Capítulo XII
El ejército había llegado hace tres semanas a Óreleo, distintos estandartes ondeaban en el campamento, muchas casas importantes se les habían unido. Los Han éramos conocidos como "los traidores". Matar al Emprendedor siendo nuestro huésped no nos compró una buena reputación en Andalat.
"—Es mejor que nos teman a que nos amen"
Había dicho mi padre, pero yo no estaba tan seguro de eso. Éramos aliados en los que nadie confiaba.
Un manto blanco cubría todo Óreleo haciendo que el ejército se viera como una mancha gigante de mugre. Me pregunté cuántas bajas tendrían con la enfermedad que los había azotado, seguramente muchas, pero no las suficientes como para reducir su abrumador número.
—¡Señor, no es seguro que esté aquí!.— Escuché a mis espaldas. Me limpié la cara apresuradamente, mis mejillas aún se encontraban empapadas de lágrimas. Al girarme encontré al comandante Chan.
—Lo sé, solo quería ver una vez más a lo que nos enfrentamos.— Me volví de nuevo hacia el panorama. Sentí como Chan se posicionó a mi lado. — Nos van a destrozar.— Comenté.
—Eso es un hecho, mi señor.— No había que ser un experto en tácticas de guerra para deducir aquello.
Nuestras tropas escaseaban y tenían muy poco entrenamiento. Una gran porción se trataban de esclavos y campesinos que el Emperador había reclutado en un intento desesperado por hacer crecer su ejército, pero era obvio que no tenían la disciplina ni la técnica que los soldados curtidos en batalla.
Se formaba un nudo en mi garganta al pensar en la masacre que se desencadenaría cuando tomaran por la fuerza la ciudad. En definitiva no podríamos resistir ni un día.
—Ha peleado muchas batallas por nuestro reino en estos últimos años, comandante.— Dije, la temperatura parecía disminuir cada vez más, podía ver la nube de vaho salir de mi boca con cada palabra.— No entregar a Óreleo se va a cobrar muchas vidas, incluso las de mi familia, ¿Por qué sigue con esto a pesar de que no está de acuerdo?, ¿Tiene a alguien a quien proteger dentro de estas murallas?
Hubo silencio de su parte por un buen rato, parecía una pregunta tramposa. Pero esa no era mi intención, yo de verdad quería saber lo que pensaba.
—No tengo a nadie a quien proteger más que a mi pueblo.— Dijo finalmente.— Mi esposa embarazada murió de tifus antes de que yo llegara a Óreleo y no tengo parientes. No me queda nadie por quien luchar, salvo por toda esa gente que está dentro de estas murallas, ellos no tienen la culpa de las decisiones de los monarcas.— Lo escuché atentamente.— Me gusta pensar que lucho por ellos y no por el Imperio, por eso me mantengo aquí.
Luchar por la gente y no por el imperio...
Era un buen propósito.
—¿Y usted?— Giré mi cabeza para encararlo— ¿Tiene a alguien a quien proteger?
¿Tenía a alguien a quien proteger?
Me sentí mal por no haber pensado de inmediato en mi familia. Pero mi padre era tan prepotente y orgulloso que él mismo nos había arrastrado a todo esto, mi madre lo apoyaba en cada cosa, mostrándose renuente cuando en muchas ocasiones le había suplicado que lograra hacer cambiar de opinión a mi padre, Hyunjin había muerto y Yuna no era especialmente mi persona favorita.
El único que quedaba era Jeongin, mi pequeño hermano. Un adolescente que a penas entendía lo que estaba sucediendo y el único a quien de verdad debía proteger.
Existía alguien más que deseaba mantener a salvo, pero esa persona no estaba en peligro, de hecho, era la que nos ponía en peligro a nosotros.
—Supongo que a mi familia.— Mentí.
Bang Chan asintió, nos quedamos así por un largo tiempo, admirando el campamento frente a nosotros. Hasta algo llamó mi atención, un jinete había salido del círculo de tiendas y se precipitaba a la muralla. Mis músculos se tensaron.
—Parece que tenemos un mensajero.— Comenté.
—O tal vez un negociante.— Dijo Chan.— Debemos avisarle a Emperador.
Se dio la vuelta y se aproximó a las escaleras con rapidez, lo seguí. Uno de los guardias de la muralla hizo resonar su cuerno alertando que alguien se acercaba.
—Majestad, ya le avisé a mi comisión que se mantuviera alerta.— Interrumpió Chan la discusión del Emperador y su mano derecha.
