Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo XIII (FINAL)

Óreleo fue atacada una semana después.

Las tropas corrían hacia la muralla para resguardar allí donde se desencadenaba la batalla.

Observé a la lejanía como el ejército de los Lee presionaba para que abrir la entrada, una enorme puerta de roble y hierro blindado, treparon por las inmensas paredes de concreto. Hacíamos lo que podíamos para mantenerlos a raya.

La ciudad, como era de esperarse, entró en un caos total. Los ciudadanos corrían a los túneles subterráneos para resguardarse de la batalla que en breve se desencadenaría, desde aquí podía escuchar la euforia y los gritos, "Óreleo caerá" alguien predicaba en alguna esquina de las calles atestadas de gente.

—¡Comandante, el flanco izquierdo de la muralla está a punto de ceder!—Un informante llegó hasta nosotros jadeando con la cara empapada de sudor.

—La vanguardia está en camino.— Dijo el Comandante Chan, colocando apresuradamente los últimos toques de su armadura.

Por supuesto, la vanguardia se trataba de chicos inexpertos que a penas habían tenido un par de meses de entrenamiento con la espada. Todos reclutados especialmente para eso, morir.

Sentía una inmensa pena por los familiares de esos hombres que el ejército de los Lee iba a masacrar, en realidad, sentía pena por todos nosotros. Las cosas no hubieran llegado a tanto si mi padre no fuera tan orgulloso.

Después de todo la casa Han estaba maldita por su traición, o al menos eso era lo que todos decían.

—Va a liderar la retaguardia.— Chan se volteó hacia mí. Yo le sostuve la mirada firme.— Le dejaré a algunos de mis hombres para que luchen junto a la guardia real.

Una vez dicho esto, Chan se apresuró a la salida de la habitación. Unos minutos después, vi desde la ventana como montaba su caballo, un corcel robusto y negro, lo espoleo y se dirigió a las afueras del palacio donde sus tropas ya estaban en formación.

"Necesito que no pelees esta batalla, debes quedarte en el palacio"

Las palabras de Minho resonaron en mi cabeza. Y esta vez haría caso a lo que me decía, aunque eso me hiciera parecer un cobarde. No iba a liderar la retaguardia, pero sabía quién podía hacerlo mejor que nadie.

Fui en su búsqueda.

Corrí por los pasillos hasta que llegué a las afueras, en la entrada se encontraba parte de nuestro ejército. Habían dispuesto una pequeña carpa donde los generales discutían los próximos movimientos a ejecutar. Lo busqué con la mirada.

Estaba allí, enfundado en una armadura y sus cueros. A su lado se encontraba Seo Changbin, frunciendo el ceño al mapa de la ciudad desplegado en la mesa de roble.

— Nuestro punto débil está en la puerta de barro, al norte.— Señaló mi amigo.— Debemos llevar nuestras tropas allí.

—Pero la vanguardia no resistirá mucho, debemos ir a la entrada principal o la van a derribar.

—Tardarán más tiempo, podemos despejar el área de la puerta de barro y luego trasladarnos a la principal.

—No podemos arriesgarnos tanto, no sabemos de cuántos hombres disponen allí para atacar esa parte.— Dijo, paró su conversación cuando se dio cuenta de mi presencia.—¡Mi señor!— Todos cambiaron su postura, me adentré un poco más en la tienda.

— Mi señor, hemos estado esperándolo para que tome las decisiones. El Comandante Chan nos informó que estará a cargo de la guardia real.— Dijo Yoongi.

— Vine para decirles que hay un cambio de planes.— Los ojos de Seo Changbin brillaron con audacia. Me conocía lo suficiente como para intuir que algo sucedía.— No estaré a cargo de la retaguardia, dejaré un relevo que sé, es capaz de dirigir de forma correcta.— Me voltee hacia él.— Yeonjun, tú quedarás al mando de las tropas.

