marcus notó mi rubor y sonrió de manera pedante, sabía que estaba teniendo ventaja en la discusión, él estaba ganándola. Eso me ponía aun más furiosa, sólo quería que saliera de mi cama y no volverlo a ver durante varios años más.
— Dime... ¿Todavía sigues muerta por ese niñato de Nicholas? — preguntó de repente. La pregunta me sorprendió, tanto que tartamudeé un poco, ¿Qué podía contestarle?, ¡No era de su incumbencia!, mis mejillas se tiñeron aun más, y mis labios no profirieron ni una sola palabra inteligible, me sentía expuesta — Ya veo que sí... — dijo interpretando mi reacción como una respuesta, sí, seguía enamorada, enamoradísima — Y supongo que todavía sigues en la frienzone— sonó como una pregunta, pero en verdad fue una afirmación, él sabía leerme muy bien.
— ¿Y tú? — interfirió Helen de manera veloz, sus palabras parecían casi una acusación, no sabía si quería defenderme o estaba del lado de Marcus — ¿Todavía sigues flechado por mi amiga?
Marcus miró a Helen, y le respondió sin mirarme.
— Ambos amamos a personas que no podemos tener. Ambos nos permitimos ser heridos por aquella persona que es todo para nosotros, pero que al mismo tiempo no somos nada para ella.
Helen enmudeció, me echó una mirada atónita, y yo la miré con la misma expresión boquiabierta. No sabía cómo procesar aquellas palabras, mi mente no tuvo reacción, en cambio mi cuerpo fue un volcán, toda mi piel se erizó, y un rayo de calor cortó mi pecho hasta mi vientre. ¿Qué debía contestarle?, no sabía que decir. Nadie dijo nada más.
Marcus dejó de mirar a Helen y enfocó sus ojos verdes sobre los míos, había dolor en su mirada, de cuyo dolor yo era la única culpable, él se encontraba en la misma situación conmigo, como yo me encontraba con Nicholas. Al ver su dolor, también me recordó el mío, la manera en la que Nicholas nunca me amará. ¡Maldita frienzone!
El castaño bajó la mirada tímidamente, y dando indecisos pasos salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de él, sin decir siquiera un adiós. ¿Por qué me sentía como la mierda?, la respuesta es simple, porque no puedo amar al que me amaba, en cambio amo al que me ignora. De alguna manera Marcus y yo somos muy iguales en el amor. Unos fracasados.
Luego de unos segundos, cuando ya estuvimos solas en la habitación, Helen terminó con el incómodo silencio lanzando un grito al aire. Saltó sobre su cama y habló ilusionada.
— ¡Lo que yo daría para que alguien me ame de aquella manera!, ¡Tan profunda! — y abrazó la almohada con fuerza.
— Pero yo amo a Nicholas — mascullé casi sin voz, pero Helen llegó a escucharme igual.
— Deberías dejar de sufrir por ese chico. Han pasado quince años y no haces más que sufrir por él. Acepta a alguien que te adoré de verdad.
— No puedo. No voy a salir con alguien sólo porque le gusto.
— Pues, piénsalo — dijo sentándose derecha para enviarme una mirada seria — Deberías dejar de sufrir por quien no te ama y dejar de hacer sufrir a Marcus, quien sí te ama, y mucho — suspiró emocionada, pensando vaya a saber uno que cosa— Hacen una linda pareja — dijo en fin. ¿Linda pareja?, de sólo imaginarme en una relación con Marcus mi estómago se revolvió de inmediato. Era imposible.
Helen no volvió a tocar el tema durante el resto del día, y yo tampoco, no me entusiasmaba la idea de ser abordada con miles de preguntas u objeciones sobre a quién debo o no debo amar. Uno no elige de quien enamorarse.
La vida es injusta y punto.
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