—¿Lo harás pasar?— Preguntó el padre de Yuna.
El Emperador se lo pensó un largo momento. Hace una hora que el jinete había entrado a Óreleo para hablar con él. Este tan egocéntrico como siempre, se había dado su tiempo considerando si atenderlo o no.
—Dile que pase, estoy dispuesto a escuchar lo que tiene que decir.— Concluyó por fin.
Nos encontrábamos en la sala real junto al consejo. El sirviente al que se dirigió mi padre dio una reverencia y salió corriendo en busca del indeseado invitado.
En el ambiente se podía sentir el miedo, era la primera vez en tres semanas que teníamos contacto directo desde que ejército se instaló a las afueras de la muralla. En varias ocasiones habíamos discutido negociar con el enemigo, pero como era de esperarse, mi padre se opuso a esto. Para ser sincero, la mayoría allí estaba consciente de lo que pasaría y me seguía sorprendiendo lo fieles que se mantenían al Imperio. Después de todo mi padre tenía razón en algo, el miedo sí generaba un efecto de respeto. Secretamente tenía la esperanza de que alguien de su círculo lo traicionara y así poder evitar la masacre, pero a estas alturas eso no había sucedido.
El sirviente volvió después de unos minutos, lo miré curioso. Su rostro se había tornado pálido y noté como sus manos temblaban al cerrar la puerta.
—Majestad, l-la persona q-que lo requiere...Está afuera.— Dijo haciendo referencia a que se encontraba en el pasillo.
—¿Y bien?, Hazlo pasar.— Respondió el Emperador alzando una ceja.
—Majestad...e-es que... La pe-persona que lo solicita e-es... El príncipe cruel.— Contestó tartamudeando.
El Emperador se incorporó de su postura despreocupada, un pequeño gesto que no todo el mundo pudo leer. Pero yo sí, él también le tenía miedo.
Eso quería decir que... El mismísimo Príncipe cruel había ido a darles un mensaje o negociar.
Tragué fuertemente ante la espectativa de verlo en persona. Mi corazón acelerándose por las ansias de tenerlo ahí, separado de nosotros solamente por una puerta. Esa persona que consideraban un arma letal, que había acabado con casas enteras y había conquistado las tierras de los aliados de Andalat.
—Hazlo pasar.— La voz de mi padre se escuchó relajada, volviendo a tomar su postura habitual. Algo sí tenía Han Jisoo, era un excelente actor.
A diferencia de mí, que me sentí flaquear. Sobre todo cuando la puerta se abrió dejándolo pasar.
Llevaba una capa negra y el uniforme de invierno de su ejército, poseía una complexión mucho más robusta, el cabello castaño le caía por los hombros, los rasgos de su cara eran afilados, pero maduros con algunas cicatrices marcando su piel bronceada que alguna vez fue nívea. Allí estaba él, de quien había escuchado tantos mitos y a quién conocía mejor que nadie. La presencia misteriosa de Lee Minho se había vuelto imponente.
Se adentró al salón con paso decidido recorriendo con la vista el lugar, cuando reparó en mí bajé la cabeza intentando no hacer contacto visual con su fría mirada. De manera instintiva todos los que estaban sentados se pusieron de pie.
—Rey Jisoo.— Dijo.
—Emperador.— Corrigió mi padre. Minho esbozó una sonrisa burlona.
—No el mío.
Se acercó un poco más a dónde se encontraba el trono, de manera inmediata los guardias tomaron posición delate de él para que no avanzara.
— No te conviene ser tan osado estando en mi territorio, "Príncipe cruel".— Todos estábamos concentrados en su intercambio de palabras.
— Veo que está informado de mi reputación.— Río Minho.
—Podría matarte justo ahora si me apetece.— Dijo mi padre, se inclinó en su asiento.
—De eso no tengo duda, parece que es una costumbre de la casa Han de asesinar a sus invitados.
—No eres ningún invitado, eres un traidor.
—¿Yo?— Preguntó el castaño, pero nadie respondió. Era tan cínico de parte de mi padre llamarlo traidor cuando en realidad era él quien había traicionado a los Lee.— En fin, no vine aquí a revivir viejos recuerdos. Estoy aquí para negociar.
—¿Negociar qué?, ¿La vida de tu ejército por la insolencia que has estado cometiendo?
—No creo que sea el mejor momento para mentirse, rey Jisoo. Sé que tiene cinco mil hombres, o tal vez menos, a su disposición. Será pan comido para nosotros acabar con la ciudad. Realmente no quiero destruir a Óreleo así que seré condescendiente y le pediré de forma pacífica que entregue la ciudad.