Creí escuchar un murmullo de parte de uno de los generales, quizás uno de los más viejos. Yeonjun me observó con sorpresa, pero volvió a tomar su postura firme y se dirigió hacia mí.

— Como ordene, mi señor. Serviré bien.—Y sabía perfectamente que lo haría. Todos estábamos consientes de que Yeonjun no era general de la guardia real simplemente porque yo era el hijo del Emperador y estaba allí para ocupar ese lugar, más que por mis logros, era por mi posición.

No me catalogaba como un buen guerreo, eso lo supe desde el inicio de mi entrenamiento. Cuando tuve que rezarle a los Dioses para poder pasar la primera fase. Mi fuerte estaba en mi cabeza y no en mis músculos, y a pesar de que, posiblemente podía armar una estrategia justo ahora para ganar ventaja sobre el ejército de Minho, justamente mi inteligencia era la que me repetía que no había manera de ganarles, esta guerra estaba perdida para la casa Han.

Nadie se opuso a mi orden, eso me tranquilizó. Le di las indicaciones necesarias a Yeonjun y a los demás y les dejé en claro que de ahora en adelante debían acatar las órdenes y decisiones del joven. Luego salí de la tienda, fijando mi próximo objetivo.

Sin embargo, una mano se posó en mi hombro pesadamente. Me di la vuelta.

—¿Qué planeas?— A pesar de que lo dijo en voz baja, su tono era severo.

—No lucharé en esta batalla.— Dije sin rodeos. Changbin no pareció escandalizarse.

—Comprendo...— Quitó su mano de mí.— Ponte en un lugar seguro, trataremos de hacer todo lo posible por no tener tantas bajas, pero no prometemos nada.— Asentí.

—Confío en ti y en Yeonjun, estoy seguro de que lo harán mejor de lo que yo podría hacerlo.

—Gracias, Jisung.

—¿Por qué?— Pregunté extrañado por su repentina sinceridad.

—Por todo. Porque fuiste como un hermano para mí por mucho tiempo. Por darme un hogar y hacerme sentir que pertenecía a alguna parte.— Traté de descifrar lo que había en sus ojos, un torbellino imperturbable, y luego calma, una fría calma que me hizo estremecer.—Fue bueno haberte tenido en mi vida.

Supe de inmediato que Seo Changbin se estaba despidiendo de mí.

Tal vez fue un impulso por el repentino sentimiento que me invadió, a lo mejor fue la idea de perderlo o quizás porque amaba a mi primo, era de las pocas personas en mi familia con la que de verdad compartía un lazo. Pero me acerqué a él y lo estreché en mis brazos, sin importarme que a nuestro al rededor estuviera un ejército de hombres a punto de morir por Óreleo, por los Han, por mi padre.

— Te quiero.— Le dije en un susurro palmeando su espalda. No recordaba la última vez que lo había abrazado, muy probable que fuera cuando éramos niños.

Un momento después me separé de él, con un asentimiento de cabeza me di la vuelta y me puse en marcha.

—¡Jisung!— Giré una última vez para mirarlo.— Espero que ustedes dos si puedan tener una oportunidad.

Y ante su confesión, ambos hicimos algo que en muchos años no nos permitimos.

Sonreímos.

Le había dicho que se quedara en un punto en concreto en el momento que se nos manifestó que la batalla había comenzado. Allí nos encontraríamos y lo pondría a salvo.

Me deslicé por los pasillos del palacio, debía ser cuidadoso de no toparme con alguien de demasiada relevancia y que comenzara a formular preguntas. Él debía estar en mí recámara, pero cuando llegué ahí me topé con otra persona.

— La gloria, el honor de mi casa. Solo eso quería.— Su voz sonó rasposa, la habitación apestaba a vino.— Óreleo merecía gobernar Andalat desde el primer momento, puse a disposición más de dos millones de hombres para conseguir derrocar el puto Imperio, saqué de mis arcas tanto oro que probablemente nuestras generaciones futuras queden endeudadas, todo para que al final otro se sentara en el trono.— Suspiró.— Y cuando traté de recuperar lo que nos pertenecía me tildaron de traidor.— Por fin me miró.— ¿Irónico, no?

