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Empezaba a chispear fuera. Las hojas de los árboles todavía no habían adoptado esos tonos amarillentos y anaranjados de todos los otoños, pero el frío y la brisa eran otoñales al doscientos por cien. Miré cómo las finas gotas de agua caían del cielo encapotado. Suspiré y estiré los brazos sobre la madera fría del pupitre.
Me gustaría haberme sentado al lado de la ventana y poder ver la calle más de cerca y así poder soñar con irme de allí cuanto antes, pero el chico del pasillo se había adelantado.
Durante la primera mitad de la mañana sólo había cruzado un par de palabras conmigo. Me quedó bastante claro que era un chico callado. Si lo pensaba fríamente, no era tan malo. Sería un compañero de pupitre discreto y no sería una distracción. Mi único plan en el último año de bachillerato era graduarme como la mejor. Como la primera de la lista. Por encima de todas esas zorras y esos cabrones insensibles. Así que, estar con un chico callado iba a ser una ventaja. O al menos eso supuse.
Había sacado su teléfono móvil durante el receso de la hora de la comida y se había casi incrustado los auriculares en el oído. Poco más e iba a acabar taladrándose el cerebro. Hizo caso omiso de todo lo que pasaba a su alrededor, se hundió en la silla, dejó el teléfono sobre la mesa y se hizo el muerto. Bueno, realmente se quedó dormido. Pero era casi lo mismo. No respondió a ningún ruido, ni siquiera al de los alumnos entrando a la clase como si fueran una puñetera manada de elefantes. Movieron la sillas, los pupitres, todo. De hecho, estaba segura de que nuestros vecinos comunistas del Norte sintieron un terremoto de seis grados en la escala Richter.
Conocía a las chicas que se sentaban delante de nosotros: Park Haneul, una tipa con gafas bajita y rechoncha con un nombre que tenía el treinta por ciento de la población; y Park Soyoung, otra tipa que tenía un nombre bastante común. No tenía nada en contra de los nombres comunes... Dependiendo de quién los llevara. Por ejemplo, ellas dos eran un poco... ¿Cómo decirlo sin ser demasiado directas? Zorras. Sí, eran unas zorras. Y por ende, no me caían bien. Por tanto, sus nombres no me gustaban. Era simple y lógico.
Haneul giró su cuerpo contorsionándose como si fuera un maldito búho. Estuve a punto de gritar de la frustración cuando vi lo grumosa que era su máscara de pestañas. ¡Emergencia! ¡Que alguien me traiga un bote de desmaquillante y si hace falta un litro de ácido sulfúrico! ¡Estamos ante un maquillaje desastroso!
Sabía que no se iba a dirigir a mí. Sabía perfectamente que se dirigía al chico que estaba a mi lado, al tal Yoongi.
La pobre Haneul no captó muy bien la idea de que, cuando te ponías los auriculares y música a un volumen que no era nada sano, era mejor no hablar a la persona que estaba escuchando música. Yo también me giré un poco para ver la reacción del pelinegro al mismo tiempo que Soyoung, la otra chica, se daba la vuelta enseñando sus dientes blancos y alineados en una sonrisa igual de falsa que las Nike de su amiga.
La de gafas tamborileó con los dedos en la mesa de Min. Él no abrió los ojos hasta que la tipa se atrevió -¿¡qué clase de persona osa a hacer eso!?- a quitarle de cuajo los auriculares.
—¡Hola! — le saludó, como si no supiera que acababa de cometer un crimen contra las personas que escuchábamos música en clase y no queríamos saber nada del resto.
Vi cómo el chico abría los ojos despacio. Su mirada, sombría, fulminó a la estúpida de Haneul. Enrolló el cable de los auriculares despacio, sin dejar de matarla con la mirada, los dejó sobre la mesa y se inclinó ligeramente hacia delante.
— ¿Qué quieres?
Me sorprendía que alguien como él, delgado y enclenque, hablara con una voz tan ronca y grave. Era normal, supuse, si estaba en el último año de instituto y tenía casi dieciocho años como yo. A las dos idiotas de enfrente debió de pasarles lo mismo. Se miraron entre ellas, atónitas, y se interesaron mucho más por el chico misterioso que tenían sentado en el pupitres de atrás. Yo me limité a abrir mi mochila y a sacar una bolsa de patatas fritas picantes; amaba las peleas -siempre y cuando yo no estuviera involucrada-, así que qué mejor que comer patatas mientras presenciaba una discusión.
