Lección 48: El desastre que somos
Era una molestia tener que conducir tres horas camino a la bendita casa. Esa Wang Mei Lin, tendría que compensarme y en grande.
Solo había accedido finalmente porque ella era mi mejor amiga, eso y el hecho de que mi problema se encontraba a kilómetros de distancia, en Daegu y por tanto estaría libre de estrés.
—¿Cuánto falta? ¿Estás segura de que sabes dónde es?
Miré a Lily con roña. Odiaba a los adolescentes. Latosos, respondones, inconformes, mimados y sobre todo insistentes.
—Faltan dos horas tres minutos desde los últimos cuatros segundos que me preguntaste ¡Podrías dejarme en paz!
—Ya, deja de comportarte como si tuvieras el período. Eres una abuela.
Le saqué la lengua y ella hizo lo mismo. Hacía un calor insoportable y eso que eran solo las cuatro. Nos habíamos retrasado de más y ya tendría que explicarle a Mei a falta de que mi teléfono o el de la malcriada tuvieran señal.
—Mmh…creo que lloverá pronto. Aquí esto parece un horno.
Miré las mismas nubes a las que Lily acusaba y tragué saliva. Lo peor que podría suceder sería que nos pescara una tormenta en medio de una carretera casi desierta.
—No pasará nada. Llegaremos cerca de las seis. Duérmete ¿quieres?
—No con este calor.
Lily sacó la cabeza por la ventanilla, como solía hacer solo para molestar. Intenté concentrarme en la carretera y no darle mucho hierro al asunto. Por lo visto mis pronósticos podían empeorar radicalmente.
—¿Eso fue una llanta? —preguntó Lily cuando otro neumático se unió a la desgracia.
—¿Fueron dos?
—No presiones—dije cabreada quitándome el cinturón. Lily iba hacer lo mismo cuando yo abrí la puerta—Quédate adentro. Estoy a cargo.
—Ni que eso fuera ayudarnos ¿Sabes cambiar una llanta?
La respuesta era no y para colmo de males aun si supiera no sería una, eran dos y estábamos en medio de la nada con unas feas nubes encima. Jodida suerte. Golpeé el neumático pinchado e intenté con el teléfono, más muerto que el auto y mi enfurruñamiento ya era colosal.
—Ahora sí estamos jodidas—dijo Lily sacando un cigarrillo que no dudé en arrancarle de la mano.
—Ni se te ocurra. Ya tengo suficiente con haberte traído.
—Que aburrida. Ni que nunca lo hubieras hecho. Por eso estás sola y enfurruñada.
Maldita mocosa. Le arrebaté el encendedor y como si yo tuviera su cabezonería también di una calada larga.
—Con calma, mujer, con calma. Ya dame mis Marlboro.
—Eres incorregible y tienes razón. Quizás debería dejar de pensar tanto.
Le pasé el paquete de cigarrillos y mi hermanastra se unió al club de la nicotina. Al menos era una buena justificación para estar en silencio mientras las nubes daban vueltas sobre nosotros.
—Creo que yo hubiera hecho lo mismo en tu lugar. Ya sabes, es preferible dejar ir a alguien que quieres que lastimarlo con tu mierda personal.
—Al final se lo conté—Lily levantó la vista del suelo y yo exhalé más humo—Luego pasó lo que pasó.
—Vale, bien por ti pero no crees que eres muy cruel. Sí, no me mires así. Pongamos una situación hipotética.
—¿Desde cuándo te gusta filosofar?
—Ya cállate, como decía si hipotéticamente él te pidiera otra oportunidad ahora, ya sabiendo lo que sabe y lo que eres capaz de ofrecerle ¿Se la darías? ¿Le perdonarías los cuernos?
—No son cuernos porque no somos nada y la repuesta sería no. Vamos, entremos antes de que nos salga una quemadura solar.
—Cambiar de tema es tu especialidad. Quisiera saber qué pasaría si lo tuvieras de frente. Estoy segura que ese castillo de arena se lo llevaría el viento.
Miré a Lily con cansancio y me deshice del cigarrillo. Estuvimos resignadas a dormir en la carretera hasta tener una barra de cobertura y llamar a los de la grúa si es que llegaban en este fin del mundo. Las primeras gotas de lluvia golpearon el parabrisas con saña y yo me sentí empequeñecer cuando un relámpago quebrajó el cielo.
—Genial—mascullé aporreando el volante. Lily torció el gesto pero luego su rostro se iluminó y yo también miré el mismo espejo retrovisor que parecía haberla despertado.
—Voy a hacerle señas.
—Pero qué dices ¿Y si es un violador?