Mi expresión se volvió fría ante la imagen que presenciaba. Mi padre borracho hasta casi perder el conocimiento, desparramado en el sillón con la barba goteante de vino tinto.

— Eres patético, te estás revolcando en tu mierda mientras otros mueren por ti.— Dijo con desprecio. Ya no importaba, ya nada importaba.

Río de forma amargada.

— Eso es lo que hacen los Emperadores.— Se levantó de su asiento tambaleante.— Todo esto es un castigo divino, por ti, pequeño monstruo.— Me señaló con su dedo.— Eres la vergüenza y la desgracia de esta casa. Desde que naciste supe que serías un inútil, tan flacucho y débil, incapaz de blandir una espada de madera. Cuando salías herido ibas a refugiarte con tu madre. Hyunjin nunca fue así, Hyunjin era un verdadero hombre, fuerte, audaz. Era el futuro de Óreleo y tu maldito... amante, lo asesinó.— Me transmitió todo su odio.

—¿Dónde está Jeongin?— Pregunté ignorando lo que me decía, quizás en otro contexto todo aquello me hubiera dolido, pero justo ahora mi padre no podía ser menos miserable.

—¿Ese otro inútil?, Lo envié con la vanguardia. A lo mejor justo ahora le estén cortando la garganta.

Mi respiración se cortó. El muy desgraciado había enviado a mi hermano a morir, sabiendo que no tenía absolutamente nada de entrenamiento con la espada y que solo era un niño. La ira corrió por todo mi cuerpo, filtrándose en mis venas y luchando por salir de alguna forma.

Saqué la espada de mi vaina y me encaminé con paso decidido hasta él. Le coloqué el arma en el cuello, deseando hacerlo jirones de un tajo.

—No eres capaz de hacerlo.— Me dijo desafiante.

—No me provoques.— Le advertí.— No sabes las ganas que tengo de acabar contigo.

—¿Y por qué no lo haces?, Sería el momento perfecto, la ciudad caerá y cualquier enemigo podría haberme asesinado, nadie sospechará de ti. Y si lo hacen pasarías a ser un traidor.

La tensión era crecía peligrosamente entre nosotros.

— Aunque sea lo que más desee en mi vida, no lo haré. ¿Sabes por qué?, Porque soy mejor que tú.— Le escupí la cara. Los ojos de mi padre centellearon. Aparté mi espada de su cuello y dirigí a la salida, dejándolo allí tirado en su miseria.

Solo me tomé un par de segundos para procesar lo que me había dicho. Jeongin estaba en plena batalla. Mi corazón se aceleró y el miedo me invadió. Debía encontrarlo y ponerlo a salvo.

"Necesito que no pelees esta batalla, debes quedarte en el palacio"

¡Joder, joder, joder!

Estaba pasando de nuevo, me veía otra vez empujado a no cumplir mi palabra con Minho. Pero no podía, no cuando la vida de Jeongin estaba en juego.

Corrí, suplicando que no fuera demasiado tarde.

Por fortuna encontré un caballo ya preparado, probablemente de alguno de los jinetes de mi padre. Lo monté y salí a toda velocidad por las grandes puertas de palacio entre el ejército que poco a poco se formaba para ir a la puerta Sur. Los dejé atrás a todos.

Mi caballo zigzagueó entre las personas que se metían en el medio, aún algunos callejones estaban atestados. Bajé por la calle que estaba trazada específicamente para las tropas, ahí el camino se encontraba despejado.

Los gritos de la batalla se hacían cada vez más cercanos a medida que me aproximaba a la entrada. A mis costados se extendían algunos hombres rezagados, que posiblemente se habían dado en rendición o huido.