—Sólo queríamos saludarte. ¿Eres nuevo? — dijo Soyoung, sin borrar su sonrisa. En un intento de parecer inocente, apoyó los codos sobre mi mesa y enmarcó su rostro con las manos.
— ¿Acaso me has visto por aquí otros años?
Punto para el chico de mi izquierda. Abrí la bolsa de patatas fritas y me metí la primera a la boca mientras reprimía una sonrisa.
— Ay, y... ¿Conoces el instituto? Podemos hacerte un tour, ¿verdad, Soyoung? — la de gafas dio un codazo a su amiga, que asintió con convicción.
— ¡Sí! En la planta de arriba, donde está la biblioteca, hay un museo.
—¿Tengo cara de que me importe?
2-0 y segunda patata frita. Si seguía así, iba a acabarme la bolsa en menos de lo que cantaba un gallo. Soyoung tomó la palabra e insistió. —También podemos enseñarte la cafetería. ¡Y en el mueso hay una cabra con dos cabezas!
—¿Para qué quiero ver una cabra con dos cabezas si ya os tengo a vosotras en clase? — soltó, alzando las cejas.
Ninguna de las dos pareció pillarlo. Se rieron, así que aproveché para dirigirme al chico.
—Tienen una inteligencia reducida. El sarcasmo no es lo suyo.
Esperé a que Min dijera algo o hiciera otro comentario sarcástico. Pero volvió a coger su teléfono móvil y me ignoró completamente. Bien, con que no me va a dirigir la palabra. Ni siquiera suspiré. Seguí comiendo patatas, alternando miradas entre el fondo de la bolsa y el reloj de pared que colgaba sobre la pizarra, esperando a que pasara el tiempo del descanso de la hora de la comida y a que comenzaran las clases para que acabaran antes. Justo cuando acabé las patatas fritas, Haneul volvió a girarse, aprovechando que Min estaba distraído y con los auriculares puestos de nuevo, y se dirigió a mí.
— Qué suerte tienes. ¿Me cambias el sitio?
— ¿Por qué debería?
— Quiero hablar con el chico nuevo.
Señalé al susodicho con la cabeza. — Ahí le tienes. No hace falta estar sentada a su lado para mantener una conversación con él.
— Ya, bueno, pero prefiero estar sentada con él.
¿En serio esta zorra cree que me voy a mover porque lo diga ella? ¿En serio tengo que mover los músculos de mis piernas, levantarme, coger mis cosas y sentarme al lado de la otra zorra? Me encogí de hombros. — Haber llegado más tarde.
— Vamos, Im. — me dijo, con un puchero y batiendo sus pestañas llenas de máscara. Parecían las patas de una tarántula con trato grumo. — ¿Qué más te da sentarte al lado de Soyoung? ¡Os lleváis bien!
—Ya bueno, el término ''bien'' es muy ambiguo.
Haneul empezaba a cabrearse conmigo. Conocía a esa tipa desde la primaria; fuimos amigas, pero acabamos siendo simple compañeras que chocaban bastante. Siempre que hablaba con ella, se giraba indignada y se ponía a criticarme a mis espaldas, intentando dejarme por los suelos. No me importaba lo que dijera de mí. Sabía que eran mentiras. Además, la opinión del resto no me importaba lo más mínimo. Podrían llamarme de todo, podrían decir que era una persona malísima y hasta que me había acostado con medio instituto, pero yo seguiría viva y haciendo las cosas que me gustaban.
—¿Y qué es bien para ti, eh? — me preguntó.
—¿Bien? Mmm... Bien... Como a ti te entra una polla en la boca. Eso es bien. ¿Lo pillas? Pues, Soyoung y yo no nos llevamos tan bien como a ti te entr-
—Vale, vale. ¿Sabes qué? No pienso aguantarte este curso.
— Ni yo a ti este. En ambos sentidos.
