v e i n t i u n o
Estaba de vacaciones. Mi plan principal para las vacaciones de Navidad era volver a Daegu un par de días, pero el ambiente estaba demasiado caldeado allí. Apenas me hablaba con mis padres. Mi segundo plan era hibernar. Y, obviamente, me quedé en Seúl durante todas las vacaciones de Navidad. Lo único productivo que hice fue dormir.
Soyoung no dejaba de hablarme y de intentar que saliera de mi apartamento. Recibía como doscientos mensajes suyos al día, y sólo respondía a un par de ellos. Empezaba a cansarme. Antes de Nochebuena, la bloqueé. Que se joda. Mi teléfono y mi vida social murieron después de aquello. Aerin apenas rozaba su teléfono móvil. No sabía nada de ella desde el último día de clase, cuando nos dieron las vacaciones. Se fue brincando del instituto a pesar de haber suspendido dos asignaturas. Quizá era por eso por lo que no me hablaba. A lo mejor sus padres le habían castigado, o a lo mejor estaba estudiando las veinticuatro horas para ponerse al día. La cuestión es que empecé a aburrirme al segundo día de vacaciones. No tenía nada que hacer -aparte de dormir-, y vacilar a Soyoung ya no me entretenía.
Estaba a punto de cerrar los ojos cuando mi teléfono móvil empezó a sonar al otro lado de la habitación, en el escritorio. Me quedé mirándolo unos cuantos segundos. Contestar o no contestar, esa es la cuestión. Me levanté de la cama con un quejido, creyendo firmemente que era mi madre quien me llamaba un viernes a las cuatro de la tarde. Me jodió la siesta, pero qué le iba a hacer.
Ni siquiera miré el remitente de la llamada. Descolgué sin pensármelo. — Hol-
— ¡Estoy viiiiiiivaaaaaaaaa! — exclamaron al otro lado de la línea telefónica, demasiado alto. Me aparté el teléfono de la oreja con una mueca de dolor. Cuando Aerin dejó de gritar como una cabra cayéndose por un barranco, volví a colocar el móvil cerca de mi oído. — Estoy bien, gracias, no me he roto nada y no tengo un resfriado.
— Qué pena. — fue lo único que logré decir.
— Sí, ¿verdad? — se la notaba bastante más animada que los últimos días. Aunque iba dando brincos por ahí, cuando se quedaba a solas conmigo cerraba la bocaza y agachaba la cabeza. Sus padres debían haberle echado una buena bronca y a Aerin no le había sentado demasiado bien. — Oye, como sé que ninguno tiene planes para hoy porque somos unos marginados, ¿qué te parece si vamos a Myeong-dong?
— ¿Otra vez?
— Sólo hemos ido un par de veces, tío.
Suspiré. — No. Estoy cansado.
— ¿Cansado de estar en estado vegetativo? — dijo con sorna. — Ay, venga, no te hagas el difícil.
— Mmmh...
— Me lo tomaré como un sí. ¡Te veo en tu apartamento dentro de veinte minutos!
— No, tengo que echarme la siesta.
— Bueno, vale. Entonces te veo dentro de tres meses, ¿no?
Rodé los ojos, aunque sabía perfectamente que Aerin no me veía. Ella, como si sí me hubiera visto, soltó una risilla. Yo suspiré. — Te veo a las siete.
— Tarde. Estoy saliendo de casa.
Bufé. — ¿Crees que soy gilipollas? Tienes que maquillarte, elegir el conjunto más rocambolesco que tengas, ponerte uno de tus mil pares de zapatos...
— Ya estaba maquillada, vestida y preparada. Nací preparada, Yoongi.
— No te creo. Hasta las siete.
— Llego en diez minutos.
Finalicé la llamada. Era imposible que Aerin llegara en diez minutos. Eso era lo que tardaba -al menos- en echarse sus potingues mágicos en la cara. Esas mierdas que costaban un riñón y que se compraba cada tres días. Ella decía que le quitaban las ojeras y la cara de muerta. Para mí era pintura para la cara mucho más costosa que la que utilizaba en preescolar.
Volví a tumbarme en la cama. Me tapé con el edredón, me hice un ovillo y cerré los ojos de nuevo.