Los minutos me parecieron eternos, pero al fin pude vislumbrar el enorme claro que separaba la muralla con el comienzo de la ciudad, lo primero que noté fue que habían derribado la puerta y el ejército enemigo entraba a trompicones, asesinando a cualquiera que se encontrara en su camino. Los inexpertos muchachos de la vanguardia caían como aves abatidas, uno tras otro. A penas les daban tiempo de dar algunos golpes antes de morir. Me estremecí, la adrenalina invadiendo cada ápice de mi cuerpo.

Jamás había matado a nadie, a diferencia de Minho y Changbin, que con los años se especializaron en ese letal arte.

Mi estómago se contrajo al ver tanta sangre y sesos regados por doquier, a tantos cuerpos tendidos en la nieve, siendo ignorados o pisoteados por caballos y guerreros. Me tomé un instante en analizar aquellos cadáveres, rezando para que ninguno fuera el de Jeongin.

Pero no me pude permitir más tiempo, un guerrero se aproximó a mí con un escalofriante grito, dispuesto a enfrentarse. Espoleé mi caballo tratando de poner distancia y como pude logré escaparme de su ataque. Mi corazón era un rápido bombeo que amenazaba con salirse por mi garganta.

"Es muy peligroso para ti y no podré protegerte"

Minho no estaba aquí, solo yo podía ponerme a salvo. Debía encontrar a mi hermano lo antes posible.

Al galope saqué la espada de mi vaina, no era bueno en los duelos, pero tampoco era el peor. Por el momento, solo debía esquivar y retirarme.

La batalla se desencadenaba más sangrienta y mortífera de los que imaginé, no divisaba las tropas de la retaguardia, así que lo más probable era que Yeonjun hubiera decidido ir a proteger la puerta de barro. Esperaba que no hubieran roto las defensas por allí también.

Un alarido sonó cerca de mí, gire para encontrarme con un guerrero aplastando la cabeza de un soldado de Óreleo contra el pavimento, esparciendo todo su contenido, como si se tratase de una sandía. Me retiré de allí antes de que me ocurriera lo mismo a mí.

Una de mis ventajas era que iba a caballo, pero mientras más me adentraba en el apogeo de conflicto, esa ventaja se convertía en un problema. el caballo retrocedió espantado por el ruido y los cortes que le propinaron.

—¡JEONGIN!— Grité, sintiendo mi garganta arder por el volumen que empleé. Tenía la esperanza que a través de toda esa euforia mi hermano pudiera escuchar mi llamado, pero no hubo respuesta.

Seguí gritando, una y otra vez, llamando su nombre, esquivando tajos, rogando porque ninguno de los hombres caídos fuera él. Rostros desconocidos entraban en mi campo de visión como una centella, sus cuerpos danzando al sonido del metal contra el metal.

Un guerreo con un blasón en la pechera, que no logré identificar, le propinó un corte a mi corcel que lo hizo despotricar, me aferré fuertemente a las riendas para no perder el equilibrio y caer. Mi oponente me marcó como objetivo y lanzó una estocada en mi dirección, por fortuna ya estaba estabilizado y logré parar su ataque, sintiendo mi anatomía temblar ante el impacto. La posición no era para nada cómoda, el hombre amenazaba con cortar mis piernas, que era lo más próximo a su altura, mi intento de pararlo era cada vez más pobre. Debía salir de allí.

Pero otro soldado me atacó por la retaguardia, haciendo un corte profundo en mi pierna, ahí donde se encontraba la malla y la armadura no cubría. Aullé de dolor, enfrentando al hombre.

Jadeando, di una estocada al que me había herido, no fue lo suficientemente rápido como para apartarse y logré enterrar mi espada en uno de sus costados. Cayó de rodillas en la nieve, tomando mi espada entre sus manos como si intentara sacarla. Sorprendido por mi acción retrocedí, el otro hombre volvió a abalanzarse sobre mí, pero cuando estaba dispuesto a darme pelea nuevamente, decidí arrear el caballo. Tuvo que quitarse de mi camino para no ser atropellado.

