The beginning of something magical
Lo primero que vemos al nacer es una gran luz que nos deslumbra y aterra, el primer llanto hace que nuestras madres suspiren aliviadas sabiendo que todo está yendo como debería, cuando nos arropan entre sus brazos nos sentimos protegidos y cuando nuestras miradas se unen es el momento en el que la verdadera conexión fluye, nos convertimos en madre e hijo, una unión que es demasiado difícil de romper, porque aunque parezca que nos odian o que nosotros las odiamos, en la adolescencia, eso no hace que dejen de "protegernos" a su muy particular manera.
Para la adolescente Son Chaeyoung su madre era la persona más fastidiosa que existía en la faz de la tierra, no la dejaba salir, la mantenía encerrada y detestaba cuando no hacía algún deber, algo típico de una madre que está tratando de inculcar lo que a ella le enseñaron, además de que no se podía quejar sabía cómo era la cultura coreana y tenía que ser fuerte para poder seguirla, no enloquecer como muchas personas ya que sabe lo extrañamente normalizado que estaba el suicidio, aún con todo el estrés que collevaba tener que aguantar a sus dos padres los amaba y no sabía que haría el día que le faltarán.
Aún con la esperanza de verlos en la siguiente vida que iban a tener eso no quitaba que ahora mismo los extrañaba, estuviera de rodillas llorando y soltando aquella pena que aquejaba su adolorido corazón, era lamentable como de un día para otro, como si hubiera sido obra de un simple chasquido, ellos estaban en una esquina de la carretera, sangrando y tratando de mantenerse con vida, pero fue demasiado tarde para los mayores, por suerte, o no mucha, se salvó, tal parece que el destino le tenía parado algo.
Odiaba tener que darse cuenta que no fue su culpa, si no de sus padres, le habían dañado la vida a una chica con aspiraciones y metas por cumplir, solo por estar ebrios en un día tan importante, desde ese momento decidió que nunca en su vida probaría una gota de alcohol y que lo mejor que podía hacer era tomar agua o jugo, así no moriría mientras conduce, aunque es algo que no ha hecho ya que su padre era quien la iba a enseñar, además de que le tiene pánico a los autos y cualquier medio de transporte.
En estos momentos quisiera vivir su última vida.
Que es exactamente lo que está viviendo la japonesa de cabellos negros, la misma que está en silla de ruedas viendo desde lejos con un paraguas de color amarillo, bastante llamativo algo no tan típico de ella, cubriéndose de la fuerte tormenta,— parece que el cielo no está tan feliz de que me encuentre aquí —, murmura frunciendo las cejas debido a lo débil que se escucha su voz, no tendría que sentirse mal por la hija de los que la metieron y la hicieron depender de unas ruedas para poder desplazarse.
— ya va un año de aquel accidente así que supongo que es normal para ti... —, mira de reojo a su mejor amiga e inclina levemente la cabeza a la izquierda,— venir —, finaliza con un carraspeo que hace que Myoui ruede los ojos, no tenía ni la menor idea del por qué de un día para otro quiso ir a ese lugar, tal vez para ver a la coreana sufrir o porque la quería proteger desde lejos, se sigue debatiendo pero todavía no tiene una respuesta clara de lo que realmente le está sucediendo a su corazón y cerebro, parece que no se ponen de acuerdo.
— ¿cuándo vas a decirle a Sana lo que sientes? —, la alta se le queda mirando por unos instantes y luego rueda los ojos,— ambas viviendo su primera vida y no aprovechando —, aprieta los labios, todos eran conscientes de las vidas que les quedaban pero no tanto de lo que pasó en las anteriores o quiénes eran, así que se podría decir que solo les tocaba afrontar lo más difícil y doloroso,— yo... —, a Chou no le gustaba que le repitieran lo que ya sabía así que solo la miró y siguió caminando, la azabache suspira y baja la mirada sin poder hacer nada.
— aprovecharé el tiempo por ti —, Mina se le queda mirando y Tzuyu no hace nada más que sonreír y ayudarla a desplazarse con más rapidez,— le diré a Sana que me gusta y espero que en tu casa tengas helado de chocolate, mantas y una buena película por si me rechaza —, de los labios de la mayor se escapa una risita.
— esa chica de cabellos de algodón de azúcar te ama, te adora y haría de todo por ti —, le gusta hacer que su mejor amiga se siente bien y cómoda con lo que hará, en éste caso, demostrarle a aquella japonesa que la ama.
— ¿has decidió abrirte al amor? —, eso sí que no le gustaba decirlo, era una chica bastante parlanchina cuando estaba con Tzuyu hasta que tocaban ese tema, no es que estuvuera completamente cerrada a la idea de no enamorarse pero desde que murió en su anterior vida se dio cuenta que la persona que más amaba fue la misma que la traicionó, es el único recuerdo que le queda de lo que pasó,— aquél chico no te merecía —, dice antes de que le cuente la misma historia de siempre,— tienes que dejarte llevar por lo que sientes, por lo que crees que es lo correcto —, aprieta levemente su hombro haciendo que se queje.
— ¿pollo frito? —, gruñe y hace un sonido de aprobación, sabe que no le hará caso y que hará como que no la escucha cuando sabe muy bien lo que Myoui necesita,— cerca de aquí hay un lugar que vende el mejor pollo frito que he comido en toda mi vida —, mueve la cabeza hacia atrás sin importarle las pequeñas gotas de agua que caen en su frente y sonreírle a la taiwanesa, la misma que solo asiente con una sonrisa.
La primera gota había caído.
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