No llegué a quedarme dormido porque llamaron a la puerta. Supuse que era Aerin. Daba golpes a la madera como si tuviera maldito párkinson. Me levanté mucho más cabreado que la primera vez.
— Joder, ¡ya voy!
Abrí la puerta de mala gana, con fuerza. Aerin me sonrió con aire inocente, como si no fuera ella la que estuvo a punto de taladrar la puerta. Era increíble. Aerin era capaz de presentarse enfrente de mi puto apartamento en Seúl con las manos en los bolsillos como también era capaz de sacar un mísero uno en un examen de matemáticas que era para niños de secundaria. Me miró interrogante. Yo enarqué las cejas y me di la vuelta para cerrarle la puerta en las narices. En el fondo sabía que me iba a arrepentir de hacerlo, como cuando la dejé esperando fuera en el balcón, así que simplemente me giré. Volví a la cama. Me tapé hasta la cabeza para que no me molestara. Escuché cómo Aerin cerraba la puerta y se quitaba los zapatos.
— Me gusta este sitio. En serio. Podría vivir aquí perfectamente. — comentó. Dejé de taparme una parte de la cara para poder verla. Daba vueltas por la habitación. Se quitó el abrigo negro que llevaba y lo dejó caer al suelo. Vestía una camisa holgada del mismo color. — ¿Cuánto me cobrarías por el alquiler?
— Vas muy deprisa, ¿no crees? Primero regálame unas flores o algo así antes de venir a vivir conmigo.
— Vale. Flores. Lo tengo apuntado. — me señaló con el índice. — Y lo digo en serio. Te regalaré flores algún día. Cuando mueras.
— Ay, qué ganas tengo de morirme para que me regales flores...
Aerin dio un par de vueltas más, sin atreverse a tocar algo del escritorio o a mover algún utensilio de la diminuta cocina. Se sentó a mis pies con cuidado de no aplastarme, suspiró y apoyó la cabeza contra la pared. Miró hacia el techo.
— ¿Qué planes tienes estas vacaciones? ¿Irás a Daegu?
— No. — respondí con frialdad. Aerin me miró con algo de tristeza, como si se compadeciera de mí. No le había explicado nada sobre la situación con mis padres, ni el verdadero por qué de mi estancia en Seúl. Tampoco veía la necesidad de hacerlo.
— Oh, vaya. Pensé que volverías allí un par de días. Yo siempre paso las Navidades con mi familia.
— Claro, porque no tienes amigos.
— ¿Y tú qué eres? ¿Una roca?
— Me encantaría ser una roca en mi próxima vida.
Se rio, pero no fue una de sus carcajadas sinceras, de esas que rompían los tímpanos de cualquier mamífero. Después puso los ojos en blanco. — Qué guay. — la conversación había llegado a un punto muerto, al menos para mí, pero Aerin supo sacarla a flote. — Mis tíos vienen desde Sokcho mañana. No me caen bien.
— ¿Y quién te cae bien a ti en este mundo?
ㅡ Antes tú me caías bien, pero ahora ya no. Por decir eso. Jódete.
Aproveché que ella estaba sentada a mis pies para estirarlos y darle una patada en el costado. Se encogió sobre sí misma. Hizo ruidos de gato sufriendo un par de segundos.
Nos quedamos en silencio hasta que yo dejé de taparme con las sábanas, cansado de esperar a que Aerin dijera alguna gilipollez. O a que se fuera. Seguía incomodándome que ella estuviera allí. Me reincorporé, chasqueé la lengua y me froté los ojos.
ㅡ Vámonos a Myeong-dong antes de que me arrepienta. ㅡ le dije. Los ojos café de Aerin brillaron con la ilusión de una niña pequeña a punto de entrar en una tienda de juguetes. ㅡ Hazme el favor y no grites por el camino, ¿vale?
ㅡ Pinkie promise.
Suspiré por decimotercera vez mientras me arrastraba fuera de la cama. Cogí algo de ropa al azar de la única cómoda del apartamento. No tenía por qué mirarla. Al fin y al cabo todas las prendas eran negras o blancas. Me dirigí al baño con la ropa entre los brazos. Miré hacia atrás con desconfianza.
ㅡ No vas a seguirme, ¿verdad? ㅡ pregunté a Aerin.
