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Lección 35: La noche de las estrellas

Volver al lugar al que nos acostumbramos es una sensación extraña. Había pasado cierto tiempo desde la última vez que alguien me había esperado en la terminal y había crecido un río entre nosotros desde ese día en las escaleras de mi edificio.

Ahora ese recuerdo parecía una lámina algo borrosa, pero lo suficiente potente para incendiar todas mis terminaciones nerviosas. Terminé de hacer el checking y fui a por el equipaje. Solo era una maleta y un bolso para cargar material. Mi abuela había insistido en que trajera comida para un mes.

No le gustó nada saber que sobrevivía a base de pizzas y café. No le hablé de Tae, aunque no fue por mucho. La verdad es que extrañé conversar con él como ya se estaba haciendo una costumbre y no hubo un solo momento en que no recordara que esas acuarelas que tanto les gustaron en Hong Kong estaban inspiradas en un ángel sin rostro que yo conocía casi a la perfección. Mi teléfono parpadeó dos veces haciéndome salir de la especie de ensoñación que me invadía últimamente cuando pensaba en él.

—Hola, preciosa. Estoy justo detrás de las escaleras eléctricas. Ya sabes, el camuflaje es protección.

Sonreí ante al modo cómplice que había empleado.

—Vale, ya casi abandono la fila del equipaje. Quédate allí. Te ayudaré con el encubierto.

—¿Traes mucho equipaje? Ya déjalo, estaré allí en menos de tres.

—¡Tae, no!

Pero no pude terminar de gritarle. El muy tonto me había colgado y el nerviosismo terminó de apoderarse de mí. Había mucha gente y hasta yo me sentía como una agente encubierta aun cuando no tenía ni idea de cómo iba vestido.

Miré de un lado a otro y alrededor. Dónde diablos estaba. Me entregaron el equipaje y con un nudo en la garganta intenté marcarle. Otra vez fui interrumpida. Esta vez por unas manos indiscretas que me cubrieron los ojos. Casi pegué un grito.

—Shh…no te asustes, soy yo.

Los dedos abandonaron mis ojos y una sonrisa descarada se insinuaba debajo del cubre bocas de mi novio.

—¡Suéltame, tonto! Por poco me matas.

—No me pegues, solo fue una broma.

—De muy mal gusto y por qué viniste hasta aquí…

Tae se terminó de sobar el brazo que le había golpeado como si se tratara de un algo muy delicado y valioso. Criticaba a Jimin, pero él era igual o más de narcisista.

—Eres una dama, aun cuando pegues como un chico. Tengo que cargar tus bolsos o mi madre me reprenderá en la distancia.

—¡Taehyung!

—Ya lo verás cuando vayas conmigo la próxima vez. Ahora vamos, creo que comienzo a llamar la atención.

Tae señaló a unas jovencitas en uniforme que nos miraban con cara sospechosa. Hasta yo estaba más paranoica de lo común, porque aun con cubre bocas, boina o lo que fuera que se pusiera, las personas siempre acababan descubriendo su identidad.

—Vale, puedes cargarlo todo. Caballero andante.

Dije burlona mientras me encaminaba hacia la salida.

—Hey…muñeca, se supone que debemos ir juntos. Esta cosa pesa una tonelada.

—No te quejes y camina.

—Esto me pasa por ser gentil. Después…después, me callo.

Tae cargó mi equipaje convencido de que yo podría comportarme como una torturadora de Bangtan cuando me apetecía. Tomamos un taxi hasta mi casa y en el backseat tuve que soportar los lamentos de Taehyung por esa actitud mía de dejarlo cargar con todo.

Al final solo consiguió que no le tomara la mano como tanto quería, por lo que cuando alcanzamos las escaleras del edificio, esas mismas donde nos habíamos besado por primera vez, ambos estábamos enfurruñados.

—No puedo creer que el ascensor se haya descompuesto. ¡Dios Mío detente!

—Ya, no seas tan dramática. Haremos peso, juntos. Así no oirás mis lamentos injustificados.

Le dedico una mirada asesina mientras tomo el bolso con la comida que me diera la abuela. Estoy segura de que lo escucho murmurar por lo bajo mientras avanzamos penosamente escalera arriba. Menos mal que vivo en el tercer piso o de lo contrario sería candidata a encamillamiento por estrés.

Mi departamento sigue siendo el mismo sitio desordenado que dejé hará ya tres semanas. Enciendo las luces y ambos no dejamos caer sobre el sofá. Tae se quita el cubre bocas y cierra los ojos como si hubiera hecho un trabajo muy cansado.

Yo me quedo allí mirando las líneas de su mandíbula y el perfecto perfil que tanto ha estado presente en mis últimos bocetos. Él es un paisaje hermoso que me gustaría contemplar para siempre.

—Deja de mirarme así y vamos a preparar algo de comer. Me muero de hambre.

Y aquí está de vuelta el alíen pretencioso.

—No cocinaré nada. De hecho soy incapaz de freír un huevo. Además mi abuela me envió rica comida.

—¿Es eso lo que tiene la bolsa? ¿Hizo chop suey de pollo? Es mi plato favorito después del kimchi de col.

—Eres un malcriado. Vamos, yo también estoy al borde del desmayo. No como nada desde esas confituras envolventes del avión.

—Vale, pero antes tengo que darte algo…

—¿Qué?

Tae no contestó. En su lugar inclinó su rostro sobre el mío y otra vez nuestros labios se volvieron a conectar. Fueron roces dulces que me dejaban sin respiración. Mis manos buscaron sin saber su nuca y me descubrí deshaciéndome de la boina que traía. Nos soltamos un poco solo para que él me mirara y sonriera.