De reojo, vi como Min reprimía una risilla mordiéndose el labio inferior. Algo me dijo que no escuchaba música, sino que nos escuchaba a nosotras. No le culpé, yo también era de ese tipo de personas que se inmiscuía en las conversaciones del resto.
— Im, no me importaría hacerte la vida imposible.
—Por si no te ha quedado suficientemente claro, me da igual lo que piensas y lo que digas de mí. No sería la primera vez que vas por ahí diciendo a la gente que consideras tus amigos que soy una mala zorra.
Bufó. — Tu maquillaje es un asco.
Solté una carcajada sarcástica, sonora, que asustó a la mitad de la clase. — ¡Qué graciosa eres, Haneul! ¡Festival del humor! ¿Quieres que te cuente otro chiste? — ella me miró expectante.
—Tu vida.
Lo dijo Min. Me giré hacia él con una sonrisa que no fui capaz de contener. Me reí. ¡Fue como si me hubiera leído el pensamiento!
— Además, — continuó — deberías dejar de ver vídeos de gatitos en internet y buscar algún tutorial de maquillaje. Lo necesitas.
Haneul se dio por vencida. Y aplastada, quizá. Abrió la boca, ofendida, frunció el ceño y se dio la vuelta para comenzar a protestar en bajo. Era la primera vez que alguien salía en mi defensa, que alguien utilizaba el mismo sarcasmo que yo. Estaba alucinando. Lo primero que pensé fue que aquel tal Min Yoongi debía ser mi amigo, no sólo mi compañero de pupitre. El único problema es que yo no tenía el don de la palabra, ni el de la oratoria, ni el de hacer amigos. Mi capacidad de relacionarme desapareció de golpe en cuanto entré al instituto y mis pocas amigas me abandonaron por otras más guays que no se preocuparan tanto como yo por los estudios o por los grupos de idols... Así que supuse que hacerme amiga de Yoongi iba a ser complicado. Además de sarcástico, parecía frío y callado. Distante. Tuve la sensación de que no quería estar allí, también de que no le gustaban mucho las personas y las clases con casi treinta alumnos.
Estaba dispuesta a chocarle los cinco cuando el profesor de historia apareció por la puerta. Era un hombre mayor a punto de retirarse. Fue mi profesor el año pasado. Sabía que era un tipo estricto -de hecho nos obligó a levantarnos y a presentarnos uno a uno- y que no le gustaba mucho que sus alumnos hablaran entre ellos. Por eso no le dije nada a Min. Me quedé en silencio.
— Tu turno, chico.
—Soy Min Yoongi. No tengo ningún antepasado chino y soy coreano. Tengo diecisiete años. Mi libro preferido es el diccionario de gramática y en un futuro me gustaría ser billonario.
—Tu turno. — el hombre me señaló tiempo después para que me levantara de la silla.
Carraspeé para aclararme la garganta. Alisé la tela de mi falda y me sequé el sudor frío de mis manos en ella, retiré un mechón de mi cara y miré a toda la clase a través del cristal de mis gafas.
—Soy Im Aerin. -—me presenté. Teníamos que decir nuestra edad, nuestro libro preferido y qué aspirábamos a ser en un futuro.— Tengo diecisiete años, mi libro preferido es uno que ninguno de vosotros habéis leído y lo único que quiero ser en un futuro es más feliz.
Me senté. No recibí ningún aplauso, pero en mi cabeza imaginé que la gente se levantaba con los brazos en alto y me vitoreaba. Satisfecha con mi presentación, me acomodé en la silla de madera y dejé de prestar atención al resto.
Al bajar la mirada hacia la hoja en blanco de mi cuaderno, vi un trozo de papel arrancado de algún lugar en el que, escrito rápidamente a mano, ponía:
« Me caes bien. »
Alcancé la lapicera de mi estuche plateado, pulsé con insistencia el botoncito para que saliera la mina y respondí:
« ¿No eras de África Central? »
Deslicé la nota sobre la mesa lo más discretamente que pude, para que el ojo avizor del profesor Choi no viera el diminuto trozo de papel.
Min leyó la nota. Vi cómo sus labios rosados se curvaban en una ligera sonrisa, casi inexistente.
« Sólo intento pasar desapercibido. Espero que el resto no se de cuenta de que soy negro. »
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