ㅡ ¿Por qué lo haría?
Señalé su rostro con mi barbilla. ㅡ Por tu cara de acosadora. No me sigas.
ㅡ Si lo que quieres es que te cambie el pañal, vas a tenerlo que hacer tú solito. ㅡ soltó. Volvió a sonreírme. Hizo una seña para que entrara al baño. ㅡ Venga, vístete. ¡Eres un lento!
Abrí la puerta del baño y la cerré con un portazo. Me vestí a la velocidad de siempre. No vi la necesidad de peinarme, así que salí en menos tiempo de lo que había calculado. Me paré en seco al ver cómo Aerin arreglaba mi cama, colocando el edredón y las sábanas mejor que yo en toda mi vida. Me contuve y no solté ningún comentario para que Aerin no empezara con su charla de "¡en esta sociedad machista...!"
Vino hacia mí dando saltitos cuando me vio coger mi abrigo. Ella abrió la puerta y salió fuera mucho antes que yo. Esperó a que yo cerrara con llave la puerta del apartamento apoyada en la baradilla del balcón. Sin previo aviso, cogió mi brazo y lo entrelazó con el suyo.
— Anda, si han vuelto tus terribles Adidas rosas.
Sonrió con orgullo. ㅡ Admítelo, te encantan tanto como yo. ¿Vas a estar solo en Navidad?
La observé con algo de suspicacia. Su expresión no me dijo nada. ㅡ Supongo.
Pensé que iba a decir algo como en la películas en las que todo salía bien, algo como "¿por qué no te vienes a cenar con nosotros?". Aerin hizo una mueca triste. ㅡ Joder, qué asco. — murmuró. — Bah, no te preocupes. Yo quiero escaparme de esa cena de familia infernal, así que iré a tu apartamento. ㅡ sentenció.
ㅡ ¿Me estás utilizando de excusa?
ㅡ Eh... sí.
Miré hacia otro lado para que no comentara nada sobre mi sonrisa estúpida. ㅡ Por esto eres mi amiga.
ㅡ Ya lo sé, tío. Por mi sinceridad brutal y absoluta. Eres la única persona con la que no miento. Ah, y porque soy terriblemente inteligente y guapa.
ㅡ También eres muy modesta.
ㅡ Qué va... ㅡ ahogó un gritito de repente. Fingí no haberme asustado. ㅡ ¡Mira, mira! ¡Un poster gigante de Bigbang! ¡Hazme una foto! ¡Corre, corre!
*****
Sorbíamos con apatía dos cafés con leche templados que yo había comprado en una tienda de Myeong-dong. Yoongi y yo estábamos sentados en la parada de autobús, muriéndonos de frío, esperando a subirnos al primer bus que pasara. No nos importaba demasiado a dónde nos llevara, sólo queríamos dejar de pasar tanto frío. A Yoongi le molestaba más el aire gélido que congelaba hasta nuestras pestañas -vale, a lo mejor exageraba un poco- y por eso se encogió sobre sí mismo y hundió el rostro en una enorme bufanda de lana.
ㅡ ¿No tienes frío? Joder, odio el frío.
Negué con la cabeza. ㅡ No mucho. Será por el café calentito.
ㅡ Joder. ㅡ Era la enésima vez que lo decía en toda la tarde. Desvió la mirada hacia la carretera. Parecía estar de mal humor, quizá por lo mucho que le molestaba el frío.
ㅡ Me estás poniendo nerviosa. ¡Deja de tiritar! ㅡ chillé. Me quité mi bufanda para echársela por encima. Era como una cebolla; perdí la cuenta de las capas de ropa que llevaba. Además de que no quería que se resfriara porque seguía siendo mi única esperanza para aprobar armonía, odiaba que se moviera tanto.
Quiso devolverme mi bufanda, pero le detuve empujándole hacia atrás. ㅡ ¡No quiero que se me pegue tu olor a muerto!
ㅡ Bah, es mejor oler a muerto antes que a pescado podrido como tú. Anda, ponte mi bufanda. De todas formas, a mí el frío nunca me molestó.