Los ojos marrones de mi hermanastra chispearon mientras se aventuraba casi fuera de la ventanilla.
—Si es violador o traficante eso no importa. Ya nos las arreglaremos, porque tú odias las tormentas y a mí no me gusta esperar. Deséame suerte.
—¡Joder!
Mascullé frustrada mientras un coche negro se acercaba cada vez más entre la cortina de agua que caía sobre nosotros.
Casi no podía ver contando que estaba anocheciendo. Miré el celular en la guantera y eran las ocho de la noche. Maldita lluvia, qué no quería detenerse. Lily sacó medio cuerpo por la ventana y lo único que consiguió fue empaparse.
Después de lo que me pareció demasiado tiempo el otro coche se detuvo justo al lado. Llovía tan fuerte que casi no podía ver. Aun así el cristal tintado de la ventanilla bajó para dejar ver a un chico moreno del otro lado. Lily se me adelantó.
—Hey, alma caritativa. ¿Nos darías un aventón? Tenemos dos llantas pinchadas y ni la más puta idea de cómo repararlas.
—¡Cállate!
Mascullé entre dientes y el conductor se quitó las gafas de sol. Quién en su sano juicio conduce con eso bajo esta lluvia. Estuve a punto de abrir la boca para volverla a cerrar.
—¡Joder, que suerte!
Lily a veces se convertía en la voz de mi conciencia y quise fundirme en el asiento al reconocer a la persona que había ocupado nuestra última conversación.
Yoongi se quitó el cinturón de seguridad y salió a la lluvia. Loco, muy loco debía estar para salir del coche en medio de la tormenta y yo muy torpe por no ponerle seguro a la puerta.
—Vamos, cambiemos de coche.
Sugirió goteando sobre el asiento del pasajero. Lily me miró y yo tragué duro. Era eso o quedarme en la tormenta y ya no soportaba los constantes relámpagos y truenos rasgando el cielo. Eran casi las ocho treinta y a este paso me iba a perder en la oscuridad. Eso contando que él supiera cambiar una llanta.
—Voy a ayudar con el equipaje.
Se ofreció Lily cambiándose al asiento de atrás y Yoongi salió para abrir la otra puerta del coche. No se demoraron nada y solo faltaba yo por abandonar aquel coche rentado que me recordaba al Titanic. Yoongi abrió la puerta para mí y las primeras gotas me golpearon el rostro como un insulto.
Corrí hacia el auto y una vez dentro me di cuenta de que era el mismo deportivo en el que tantas veces había estado. El mismo en el que casi lo habíamos hecho aquella mañana después de que me pidiera que fuera su novia. Oculté mi sonrojo a tiempo de que él llegara al asiento del piloto.
Convenientemente Lily se había quedado con la parte del pasajero y nuestro equipaje también. Una toallita de mano me fue cedida y la acepté evitando mirarle o siquiera tener contacto con sus dedos.
—Gracias—dije y abrí la guantera para ver dónde tenía que arreglarme el rímel. Era consciente de que Yoongi me estaba mirando, si es posible hasta de más. Lily carraspeó desde atrás.
—Gracias tío por sacarnos, pero si no te importa voy a echarme una siesta. Esta lluvia no tiene para cuando acabar.
Miré a la castaña con serias ganas de asesinarla. Gracias a Dios, Yoongi estaba distraído intentado que su teléfono funcionara. Algo muy poco práctico, pero por lo visto el tiempo que yo necesitaba para descubrir de que había vuelto a ser pelinegro y que la lluvia era un mal efecto para mí. Estaba muy sexy todo empapado.
—No esperaba encontrarte aquí ¿Es por la fiesta de Mei?
Hacía ya tiempo que no escuchaba esa voz. Por eso le eché la culpa a la humedad de que se me erizaran los brazos. Yoongi rebuscó en el asiento de atrás antes de sacar un suéter. Lily por lo visto se había puesto audífonos o fingía ser invisible. Ya me las pagaría cuando saliéramos de esta.
—No es necesario.
—Es eso o me paso a tu asiento y te abrazo.
Ahora si lo había conseguido, pero mi sonrojo era de rabia no de vergüenza. Tomé el suéter casi con agresividad y el maldito perfume de Min Yoon Gi me dejó noqueada.
—No sonrías. No significa nada ¿Y no se supone que estabas en Daegu?
—Bien dicho. Estaba.
Volvió a hacerse el indiferente mientras revisaba su móvil. Puse los ojos en blanco y me pegué al cristal. Un trueno se dejó escuchar para ponerme más de los nervios. Si me hubiera traído los auriculares y tuviera batería…
—Sabes, el pelo corto te sentaba mejor.
