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CAPÍTULO 3

Pasé todo el viernes y sábado encerrada en mi casa, sólo me levantaba para ir al baño o beber algo, ni siquiera tenía apetito. Mis padres parecían preocupados, pero me dieron mi espacio.

Me sentía totalmente decaída, triste, desgraciada. Intentaba no llorar, pero tenía episodios en los que me asaltaban las lágrimas y no las podía detener. Sobre todo cuando me venían los recuerdos.

Era una persona masoquista, no dejaba de recordar sus palabras y de imaginarme a la chica. Esa tal Lea, seguramente era alta, con cuerpo perfecto y una cara atractiva, con su cabello brillante y que olía bien, típica modelo salida de una tapa de revista de moda. No podía competir contra eso. Envuelta en esas conjeturas que no eran más que fantasías, pero que siendo todavía fantasías no dejaban de agregarle más dolor a mi causa, traje a la memoria la primera vez que Nicholas comenzó a interesarse en las chicas, dicho momento donde mi percepción del amor cambio, porque me di cuenta que el amor no era un sentimiento pasivo, las personas valientes no quieren en silencio, en cambio las cobardes, se ocultan en su interior, se guardan el corazón de los demás. Y Nicholas era un valiente, y yo, desgraciadamente era una cobarde.

Evoqué el recuerdo, acostada sobre mi cama sin apartar los ojos del techo blanco. Las imágenes me golpearon con violencia, avivando un recuerdo, que aunque quisiera nunca podría olvidar:

Era mi cumpleaños número diez, todos estaban invitados a la fiesta en mi casa, Helen, Nicholas, incluso el estúpido de Marcus.

- Te traje tu regalo- me dijo Marcus con una enorme sonrisa algo malvada, la cual me hizo desconfiar de él automáticamente, y quise devolverle la caja purpura que encerraba algo misterio -Vamos, ábrela- insistió, por lo cual no tuve otro opción más que abrirla, ante los ojos de mis amigos.

Comencé a desprender la tapa de la cajita lentamente, con miedo a que saliera algo asqueroso de su interior. De él podía esperar cualquier cosa.

- ¿Qué es?- preguntó Helen curiosa intentando espiar conmigo que era aquel extraño regalo.

- ¡Ah! - pegué un gritó agudo y tiré la caja al suelo, mientras se escapaba el contenido de su interior. Una enorme araña peluda corrió a esconderse debajo de la cocina.

- ¡Qué asco!- gritó Helen divertida, intentando aguantarse una carcajada, mientras Marcus se desarmaba de la risa, abriendo sus fosas nasales y gritando como una foca. Tenía una risa horrible, bastante escandalosa.

- ¡Eres un idiota!- gritó Nicholas mientras le daba un empujón a Marcus, él último casi tropieza, y haciendo equilibrio en un pie se recompuso, para seguir hablando.

- No se enojen- dijo secándose las lágrimas que le saltaron durante la carcajada.

- ¡Te odio!- le grité mientras se me entrecortaba la voz, y se me hacía un nudo en la garganta, pero intenté mantener el llanto al margen. Odio ser tan sensible, me hace parecer débil frente a los demás, pero me preocupaba más que Nicholas me vea de manera frágil.

- Fue una broma- dijo Marcus buscándome con su mano para consolarme pero yo la esquivé. Nicholas tomó su mano con brusquedad y la alejó de mí.

- No es gracioso- Nicholas lo miró con odio. Tenían una muy mala relación.

La verdad no sé por qué invité a ese patán.

- Lo siento- dijo Marcus mostrándose arrepentido, pero no me creí su disculpa, todavía podía ver la diversión detrás de la comisura de sus pegajosos labios.

Marcus simuló estar tentado por los dulces de una mesa alejada, lo cual fue una perfecta escusa para alejarse de nosotros.

Cuando ya no podía oírnos hablé, todavía con la voz afectada, tenía que hacer un gran esfuerzo para no dejarme vencer por el llanto. Esa maldita araña era gigante. Me había pegado el susto más grande de mi vida.

-Lo odio- dije por lo bajo - No entiendo porque me molesta tanto- dije más que enfadada, presioné mis puños con fuerza, viéndolo a la distancia, degustándose con los dulces y pastelitos que había preparado mi madre con mucho esfuerzo y trabajo. No se merecía probarlos.

