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CAPÍTULO 45

Y a pesar de que me opuse rotundamente, aquí estoy, preparando un bolso para el viaje.

¡No puedo creerlo!, ¡¿Cómo permití que pasara esto?!

Cuando ya hube llenado el bolso con todo lo necesario para un corto viaje de dos días y una noche, me senté en mi cama, de brazos cruzados y con mi mejor cara de pocos amigos, a esperar que el patán llegara. Y mientras lo esperaba me asaltó un recuerdo. Pues a la playa que íbamos, no era una playa cualquiera, guardaba allí uno de mis recuerdos de la infancia.

Recordé cuando teníamos doce años, faltaba un año para que Marcus se marchara a España y nos dejara sin su revoltosa presencia. Ese día habíamos decidido ver la película Jurassic Park III, si bien no era un estreno, y la película ya la habíamos visto años atrás, nunca desaprovechábamos una buena oportunidad para ver una buena película en el cine.

Estábamos los cuatro, Helen, Nicholas, y por supuesto, no podía faltar Marcus, que, aunque su presencia me resultara insoportable, siempre estaba allí para molestarme.

Nicholas y yo fuimos los encargados de comprar las bebidas y los pochoclos, mientras Helen y Marcus se quedaban aguardando lugares en la fila.

Esperamos en la fila, unos minutos hasta que el acomodador habilitó la entrada a la sala del cine. Recibió nuestras entradas y nos permitió el ingreso.

Como siempre, buscamos unos asientos ubicados en el centro de la fila de sillas. Una vez me senté en la esquina y estuve con tortícolis varios días.

No me gustó mucho como repartimos los lugares, pero ya era tarde para cambiar. Yo estaba encerrada entre Marcus y Nicholas, y del otro lado de Nicholas estaba Helen. ¿Por qué yo tenía que estar junto a Marcus?, el idiota se sentó junto a mí justo antes de que apagaran las luces, cuando ya era tarde para obligarlo a sentarse en otro lado. Cada vez se vuelve más astuto.

La película comenzó, y repartimos lo que habíamos comprado, era un vaso de gaseosa para cada uno, pero sólo nos había alcanzado para comprar dos cajas de pochoclos. Así que tendríamos que compartirlo entre dos, y adivinen con quien me tocaba compartir mis pochoclos, ¡Sí!, ¡Acertaron!, ¡Con el patán de Marcus!, pero estaba muy equivocado si pensaba que iba a ser cooperativa.

Cuando vi que la mano del patán se acercaba peligrosamente a los pochoclos, apreté con fuerza la caja contra mi cuerpo y alejé su mano.

— ¿Qué haces? — me preguntó en un susurro, pero igual alguien chistó para que hagamos silencio, pero Marcus no le llevó el apunte — Quiero pochoclos.

— Cómprate los tuyos — le dije, tomando un puñado y llevándomelos a la boca para generarle envidia.

— ¿Pero si yo también puse mi parte de dinero para comprar las bebidas y los pochoclos?, ¡Me corresponde una parte! — Marcus levantó un poco la voz y volvieron a chistar varios en la sala de cine.

Marcus me miró en silencio unos segundos, esperando a que yo accediera a convidarle los pochoclos, yo me mantuve en silencio también, y sin soltar la caja.

— Ya, ¿Vas a darme?

— No.

Marcus tomó un extremo de la caja con una mano y tiró de ella para que la soltara, pero no lo hice.

— Suelta.

— No, suelta tú.

Un hombre que estaba sentado en el asiento de atrás, nos chistó con fuerza. Parecía que estaba perdiendo la paciencia con respecto a nuestra pequeña pelea.

Marcus soltó la caja y me miró desafiante.

— ¿No vas a convidarme? — rugió el Spinosaurus en la pantalla.

— No — bramó el T-rex.

— Bien — dijo Marcus y vació su vaso de gaseosa por encima de mi caja de pochoclos.

— ¡¿Estás loco?! — le dije mientras le lanzaba la caja con su contenido estropeado al pecho y luego salté sobre él para golpearlo.

En la pantalla luchaban los dos dinosaurios.

Marcus tampoco se quedó atrás, comenzó a tirar de mi ropa y de mi cabello para que lo soltara, y ambos caímos al suelo en un remolino de manotazos y maldiciones.

Helen y Nicholas también se habían levantado de sus asientos e intentaba separarnos, pero era en vano, estábamos empedernidos en esta estúpida pelea.

Nuestra pelea fue interrumpida por una linterna que nos apuntó a la cara. Era la acomodadora que había entrado a la sala para terminar con nuestra escena.

— Ustedes cuatro, fuera — nos dijo con un gesto que le daría miedo hasta al padrino de la mafia.

Me levanté del cuerpo de Marcus, dejándolo que se parase también. Salimos del cine pidiéndoles disculpas a la acomodadora, mientras nos abucheaban los espectadores que querían ver la película.

— ¡No puedo creerlo! — nos regañaba Nicholas mientras caminábamos por la calle.

— Lo siento — dije, no había nada que me doliera más que cuando Nicholas se enojaba conmigo.

— No, tú no, Diana— me sorprendí — no puedo creer que fueras tan idiota — se dirigió a Marcus — ¡No sé ni porqué te invitamos!

— Yo lo invité — dijo Helen, quien parecía ponerse de su lado.

— Ella empezó la pelea— me acusó Marcus. ¡No podía creer que fuera tan poco hombre!

— ¡Mentira!, ¡Tú vaciaste tu gaseosa en los pochoclos! — me defendí.

— ¡Sí!, porque alguien estaba siendo muy egoísta.

— ¡Basta! — nos paró Helen cuando temió que volviéramos a pelearnos como en el cine — Los dos estuvieron mal, y punto final.

Nos quedamos en silencio. Tanto Marcus como yo, con el ceño fruncido. Me mordí el labio, como si de aquella manera contuviera la ira que se estaba acumulando en mi interior.

— La tarde se arruinó — dije pensando que nuestros planes se habían ido por el caño de la peor manera.

— No, todavía podemos recuperarla — dijo Helen y todos la miramos expectantes — Vamos a la playa.

Fue una buena idea. La espuma del mar, el salitre y el fresco que me invadió cuando la tarde comenzó en su ocaso, me tranquilizó, si bien no había olvidado lo sucedido en el cine, ahora me sentía más relajada.

Mis ojos buscaron en la orilla, y encontraron a Nicholas, caminando descalzo, mientras el sol que se ponía lo coronaba como una aureola de oro. Era tan hermoso, brillaba como un ángel. Caminé hasta él, casi llevada por un hipnotismo.

— Mira lo que encontré — me dijo cuando estuve junto a él.

Me tendió la mano abierta, mostrándome una pequeña ostra rosada.

— Qué linda — dije con una sonrisa.

— Toma — la colocó en mi palma — consérvala.

Yo la apreté entre mis dedos. Podía ser una pequeña ostra sin valor, pero para mí no tenía precio. Para mí ya era valiosa, por el sólo hecho de ser un regalo de Nicholas.

— Ya está anocheciendo — dijo mirando como la luz del horizonte se apagaba lentamente — Debemos irnos.

Caminamos de vuelta a la playa. Helen y Marcus estaban sentados junto a una enorme parcela de flores amarillas, hablaban entre ellos, y desde mi distancia, no me llegaba su conversación.

— Ya es hora de irnos — dijo Helen cuando nos vio llegar.

Helen y Marcus se levantaron del suelo, y comenzamos a caminar, pero Marcus me detuvo al instante.

— Espera — dijo tomándome suavemente del brazo.

— ¿Qué? — lo increpé, estaba recordando el enfado que traía desde el cine.

Helen siguió caminando y tomó a Nicholas del brazo para que la acompañe, aunque el segundo no estaba muy de acuerdo con dejarme a solas con Marcus, pero igual accedió y se separaron de nosotros.

— ¿Quieres recriminarme otra vez lo de los pochoclos?

— No — me miró con algo en las manos, pero no le di importancia a lo que era — Sólo quería pedirte perdón por lo del cine.

Lo miré sin creerme su disculpa.

— ¿Realmente lo sientes? — no podía creerlo.

Marcus me miró, y sonrió de lado. Fue una sonrisa incompleta.

— ¿Realmente importa si lo siento?, ya estoy a costumbrado a ser yo el que pida perdón — entonces vi bien lo que tenía entre las manos, era una flor amarilla, seguramente la había cortado de la parcela de flores. La sostenía entre sus manos como si fuera de cristal, como si el aire pudiera arrancarle de repente todos los pétalos y dejarla sin nada. Como si necesitara de su protección para poder seguir manteniéndose entera.

— ¿Entonces qué sentido tiene disculparse si en verdad no piensas que estuviste mal? — le pregunté, sonando algo sarcástica.

— Prefiero estar bien contigo, antes que tener la razón — se desprendió otro pétalo amarillo y cayó al suelo.

— ¿Por qué? — le pregunté, no entendía su proceder, no comprendía su lógica.

— Ya sabes porqué... te lo he dicho cientos de veces — dijo y otro pétalo cayó — ¡Te quiero! — respiró forzadamente, como si se atorara con sus propias palabras — Prefiero destruirme a mí mismo antes que ser odiado por ti — se rio de sí mismo mientras caían varios pétalos dejando a la flor casi desprovista de color— o por lo menos aún más.

— Entonces... ¿Ya no me harás enojar?

— Eso espero.

Marcus miró lo que llevaba entre mis manos, y se percató que llevaba una ostra rosada.

— Es de Nicholas — le dije.

Marcus me sonrió forzadamente y de sus dedos se resbaló lo que quedaba de la flor. El viento atrapó sus pétalos sueltos, y la arena cubrió lo poco que quedaba todavía compuesto.

Un golpeteo en la puerta me despertó de mis recuerdos.

Colgué el bolso de mis hombros y abrí la puerta.

— No te dije que estuviera de acuerdo con esto — le dije cuando lo vi esperando por mí.

— Dices que no estás de acuerdo, pero de igual manera armaste un bolso para pasar la noche.

— ¿Acaso tengo otra opción?

— Sí — su respuesta me sorprendió — ¿Qué vas a hacer?, ¿Vas a huir tomando la otra opción o vas a enfrentarlo? — Marcus me sonrió — ¿Enfrentar lo nuestro? — corrigió sus propias palabras.

Yo no veía una segunda opción como él decía. Yo veía una sola. Estaba encerrada, sin salida. No podía huir.

— Vamos — le dije y cerré la puerta de la habitación detrás de mí.  

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