CAPÍTULO 33
Ya que estábamos en el hospital, y el hospital quedaba en el pueblo, no necesitamos llamar a ningún taxi, sólo salimos caminando por la puerta principal, y nos dirigimos al pequeño centro, donde se concentraban todos los negocios y locales de servicio que disponía el pueblo, que por cierto no eran muchos, no los conté, pero estaba segura que me alcanzarían los dedos de las manos para contarlos.
Caminamos, uno al lado del otro, y a pesar de que estábamos bastante cerca, no podía dejar de debatir internamente si esta era la distancia correcta. ¿Si estamos saliendo la distancia no debía ser casi inexistente?, tal vez Marcus se había tomado muy en serio eso de respetar mi espacio.
Primero miré su mano, que se hamacaba al lado de su cuerpo, de un lado al otro, totalmente libre. ¿Debía tomarla?, no debía por qué, pero, la palma de mi mano cosquilleaba en anhelo, sacudí los dedos para deshacerme de esa sensación. Decidí mirar a otro lado, si no, presentía que un impulso me poseería, de un momento a otro, y me llevaría a tomar esa mano para caminar los dos juntos como unos novios hechos y derecho. Y nadie quiere eso, ¿Verdad?
Así que decidí mirarlo al rostro, Marcus miraba al frente, con una expresión seria, su perfil, se dibujaba con un contorno casi brilloso, era como estar percibiendo una presencia divina. Tenía una frente levemente curvada, cejas prolijas, no lo suficientemente abultadas para ser las de un hombre. Nariz perfilada, en una curvatura y una extensión perfecta, no era ni demasiado larga, ni demasiado recta, tenía unas proporciones tan bellas que parecía irreal. Su boca, cerrada por dos belfos rosados, el superior un poco más delgado que el inferior. Tenían un color apetitoso, y una humedad sensual. Su mentón, sobresaliente, pero no demasiado. Sus pecas, eran pocas, pero cada una era como una roseta oscura que contrastaba artísticamente en su piel de lienzo. Y sus pómulos, sonrojados... ¡Esperen! ¿Sonrojados?
— Me pone feliz que me mires... pero no deja de ser vergonzoso— dijo y luego dejó ocultar su rostro detrás de sus palmas, rio nerviosamente, como intentando recuperarse de un ataque de timidez.
Cuando entendí lo que sucedía, mi rostro fue remplazado por un tomate, desvié la vista, muy avergonzada.
— ¡No te estaba viendo! — lo negué de inmediato, pero era en vano, él me había descubierto, y la mentira era un intento inútil.
— Sí lo estabas.
— ¡Qué no!
— Si no lo estabas ¿Por qué me evitas la mirada?
— No te estoy evitando — era otra mentira, ya que no despejaba los ojos de las vidrieras de un negocio sobre pesca — Sólo que... las cañas de pescar son más interesantes que tu cara.
— Entonces, si no estás avergonzada... mírame — percibí un tono de desafío en sus palabras. Me estaba retando a que lo miré y le muestre que no estaba avergonzada. No podía negarme, porque si no eso sería darle la razón.
Esperé unos milisegundos para cobrar fuerza y valentía de donde no tenía. Me concentré para desaparecer el sonrojo de mis mejillas y luego giré a una velocidad medianamente rápida, si hacía las cosas rápido, más rápido me libraría de esta situación. Mirarlo no era nada parecido a lo que pensé. Me creí fuerte, imperturbable. ¡Gran error!, fue como un shock, me quedé de piedra, como si estuviera viendo a la mismísima Medusa. Cuando nuestros ojos se encontraron, y el olivo de su iris brilló, fue como si me absorbiera. Como si me robara toda voluntad, todo pensamiento de razón. Abrí la boca, sin poder decir nada, dejándome hipnotizar, Marcus parecía en el mismo trance. No sé cuánto habrá durado el encuentro visual, probablemente menos de un segundo, pero cuando el hechizo se rompió con el ladrido de un perro, ambos, giramos el rostro en direcciones opuestas, sumamente avergonzados, y más colorados que al principio.
Lo escuché aclararse la voz, como intentando de esa manera, recuperar la compostura. ¡Por Dios!, ¡Estábamos en medio de la calle!, los pueblerinos pensarán que somos raros.
Caminamos unos minutos más, en un silencio incómodo, como si hubiéramos hecho algo malo, hasta que llegamos a un restorán de comida rápida.
— Creo que deberíamos comer aquí. Si fuera una cita iríamos a comer espagueti a un caro restorán italiano, pero creo que como es una no-cita, unas hamburguesas estarán bien.
— Amo las hamburguesas.