- ¿No te das cuenta?- dijo Helen lanzando una risita por lo bajo.

- ¿Qué cosa?- preguntamos Nicholas y yo al unisonó.

- Él está loco por ti- dijo volviendo a reír - ¡Se muere por tus huesitos!

- ¡Estás loca!- le dije girando los ojos, lo que proponía era estúpido.

- Compruébalo tú misma- me dijo invitándome a girar la mirada en dirección a Marcus, él cual me estaba mirando fijamente, perdido en algún pensamiento que sólo él conocía, tenía la boca llena de torta, y sus pupilas dilatadas. No sé movió por varios segundos, hasta que se dio cuenta que lo descubrí mirándome, entonces desvió la mirada nerviosamente y fingió concentrarse en el decorado de globos y guirnaldas que colgaban del techo.

No lo podía creer, Helen tenía razón, Marcus gustaba de mí, por eso me hacía la vida imposible, para llamar mi atención.

- Prométeme que nunca te dejarás engañar por él. Hay algo en ese chico que no me gusta- dijo de repente Nicholas, mirándome seriamente, como si me estuviera haciendo jurar algo de vida o muerte.

- Te lo prometo- le dije, totalmente feliz, acaso ¿Nicholas se estaba sintiendo celoso? - A mí tampoco me agrada - le respondí con una sonrisa amistosa, estaba feliz, estaba comenzando a creer que Nicholas podría compartir los mismos sentimientos que yo siento por él.

Luego, cuando todo parecía ser perfecto en mi fiesta, excluyendo el episodio de la araña-regalo, se acercó a mi grupo de amigos mi vecina, que era un año menor que nosotros con sus nueve recién cumplidos, tenía su brilloso cabello de color azabache y sus encantadores ojos grises.

- Hola, Clara- le dije inocentemente. Sí, inocentemente porque no sabía la clase de víbora que era hasta el momento.

- Hola, Diana. Feliz cumpleaños - me dijo mostrando una enorme sonrisa, que estaba más dirigida a Nicholas que a mí. Lamentablemente, Nicholas también le sonrió. ¿Acaso no puedo tener un cumpleaños en paz?

- Ellos son mis amigos Helen y...

- Nicholas - me interrumpió para presentarse el mismo - Pero puedes llamarme Nick Beckett - ¡Qué patético!, ¡A mí nunca me dijo que le llame Nick!, y ¿Por qué decirle su apellido?

- Yo soy Clara Martínez- dijo con su vocecita dulce y aguda, y luego le regaló una pequeñita risa embarazosa.

Sí, definitivamente esté fue el día que comencé a odiar a Clara Martínez. Me ponía verde sólo al escuchar como intercambiaban palabras, miradas cómplices y alguna que otra carcajada entendida. ¡Conmigo nunca hizo eso!, ¡¿Qué tenía Clara que yo no?! ¡Por Dios, incluso recién levantada de la cama y sin peinarme, era más bonita que ella!

Al final, Nicholas tomó de la mano a Clara, sí, leyeron bien, la tomó de la mano y se fueron solos a probar lo que había en la mesa de cosas saladas. Yo los miré a la distancia, frunciendo mi entrecejo, y mordiendo mi labio inferior con rabia pura.

- ¿Te pasa algo?- me preguntó Helen al notar mi mal humor.

- Nada, nada- le dije sin siquiera voltear para mirarla, estaba muy ocupada lanzándole un mal de ojos a Clara desde la distancia.

- ¿Sabes?, no hay nada peor que enamorarte de tu mejor amigo- me dijo hablándome bajo para que sólo yo lo oyera. Al escuchar sus delatantes palabras volteé velozmente y la encaré con la mirada. ¿Cómo es posible que Helen sea capaz de captar todas estas cosas?, nunca pasa desapercibido el amor ajeno ante sus narices.

Y cuando pensé que las cosas no podían ir peor, veo a Nicholas inclinarse levemente por encima de Clara, para robarle un tierno beso en los labios. Esa fue la primera vez que se me rompió el corazón, se hizo añicos, y mi alma lloró de amargura.

Miré a Helen con los ojos empapados, ¡Definitivamente este pasó a ser el peor cumpleaños de la historia!

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