Genial, ahora no se callará en las próximas horas. Lo miré con rabia. Maldito, por qué eres tan guapo todo mojado. Por qué se te sonroja la piel de la cara y tus labios se ven tan deseables. Negué con la cabeza ¿Qué estoy haciendo?
—¿Y a ti, que tal te sentó la bofetada internacional? Idol Rompecorazones.
Eso era, estábamos jugando de nuevo y me gustó ver la expresión hosca que le oscureció el rostro.
—No tanto como dicen de ti. Por lo visto las chicas saben divertirse en las fraternidades.
Era un rumor que había esparcido Mei solo para molestar y la foto que habían publicado en la página de la universidad solo lo empeoraba. Aun así, no estaba dispuesta a ceder.
—Estaba jugando. No a todos nos gusta la amargura.
—Claro. Es preferible a andar besando extraños con poca ropa.
Apostilló chasqueando la lengua y ya tenía ganas de estrangularlo. Qué diablos se piensa.
—No estaba haciendo nada malo y yo no besé a nadie como otros por ahí. Además si me hubiera apetecido lo hubiera hecho. Quizás aún mejor que contigo.
—No uses esto para lavar nuestra ropa sucia.
—No hay nada que lavar cuando no existe un nosotros.
Casi grité y entonces descubrí que estábamos muy cerca.
¿Qué harías si lo tuvieras en frente?
La voz de Lily regresaba a mis pensamientos. No, no puedo con esto. Otro rayo cayó cerca de donde estábamos y tuve tantas ganas de abrir la maldita puerta del coche y huir, pero sabía que eso sería peor.
Sabía que de hacerlo no solo terminaría pescado una neumonía, sino que él iría detrás de mí, iba a conseguirlo y yo iba a ceder, iba a sucumbir a esta pelea y después no iba a poder echarme atrás. Por eso decidí separarme primero, por eso decidí comportarme como había acordado en Los Ángeles.
—Despiértame cuando escampe.
Fue lo que dije y casi llegué a fundirme con la puerta del copiloto con tal de no mirarle.
***
La lluvia solo amainó alrededor de las diez treinta. Tenía hambre, estaba cansado, mojado y sobre todo hervía de rabia y remordimiento. Comenzaba a creer en el destino cada vez más o de lo contrario yo no me hubiera encontrado con ella.
No estaba seguro si agradecer o maldecir, pero ya sabía de memoria que era lo que me pasaba cuando estábamos tan cerca. El coche avanzaba penosamente debido al barro y casi no podía ver.
La otra chica se había dormido en el asiento de atrás y yo había tenido unas horas de lluvia y silencio para emborracharme de Lena. Se había quedado agazapada a la puerta del copiloto como si mi presencia fuera un peligro mortal, pero el cansancio se había encargado de derrumbarla sobre mi hombro.
Yo no me había movido mientras contaba sus respiraciones como si fuera un deporte. Con extensiones o no, su cabello seguía siendo una mata castaña con olor a canela, ahora rizada por la humedad.
Su rostro seguía siendo el que me visitaba en sueños y estaba seguro de que de haber tenido la oportunidad de probar sus labios habrían sabido a frambuesa. Estaba loco por pensar así, pero en el fondo me gustaba hasta que me lastimara.
Que me dijera que no, una y otra y otra vez. Me gustaba el dolor y cuando las luces de una casa me comunicaron que nuestro trayecto había terminado creo que sentí algo más que decepción.
La cobertura aquí era buena por improbable que pareciera y por eso desde mi incómoda posición sobre el asiento, le mandé un mensaje a Rapmon. No conté con que la chica en el backseat se despertara de un salto y saliera gritando ¡Ya llegamos! como una demente. Lena pegó un brinco a mi lado y sus ojos azules me miraron confundidos.
—Vamos, te ayudaré a bajar.
Probé sacándole el cinturón de seguridad y aprovechando que aún no estaba despierta del todo mis dedos se unieron a los suyos. Fue otra vez esa sensación de pertenecer algún lugar que siempre la acompañaba a ella.
Porque estaba claro que yo le pertenecía. Ella, siempre sería el rompecabezas y yo su pieza faltante. Le apreté la mano un poco más antes de bajar. Lily ya tocaba el timbre. Lena miró la casa y luego nuestras manos. Comprendí que me había pasado y a regañadientes la solté.
—Bajaré el equipaje.
Dije evitando mirarla, así que no pude leer su rostro. La puerta se abrió cuando conseguí sacar las maletas de ellas. Jungkook estaba allí, como quién acaba de correr un maratón y creí identificar a Taehyung desde la sala. Yo solo me limité a observar.
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