El enemigo estaba abriéndose camino de una forma abrumadora, las bajas de nuestro lado comenzaban a ser más notorias.

Entonces vislumbre a un muchacho, lánguido y bajito, intentando retroceder con un escudo ante un hombretón que descargaba un hacha contra él. Al principio se me hizo confuso identificarlo por el casco, pero sin duda, era Jeongin.

Estaba lejos, así que tuve que abrirme camino dando tajos y propinando algunos ataques con una espada que había adquirido de un guerreo moribundo.

El sudor me empapaba el cuerpo y se congelaba por el frío invernal. El corte en mi pierna palpitaba con un dolor agudo, estaba muy seguro de que había perdido una cantidad considerable de sangre, pero no importaba, debía llegar hasta mi hermano.

Su oponente estaba ganando ventaja, Jeongin solo trataba de cubrirse torpemente con el escudo. Al parecer el hombretón se estaba divirtiendo un rato, porque a juzgar por sus movimientos, era un soldado curtido que podía desarmarlo fácilmente.

Estaba cada vez más cerca, un poco más.

Las flechas empezaron a volar.

La primera se clavó en el cuello de Jeongin, luego la segunda lo alcanzó en una pierna, trató de cubrirse con el escudo, pero dio un traspié y cayó. La última le penetró cerca del pecho.

Entré en pánico, me abrí paso lo más rápido que se me fue permitido. El hombre que lo estaba enfrentando parecía tener la intención de rematarlo, Jeongin aún estaba vivo, arrastrándose por la nieve, dejando una estela de sangre a su paso.

Las lágrimas deslizaban por mis mejillas, furiosas, un cúmulo de sentimientos floreciendo en mi interior; ira, tristeza, miedo. Miedo de perder a mi hermano, impotencia de no haberlo protegido.

—¡JISUNG, NO!— Escuché a alguien decir a lo lejos. Podría jurar que había sido Minho, o tal vez el Comandante Chan. No estaba prestando atención en ese instante, solo me interesaba llegar a él.

Abandoné mi montura y torpemente me precipité al hombretón antes de que le clavara el hacha en la cabeza. Lo empujé con las fuerzas que me quedaban, este sorprendido se tambaleó y estuvo a punto de caer, aproveché ese momento de descuido y di mi primer golpe.

La hoja de mi espada rozó muy cerca de su cuello, pero no alcanzó a cortar la carne. Se incorporó de inmediato, poniéndose en guardia y blandiendo su hacha en una circunferencia mortal, esquivé como pude su golpe.

Nuestro enfrentamiento estaba reñido, para mi sorpresa. A pesar de estar herido, la adrenalina se había adueñado de mi cuerpo y solo tenía un objetivo: acabar con él.

No duró mucho. El hombre me subestimó, era un fanfarrón que le gustaba presumir de sus dotes y me aproveché de eso, le hice pensar que estaba ganando terreno y cuando se creyó que había vencido y empezó a jugar conmigo, lo contra ataque con un movimiento inesperado, cortando parte de su pierna y enviándolo al suelo. Una vez allí enterré mi espada cerca de su pecho. Se desplomó.

Aproveché el momento para correr hacia Jeongin que estaba tendido bajo un charco rojizo.

—Estoy aquí, resiste.— Dije tomándolo en mis brazos, su respiración era irregular.

—¡JISUNG, SAL DE AQUÍ!— Mi giré. Minho se aproximaba a mí como un remolino, asesinando a cualquiera que se encontrara, era algo impresionante de ver.

Tomé a Jeongin en brazos como si se tratara de un bebé, pero muchísimo más pesado. Tambaleante intenté acercarme a mi caballo que estaba dando tumbos, alterado entre la multitud.

