Lección 28: Pandora's box
Casi tres semanas después y no sabía realmente qué hacía. Al menos el exceso de trabajo era la justificación perfecta para no parecer tan deprimido. Cualquiera que viera las fotos que subíamos a nuestra página pensaría que todo estaba bien. Que yo era el perfecto idol con la perfecta vida ansiada por todos. Que gran mentira.
Creo que los chicos solo eran capaces de percibir una parte de lo que ocurría en realidad. Faltaba muy poco para que cumpliera veintisiete, sin embargo me habían arrancado las ganas de vivir en los últimos días y estaba tan seco por dentro que ya ni siquiera me salían lágrimas.
Podía recordar con una aterradora precisión nuestro último encuentro, y lo que más me cabreaba era que ella no había dado la cara realmente.
Me había devuelto aquel pendiente que prometió nunca quitarse, me había devuelto la promesa de nuestro amor para acabar de pisotear los añicos que latían en mi pecho en lugar de un corazón.
Estaba más solo que nunca y sin embargo me esforzaba por sonreír. Quería que todos pensaran que lo estaba superando. Que la nieve que vimos caer en Osaka no me recordó para nada cuanto frío sentía en el alma y cómo no podía hacer nada para cambiarlo.
En esos días hicimos la sesión fotográfica con las BLACKPINK y entonces las alarmas se dispararon en los chicos. No sé qué de malo tenía ser amable con nuestras compañeras o qué de extraño era que yo pudiera llegar a ser amigo de Rosé. Jungkook había pasado por algo similar con Lisa y aunque los rumores pululaban no era para tanto.
Después de la gala benéfica a la que fuimos invitados, Rosé me dio su número y se ofreció a escucharme. Por lo visto para ella mi teatro del “todo está bien” no era tan creíble. Acepté con la mejor mueca que podía hacer en estos días a falta de una sonrisa auténtica.
Ese fin de semana era el último antes de volar a los Estados Unidos, el lugar más probable donde ella estaría sin explicación aparente. Jungkook había intentado dar con su paradero y en secreto ese fue el primer sitio donde yo intenté ir después que llegáramos pero la respuesta fue la misma.
En vano marcaba a su teléfono cuando era evidente que lo había cambiado. Era una sensación frustrante que llegaba a asfixiarme a veces, como si ella nunca hubiera existido y yo hubiera vivido un sueño en los últimos meses.
Llegué más temprano de lo que había calculado a la casa y para mi sorpresa me encontré a todos los chicos alrededor del sofá, luchando por hacerse un espacio mientras veían un capítulo de Juego de Tronos.
Recordé una situación similar, donde la única diferencia es que una chica de cabello castaño y ojos azules se debatía en medio del sofá con mis mejores amigos y yo tenía unos celos atroces del pequeño Kookie por eso. Otra vida, otra piel, otro tiempo donde mi caja de Pandora estaba abierta de par en par, la peor de las mentiras y aun así…
—Hey hyung…ven te hacemos espacio…—era Jimin hablando con la boca llena y las mejillas manchadas de chocolate. Este niño descuidado.
Hice lo que me pedían y ocupé un lugar al lado de él y Tae. No pude contener las ganas de regañarlo por andar tan sucio y por eso me gané un manotazo lleno de chocolate. Otra camisa arruinada por estos tontos.
Pero por improbable que pareciera esa fue la primera vez que reí sin razón desde la partida de ella, y descubrí que quizás fuera posible intentarlo. Quizás aún tenía tiempo para atrapar cada demonio y enjaularlo en lo profundo, quizás tenía otra oportunidad para aprender a vivir.
***
Poco había quedado que decir después de ese último día en Seúl. Simplemente me concentraba en no dejar que los recuerdos me asfixiaran. Quise dejar las fotos de la polaroid en aquel espejo, pero al final no tuve valor. En nuestra casa de Malibú no era necesaria, de hecho nada sería necesario de aquí en adelante.
No sé si fue por no contradecirme o por lo miserable que lucía el día que empacamos que Aaron no agregó nada y Mei me ayudó a empaquetar en cajas los recuerdos que había formado en tan poco tiempo. Lo peor fue el día de la ruptura, cuando mis mejores amigos llamaron y no tuve fuerzas ni para contestar.