Efectivamente Minho había ido a proponer lo que venía rondando en nuestras cabezas desde hace un tiempo.
—Eso jamás va a ocurrir.— Mi padre se mantuvo impertérrito ante su oferta. No, él no dejaría que tomara lo que tanto le había costado conseguir. Pero estaba siendo un maldito egoísta.
—Entonces correrá sangre, no perdonaré la vida de ninguno de los Han. Y déjame decirle que.— Se inclinó un poco y lo miró fijamente.— Me quedó el gusto desde que le pasé la espada por el cuello a Hyunjin.— La sonrisa de Minho ocasionó en mi cuerpo escalofríos, sus palabras sonaban tan sinceras que me hizo dudar de si en verdad era la persona que conocía. Pero no, ese no era mi Minho, él era el Príncipe cruel, implacable, violento y lleno de venganza.
—¡MALDITO!— El grito de mi padre nos exaltó a todos.— ¿CÓMO TE ATREVES?, ¿QUIERES QUE TE MATE AQUÍ MISMO?
—No le recomiendo que haga eso, tengo un ejército al cual le di órdenes de atacar de manera inmediata si no volvía para el anochecer.
— Majestad debería escuchar al...— Empezó a decir un integrante del consejo.
—¡CÁLLATE!
—Veo que sigue con la costumbre de ser inflexible a cualquier deseo que no sea el suyo.— Minho ajustó despreocupadamente sus guantes.— Le haré una última vez la oferta, rinda la ciudad, no quiero atacar a Óreleo.
—Majestad, deberíamos considerar la propuesta.— Habló la mano derecha del Emperador. La mayoría en el salón estuvo de acuerdo.
— ¿Es que no lo ve?, hasta su propia gente sabe que esto es lo mejor para todos. Su Imperio robado se tambalea en un fino hilo, su majestad.
Odio, había odio en la mirada de mi padre.
—Eso jamás pasará, Óreleo jamás será tuya. ¡Lárgate!
Minho suspiró y asintió resignado, su semblante decayendo un poco al saber la decisión. Para mí también era frustrante, pero al parecer solo teníamos una alternativa, luchar.
El príncipe cruel se alejó unos pasos.
—Ya veo, respetaré su decisión, Óreleo será atacada en cualquier momento.— Hizo una pausa, su atención se enfocó en mí.— Si no es de gran molestia, quiero pedirle que me permita un par de minutos con el príncipe Jisung, por favor.
Me sorprendió que quisiera hablar conmigo a solas. A estas alturas sentía mi corazón salir de mi pecho, habían pasado cinco años desde la última vez que hablamos en aquella habitación, recordaba muy bien las últimas palabras que le dije antes de que saliera por la puerta.
"Te amo"
—Absolutamente no.- Constató el Emperador.— ¡Largo de mi territorio!
Pero aunque en cierta parte no estuviera preparado para enfrentar a Minho, tampoco perdería la oportunidad. Pasé tanto tiempo deseando aclarar las cosas que no permitiría que mi padre me arrebatara esto.
Me encaminé hacia Minho con decisión.
—¡JISUNG!, ¿QUÉ DIABLOS HACES?— Gritó mi padre al darse cuenta de mis intenciones.— ¡VUELVE AQUÍ!— Pero yo ya estaba cruzando la puerta con Minho siguiendo mis pasos.
Caminé el pasillo en silencio hasta que me topé con la biblioteca, le hice una seña a mi acompañante para que entrara, allí tendríamos mucha más privacidad.
Una vez dentro, me di cuenta de que había llegado el momento que anhelé en mis sueños.
—No has cambiado nada.— Comenzó diciendo él.
Sus ojos eran dos profundos pozos negros, pero su mirada ya no era escalofriante como hace un momento.
—No puedo decir lo mismo de ti.— Logré coordinar una oración que no saliera torpe. Me sentía muy ansioso.
Minho me hizo un escaneo entero de arriba abajo, de repente me sentí tan pequeño ante él. Había crecido unos buenos centímetros en estos años, y era mucho más robusto que antes. Por el contrario, yo seguía teniendo mi aspecto habitual, no era un hombre de mucho músculo, tenía buena figura, pero se notaba a kilómetros que no era un guerrero como él.
Hubo un silencio de nuestra parte, quería decirle tantas cosas, deseaba echarme a llorar como un niño y envolverme entre sus brazos, decirle que lo había extrañado y que estaba tan preocupado por él. Cuando todo sucedió casi muero pensando que le había pasado lo mismo que a su familia, pero por suerte Minho había escapado ileso.