— Lo sé — respondió sonriendo de manera orgullosa, como un niño que le muestra un diez de la prueba de literatura a su madre, luego de quedarse toda la noche, en vela, estudiando.
Entramos al local y nos sentamos en una mesa pegada a la ventana que daba a la calle, y sólo nos quedaba esperar a que se acerque la mesera con la carta del menú. Se acercó una chica flaquita, que parecía tener escarbadientes en lugar de piernas. Se sorprendió un poco al notar a Marcus, como alguien que encuentra un oasis en medio de un desierto. ¡Qué exagerada!, ¿Acaso en este pueblucho no había chicos apuestos?, lo dudo mucho, ya que Benjamín era bastante atractivo, era un poco raro, pero eso no le quitaba su rostro de protagonista de drama romántico. El rostro de la mesera se encendió de manera impúdica, y le entregó la carta como si estuviera entregando algo super interesante, de manera lenta y educada, en cambio, cuando me dio el mío, ni se dignó en mirarme, y casi me arroja la carta al rostro. Tranquila, Diana, tranquila.
Marcus le respondió la sonrisa de la piruja con otra igual de alegre, y como si pudiera presentir mi mirada asesina sobre la de él, miró de la mesera a mí, como si lo hubiera encontrado cometiendo alguna infidelidad. Me sonrió divertido, de manera infantil y yo bufé con fastidio.
Miré la carta rápidamente, no quería sacarle un ojo de encima a esa mujer ni un segundo. ¿Para qué hacen un menú si sólo hay tres opciones para elegir?, pizza, panchos o hamburguesas, no había más.
— ¿Dos hamburguesas grandes con papas fritas? — me miró Marcus, esperando a que corrigiera su elección, pero como no lo hice, se lo transmitió a la mesera, quien recibió su pedido con una sonrisa coqueta, como si en vez de una orden de comida, hubiera recibido un piropo.
— Cuando esté la orden, la traeré de inmediato — parecía que le era imposible despegar sus ojos de Marcus, era como si tuviera chicles en lugar de ojos — Mientras tanto, ¿Le apetece algo para tomar?
— Una soda de cola — respondió de inmediato.
— Yo también quiero una soda — le dije, y hasta que se dignó a mirarme — Somos dos en la mesa — le dije reclamando mi presencia, porque hasta ahora me había sentido como una mujer invisible. ¡Yo también merecía un buen servicio!
Ella me miró como se le ve a un insecto y ni siquiera gastó saliva para responderme. Un segundo después las sodas estaban sobre nuestra mesa.
Calma, Diana... calma. No le des tanta importancia. Obviamente podía mantener la cordura porque se trataba de Marcus, si hubiera sido con Nicholas la misma situación, posiblemente hubiera saltado a la yugular de esa mesera para arrancarle la cabeza con cuello y todo.
Marcus me estaba sonriendo como un tonto. Como si hubiese descubierto algo de lo que deba avergonzarme.
— ¿Qué? — le pregunté de manera acusatoria. ¿Acaso estaba suponiendo algo que no era?
— Nada — respondió y se llevó la soda a la boca, tomó de la bombilla, pero sin deshacer esa sonrisa de idiota en sus labios. ¡Cómo lo odio!
— Si estás pensando que es eso, estás muy equivocado.
— ¿Qué es eso?
— Ya sabes, eso.
— No, no sé. Dime.
— Sí sabes, no te hagas el idiota.
— En serio, no entiendo de que hablas— me miró divertido. Se estaba haciendo el idiota cuando entendía bien a lo que me refería, estaba segura.
— No tengo eso.
— ¿Eso? — me miró interrogante — ¡Aaah!, ¡Eso!, ¿No tienes el periodo?
— ¡No, idiota! — me avergoncé. ¿Cómo podía ser tan caradura de insinuarlo en voz alta?
— Dame una pista.
Lo pensé unos segundos — Empieza con C — no podía fallar con eso, ¿Verdad?
— ¿No tienes...? — me miró como si estuviera analizándome en busca de algo diferente en mí — ¿Corpiño?
— ¡No! — estaba muy avergonzada, miré a las demás mesas, algunos nos ignoraban, pero la pareja de viejitos de la mesa vecina nos miraba como si fuéramos jóvenes irresponsables que hablan sobre la menstruación y ropa interior sin pudor alguno — ¡Voy a matarte!
— ¿O sea, que no traes corpiño? — me miró entre sorprendido e intrigado y luego me envió un giño seductor.
— ¡Claro que traigo!, es incómodo dejarlas sueltas... — Marcus me miró sorprendido y de manera tímida, obviamente no esperaba que dijera algo semejante, y yo tampoco, se me escapó, ¡Lo juro! — Todo este tiempo me entendiste y estuviste tomándome el pelo — lo acusé.