Yoongi se colocó rápidamente mi bufanda gris en sus piernas delgadas y guardó las manos en los bolsillos de su chaqueta enseguida. Siguió agitando las piernas de todas maneras. Yo, harta de seguir esperando, saqué mi teléfono del bolso azul que llevaba mientras sujetaba el vaso del café con la mano contraria. Marqué el número de teléfono de mi padre con un suspiro. Escuché el primer tono de llamada, el segundo, el tercero... Y así hasta el sexto. Chasqueé la lengua, molesta, porque al parecer mi padre llevaba el teléfono móvil de adorno. Volví a intentarlo sin parar, hasta que mi padre contestó a la decimoquinta llamada. Debía saber ya lo pesada e insistente que podía llegar a ser su única hija.
— Eh, papá, ¿Dónde estás? — oí música alta de fondo.
— ¿¡Qué dices!?
Miré al cielo oscuro. — Que dónde estas...
— En el coche. Tu madre y yo volvemos a casa. ¿Tú dónde estás? Ya es tarde. — traducción padre-hija: ''vuelve a casa antes de que yo llegue porque si no tu madre te va a volar la cabeza con una chancla''. No eran más de las nueve de la noche, pero para una chica castigada y sobreprotegida por sus padres como yo, las nueve era una hora poco prudente.
— Estoy- Bueno, estamos en la para de autobús cercana a la estación de Myeong-dong. Llevamos esperando mucho tiempo al bus, ¿puedes venir a buscarnos con el coche?
Oí a mi madre hablar de fondo; no entendí lo que dijo hasta que lo repitió. — ¿Estás con Yoongi? ¡Ahora vamos a por vosotros!
— Sí, sigo con él.
— Uy, uy... — soltó mi padre con tono juguetón, como si quisiera incomodarme.
— ¿Tardaréis mucho? — pregunté yo, esperando a que mi padre no volviera a hablar con ese tono tan molesto.
— Cinco minutos, a lo mejor. — respondió.
— ¡Que sean tres! — grité al teléfono, fingiendo estar irritada. Me di cuenta de que Yoongi me miraba con las cejas enarcadas, pensando seguramente en que yo tenía alguna clase de trastorno mental. Me encogí de hombros con una risilla mientras finalizaba la llamada. — Mis padres vendrán a buscarnos en tres minutos.
Él suspiró y yo fui capaz de ver cómo el vaho producido por su aliento cálido se desvanecía en el aire. Esperé a que se levantara, como siempre que mencionaba a mis padres, y se fuera de vuelta a casa. Yoongi se quedó en el sitio, mirando los coches que pasaban por la carretera. Yo empezaba a creer que la relación con sus padres no era demasiado buena, y por eso prefería evitar todo lo que tuviera que ver con eso. No me atrevía a preguntarle nada sobre su familia -porque quizá era una tema delicado-, pero mi cabeza me decía que sí lo hiciera para corroborar mis sospechas. A lo mejor alguno de sus padres ha fallecido, o es adoptado y está en busca de sus padres biológicos, o a lo mejor...
Yoongi me miró un par de segundos, sacó la mano del bolsillo de su chaqueta y agarró la manga de mi abrigo. Tiró de ella para que me acercara a él y me sentara más cerca. La distancia entre nuestros cuerpos quedó reducida a cero porque me obligó a pegarme a él para que le brindara algo de calor. Me quedé quieta, sin decir nada.
— ¿Por qué no vuelves a Daegu? — solté sin pensármelo dos veces. En el hipotético caso de que Yoongi se cabreara como nunca, podría levantarme y echar a correr pidiendo que llamaran a la policía antes de morir asesinada por alguien con patas de pollo.
— Está lejos. — contestó, sin mirarme. Como no dejaba de mover sus piernas y estábamos sentados muy juntos, sus rodillas no dejaban de chocar con las mías.
— Sólo está a un par de horas de aquí.
— Está lejos. — repitió.
— ¿Algo va mal? — A la mierda. Espero que no se cabree y me mate. En el fondo me preocupaba por él; no era simple curiosidad. Era mi único y mejor amigo, así que me parecía estúpido no preguntarle. — Puedes decírmelo si quieres.
