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CAPÍTULO 10

El encuentro con Marcus el día anterior me había dejado pensando. Él lo había confesado, me seguía amando. Después de quince años, era la misma historia, yo deseando algún día tener algo con Nicholas, y Marcus deseándome de la misma manera.

Me removí en la cama sin poder dormir, y sin poder evitarlo, en el fondo de mi mente apareció un viejo recuerdo, un recuerdo de nuestro último año en la primaria, esa época donde los niños comienzan a fijarse en las niñas, y las niñas solemos soñar despiertas, imaginándonos como sería un beso de ese chico especial:

Teníamos doce años, mi cuerpo estaba en un lento y vergonzoso proceso, para dejar el cuerpo infantil y ser abrumado por curvas pronunciadas, y yo, sintiéndome que no era yo misma, tendía a ocultar los cambios, usando remeras holgadas, de uno o dos talles más, y pantalones para nada ajustados. Creía que de esa manera podría detener mi crecimiento, y estaba muy equivocada. Sólo quería ser la misma niña de siempre.

Una tarde estábamos en el patio, disfrutando del recreo, sentados sobre el suelo debajo de un viejo árbol, que nos brindaba su fresca sombra en esos días de abrumador calor veraniego.

Helen estaba contándome algo, pero no podía escucharla, yo estaba muy ocupada mirando a Nicholas, quien parecía estar enfrascado en una libreta, escribiendo con un lápiz azul, se lo veía tan concentrado, asomando encima de sus cejas una arruga, y lanzando de vez en cuando una que otra sonrisita breve pero de aire comprometido. Incluso aquellas cosas simples, me eran fascinantes. Todo en él era una obra de arte, desde sus silencios de meditación, sus gestos vivaces, esa risa ahogada que tenía antes de lanzar una carcajada, la manía que tenía de sonreír ante cada situación, con una sonrisa brillante e hipnótica.

- ¡Diana! - un gritó interrumpió mi contemplación - ¿Estás escuchándome? - cuestionó Helen enfadada, entrecerrando los ojos de manera amenazante.

- Lo siento, estaba... - perdida mirando al amor de mi vida, pensé - Distraída - comenté en cambio.

- Sí, ya lo veo - dijo intercambiando una entendida mirada entre mí y el ausente Nicholas, quien no despejaba los ojos de su libreta, ajeno a la conversación que estábamos llevando.

- ¿Qué decías? - le pregunté, obligándome a prestarle atención.

- Realmente eres una mala amiga, yo te cuento que el sexi chico de intercambio no te quita los ojos de encima y tú me ignoras...

- En serio lo siento, estaba... ¡¿Qué?! - me interrumpí a mí misma cuando procesé sus palabras por completo- ¿Te refieres al pecoso alemán?

- No es alemán, es austriaco - me corrigió la trigueña.

- ¡Es lo mismo! - cuestioné indignada. La verdad es que daba igual si era alemán, hindú o chino, no me interesaba, sólo había alguien en mi lista y no lo cambiaría por un chico de intercambio, por lo más lindo e interesante que sea - No me interesa - agregué convencida de lo que decía.

Helen rodó los ojos fastidiada, y bastante cansada de lo mismo.

- A él no le interesas - susurró refiriéndose a Nicholas, el miedo caló en mi interior, ya que Nicholas pudo haber escuchado, giré mi rostro hacía él, quien seguía sumergido en lo que fuera que estaba haciendo, por suerte no había escuchado nada - Y nunca lo harás - sus palabras eran hirientes, aunque algo en mi interior me decía de que eran sinceras, no deseaba aceptarlas, no quería rendirme.

- Cállate... - le insté a media voz.

- Ni siquiera ahora se da cuenta de tu presencia - dijo señalando a Nicholas con la mirada. Fruncí el ceño, intentándole transmitirle lo muy enojada que me encontraba con ella. La verdad me entristecía.

- ¡Por fin! - exclamó Nicholas arrancando una hoja de su libreta, la que hacía segundos atrás estaba escribiendo tan concentrado.

Pegué un saltito en mi lugar, mientras mi corazón golpeaba asustado, ¿Había oído toda la conversación?

- Por fin, terminé la carta - dijo con una enorme sonrisa en su rostro.

- ¿Qué carta? - le preguntó Helen curiosa.

- Para la niña austriaca - respondió simplemente, mientras doblaba la hoja en cuatro y ponía su firma sobre un espacio en blanco.

- ¿La hermana del pecoso? - preguntó Helen sorprendida.

- Sí - respondió con una sonrisa.

- ¿Por qué? - pregunté incrédula. Sintiendo una familiar sensación cosquillear en mi nuca. Esa sensación que indicaba peligro.