Marcus iba a contradecirme, pero fue interrumpido por la presencia de la mesera que regresaba a nuestra mesa, esta vez con las hamburguesas y las papas. Era la primera vez que estaba en un restorán y me servían mi comida tan rápido. El patán de Marcus servía para algo, debía reconocerlo, cuando salga a comer con él, ya no tendré que morirme de hambre. Eso sí, debo asegurarme que la camarera sea una mujer desesperada. Aunque pensándolo detenidamente, no es buena idea, no quiero tener que enfrentar una situación similar el resto de mi vida. Ver como una mujer coquetea descaradamente con mi novio delante de mis propios ojos, como si yo no existiera, era bastante frustrante y debo decir, que me hervía la boca de rabia.
La mesera depositó las hamburguesas sobre la mesa, y se agachó de manera casi antinatural, todo para resaltar sus posaderas. Miré con atención la reacción de Marcus, esperaba el mínimo movimiento de sus pupilas, la más pequeña ojeada, para descargarle la reprimenda más grande de su vida. ¡Bien!, ¿Quería salir conmigo?, ¡Pues conocería lo que es salir con Diana Bonho!
Quiero aclarar, antes de que piensen mal, que, si actúo como un perro que marca su territorio, no lo hago porque me guste Marcus, no señor, ni cerca, es porque como mujer una tiene que marcar su lugar, ¡Una no puede dejarse basurear!, ¡Tengo que dejar mi presencia bien marcada!, ¡Como un perro que marca su territorio!, y no iba a dejar que esta mujer se burle de mí. ¡Lo hacía todo porque esta mujer no sabe su lugar!, ¡No por Marcus!, ¡Nunca por Marcus!, ¿Verdad?
Pero, a pesar de que clavé los ojos en Marcus, atenta al mejor movimiento, este ni se percató que la mesera le estaba sirviendo su huesudo trasero ante sus ojos, estaba lo suficientemente entretenido en desenvolver su hamburguesa de su empaque, que nada más parecía ser interesante. ¡Tuvo suerte!
— Tú y tu hermana, disfruten de la comida — ¿Hermana?, estoy segura que lo dijo a propósito.
Iba a levantarme y a decirle lo que le conviene, pero Marcus fue más rápido.
— Es mi novia.
Por alguna razón escuchar esa afirmación de su boca, hizo que mi corazón sufriera un mini infarto.
— Ah — dijo la mesera como si no creyera que fuera posible. La verdad es que no dudo de mis dotes de actuación, así que puedo dar fe de que mi papel como novia está bien desempeñado, y que ella lo negara me ponía los pelos de punta — Ya veo.
Y con eso se marchó en dirección a otra mesa, pero no sin antes de echarle una última mirada a Marcus, parecía un escáner intentando grabar su imagen en la memoria.
— Que mujer más repugnante.
Marcus levantó la mirada de su hamburguesa para mirarme y después lanzó una pequeña carcajada, que a mis oídos llegaron como una melodía de ángeles. ¿Acaso todo tenía que ser perfecto en él?
— Sí lo tienes — me dijo mirándome como si me hubiera encontrado con las manos en la masa.
— ¿Qué cosa?
— Eso.
— ¿Qué?
— Celos — dijo y me envió un beso al aire. ¿Acaso quiere cavar su propia tumba?
Se me atoró una bola de calor en la garganta, tenía mucho calor y vergüenza. Por sus palabras y por su beso aireado.
Iba a decirle que no los tenía. ¿Cómo podía tener celos de una persona que ni siquiera me gusta?, ¡Por Dios!, ¡Es ilógico!, pero al final opté por no negarlo ni afirmarlo... no debía olvidar mi plan. Quería enamorarlo para después destruirlo. Si bien él ya estaba enamorado de mí, quería que me ame más, que sólo tenga lugar en su mente para mí, entonces ese sería el momento de romperle el corazón. Ja, ja, ja. Y darle a entender que probablemente sentía celos por él, era una forma de envolverlo. ¡Soy un genio!
Comimos las hamburguesas, que estaban deliciosas, mientras charlábamos de cosas sin sentido. Descubrí que a Marcus le gustan mucho las películas, e incluso se autodeclaró como cinéfilo. Eso era en algo que coincidíamos, amaba tanto el cine como la literatura.
— En España, una vez, me quedé todo un día sin salir de casa sólo para ver las películas de El Señor de los Anillos. Fue la mejor maratón de mi vida —decía mientras le brillaban los ojos por el recuerdo.