— No, nada va mal. — me miró con aire despreocupado, como si quisiera restarle importancia al asunto. Después, Yoongi devolvió la mirada a la carretera, juzgando silenciosamente a un grupo de chicos gritones que pasaron frente a nosotros. Algo -mi intuición femenina, supuse- me dijo que Yoongi mentía, que no quería contármelo por alguna razón. Estaba claro que pasaba algo con sus padres o simplemente con Daegu. Si yo fuera él, estaría ansiosa por volver a mi ciudad natal en vacaciones.
Seguimos esperando a mis padres en completo silencio. Ni Yoongi ni yo abrimos la boca en ningún momento, ni siquiera para beber de nuestros cafés ya fríos. Distinguí en la lejanía un coche alto, de color blanco nacarado, y lo señalé con el índice. — ¡Ahí están mis padres! — me levanté rápidamente y me apresuré a recoger las bolsas de mis compras del suelo. Eran demasiadas como para cargarlas todas yo sola, pero sabía que Yoongi no iba ni a mover un dedo, así que las cogí yo. Me giré hacia él. — Vamos. Tú te vienes conmigo.
Él empezó a quitarse mi bufanda de encima, dispuesto a devolvérmela y a huir cuanto antes para no tener que subirse al coche, que ya estaba parado cerca de la acera. Mi padre me hizo una seña desde el interior para que entrara. Con las bolsas entre los brazos, abrazándolas como si fueran mis bebés, di la vuelta al coche y abrí el maletero. Lancé todo dentro, cerré la puerta con un golpetazo y volví al lado de Yoongi para empujarle hacia el coche. Abrí una de las puertas traseras, me puse en la piel de un policía y obligué a Yoongi a sentarse detrás de mi madre. No le quedó otra. En cuanto tomó asiento, yo entre al coche y me dejé caer en el asiento de al lado. Mi padre arrancó en cuanto yo cerré la puerta y nos abrochamos el cinturón.
— ¿Qué tal, Yoongi? — preguntó mi padre con amabilidad, mirando al mencionado por el cristal del retrovisor. Sabía que detrás de esa aparente amabilidad se escondía un ''cuidado con lo que dices, chaval, que puedo lanzarte fuera del coche''.
— Bien. — dijo él, más seco que el desierto del Sáhara.
— ¿Os lo habéis pasado bien? — soltó mi madre.
Intenté analizar bien la pregunta. ¿Va con segundas? Mi madre no solía sacar de contexto demasiadas cosas y sus preguntas eran más bien inocentes, pero no me fiaba de nadie. Ni siquiera de mi propia madre. Busqué una respuesta que se adecuara a lo que mamá Im quería escuchar.
— Sí. Hemos estado en todas las tiendas. — contesté yo.
— ¿Has comprado mucho?
— No lo suficiente como para quedarnos en bancarrota.
La conversación terminó y el ambiente empezó a hacerse cada vez más incómodo y pesado. Miraba de vez en cuando a Yoongi, de reojo, pero se pasó la mitad del trayecto con la cara hacia la ventana. Mi padre también nos echaba un ojo a través del retrovisor. Él, de repente, exclamó lo mucho que le gustaba una canción que sonaba en la radio. Era alguna de los años noventa, o setenta, o vete tú a saber. Mi padre puso a tope la radio, dejando que la parte menos tranquila de Stairway to heaven retumbara en nuestros oídos, y se puso a cantar a grito pelado con un inglés pésimo. Mi madre no tardó mucho en seguir a mi padre, cantando igual o peor.
Oí una carcajada descarada de Yoongi, pero al mirarle tenía la cara escondida en su enorme bufanda oscura. Sabía que mis padres sólo hacían eso para avergonzarme, pero ¿quién podía avergonzarme si perdí la vergüenza cuando tuve que bailar encima de un escenario en primaria?
Fingí que mi teléfono móvil era un micrófono. Me quité las horquillas del pelo, agité la cabeza y me puse a imitar la voz desgarradora de Robert Plant, sin importarme romper los tímpanos del resto. Mi padre, mi madre y yo continuamos berreando mientras Yoongi se llevaba las manos a la cabeza, queriendo llorar de la vergüenza ajena, pero sin dejar de reírse.
Era la primera vez que le veía reírse tanto, sonreír como un niño pequeño. Y sí, tenía una sonrisa muy mona.
******
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro