CAPÍTULO 6
Era de noche, no podía dormir. Paseé la vista por la habitación y mis ojos cayeron sobre el Señor Tini, y recordar cuando lo obtuve hacía que mis mejillas quemaran al rojo vivo, suerte que Helen roncaba en la cama de al lado y no podía verme ruborizada de esta manera absurda.
Nicholas se veía sorprendido cuando descubrió que todavía lo conservaba. Nunca me desharía de algo que tiene significado para mí, y que me recuerde que siempre debo tener esperanza con Nicholas, que no todo estaba perdido.
Las imágenes de cuando conseguí ese viejo conejo de felpa llenaron mi mente, y me dejé llevar por ellas, adentrándome en un nuevo recuerdo:
Recordé cuando tenía diez años, había pasado una semana de mi cumpleaños, mejor dicho, de mi peor cumpleaños. Me había levantado tarde ese día ya que era fin de semana y mi madre no había venido a despertarme para que no llegara tarde a la escuela, como todos los días.
El timbre sonó rebotando en las paredes de mi casa, y yo estaba segura de quien sería.
— ¡Yo voy! — grité para que me dejaran abrir la puerta.
Caminé hasta la puerta de salida, con la mente puesta en todo lo que había sucedido la última semana. Nicholas estaba distanciado, pasaba más tiempo en casa de su nueva noviecita, Clara o como a mí me gusta llamarle "cara de cerdo", que conmigo, y sí, eso me ponía muy celosa, lo admito.
Cuando abro la puerta no había nadie del otro lado, eso me extraño, estaba segura que Nicholas había venido a mi casa, podía sentirlo, o tal vez era lo que yo simplemente deseaba.
Cuando voy a cerrar la puerta algo amarillo sobre el suelo llama mi atención. Me agacho para recogerlo, y mi corazón pega un brinco en mi pecho al reconocer que era una flor amarilla, que había sido puesta sobre mi puerta por alguien intencionalmente. La tomé con una enorme sonrisa en los labios, viendo que también había una nota.
Tomé la nota con entusiasmo, estando segura que era un regalo de Nicholas, algo en mi interior me decía que se había arrepentido de salir con la cara de cerdo, y que por fin se había dado cuenta que estaba enamorado de mí y de lo mucho que me amaba, que a partir de ahora seríamos novios, y que cuando fuéramos grandes nos casaríamos, ahora no por Dios, tenemos diez años solamente, pero más adelante sí, puedo esperar unos años más para casarme con Nicholas. Sí, seguro la nota era una proposición de noviazgo, estaba segurísima de eso.
La leí en voz alta, y luego la releí varias veces de manera incrédula, sin poder creer lo que decía la nota.
— Lo siento por lo de la araña. Espero que me perdones — leí mientras un gruñido se atoraba en mi garganta — Marc... Marcus — leí la firma con la desilusión infiltrándose en mi voz — Marcus — repetí sintiendo la bilis subir por mi esófago.
No era una carta de Nicholas, sino una nota de disculpa de Marcus. Ese idiota creía que dándome una flor y una nota olvidaría todos los últimos años de tormentos que tuve que soportar, todas sus estúpidas bromas. ¡Me hacía la vida imposible!
Con la ira pinchando en mi pecho y con las lágrimas escociendo detrás de mis ojos, tiré la flor al suelo, y luego la pisé repetidas veces, haciéndole a la flor el mismo daño que me hacía Nicholas cada vez que ignoraba mi amor, la aplasté, la destruí.
Subí corriendo la escalera, y me encerré en mi cuarto. Me abracé a mi almohada llorando sin consuelo alguno. Mi vida de diez años era miserable.
A la tarde volvieron a llamar a la puerta, pero esta vez la abrí sin esperanzas algunas, dejaría de hacerme vanas esperanzas, me daría por vencida. Nuestro amor nunca será.
Para mi sorpresa, Nicholas se encontraba del otro lado, cargando una caja de obsequio entre las manos. Mi corazón se reavivó, y las esperanzas volvieron a mi pecho, sintiéndome liviana nuevamente, llena de sueños que podrían ser concretados, o tal vez no.
— ¿Eso... eso es para m...? — quise preguntarle si ese obsequio era para mí, pero Nicholas se me adelantó a responder.
— Es para Clara — me respondió con una enorme sonrisa en los labios, mientras yo sentía como mi corazón moría lentamente — Quería mostrártelo a ti primero ya que eres mi mejor amiga.
Nicholas abrió la caja y sacó del interior un conejo de felpa, de un color celeste pastel, era un detalle tierno con ojos de botones.
Tomé el conejo entre mis manos, sintiéndolo suave y mirando la enorme sonrisa que tenía dibujada en su rostro de algodón. ¡¿De qué te ríes estúpido?!, le recriminé mentalmente, era como si se burlara de mí.
— Es... es... muy lindo — le dije, y era cierto, era un muy lindo peluche de conejo.
— Me alegró que te guste, no quería regalarle algo que no le pudiera llegar a gustar. Hoy a la tarde iré a su casa, me invito a tomar la merienda, allí se lo daré — decía con un gesto de ensoñación en el rostro.
Le devolví el conejo viéndolo como lo volvía a guardar en la caja. Esto cada vez se ponía peor. Tendría que hacer algo al respecto.
Una hora después, cuando Nicholas se fue de mi casa con la excusa de que iría a prepararse para la tarde, ya que sería una tarde muy especial, yo aproveché para ponerme manos a la obra. ¡Yo no tenía por qué soportar esta clase de cosas!, ¡Lucharía por el amor de Nicholas!
Tomé mis ahorros, la bicicleta nueva tendría que esperar un poco más. Y con los bolsillos llenos de billetes caminé hasta la carnicería más cercana.
Entré al negoció sintiendo como mi piel se erizaba por el ambiente helado, mis dedos templaban, nunca había hecho nada igual, pero no había vuelta atrás. Si no actuaba lo perdería para siempre.
— Señor, ¿Tiene una cabeza de cerdo? — el carnicero me miró extrañado, generalmente la que hacía las compras era mi madre, y no estoy muy segura de que alguna vez nos haya hecho una cabeza de cerdo al escabeche —Es para un proyecto de ciencias — mentí, y el carnicero pareció creérselo.
Le pagué al hombre lo que correspondía y me llevé una bolsa con la cabeza del porcino, con un gesto de repulsión en la cara, las náuseas paseaban por mi paladar amenazando con hacerme despedir el desayuno.
Me encerré en mi habitación y me puse manos a la obra.
Decoré una caja de zapatos, envolviéndola en un papel para decorar de corazones sonrientes y con un listón rojo, tan brillante que parecía una estrella.
Coloqué el contenido de la bolsa dentro de la caja, intentando ignorar la mirada muerta del animal degollado, era asqueroso. Sólo faltaba una cosa.
Tomé una hoja de papel y una lapicera, y luego de pensar unos minutos redacté una nota con su firma correspondiente.
Era un plan perfecto, no podía fallar. Me sentía orgullosa de mi misma.
Tomé la caja entre mis manos y bajé la escalera rumbo a la salida.
Dejé la caja en el suelo y abrí la puerta con el corazón palpitando a mil, algo en mi interior me decía que lo que estaba por hacer estaba mal, pero intentaba ignorar esa voz. ¡Haría todo lo necesario para ganarme el amor de Nicholas!, ¡Cualquier cosa!
Cuando abrí la puerta del otro lado me encontré a un chico castaño algo despeinado, mirándome con sus ojos envueltos en pecas cafés. En sus manos traía una flor amarilla, idéntica a la que esta mañana encontré sobre mi puerta con la nota.
— ¿Marcus? — pregunté extrañada al ver su presencia, se lo veía nervioso, incluso podría decir que estaba cohibido.
— ¿Recibiste la flor? — preguntó mirando al suelo, totalmente vergonzoso, nunca lo había visto de este modo, él no era un niño tímido, sino siempre actuaba como un patán — Era para disculparme por lo de la araña en tu cumpleaños.
— Sí la recibí — le respondí recordando mentalmente como la había pisoteado con bronca.
Marcus me miró de una manera como nunca antes me había visto, había un sentimiento escondido detrás de sus ojos, me miraba con adoración.
— Quería preguntarte una cosa — dijo tímidamente mientras mi corazón se aceleraba y mis mejillas comenzaban a quemar antecediéndome a su pregunta, ya podía imaginarme a que venía a mi casa — Quería saber si... si... — lo vi tragar saliva, tomando valor para hacer la pregunta de una vez por todas, soltándola como si hiciera presión en su pecho — ¿Quieres ser mi novia?
Lo miré extrañada, totalmente muda, me esperaba su propuesta, pero de igual manera me impactó, viéndolo tan frágil y expuesto, parecía otro niño, no el patán bromista que acostumbraba a ser.
Marcus estiró su mano y con ella me ofreció la flor amarilla, la miré como si me estuviera regalando otra tarántula peluda, su color era brillante y vivaz, era hermosa. La flor permanecía en su mano, invitándola a que la tomé, pero yo no lo hice, aparté la mirada de la flor y la posé sobre los ojos de Marcus, los cuales me miraban con esperanzas, vanas esperanzas.
— Estas bromeando, ¿Verdad? — le dije sin medir mis palabras. Sería una escena muy tierna, pero no borra los años anteriores, todas las bromas y malas pasadas — ¿Qué pensaste?, ¿Qué te diría que sí?, ¡Nunca!, te odio.
Marcus me miró sorprendido, pero su expresión fue mudando a medida que comprendía mis palabras, pasó primero por la sorpresa, luego por la incredulidad y terminó posándose en el dolor. Sus labios temblaron ligeramente y vi que se los mordió para impedir que siguieran moviéndose de aquella manera gelatinosa, y sus ojos me examinaron, de pies a cabeza, y acabo mirándome a los ojos, con una mirada herida, que si no le tuviera tanta bronca a este niño, podría decir que me hubiera dado lástima.
Marcus miró al suelo, y unos segundos después abrió su mano dejando que la flor se escapara de sus dedos hasta llegar al suelo, ocultó su mirada de la mía mientras lanzaba un gruñido, como un animal herido en la carretera. Se marchó, cabizbajo, esquivando todavía mi mirada.
Algo hizo eco en mi interior, mi corazón se removió disgustado, y mi mente balbuceó intentando decirme algo, y ya sé que quería decirme, lo que acababa de hacer estaba mal, no tenía que canalizar mi ira en Marcus, y hacerlo sentir tan mal como yo me sentía con Nicholas. Él no era mi venganza. Pero no podía evitarlo, Marcus nunca me cayó bien, por lo tanto, era más fácil desquitarme con él y no con otra persona más cercana.
Me sacudí levemente, sacando de mi mente la culpa. Y me obligué a olvidar lo que acababa de pasar. Tenía que concentrarme en mi plan si quería que todo saliera a la perfección.
Tomé la caja del suelo y detrás de mí cerré la puerta. Caminé hasta la casa de Clara y dejando el regalo sobre su felpudo toqué el timbre, corrí hasta el arbusto más cercano para esconderme y escuchar la reacciona de la cara de cerdo desde allí.
Unos segundos después la puerta de mi vecina se abrió, saliendo Clara hacía el porche batiendo la falda floreada como una campana, de una forma tan grácil que sentí la envidia carcomerme la nuca. ¿Por qué a mí los vestidos no me quedan como a ella?
Clara pegó un gritito emocionado al encontrarse la caja ante sus narices. Tomó primero la nota y la leyó en voz alta:
— En este obsequio veras todo lo que significas para mí. Nicholas —Clara suspiró emocionada mientras apretaba la nota contra su pecho.
Luego se arrodilló ante la caja, abriéndola entusiasmada, pero su rostro cambio de inmediato, y la sentí pegar un grito que llegó hasta mis oídos. Había encontrado la cabeza de cerdo.
Unas horas después apareció Nicholas en mi casa con el conejo entre las manos, intenté fingir sorpresa, pero al ver su rostro triste, destruido, me sentí culpable por todo lo que había hecho.
— ¿Le diste el conejo? — le pregunté intentando ignorar la culpa.
— Ni siquiera quiso atenderme. Me dijo que me fuera y que nunca más le hablara — dijo Nicholas con dolor en la voz. Estaba sufriendo, y era culpa mía su dolor — Ni siquiera me dio una explicación.
Nicholas me abrazó fuertemente, y yo le correspondí el abrazo.
— Toma — dijo extendiéndome el conejo, y yo lo miré con duda.
— No, no — negué, pero él insistió y yo lo tomé.
— Es para ti. Porque nunca me harías sufrir... — me volvió a abrazar con fuerza mientras mascullaba en mi oído —... porque eres mi mejor amiga.
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