- Porque es linda - respondió como si esa fuera razón suficiente para escribirle una carta.

Los celos explotaron en mí, podía sentir como mi ojo latía en un tic nervioso. Iba a decir algo, mis labios se movieron, pero apenas pudieron formar una palabra porque fui interrumpida al sentir un pequeño roce en el brazo derecho, parecido a un cosquilleo. Cuando giró la mirada veo una enorme serpiente posada en mi hombro, pegué un grito aterrador saltando al aire moviendo los brazos como una condenada, intentando desligarme a la condenada bestia.

La serpiente, de un verde brillante, salió volando por arriba de mi cabeza y cayó en el cabello de Helen, haciendo que esta se removiera y gritara de terror, tomado la serpiente entre las manos, y en un rápido reflejó la arrojó. Y para mi mala suerte volvió a caer sobre mí.

Iba a volver a gritar, pero unas manos tomaron la serpiente.

- Es de mentira - dijo riéndose alto mientras sacudía la serpiente de goma de un lado al otro para mostrarnos que no tenía vida.

- ¡Eres un idiota! - le grité parándome del suelo. Mis manos estaban hechas puños, y tenía una necesidad incontenible de descargar mi puño contra su mejilla llena de pecas.

- Eres un infantil - dijo Nicholas parándose a mi lado.

- No se aguantan ni un chiste - dijo el chico mirándonos con sus ojos verdes, llenos de malicia y diversión al mismo tiempo.

- Siempre, siempre vienes a arruinar todo - le recriminé, por un momento pude ver duda en sus ojos, pero la opacó en su rostro por una sonora carcajada.

Escuché una risita contenía detrás mío, era Helen que estaba intentando no reírse.

- ¿De qué te ríes? - la acusé frunciendo el ceño.

- Debes admitir que fue divertido - dijo intercambiando una carcajada con Marcus.

Estaba muy enfadada, Helen, mi amiga, se ponía del lado de Marcus, festejando con él su estúpido chiste que no tenía ni una gracia.

- No puedo creer que m...

- ¡Mira allí está el austriaco! - me interrumpió Helen como si no tuviera nada importante que recriminarle - ¡Y te está mirando fijamente! - de su boca se escapó un suspiro emocionado, ella disfrutaba todo lo que tenía que ver con el amor ajeno, uno de sus principales hobbies era unir parejas.

- ¿Cual? - dijo Marcus girando sobre sí mismo - ¿Félix? - preguntó con algo de repugnancia en su voz.

- ¿Lo conoces? - preguntó Helen mientras le brillaban los ojos.

- Va al mismo curso conmigo - respondió frunciendo el ceño, podía ver que esta conversación no le agradaba, casi podía hasta oler sus celos - Es un estúpido - dijo cruzándose de brazos, intentando disimular como se sentía al respecto.

- ¿Y acaso no eres uno también? - le preguntó Nicholas levantando las cejas de manera acusatoria.

- Sí, pero uno distinto. Yo soy divertido - respondió Marcus sonriéndome coqueto.

- En lo de estúpido no te equivocas - le respondí irónicamente viendo como desaparecía la sonrisa de la boca de Marcus.

- Yo creo que deberías hacerle caso a Helen, parece un buen chico - me dijo Nicholas mirándome a los ojos. No podía creerlo, ¿Nicholas quería hacerme de Cupido con otro chico?, esa idea era dolorosa, ¡¿Acaso no lo entiende?! ¡Sólo lo quiero a él!

- Ella no lo hará - dijo Marcus de repente - A Diana le gusta otra persona - sus ojos verdes, tan oscuros que por momentos parecían negros, se clavaron en la mirada de Nicholas, diciéndole más con la mirada de lo que dijo con palabras.

Las mejillas de Nicholas se tiñeron de rojo, signo de compresión. Mis mejillas también ardieron por el rubor. Marcus era un descarado y no tenía vergüenza en decir, lo que a veces es mejor callar.

- ¡Cállate! - le grité al de cabello castaño claro, casi tocando el rubio - ¡No tienes idea de nada!, no me conoces tan bien como para saber eso.

Marcus elevó una ceja, dándome una expresión que preguntaba: ¿En serio?

Me atraganté con mis propias palabras, miraba hacia adelante, esquivando la mirada de Nicholas, no sabía cuál era su expresión ahora, pero no quería saberla, no quería ver el rechazó en sus ojos. No podría soportarlo.

Escuché a alguien carraspear a mi lado, supe que era Nicholas.

- Bueno... emm... creo que...- dijo en medio de un balbuceo - Debo hacer unas cosas - dijo mirando a la carta en sus manos - Luego nos vemos, chicos.