—¡NO!— El grito de Minho salió como un rugido de sus cuerdas vocales. Me volteé en el momento exacto en el que un punzante ardor me atravesó el pecho, quebrando todo a su paso.

Se me escapó un gemido de dolor, el mundo giró a mi alrededor y no pude mantener mi postura un segundo más, caí junto a Jeongin.

Con un respiro de agonía me dejé llevar por el crepitante gorgoteo de mi pecho, de pronto todo volviéndose demasiado lejano para mí. Me dejé guiar en la profundidad de la oscuridad, y luego todo dejó de doler.


Debía alcanzar a Han, cada vez que me acercaba más a él alguien se enfrentaba contra mi y me alejaba. Era un juego tortuoso. Por muy morboso que sonara, ni siquiera me detenía a mirar el rostro de los hombres que pasaba por mi espada, simplemente sentía la carne cortar una y otra vez.

Y cuando la lanza se clavó en el pecho de Han, algo hizo "click" en mí, una llamarada de furia que no pude apaciguar. Destruí todo a mi paso.

El cuerpo de Jisung yacía en la nieve, con la vista vidriosa y fija al cielo. Me aferré a él jadeando, mi garganta amenazando con desgarrarse por mis gritos. A nuestro lado se encontraba el cuerpo de Jeongin, alargando sus últimos suspiros.

Todo en mí tembló, me encontraba desorientado, sin saber cómo traer de vuelta a Jisung, como hacer que respirara de nuevo, giré mi cabeza para localizar al bastardo que había clavado la maldita lanza en Han. El hombre me miró con sorpresa, en sus ojos estaba implícito el reconocimiento y terror. Me levanté como pude y lo enfrenté, solo un movimiento bastó para que su cabeza rodase.

No me interesó que fuera un aliado, había asesinado a la persona que amaba. Descargué mi todo lo que tenía en mi interior, matando. Y después perdí el conocimiento.

Desperté exaltado.

El lugar donde me encontraba no lo conocía, era un pequeño cuarto con una cama de paja en el suelo. La chimenea a penas calentaba el lugar.

—Mi señor, por fin ha despertado.— Dijo entrando a al diminuto espacio uno de los generales.

—¿Dónde estoy?, ¿Qué ha pasado?

—Se desmayó en el campo de batalla, por suerte uno de los soldados logró sacarlo de allí. Lo ubicamos en esta casa para que pudiese descansar un poco.

Observé con más detalle, lucía como la típica casa de los aldeanos de Óreleo.

—Hemos tomado la ciudad, mi señor.— Lo miré, comprendiendo el peso de sus palabras.

De pronto todo lo ocurrido me golpeó como una ráfaga de viento: La batalla, Jisung montando a caballo en el campo, Jeongin siento abatido por las flechas, la lanza atravesando el cuerpo de Jisung...

—¿Dónde está?— Pregunté alterado. La duda invadiendo la expresión de mi acompañante.

—No sé qué se refiere.

—¿DÓNDE ESTÁ ÉL?— El pulso se me aceleró. Me levanté del suelo.

— No sé de qué... ¡Señor, vuelva aquí!, ¡Aún no está en condiciones!— Me persiguió hasta afuera— ¡Señor!

Lo ignoré por completo. Tomé el primer caballo que encontré y me dirigí al campo de batalla.

Los cuervos acechaban en el cielo, inspeccionando el festín que iban a engullir. El panorama era sangriento, aunque ya estaba acostumbrado a verlo. Sin embargo, jamás había buscado entre los cadáveres, jamás me había tomado el tiempo de mirar dos veces a las fosas.

Desmonte y comencé con mi búsqueda desesperada, mis manos congelándose cada vez que apartaba la nieve que cubría los cuerpos. Di vuelta uno tras otro, algunos estaban tan desfigurados que eran imposibles de identificar, pero sabía que el de Jisung estaba intacto, salvo por la lanza clavada en su caja torácica.