—Yo no sabía nada.— Dije con la voz quebrada por los recuerdos que pasaban por mi mente.
Minho se acercó más a mí, pero aun así no invadió mi espacio personal.
— Lo sé.— Respondió calmadamente.
Levanté mi vista con ojos acuosos hacia él.
—Pensé que me odiabas.— Minho lo meditó un momento.
—La verdad sí lo hice, estaba muy resentido contigo por no haber llegado a tiempo y escapado de allí. Pero luego desistí a ese sentimiento, porque mi amor hacia ti era mucho más grande.
Aquellas palabras me afectaron más de lo que debían. Minho no me odiaba, pasé tantos años imaginando su mirada de desprecio sobre mí que se me hacía difícil procesar que dijera esto. No pude contener mis lágrimas por más tiempo, resbalaron rebeldes por mis mejillas, pero no las aparté, dejé que fluyeran.
Esto era doloroso tanto para mí como para él.
—Lo lamento mucho, sé que mis disculpas no arreglaran nada de lo que pasó, pero necesito decirlas para liberarme de este peso de culpabilidad. Fue mi familia la que acabó con tu casa y la odio inmensamente por eso.
—Lo sé Jisung, yo también lo hago.— Mi nombre entre sus labios me trajo familiaridad.
—¿Vas a atacar a Óreleo, después de todo?— Pregunté.
— Tu padre no me ha dado otra opción, así que sí.
—Serás implacable.— afirmé.
—Por supuesto que sí. Se lo debo a mi padre, mi hermano y a Felix no merecían morir de esa forma.— Asentí, no podía pedirle que no lo hiciera, no cuando los Han los habían traicionado.— Jisung, quiero pedirte una cosa.
Lo observé expectante.
—Mi ejército es letal, eso ya debes saberlo. La mayoría son hombres del Norte, toman lo que quieren a la fuerza.— Sí, estaba al tanto de la reputación de los guerreros del Norte. Eran brutales.— Necesito que no pelees esta batalla, debes quedarte en el palacio.
Lo que me estaba pidiendo era casi imposible. Yo ostentaba el puesto de general de la guardia real y estábamos escasos de gente con buen entrenamiento, era obvio que debía salir a luchar.
—Minho...no creo poder...
—Es muy peligroso para ti y no podré protegerte.— Se acercó mucho más acortando el espacio que nos separaba.
—Por favor, Jisung. Tienes que mantenerte a salvo hasta que todo esto acabe. Prometo ir por ti.
Mi respiración se cortó y mis piernas flaquearon. Mis lágrimas seguían desbordadas. "Prometo ir por ti".
—Yo... Yo trataré de ponerme a salvo.— Le dije.
Estaba en deuda con Minho después de todo, por no haber cumplido mi promesa de encontrarnos cinco años atrás, por todo lo que los míos le habían ocasionado. Intentaría encontrar la manera de no exponerme tanto.
Levantó su mano en dirección a mí cómo queriendo rozar mi piel, pero se detuvo a medio camino, dejando una caricia al aire, y suspirando se apartó.
—De acuerdo, mantente alerta.— Caminó hasta la puerta, pero paró antes de salir.— Fue bueno verte de nuevo.— Me sonrió de la manera más sincera. E incluso con aquella apariencia amenazante, me pareció lo más hermoso del mundo.
Seguía enamorado de Lee Minho y eso ni siquiera el transcurso del tiempo lo había dañado. Tan solo verlo me dejó claro el dolor que había sentido por haber sido separado de él de manera tan abrupta.
De repente me sentí asqueado de mi mismo, yo tenía la sangre de los Lee salpicada por todas partes. Jamás podría pagar todo el sufrimiento de Minho y aunque no fuera el culpable me sentía cómplice con el simple hecho de no haberlo sabido hasta presenciarlo.
Me dirigí nuevamente al salón real cuando Minho se marchó. Se encontraba solitario, el consejo seguramente se fue después de presenciar la confrontación. Mi padre, como era de esperarse, estaba furioso conmigo.
— ¿Cómo te atreves a desobedecer a tu Emperador?— Tenía furia contenida, decidí no jugar con fuego.
—Lo lamento, padre.— Le di una reverencia.— No me pareció adecuado rechazar su petición cuando tiene a quince mil hombres que nos pueden aniquilar.
Se levantó de su asiento y se fue acercando de manera amenazadora hasta mí.
—No me quieras ver la cara de estúpido. ¿Crees que no sé tú sucio secretito?— Tragué saliva.
—No sé de qué estás hablando, padre.— Realmente no quería ni imaginarme a qué se refería.
— Sé todo lo que ocurre en este palacio y en cada maldito rincón de mí ciudad.— No me gustaba el giro que estaba tomando esta conversación.— ¿Piensas que no me iba a enterar de que tú y ese engendro se revolcaban?
¡Joder!
— Abominaciones viviendo bajo mi techo, fornicando en cada rincón de mi castillo.— En sus ojos estaba reflejada la imagen misma de la locura. Me estremecí.— ¿Sabes por qué no dije nada? Porque desafortunadamente llevas mi jodido apellido y me cobraría una espantosa reputación. El hijo desviado de la casa Han...No, no podía permitirlo.— Mi padre no era un hombre tan fornido, pero su empujón fue tal que me hizo flaquear y caer de bruces al suelo.— Eres un monstruo.— Me escupió.— Por eso no has podido engendrar un heredero, y te juro que prefiero matarte antes de dejar a Óreleo en tus manos.
Terror, era lo único que podía sentir en ese momento. Él sabía todo desde un principio, por eso me obligó a casarme con Yuna, por eso pensaba acabar con Minho aquella noche, y por supuesto, no dudaba que supiera de nuestro plan de escape, si era de esa manera, estábamos destinados a fracasar independientemente de los acontecimientos.
Caminé por la espesa nieve a través del pequeño prado que formaba parte de la gigante extensión del jardín del palacio. Mis pesados ropajes se arrastraban por el suelo, pero al menos me proporcionaba algo de calor. Tenía muchas cosas en qué pensar e intentaba despejarme lejos de aquel ambientes bullicioso. Sabía perfectamente a dónde me dirigía.
Había trazado aquella ruta muchas veces a lo largo de estos cinco años, a veces me servía para desahogarme de todo lo que mantenía en mi interior. Pero al llegar a mi destino vislumbré a un invasor.
Me acerqué cuidadosamente, aunque ya imaginaba de quién se trataba.
—Es increíble que lleves semanas aquí y aún no me hayas buscado.— Me senté a su lado en una tronco en el suelo.
—No tuve tiempo, estaba muy ocupado con las tropas. Esto es un desastre, mi señor.— Contestó.
Reí.
—¿Mi señor?, Jamás fuiste formal conmigo, así que deja eso.— Dije mirando la lápida en frente mío.— Pero sí, es un desastre.
Changbin se notaba descuidado, con grandes ojeras bajo sus ojos y una barba medio espesa, que era un intento pobre por esconder sus pómulos afilados por la delgadez. No quedaba rastro del chico risueño y vivaz que conocía.
Todos habíamos cambiado de alguna manera, y no exactamente para bien.
—Al menos él no está viendo como todo se va a la mierda.— Suspiré recordando a mi amigo.— Espero que los Dioses lo tengan en un mejor lugar.
Changbin no respondió.
— Vengo seguido aquí, me ayuda mucho conversar con Felix, él me sabía escuchar.— Me sentí afligido una vez más.
La muerte de Felix me había afectado de manera muy personal, al principio solía preguntarme si podía haber cambiado las cosas para él. Si tan solo él no hubiese estado esa noche sentado en la misma mesa con personas de las cuales no desconfiaba pero que lo terminaron dañando.
—Lo amaba.— Soltó por fin Changbin. Lo observé sorprendido ante su inesperada confesión.— Lo amaba y nunca pude decirle.— Me miró.— Debes pensar que soy una monstruo por querer a otro hombre.
Changbin no tenía ni idea...
— No, no eres ningún monstruo por enamorarte de alguien como Lee Felix.— Coloqué mi mano en su hombro para consolarlo.— Él realmente era alguien que llevaba luz a la vida de las personas que conocía.
— Está asquerosa cuidad, está realidad, Felix merecía mucho más.
El crepúsculo comenzaba a pintar el cielo, aquella situación me recordaba a un invierno de antaño, en la fría montaña del trueno. Dónde cuatro muchachos lo tenían todo, pero no lo sabían.
En mi interior deseé volver a vivir ese momento, al rededor de la fogata, escuchando la gruesa voz de Felix, la risa estruendosa de Changbin y el calor de cuerpo de Minho a mi lado.
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Espero que hayan disfrutado el cap, no olviden darle mucho amor a la historia <3
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