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Capítulo XI

Aclaración: La letra cursiva en el texto indica un recuerdo.

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—Changbin...— Se escuchó la voz gruesa y nerviosa del chico. El más bajito se volteó al oír su nombre. 

Allí estaba él, con un traje color negro y dorado. Lo miró detalladamente, su cabello rubio resplandecía, las hermosas pecas que se esparcirán por sus pómulos y mejillas le daban un toque infantil, sus labios en forma de corazón eran carnosos y apetecibles. Se veía simplemente perfecto. Seo Changbin contuvo la respiración, su corazón desbocado al verlo frente a él. 

—Quería... quería hablar contigo.— Bajó la mirada avergonzado.

No habían vuelvo a cruzar palabras desde que confesaron sus sentimientos, ambos estaban enamorados. Ser correspondido se sentía irreal, se sentía como estar tocando el cielo. 

—Adelante.— Le sonrió tiernamente el moreno, alentado al chico a proseguir. 

—En realidad, no decía justo ahora, no es el lugar adecuado para tratar ese tema.— Dijo inspeccionando el salón lleno de gente con sus pomposos ropajes. El ambiente era movido, con los bailes y las conversaciones de los invitados. 

—Comprendo.—Respondió. Si iban a tratar lo que hablaron el otro día cualquiera que les estuviese prestando atención podía oír y sería sumamente peligroso para ellos. 

Felix se acercó un poco más a él en señal de confidencia.

—Después de la cena encuéntrame en el jardín, estaré esperando, tengo mucho que decirte.—Dijo en voz baja, Changbin asintió. 

Otra sonrisa se formó en los labios del bajito al escuchar aquello. Le hacía ilusión pensar en lo que le quería decir, por alguna razón presentía que no sería nada negativo. 

—Yo también tengo cosas que comentarte.— Quería decirle que no importaba lo que decidiera para ellos, él sería capaz de hacer cualquier cosa con tal de hacerlo feliz, de mantenerlo a salvo. 

Felix se apartó de él haciendo una leve reverencia para retirarse, pero Seo fue más rápido y lo tomó del brazo. El chico se sobresaltó ante el contacto y lo miró interrogante. 

—Te ves muy bien hoy.— No pudo contenerse el comentario. El rubio le brindó la sonrisa más hermosa de todas, sus ojos arrugados en las comisuras, las mejillas coloreadas de carmín. 

—Gracias...—Susurró y luego se perdió entre la multitud.

Esa fue la última vez que habló con Lee Felix, porque nunca pudieron encontrarse en los jardines de amapolas y Felix nunca pudo decirle aquello que deseaba expresarle. 

El recuerdo del chico bañado en sangre invadió nuevamente sus pensamientos. Murió en sus brazos. Todo fue tan rápido, como arrancar una flor de raíz. La imagen llorosa de Seo Changbin fue lo último que vieron sus ojos antes de ponerse vidriosos y sin vida. 

Revivir aquellos recuerdos traía consigo un inmenso dolor que nacía en el fondo de su ser y se expandía por todo su cuerpo. Incluso cuando sostenía la pala en sus manos cavando con ira y su cara picaba por la mezcla de sudor y lágrimas, incluso cuando tendía el pálido cuerpo en el hoyo que había cavado, porque para él no existía ninguna clase de urna o sarcófago, ni mucho menos una ceremonia de defunción por ser un enemigo de Óreleo. Incluso cuando lo cubría con la oscura y fría tierra, Seo Changbin pensaba que estaba viviendo un mal sueño del que en algún momento despertaría. 

Pero pronto descubrió que no era así, que realmente le habían arrebatado a la persona que amaba. Ya no podría volver a ver la sonrisa que iluminaba sus días, ni sus adorables pecas, ni escuchar su voz profunda que le invadía los oídos con una hermosa melodía y le erizaba la piel, ya nadie cuidaría de sus heridas, ni se preocuparía por si había tomado el desayuno. Porque jamás volvería a estar a su lado. 

—¿Quieres llevarte unas a la cabaña?— Le había preguntado Changbin a Felix en aquel entonces cuando cazaban luciérnagas, extendiendo al chico un frasco con los insectos. 

Felix negó.

—No, la vida de las luciérnagas es efímera en su hábitat, duran al rededor de dos meses, pero en cautiverio solo vivirán como mucho, una semana. Me gusta más apreciarlas en libertad. 

No podía evitar comparar la vida efímera de Felix con aquellas luciérnagas. Tan solo tenía dieciocho años. 

—En un campo de batalla no podrás retroceder si un compañero muere o está herido. Tienes que seguir adelante, porque es tu deber, porque así tiene que ser. Cuando estás entre tanta sangre y muerte no puedes permitirte ser controlado por tus sentimientos, seguir es lo único que asegurará tu propia supervivencia.

Le había dicho Magnus una vez. Pero Lee Felix nunca fue un simple compañero para él y seguir con su vida como si nada hubiera sucedido le costaba cada vez más, incluso luego de cinco años de aquel suceso. 

Cinco años y él aún no lo había superado, cinco años y volvía a repetir una y otra vez la misma escena en su cabeza.

El primer año fue jodidamente difícil, lo incapacitaron en sus labores como caballero porque él simplemente no podía relacionarse con nadie sin ponerse violento. Odiaba al rey Jisoo, que ahora era Emperador de Andalat, soñaba con rebanar pedazo a pedazo sus extremidades. Con Hyunjin era igual, ver la cara arrogante de su primo le causaba cólera, quiso rematar a Felix con la espada como había hecho con los demás Lee, pero Changbin le había jurado que si lo tocaba lo iba a matar con sus propias manos. Incluso con Jisung se ponía violento, a pesar de que el chico le había prometido de rodillas, con las mejillas empapadas de lágrimas, que él no sabía nada del plan de exterminio de su padre. 