Cerca de donde habían ocurrido los sucesos, cubierto con un fino mando blanquecino, se encontraba él. Me arrodillé y lo tomé en mis brazos delicadamente, no pesaba demasiado, había adelgazado desde la última vez que estuvimos verdaderamente juntos, hace cinco años. Retiré la nieve de su hermoso rostro y al fin pude cerrar sus ojos.

Lo estreché, el antiguo calor que emanaba su cuerpo había desaparecido, dejando a su paso un frío estremecedor.

—¿Necesita ayuda en algo?— Uno de los soldados que estaba trasladando a los cadáveres a las fosas comunes se acercó a mí intrigado.

No presté atención a sus palabras, cargué a Han y lo monté a mi caballo.

—¿Queda algún sacerdote en la ciudad?— Dije, mi voz como un leve estruendo apagado.

—No, mi señor. O al menos no que yo sepa, la mayoría de los líderes fueron asesinados, incluidos los clérigos y sacerdotes.— Los ojos del soldado inspeccionaron a Jisung acomodado contra mi pecho.

No hubo respuesta de mi parte, puse en marcha a mi caballo, siento consiente de a dónde quería ir. De camino me hice con una pala y uno de mis soldados me acompañó. Un muchacho, tal vez un poco más joven que yo, no sabía su nombre, pero el blasón de su armadura indicaba que era de la casa Choi, uno de nuestros aliados.

El viaje duró al rededor de dos horas, mi acompañante no hizo ninguna pregunta, lo cual agradecí mentalmente.

Cuando llegamos suspiré, el esqueleto de los árboles de fresno me saludó y la espesura del bosque seguía siendo tan aterradora como la primera vez que me enfrenté a él. Me tomé unos segundos para admirarlo, la última vez que lo ví fue hace cinco inviernos atrás, cuando regresaba de la cabaña de Magnus, con una cicatriz que ardía en mi espalda como el tatuaje de un traidor, con la risa de los chicos en mis oídos y con Jisung a mi lado, sus ojos brillando con algo que no pude identificar.

— Cava aquí.— Le indiqué al chico bajando con Jisung de la montura.

Empezó cavar.

Una hora después había un gran hoyo lo suficientemente profundo para que cupiese el cuerpo.

El día era gélido, gris, todo tildado de un blanco mortífero. Así no era Jisung, él era verano, cálido, enérgico, una brisa caliente. Entre los dos echamos a Jisung al hoyo.

De mis ojos no había brotado ni una sola lágrima desde que encontré a Jisung tirado en el campo de batalla. Pero una vez que el chico colocó el último pedazo de tierra encima de él, caí de rodillas y me rompí.

Me rompí verdaderamente. Lloré y grité como jamás lo había hecho, dejé que el dolor de su pérdida se deslizara en mí, como una infección invadiendo cada centímetro de mi sangre. Había sobrevivido años sin él, pero siempre iniciaba mis días con la esperanza de volver a su encuentro. Pero esta vez no sería posible, esta vez su ausencia sería permanente.

Y tirado allí, aferrando mis manos a la tierra como si de esa forma pudiera traerlo de nuevo conmigo, me di cuenta de que había ganado un Imperio, pero en consecuencia lo había perdido todo.

Al menos Jisung descansaría aquí, en la entrada del bosque que alguna vez nos brindó la verdadera felicidad, dónde por primera vez pudimos ser nosotros mismos. Aquí no teníamos nombres, no existía una posición o rango y nuestros hombros no cargaban el peso de nuestras casas.

Aquí yacían los recuerdos de lo que alguna vez fuimos. Me aferré a ellos, de esa manera me convencí de que esos recuerdos no se encontraban solamente en mi imaginación.

+++++++++++++++++++++++++++++++++

Espero que el final sea de su agrado, en breve les estaré subiendo el epílogo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro