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CAPÍTULO 26

Mierda.

¡Mierda!

¡Y más mierda!

Al escuchar las palabras de Nicholas, las paredes que sostenían mi valentía se derrumbaron. Sentía miedo. Mucho miedo. Y ¿Si todo salía mal?, y ... ¿Si me había pasado esta vez?, ¿Qué debía hacer?, lo primero era mantener la calma, algo muy difícil de hacer, pero lo intenté con todas mis fuerzas.

Marcus y yo intercambiamos una mirada. Él me miró confundido, y yo no supe como ocultar el temor de mis ojos, pero por suerte él no pareció percatarse de mi reacción, o tal vez prefirió ignorarla como si nunca hubiese estado allí. Tenía miedo, debía confesarlo, estaba contra la espada y la pared, lo entendía bien. Si las cosas seguían su curso, tal y como estaban, el plan podría resultar bien, pero era delicado, el menor error podría mandar todo por el caño. Debía ser sumamente cuidadosa, y premeditar cada paso que daba con anterioridad.

Ya era tarde para arrepentirse.

Pero mi interior era un caos. Ni siquiera sabía cómo sentirme. La culpa, ese sentimiento molesto, parecía que no iba a abandonarme, en cambio, la emoción me asediaba por todo el cuerpo. Sentía en mi carne como se manifestaba. Los leves temblores, el calor subiendo, el sudor haciéndose presente. El orgullo, ah, ¡El orgullo!, era de las emociones más malvadas que podía sentir. Me impedía retractarme de mis errores y al mismo tiempo me envalentonaba por saber que mi plan estaba sucediendo y, posiblemente, funcionando. Este debía significar el declive de Lea. Algo así no podría soportarlo, ¿No?, después de todo, ella le teme a la oscuridad. Y ya estaba anocheciendo.

Marcus soltó mi cintura y ambos salimos del baño, encontrando a un Nicholas al borde de la locura, con un Jeremy aconsejándole para serenarlo.

— Lo mejor en estas situaciones es mantener la calma.

— ¿La calma?, ¡¿LA CALMA!?, ¡No puedo mantener la calma!, ¡No puedo!, ¿Y si algo malo le pasó?

Jeremy se mantuvo en silencio, y cuando nos vio llegar junto a ellos nos miró con un gesto suplicante para que lo ayudáramos.

— ¿Qué sucede? — le preguntó Marcus. Debía admirar lo serio que se ponía en estas situaciones, a tal punto de no importarle dejar de lado las diferencias con total de ser de ayuda.

Nicholas lo miró, le frunció el ceño, pero luego entendió que no era momento para actuar así.

— No contesta el celular.

— ¿Desde cuándo?

— Desde que volvimos con Diana. Al principio lo dejé estar... pero ya está oscureciendo y no sé nada de ella.

— ¿No es muy temprano para preocuparse?, tal vez esté...

— Ella siempre contesta mis llamadas y mensajes. Y eso no es todo, me envió este mensaje hace varias horas: "Allí estaré, bebé" — leyó en voz alta — Le pregunté a qué se refería, pero no contestó más.

Nicholas estaba muy asustado y preocupado. Me molestaba verlo de esa forma. Con esto había ocasionado que se olvidará de mí y centrara toda su atención en Lea. Pero debía soportarlo un poco más... sólo un poco más.

Marcus observó el mensaje que Nicholas le mostraba con el ceño fruncido, como si las cosas no encajaran.

— Pero... ¿A qué mensaje le está contestando? — preguntó Marcus y yo pasé saliva.

— No lo sé. Qué extraño.

Después de algunos minutos llegaron Helen y Benjamín tomados de las manos. Cruzaron la puerta de entrada muy acaramelados, cuchicheando y riendo de un chiste que sólo ellos entendían. Pero se detuvieron cuando se percataron del ambiente que envolvía a la casa.

— ¿Qué sucede? — preguntó Helen.

Nicholas le contó resumidamente a Helen lo que estaba sucediendo.

— Salgamos a buscarla — propone Benjamín.