El beso subió de intensidad esta vez y mis dedos se perdieron entre los mechones de su cabello. Él solo seguía enmarcando mi rostro entre sus manos y yo me sentía más cerca del cielo a cada paso.

—Te extrañé mucho, muñeca y no voy a dejar que nuestra cabezonería arruine la tarde. Lo siento.

—Vaya manera de pedirlo, pero no voy a negar que también te extrañé.

Esta vez fui yo la que inició el beso y de no ser por el insistente tono de mi contestador creo que lo hubiera dejado hacer lo que se le antojara.

—Hola Mei ¿Ya volviste de China? Llámame cuando puedas. Tengo algo que contarte. De hecho estoy cabreada hasta los tuétanos. Hoy es el aniversario de mamá y no tengo con quién desahogarme. Para colmo de males descubrí que ese cretino sale con otra, y nada más y nada menos que una idol. Se nota cuan reales eran sus promesas. En fin, llámame cuanto antes. Adiós.

Ambos miramos el contestador como si pudiéramos recrear la imagen de Lena despotricando a grito pelado sobre su ex. Tae se revolvió en el asiento con un gesto incómodo. Ya habíamos acordado desde esa misma tarde, que la relación de Lena y Yoongi no influiría en la nuestra. Así que oír eso ahora, bueno, era como un baño de agua fría.

—Siento que hayas tenido que escucharlo. Es un día muy malo para ella y nadie tiene la culpa—confesé mientras me alejaba del sofá en busca de la bolsa para recalentar la comida. Tae no tardó en unírseme detrás de la encimera.

—Creo que la relación de esos dos estaba mejor cuando estaban juntos que ahora. Yoongi está cada día peor, eso que comentaba ella debe ser por Rosé. La verdad nadie entiende qué pasa por su cabeza últimamente. Rapmon dice que le demos espacio. Yo creo que eso no funciona.

—Yo creo lo mismo, pero Lena tiene sus razones también. Estoy atada de pies y manos Tae. No puedo hacer más que apoyarla y rezar porque todo se resuelva eventualmente.

—Lo sé y estoy orgulloso de mi chica por eso.

Arrugué la nariz en aprobación y ambos nos dispusimos a zamparnos la colección de la bolsa que nos había dejado la abuela. Nos quedamos más tiempo en esa pequeña nube que era el sofá viendo sin mirar un dorama mientras Tae se entretenía trenzándome el pelo.

Era una costumbre que me adormilara después que alguien me peinaba, por eso caí en una especie de sopor alimentado por los murmullos en la pantalla. Solo desperté realmente porque Tae me llevaba en brazos a la habitación. Desde esa posición podía llevarme una muestra gratis de su fragancia, por eso no dije nada mientras hacía malabarismos para dejarme sobre el edredón.

—Ah…estás despierta, lo siento.

—Por qué te disculpas.

—Es tu habitación…la habitación de una chica. No está bien que…

—Shh…apaga las luces y ven aquí. Vamos, no pienses mal. Quiero que veas algo.

Tae obedeció con evidentes dudas y yo retiré el edredón para que él se tumbara también. Tuve que taparme la boca para no soltarle una carcajada. Tae estaba tan rígido como una vara sobre las sábanas, y eso que ambos llevábamos ropa y una distancia prudencial de dos almohadas.

—Ahora sí lo he visto todo, vamos no voy a morderte.

Tae arqueó una ceja en la oscuridad y yo no pude contenerme más. Lo jalé por el bajo de la playera y quedamos uno frente a otro.

—Mei…yo…

—No seas tonto y mira hacia arriba. Por favor, no hay nada pervertido en estar así los dos. Quiero enseñarte lo último que veo antes de dormir y lo primero en la mañana.

—Vale, pero podrías…

—¿Dejar de abrazarte? —cuestioné cerrando mis brazos alrededor de la cintura de él. Capturé el momento exacto en que sus ojos se oscurecieron y como cambió su respiración, pero no me importó. No lo soltaría ni bajo amenaza de muerte. Me hacía sentir como la persona más afortunada de la tierra—Ni en un millón de años, osito.

—¿Osito? Pero si ni siquiera me gusta Kumamon.

—Como quieras, osito, ahora deja de hacer berrinche y compláceme—acompañé lo último con un roce de nuestros labios. Tae suspiró como si estuviera haciendo un dramático sacrificio.

—Vale.

Ambos miramos el firmamento de luces fluorescentes que había sobre mi techo. Fue lo primero que hice al llegar a Corea y era una copia exacta del que me había acompañado desde los siete años en U.S.A.

—Es nuestra parte de la galaxia. La que vemos todos los días y la que sirvió de inspiración para los signos zodiacales. Sabes, cuando tenía siete años, nos asignaron un proyecto para la clase de ciencias y Lena fue mi compañera. Desde entonces nos convertimos en mejores amigas y fue por esas estrellas sintéticas sobre el techo. A mí me gustaban las leyendas y me creía todo lo que la abuela contaba de los animales sagrados y la fiesta para el Emperador de Jade. Lena decía que eran payasadas para engañar a la gente. Hemos cambiado tanto desde entonces, pero cada vez que miro esas estrellas recuerdo lo afortunada que soy por tener amigos de verdad, por ser bendecida con pequeños momentos y por poder agregar una más cada día, como prueba de esa alegría.

Tae se quedó callado todo ese tiempo, solo sabía que me escuchaba por la forma en que sus manos acariciaban las mías. Nos quedamos así, en silencio, siguiendo pensamientos en una línea imaginaria sobre un firmamento artificial.

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