— Wow... imposible — dije lanzando una risita — Estas mintiendo.
— No, es cierto. Las películas me animan, y estaba pasando por un momento difícil.
Lo miré sorprendida, ¿Era correcto preguntar sobre eso?
— ¿Qué había sucedido?... si no te molesta contarme, claro — intenté retractarme al final.
Marcus me miró con duda, sin saber si confesar era lo correcto, pero al final optó por decirlo.
— Había terminado con mi novia.
La soda se atragantó en mi garganta y me cortó la respiración. Tuve que toser como si fuera algo de vida o muerte, incluso creía que nunca volvería a saborear el oxigeno, pero nó, la gaseosa siguió por el lado correcto y el aire inundó mis pulmones, Marcus me miró asustado, estos segundos al filo de la muerte, pero ignoré su "¿Estás bien?", estaba enojada y era por una buena razón. ¿Marcus?, ¿Novia?, pero... ¿Cómo era posible?, si él siempre decía de gustar de mí, ¿Acaso era mentira?... ¡Maldito patán mentiroso!
— ¿Novia? — le pregunté intentando no sonar iracunda.
— No creo que me encuentre preparado para contarte esa parte de mi vida — me miró entre compungido y arrepentido.
Lo miré enojada. ¿Cómo se atreve a ocultarme semejante cosa?, ¡Y yo hasta ahora que creía que era su primera novia!, ¡La persona más importante en su vida!
— Pero prometo que te lo contaré, pero ahora no, dame tiempo.
— Y yo que creía que era tu primera novia — dije casi en reclamo.
— Siempre fuiste la primera en...
La mesera interrumpió nuestra conversación con su odiosa presencia. Juntó la basura en una bandeja y en su lugar dejó un enorme y suculento helado de chocolate, almendra y caramelo delante de la nariz de Marcus.
— Y esto va por mi cuenta — le dijo guiñándole un ojo.
La miré sorprendida y cuando entendí todo gruñí como un perro preparado para atacar. Amagué para levantarme de la mesa y saltarle a la desubicada como si fuera una leona cazando. Pero la mano de Marcus me detuvo antes de ocasionar una catástrofe.
— Gracias, pero no puedo aceptarlo.
— ¿Acaso tu hermanita se pondrá celosa?
— ¡No soy su hermana! — grité y estuve a punto de saltar para tomarla por los pelos si no hubiera sido por Marcus que me lo impidió.
— En serio, no es correcto recibirlo — Marcus nunca perdía la cortesía, a pesar de que esa mujer no merecía ni el mínimo de respeto. ¡Esa maldita!
— Pues qué lástima, porque ya está hecho. Que lo disfrutes — dijo coquetamente y se alejó de la mesa antes de que Marcus pudiera rechazarlo de nuevo.
— ¡Esa maldita!, ¿Quién se cree que es?, ¡Voy a enseñarle a actuar como se debe! — sacudí mi brazo, pero Marcus no me soltaba.
— Vamos, siéntate de vuelta. Mira el lado positivo, ¡Tenemos helado gratis!
Miré a Marcus con un gesto cargado de "¿En serio?", pero después de razonarlo un segundo, era mejor dejarlo así, no sé por qué estaba actuando así, como una novia celosa. ¡Se trataba de Marcus!, está bien que compenetre en el papel de novia, pero no debo olvidar que es una actuación, nunca debo. Respiré hondo y volví a sentarme. Y fue cuando recién, los dedos de Marcus se desenrollaron de alrededor de mi muñeca.
— Vamos, abre la boca — decía Marcus mientras acercaba la cuchara llena de helado hacía mis labios. Lo miré, todavía ofendida, él insistió con una sonrisa y no pude negarme.
¡Maldición!, estaba buenísimo. El chocolate se derretía en la lengua, y el mousse se pegaba a mi paladar, llenando mi boca de ese sabor dulzón, propio de los mismísimos reyes. ¡Qué delicia!, creo que hasta se me voltearon los ojos como una poseída, del orgasmo que tuve en la boca.
— ¿Está bueno? — me preguntó irónicamente, luego de que se me escapara un gemido.
— Pruébalo, es una ambrosia de los dioses.
— Aliméntame — ordenó y luego abrió la boca.
Lo miré sorprendida.
— ¿Estás loco?
— Pero yo te di en la boca.
— No te pedí que lo hicieras.
— Pero te hice el avioncito y todo.
— No.
— Aaaah — decía mientras permanecía con la boca abierta.
— Aun que hagas eso, no te daré de comer en la boca.
— Aaaaaaaah.
— Eso no funcionará.
— Aaaaaaaaaaaaaah.
— ¡Está bien! — exclamé vencida y Marcus cerró la boca un segundo para sonreír triunfante — A ver, abre la boca — le dije luego de cargar la cuchara con helado. No podía creer lo que estaba por hacer. Aguántalo, el final valdrá la pena. Piensa en Nicholas. Hazlo por él.
Acerqué la cuchara a su boca. Marcus me tomó la muñeca cuando estuve lo suficientemente cerca de llegar a destino. Me sorprendí, pero no detuve el curso de la cuchara. Los ojos de Marcus no se separaron de los míos ni un momento, mientras cerraba sus labios en torno al helado. ¿Por qué esta escena se me hacía tan impúdica?, se me aceleró el corazón, como un animal desbocado, incluso me temblaron los dedos a tal punto que pensé que se caería la cuchara. Pero no. Pude sostenerla a pesar del terremoto que sufría en todo mi cuerpo. Maldito Marcus, y maldita yo que no se contenerme cuando él me desestabiliza de esta manera.
— Eres un patán — le dije cuando me soltó y ya tenía la cuchara de vuelta en el helado.
— Ese es mi encanto — respondió sonriéndome de manera arrogante, con una sonrisa ladeada. Y era cierto, ser un patán se había vuelto en uno de sus puntos buenos.
Abrí la boca para decir algo, pero fui interrumpida por una vibración en mi pantalón. Era una llamada de Helen.
— ¿Diana, ¿dónde están?
— En el pueblo, estoy con Marcus comiendo un...
— ¿Nicholas está con ustedes? — me interrumpió, se oía muy exaltada.
— No, no estoy con Nicholas, ¿Por?
— Le dieron el alta a Lea, al parecer era una mentira del doctor Angaraes eso que se extendía el alta, sólo quería vengarse por ser una molestia... Lea tomó sus cosas de la casa y salió hacia el pueblo, dispuesta a marcharse de vuelta a la universidad. Nicholas salió corriendo detrás de ella.
En ese momento, como si los hubiéramos invocado, Lea pasó corriendo por el otro lado de la ventana del restorán, y a los segundos pasó Nicholas, quien le gritaba que se detenga.
Me levanté como un rayo.
— ¿Diana?, ¿Qué haces? — preguntó Marcus, amagando para levantarse de su silla, también.
Lo miré, con un gesto incomprendido. ¿Debía quedarme o ir detrás de Nicholas?, si iba detrás de Nicholas ¿Echaría el plan a perder?, ¿No sería como delatarme a mí misma?... ¡Al diablo!
Me di media vuelta e ignorando la llamada a mi nombre de Marcus, salí corriendo del local, en dirección a donde lo vi correr a Nicholas. Marcus se levantó detrás de mí, y al principio medio dudoso, como si no supiera que hacer, empezó a correr detrás de mí.
— ¡Diana!, ¡Detente!
Corrí con fuerza, tanto que sentía que el corazón me explotaría en cualquier momento.
A varios metros más adelante, divisé a Nicholas doblando en una esquina, yo doblé por la misma, no pensaba perderlo de vista. Reconocí el camino, se dirigían a la estación de trenes.
— ¡Nicholas! — lo llamé, pero fue en vano. No sé si me escuchó o no, pero de que me ignoró era seguro.
Miré hacia atrás y vi que Marcus no desistía en perseguirme.
— ¿Estás loca?, ¡Para ya! — me dijo agitado.
La situación me pareció cómica, e incluso me recordó a una escena de la película "La Boda de mi Mejor Amigo", cuando la protagonista corre detrás de su mejor amigo, y su mejor amigo corre detrás de su prometida. Pero esta vez sí había alguien corriendo detrás de la amiga despechada, y ese era Marcus. Lancé una carcajada al crear esta absurda relación en mi cabeza con la película.
Volví a girar, y mientras corría de espaldas, le grité una pregunta a Marcus.
— ¡¿Y quién te persigue a ti?!, ¡Ubícate!, ¡Nadie!
Marcus primero me miró sorprendido, y su expresión vaciló entre el dolor y la incredulidad, pero luego sus ojos brillaron con reconocimiento. Lanzó una carcajada y gritó en respuesta:
— ¡Jules, él no te quiere!, ¡Por favor, la boda es a las seis de la tarde!, ¡Tienes una pequeña pero clara oportunidad para hacer lo correcto!
Ambos reímos, porque entendió la referencia a la perfección.
Marcus me miró serio y volvió a gritar.
— ¡Él no te quiere!
Lo miré confundida y volví a girarme. Eso último, me dejó pensando, ¿No era parte de la película?, ¿No me lo dirigió a mí?, ¿Verdad?
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