— ¿De qué están hablando? — la abuela de Helen nos interrumpió. Había sido atraída por la atmosfera de la conversación. Paseó la vista por cada uno de nosotros, buscando una respuesta.

— Lea está perdida— soltó Marcus con cuidado, como si estuviera tanteando la situación. Gran error, porque no fue para nada sutil al lanzar dicha información.

— ¡No puede ser... — el rostro de la abuela palideció — que esté sucediendo otra vez! — y al decir eso, todo rastro de color desapareció de su rostro, y se desvaneció sobre el sillón más cercano.

— ¡Abuela! — gritó Helen quien corrió a ayudarla — ¡Despierta! — la zamarreaba levemente. La voz de Helen se quebró ligeramente, realmente preocupada por su abuela.

Luego de varios segundos logramos reanimar a la abuela. Quien nos echó la mirada más alarmada que pude ver en mi vida. Me sentí culpable por la abuela, no voy a negarlo. Incluso me llamé internamente una "mala persona", y seguramente al final del plan lo sería. Pero tenía una meta que anhelaba, un deseo, que se sentía enfermizo, y me sofocaba a tal punto que todo lo malo que podría hacer, ya no me parecía tan malo, e incluso buscaba y encontraba una justificación. ¿Conocen la frase: "El fin justifica los medios"?, pues en momentos así la repetía internamente como un mantra, para que me convenciera, que al final estaba haciendo lo correcto, y que el capricho de mi corazón valía más que el bienestar de los demás.

— Nosotros nos quedaremos con la abuela, ustedes salgan a buscarla — declaró Benjamín. Todos entendimos que no podíamos dejar a la abuela sola, después de su desmayo.

Primero fuimos al pueblo. Preguntamos en varios negocios, en la verdulería de Don Felipe, ese horrendo viejo que había pisado a Corbata con su auto, que según él alegaba que era un accidente, pero yo dudaba que en verdad lo fuera. Habíamos pasado también por "Le petit pincement", un pequeño taller de una modista de origen francés, bastante voluminosa, que Lea había visitado con anterioridad atraída por su impecable talento en el corte y confección, la enorme mujer había dicho que desde ayer que no la veía, y que incluso no había vuelto para tomarse las medidas para hacerse el vestido que le había encargado. Preguntamos en varios lugares más, incluso al guardia de la estación del tren, por si Lea había tomado uno, pero no fue así. Nadie parecía conocer sobre su paradero, nadie la había visto, por supuesto que yo ya sabía eso, pero fingí igual confusión y consternación que los demás.

El segundo lugar al que fuimos a inspeccionar fue la laguna. Esta se encontraba en calma. Y sobre su tersa superficie se refractaba el rostro de la luna. La única melodía que se oía era el grillar de los insectos y algún que otro débil chapoteo de algún pez que se aventuraba a acercarse a la superficie.

— ¡Lea! — llamó Nicholas en la oscuridad, y la única respuesta que recibimos fueron las voces de los grillos — ¡LEA!, ¡¿Dónde estás?! — Nicholas se dejó caer de rodillas mientras cubría su rostro con ambas manos en un signo de nervios. Yo me acerqué para acariciarle la espalda en un gesto confortador. Nicholas buscó mi mano, y cerró sus dedos en torno a los míos. Era un gesto desesperado.

Marcus nos miró, pero no dijo nada. Parecía entender que no era un momento para tener un ataque de celos. Y que Nicholas, siendo su mejor amiga, necesitaba de mi consuelo, en este momento tan difícil para él.

Luego de varios segundos, Nicholas se levantó del suelo, pero todavía sin soltar mi mano. Ese gesto me hizo sumamente feliz, tanto que me costaba reprimir la sonrisa y el aleteo desenfrenado de mi corazón.

El frío comenzó a calar en los cuerpos, que, mezclándose con la humedad del aire, no hacía más que aumentar. Pero eso no era suficiente, la noche se empañó, y el cielo comenzó a tronar con amenaza.

— Debemos volver... parece que va a comenzar a llover — dijo Marcus.

— No podemos volver todavía — Nicholas se negaba.

— Tal vez Lea ya está en la casa — pensó Jeremy.

Nicholas llamó al celular de Helen para asegurarse que así fuera, se negaba a regresar a no ser que Lea lo estuviera esperando en aquella casa.

— ¡Dijo que todavía no vuelve, y que a ella tampoco le contesta el teléfono! — Nicholas esta vez me soltó la mano, ya comenzaba a alterarse.

— Tal vez... — hablé, pero me interrumpí a mí misma, ¿Debía decirlo?, ¿Debía guiarnos hasta ella?, o ¿Debía esperar un poco más?, cuando vi el rostro suplicante y esperanzado de Nicholas al esperar que continuara lo que tenía por decir, me di cuenta que ya no podía aguantar más esa expresión en él. Esa expresión que no era para mí— Tal vez... se perdió en el bosque.

— ¿En el bosque?, ¿Por qué Lea iría al bosque? — preguntó incrédulo.

— No es la primera vez que alguien se pierde en el bosque — dijo Marcus, y supe que se refería a mí. Lo miré con un gesto asesino, y Marcus me sonrió en respuesta. ¡Ah, maldito irónico!, ¿Dónde había quedado su seriedad de hacía un momento?

Nicholas, no lo meditó mucho.

— Iremos al bosque, entonces — acordó Nicholas.

Algunas gotas comenzaron a caer. Pero conocíamos el clima del lugar, y sabíamos que el cielo no se conformaría con una pequeña y simple lluvia.

— Diana, vuelve a la casa — miré a Marcus, quien me miraba de manera protectora — Nosotros seguiremos buscándola.

No respondí inmediatamente, primero busqué con la mirada a Nicholas, para saber qué opinaba él. ¿Nicholas también querría protegerme de la lluvia?, ¿Me mandaría a la casa de la abuela de Helen?, ¿Se preocuparía por mí igual que lo hacía Marcus? No, no lo hizo. Nicholas estaba demasiado preocupado por la princesita como para preocuparse por lo que podría pasarme a mí. No le importaba que me empapase en la fría lluvia. No le importaba que pudiera enfermar, o herirme en el bosque. En su mente no había lugar para mí. Y entender eso me hizo castañar los dientes.

— No — le respondí lo suficientemente fuerte para que Nicholas también oyera. ¿Si me hacía pasar por una chica preocupada y sensible podría conmover su corazón? — No puedo dejar a Lea sola... sólo en pensar lo asustada que debe estar... me hace acordar a cuando nos perdimos en el bosque — fingí la mejor de las emociones, incluso dejé escapar un pequeño gemido de melancolía — Somos amigas — ¡Guácala!, ¡Qué asco!, ¿Yo, amiga de la princesita?, ¡Nunca!

Espié unos segundos a Nicholas, esperaba encontrar una expresión de admiración hacía mis palabras, pero ni siquiera me había escuchado. ¡Maldición!, levanté la vista y me topé con la de Marcus, quien me enviaba un gesto de ternura. Me acarició la cabeza con devoción. Su tacto era lo único cálido en esta noche fría.

— No quiero que te enfermes — confesó sin pena.

Y me sonrojé.

Permanecer mucho tiempo cerca de Marcus era perjudicial para mi salud. Me alteraba el cuerpo, me lo hervía en sensaciones que no podía controlar. Era como un volcán, me prendía fuego. ¿Por qué me sucedía esto?, yo lo odiaba, pero el cuerpo era traicionero. La mente dice una cosa, pero la carne quiere otra.

Sacudí mis pensamientos y sensaciones no deseadas fuera de mi cuerpo. Me centré en lo que debía hacer. Me centré en Nicholas. Sólo debía pensar en él, y actuar por él.

— No puedo abandonar a Nicholas, él me necesita en este momento.

Marcus giró levemente para mirar a Nicholas, quien estaba discutiendo con Jeremy sobre la situación desaparecida de Lea, y frunció el ceño. Luego volvió los ojos verdes en mi dirección. No le gustaban mis palabras, sabía bien que no estaba de acuerdo, me quería en la casa, lejos de la lluvia y sobre todo lejos de Nicholas. Y lo entendía bien, hasta ayer había estado enamorada de Nicholas, y de la nada había aceptado salir con él. Entendía su inseguridad. Sus miedos no eran infundados, ni un poco. Tenía toda la razón en desconfiar de mí, y de mis sentimientos, porque estos no le pertenecían.

— ¿Vamos? — preguntó Nicholas de repente, interrumpiendo la respuesta que estaba Marcus por formular. Cosa que agradecí. Es difícil mantener una mentira bajo tanta presión.

— Sí — respondí y comencé a caminar detrás de él.

Marcus me tomó de la mano de repente. Pensé que era para detenerme, pero no, lo hacía para caminar juntos, con nuestros dedos entrelazados.

Mi corazón se aceleró, estaba muy cerca, y su ceño ligeramente fruncido me resultaba fascinante. ¡Estúpido corazón!, ¡Basta ya!

Cuando ingresamos en el bosque comenzó a llover con furia. Las gotas eran rápidas y pesadas, se adherían a la ropa, y al rostro, dificultando la respiración y la vista. Me recordaba cuando me había perdido en el bosque con Marcus, también era una noche fría y de lluvia.

— ¡LEA! — llamaba Nicholas y su voz se perdía entre la lluvia.

Nicholas iluminaba con una linterna y yo con mi celular, que no eran de mucha ayuda. La noche era persistentemente oscura, y la lluvia muy densa, tanto que frenaban los ases de luces y les quitaban fuerzas.

"Suerte que mi celular es a prueba de agua" pensé. No pensaba arruinar mi móvil por la princesita, no señor.

— ¡Lea!, ¡¿Estás por aquí?! — Jeremy también la llamaba, pero al igual que Nicholas, no recibía respuesta alguna.

Fue, pasada una hora de búsqueda, que encontramos la primera pista de ella.

— ¡Miren allí! — dijo Jeremy y yo señalé con la linterna del celular a donde indicaba, igual hizo Nicholas un segundo después.

Había un celular sobre el fango. Estaba apagado y se veía arruinado. Nicholas lo recogió del suelo y luego de inspeccionarlo exclamó:

— ¡Es de Lea!, lo reconozco por las pegatinas — le eché un vistazo, y efectivamente tenía unas pegatinas de corazones y ositos, típico de la princesita mimada.

Nicholas intentó encender el celular, pero no había caso.

— Ya veo por qué no contestaba — agregó Marcus.

Y ... ¿Si algo realmente malo le pasó?

— ¡LEAAAA! — gritó Nicholas, creando un megáfono con las palmas de sus manos — ¡LEAAAA!

Nicholas comenzó a correr, estaba desesperado, buscaba sin detenerse, se adentraba cada vez más al bosque, buscaba sin rastro alguno. Ni siquiera había huellas que seguir, la lluvia las había barrido todas. Nosotros intentábamos seguirle el paso, pero era imposible.

— ¡Nicholas! — lo llamé — ¡Espera! — pero Nicholas parecía no haber escuchado mis palabras suplicantes para detenerlo, para que no se alejase de mí.

Me solté de Marcus y corrí detrás de Nicholas.

— ¡Espera, Diana! — escuché a Marcus, pero lo ignoré, de la misma forma que me estaba ignorando Nicholas.

Me detuve cuando pude alcanzar a Nicholas, quien se encontraba quieto en su lugar, con una mirada perpleja en el rostro, con los ojos clavados en una sola dirección.

Seguí con la vista hacía donde apuntaban sus ojos cafés, y se me heló la sangre.

Frente a nosotros, entre unos juncos había un bulto. Al principio pegué un grito, pero cuando me percaté de lo que era eso, se me anudó la garganta y ya no pude gritar ni proferir palabra alguna.

Definitivamente, esta vez, me había pasado.  

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