Lo seguí con la vista mientras se alejaba.

- ¡Te odio! - grité mientras lanzaba una bofetada en dirección a Marcus, quien muy hábil la esquivó.

- ¿Por qué?, ¿Por decir la verdad? - me preguntó una vez que dejé de intentar golpearlo.

- No tenías derecho a interferir, es mi problema y yo soy la que debe decidir si decirl... - me detuve avergonzada, porque casi dejo escapar mis sentimientos en voz alta.

- ¿Decirle qué?, ¿Qué te gusta? - lo escuché reír irónicamente - Ni siquiera puedes admitirlo en voz alta.

- ¡¿Y a ti que te importa?! - grité como lo haría una niña encaprichada, con su voz aguda de silbato y al borde de quebrarse la voz.

- Me importa mucho, porque me importas, todo lo que te pase me es muy importante - dijo entrecerrando los ojos en mi dirección, sin fragilidad en sus palabras, sin vergüenza de admitirlo.

Me sorprendí por su fuerza al decir las palabras, que tan distinto era a mí, él no tenía miedo en decirme lo que sentía, en cambio yo temía desmayarme cada vez que Nicholas me sonreía. Él tan fuerte y yo tan débil. Éramos opuestos.

- No tienes por qué hacerlo - le dije sabiendo que estaba siendo cruel, siempre lo era con él- No tienes por qué preocuparte por mí, y lo sabes, no somos nada.

Marcus me miró de una manera dolida, como si mis palabras fueran una espada filosa que le hubieran atravesado el corazón, ¿Por qué siempre le causaba dolor?, no pude evitar sentir la culpa floreciendo en mi interior, pero la aparté de inmediato recordándome que él acababa de asustarme con una serpiente, era de mentira, pero el susto fue el mismo. No podía sentir culpa por alguien así, o por lo menos de eso intentaba convencerme.

Marcus apartó la mirada de mí brevemente para asentir a mis palabras, de esa manera me daba la razón. Él sabía que no podía exigirme nada, porque yo no podía aceptarlo, ni siquiera me agradaba la idea de que yo le gustaba.

Helen me envió una mirada en desacuerdo, obviamente no le agradaba que tratara de aquella forma a Marcus, pero no me importaba. Comencé a caminar sin darles explicación alguna de adónde iba.

Entré por la puerta del instituto, internándome en el pasillo atestado de niños que iban y venían. Mi corazón se paralizó cuando vi a Nicholas, estaba parado junto a un casillero, introduciendo su carta por entre la puerta de metal. No necesité que alguien me lo asegurara, yo podía intuir con certeza, que ese era el casillero de la chica de intercambio.

Di media vuelta en mi lugar, no me atrevía a cruzarme con Nicholas, que le diría, ni siquiera sabía si sería capaz de mirarlo a los ojos sin echarme a llorar.

El resto del día, apenas podía prestarle atención a lo que el profesor decía, no sé si hablaba de células o de elefantes, a mi me daban igual ambos temas. Tenía cosas más importantes en mentes que conocer lo que era una célula, lo único que sabía hasta ahora, era que yo ante los ojos de Nicholas era tan insignificante como una de ellas, o aun peor, una partícula subatómica, mucho más pequeña. Sin importancia, no existía.

Salí de la clase en silencio, apretando mi carpeta contra mi pecho, como si de aquella manera pudiera detener el dolor que sentía en mi corazón.

En la puerta me encontré con Nicholas esperándome, como lo hacía todos los días, pero pensé que después de lo que había dicho Marcus nunca más se acercaría a mí. Debería pensar que soy una loca que está obsesionada con él, pero cuando nuestras miradas se encontraron, me miró de la misma manera que siempre. Amigable y afín. Fue un alivio para mí saber que no lo había espantado, o enojado.

Sonreí mientras llegaba hasta él, y Nicholas me habló como lo hacía habitualmente.

- Helen dijo que le pidió permiso a su abuela para pasar las vacaciones en la casa del lago - comentó mientras caminábamos.

Yo sonreí en respuesta, Helen siempre había soñado que pasáramos todos juntos las vacaciones en la casa de su abuela, según ella era una casa enorme con un paisaje espectacular. Un lugar perfecto para que un grupo de pre-púber se divirtiera.

- Suena genial - dije con sinceridad. La idea de pasar las vacaciones con Nicholas en una casa del lago me parecía una idea encantadora y sumamente romántica.

De repente se acercó hasta nosotros una jovencita rubia y pequeña, que era tan hermosa como una flor de primavera rebosante de color y fragancias. Gruñí sin que Nicholas pudiera escucharme, ella era la chica de intercambio. Simplemente la odiaba.

Una risita se escapó de sus rosados labios al mirar a Nicholas con sus ojos ambarinos a través de su selva de pestañas. Podía oler su coquetería a través de mi resfriado. Maldita.

- Tu carta fue muy hermosa - dijo en un raro acento. Y luego, con total descaró y sin ninguna pizca del sentido del pudor, tomó a Nicholas del cuello de la camisa y lo tiró contra sus labios en un rápido movimiento.

Nunca había visto una niña de trece años más rápida. No tenía dignidad. ¿En Austria serán tan liberales?, lo dudo mucho.

Un nudo se alojó en el fondo de mi garganta, haciendo presión en mí estomago como si fuera una prensa que me sofocaba.

Salí corriendo, sin siquiera saber de qué otra manera reaccionar. Corrí sintiendo pasos detrás mío.

- ¡Diana! - era Nicholas llamándome, pero no me detuve. No quería verle a la cara, sentía mucha vergüenza por salir huyendo como una cobarde, pero también huía de mi dolor. Porque sabía que lo que Nicholas me diría no era una confesión, el no me diría que me quiere como yo lo quiero, porque o sino no hubiera dejado esa carta en el casillero de la austriaca.

Me detuve al doblar la esquina, y apoyándome sobre la pared una tímida voz me habló en un acento parecido al de la chica extranjera.

- Tú eres Diana, ¿Verdad? - era el chico pecoso, aquel que Marcus había llamado Félix, y Helen tenía razón, era un lindo chico, no del estilo que a mí me gustan, pero tenía su atractivo.

- Sí. ¿Félix? - le pregunté algo aburrida, la verdad no tenía ganas de hablar con nadie, pero no quería ser descortés con él.

- Sí - dijo moviendo su cabeza en una rápida afirmación, era tan tímido que resultaba adorable - Yo, yo... eres una chica muy linda...

- Tú también- le dije, no le mentí.

Pude ver una sonrisa en su rostro pintado por el rubor.

- ¿Yo quería saber si tú...? ¿Si querías...?

- ¡Diana! - escuché detrás de mí, Nicholas se estaba acercando, podía escuchar sus pasos cada vez más cerca.

No lo dude ningún momento, le haría probar a Nicholas una cuchara de su propia medicina, le haría ver lo que yo vi, y lo mal que me sentí. Con mis palmas presioné los cachetes pecosos del tal Félix, y lo acerqué descaradamente hacía mi, depositando un beso en sus labios de acento germano.

Me separé de él, quien me miraba con ojos abiertos de par en par, apenas entendiendo lo que acababa de suceder, me giré para mirar la cara de dolor en Nicholas, segura que esto no le había gustado nada, pero lo que encontré fue muy distinto, era una enorme sonrisa pegada en sus labios rosados, y un gesto de aprobación. ¿Qué?, yo pensé que le causaría celos, y sucedió todo lo contrario.

- ¡Aléjate de ella! - escuché a alguien gritar, y luego alguien cayó a mis pies.

Félix estaba en el suelo con la nariz hinchada y bañada en sangre, mientras a su lado se paraba Marcus con las manos hechas puños. ¡Había golpeado al extranjero!

- ¡Marcus! - exclamé entre sorprendida y ofendida. Me arrodillé para ayudar a Félix a levantarse del suelo.

El chico austriaco me miró con terror y se echó a correr perdiéndose por el pasillo. Además de tímido era terriblemente cobarde.

- Diana tiene el derecho de besarse con quien quiera- dijo Nicholas enfadado. En verdad no sabía si me dolía más el hecho de que los celos que intentaba despertar llegaron a la persona equivocada o el hecho de descubrir que Nicholas no tenía una pizca de celos en que yo me besé con otra persona, y una persona que acababa de conocer.

- No, no lo tiene - dijo Marcus frunciendo el ceño enojado.

- ¡Además de idiota eres un acosador! - gritó Nicholas descargando un puñetazo en el rostro de Marcus.

El castaño cayó al suelo, pero se levantó como un rayo tirándose sobre Nicholas. Ambos intercambiaron un par de golpes hasta que el director los interrumpió.

-¡Beckett!, ¡Coop!, ¡A mi oficina!- gritó el anciano cascarrabias - ¡Ahora!

Ambos se enviaron una mirada asesina, todavía tenían deseos de partirse la cara mutuamente, pero se detenían en presencia del viejo.

- ¡Vamos!- insistió, y los chicos se fueron caminando detrás del director.

No sabía cómo sentirme por todas las cosas descubiertas. No sabía cómo hacer para que Marcus me dejara en paz, y lo que más me preocupaba, no sabía cómo gustarle a Nicholas.

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