Creo que el espectáculo lo decía todo por si solo y cuando Mei me encontró en medio de la alfombra, con las manos y las rodillas arañadas por el cristal del espejo del armario, bueno fue como estar de vuelta a ese pozo de oscuridad que ya había visitado con anterioridad. Mei no le contó nada a Aaron y en un silencio casi religioso limpió la habitación y me obligó a tomar un baño en la tina de mi hermano.
No me dejó sola ni un segundo y sinceramente tenía super poderes cuando se lo proponía. Yo solo observaba como un zombi todo lo que ocurría alrededor. No sabía si había sido mejor o peor decirle a medias que no teníamos futuro o era preferible llorarle en la distancia sin que él supiera.
—Todo va estar bien—dijo Mei esa tarde lluviosa y de eso habían pasado unas tres semanas y media.
Comenzaba a sentir el peso de la rehabilitación en los hombros y mi padre no había reparado en concertar un traslado a la universidad de la UCLA. Viajaba todos los días con él como si fuera una niña pequeña y por las tardes tenía demasiado trabajo como para protestar.
Los antidepresivos se ocupaban de mantenerme en una ensoñación perenne. Aunque la triste verdad es que me quedaba desvelada mirando el crucifijo de una pequeña cadena de plata que no tuve el valor para devolver.
Así pasaban los días y me pregunté cómo lo estaría haciendo él. Mei nos había acompañado hasta que Aaron debió regresar a Seúl y ella iba de visita a China. Mi hermano había conseguido un puesto en Corea y solo era tramitar su traslado a Busan, por lo que el piso que habíamos compartido los últimos siete meses, y donde tantas veces Yoongi había forzado la ventana, pertenecía a otra persona en estos momentos.
Me dediqué a aprobar todos los exámenes de fin de semestre, descubriendo que estaba adelantada con respecto a los otros de mi curso. Sentí la partida de Mei y sin ganas de hacer amistades nuevas me ceñí al plan de estudiar, ir a terapia, seguir el tratamiento medicamentoso y conseguir empleos de medio tiempo.
No quería ver las redes sociales por temor a encontrarme con la inevitables noticas. Ni siquiera la tele. Tenía demasiado miedo y la confirmación de ese malévolo presentimiento llegó dos noches atrás.
Estaba trabajando en el restaurante de mariscos del muelle desde hacía más o menos una semana. Era el empleo más prometedor en una inminente temporada alta y los sonsonetes del verano en Santa Barbara.
No podía pedirle a los dueños que apagaran las teles o a los clientes que no cotillearan en twiter. El golpe llegó por parte de un grupo de jovencitas seguidoras de la banda, que de repente entraron en una verdadera pelea por ver una foto.
—¡Te lo dije Mady! Desde hace días que corre el rumor y ahora mira esto. Ah…podía escoger algo mejor —se quejaba una morena de largo cabello negro. Al parecer la cabecilla del grupo.
—No, no puede ser. Me gusta BLACKPINK, pero ¿Suga y Rosé? Luce trillado.
Solo tuvo que mencionarlo para confirmar mi paranoico pensamiento de que él ya debía haber pasado la página. Las chicas parlotearon más a mis espaldas. Mientras tanto conté cada segundo hasta la hora del descanso y no tardé nada en encerrarme en el lavado y confirmar el temido rumor.
Las fotos hablaban por si solas y me odié a mí misma por encontrarlo tan guapo con su nueva imagen, por querer ser yo la dueña de su atención y no aquella muñeca con el cabello rubio que era Rosé.
Celos, fue lo que sentí y me arranqué con rabia aquella ridícula cadena que llevaba al cuello. Era inútil esconderlo de mí misma. Min Yoon Gi dolía como una herida removida con sal. Estuve llorando mucho tiempo al punto de que el encargado me dejara salir antes de la hora.
Nadie puede servir mesas con los ojos hinchados y arrebatos de romperlo todo a cada segundo, porque un cretino sin corazón ya tiene otra. Ni siquiera esperó un mes. Me sentí como la mierda cuando llegué a casa y evité que mi padre me viera.
En el fondo también tenía mis motivos para no hablarle a él. Tenía una novia en secreto desde hacía tiempo, y tanto mi hermano como yo evitábamos el tema. También le culpaba por haberme hecho prometer ese pacto insulso de que debía volver a Los Ángeles.
En resumen mi vida era un infierno aburrido, donde solo había espacio para recriminare más a mí misma.
Por lo visto, tú siempre fuiste más fuerte.
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