Pero Seo Changbin ya no podía ver a nadie de la misma manera, para él todos eran posibles enemigos que querían arrebatarle algo, buitres a la espera de carroña. Por eso, cuando vio la oportunidad de abandonar aquel palacio la tomó, se unió a las tropas de guerra en la conquista de las tierras del noroeste, tomar partida en la guerra era una labor cruda para la que se debía tener un buen estómago, sus manos estaban tan manchadas de sangre que él solo podía sentirse asqueado, pero no más allá de ese sentimiento. 

Asesinaba personas que no tenían nombre, no tenían familia, ni pareja, no tenían historia. O por lo menos eso es lo que se repitió por tanto tiempo que su cerebro lo asimiló así.

Estaba jodidamente roto. Lo notaba en aquel vacío en su corazón, en aquella falta de identidad. 

Volver al palacio donde tenía tantos recuerdos con el hombre que amó alguna vez despertaba sus demonios internos y el vacío era reemplazado por el profundo dolor. Admiró el paisaje a su alrededor. 

El jardín de amapolas. Buscó al joven muchacho de constelaciones en el rostro, pero por supuesto, no había rastro de él. 

A pesar de todo eso, Seo Changbin tenía una esperanza creciendo en su interior, Óreleo caería pronto, y con suerte él moriría en la batalla. 

Había decidido aquello hace poco tiempo, no iba a luchar más, deseaba descansar de todo. 

Pero lo que más deseaba era poder reunirse con su amado Felix. 

Me quité la ropa con pereza, mi cuerpo se sentía agotado al igual que mi mente. Me coloqué el pijama y me mentí a la cama, bajo las gruesas sábanas hacía un calor reconfortante. La llegada del invierno estaba a la vuelta de la esquina y parecía que este año sería verdaderamente agresivo. No había comenzado a nevar, pero ya sentía mis extremidades congelarse cuando salía a tomar aire y me daba el gélido viento.

Sentí como se removió bajo las sábanas y se acercó poco a poco a mi cuerpo. Estaba tibia al igual que las mantas y el contacto de su mano con mi cuerpo me hizo estremecer por el cambio de temperatura. Comenzó como un roce gentil en mi abdomen, no me moví. Pero fue bajando sus caricias hasta mi vientre, por encima de mi pijama en mi zona íntima. Luego de forma atrevida metió su mano dentro de mi ropa tomando mi miembro. Un gemido bajo se escapó de mis labios ante está acción, de inmediato la aparté bruscamente. 

—Hoy no, estoy cansado.— Dije osco, dando a entender que no estaba de humor. En parte cierto y en parte excusa. 

—Siempre estás cansado.— Comentó fastidiada. Salió de las sábanas y se levantó, lucía una fina bata de seda que marcaba sus pezones. Se condujo a la jarra de vino que se encontraba reposada en la mesa. 

Observé como se servía una buena copa de vino tinto y se empujaba el líquido en su boca, cerrando los ojos. Una vez que bebió en su totalidad el contenido se sirvió otra copa al tope. 

—Tu padre nos dio una última advertencia.— Su voz era rasposa, irritante. 

—No es mi culpa que no hayas quedado embarazada en todo este tiempo.— Comenté dándole la espalda para no ver su cara ante mi respuesta. Esta conversación la habíamos tenido tantas veces que ya me sabía los diálogos de memoria. 

—¿Cómo crees que voy a quedar embarazada si solo me has follado algunas ocho veces en estos cinco jodidos años que llevamos de matrimonio?

Yuna y yo nos casamos meses después del trágico baile, prácticamente tuvieron que arrastrarme al altar y amenazarme para dar el "sí, acepto". La noche de bodas fue la peor parte, era una tradición que la novia mostrara sus sábanas manchadas de sangre como muestra de haber perdido la preciada inocencia con su esposo. Esa noche bebí tanto que perdí el conocimiento, pero a la mañana siguiente Yuna enseñó a todos la mancha de sangre que yacía en nuestro colchón. Si la toqué no lo recordaba en absoluto. 

Las otras veces sí tenía recuerdos y lo detestaba. Aun cuando tratara de emborracharme debía mantenerme despierto para poder engendrar a un hijo y callarle de una vez por todas la boca a mi padre. Odiaba la forma en la que sus manos recorrían mi cuerpo, la manera en la que se arqueaba cuando la embestía y como de su boca salían gemidos de placer. La odiaba porque ella lo disfrutaba y yo no. 

No podía hacerlo cuando había experimentado sensaciones tan diferentes en el pasado, mi cuerpo había sido tocado con adoración y amor por otras manos que no eran las de ella y eso nunca podría cambiarlo, aquellas caricias estaban talladas en mi piel. 

Cerré los ojos para alejar esos pensamientos y tratar de conciliar el sueño, no quería seguir discutiendo con Yuna de cosas que no nos llevarían a ningún lado. Ya luego lo intentaría una vez más con la esperanza dejarla embarazada, pero hoy no. 

Pero mi intento de descansar fracasó cuando escuché unos golpes en la puerta, al principio lo ignore, pero se hicieron más insistentes. Bufé fastidiado. Me incorporé, Yuna se encontraba recargada en el alféizar de la ventana, contemplado la noche. 

—¡Adelante!— Grité. 

Un sirviente se asomó por la puerta cabizbajo, el chico era moreno y desgarbado, lo había visto antes por los pasillos del palacio. 

— Disculpe por molestarlo, mi señor.— Dio una reverencia apresurada.— El Emperador lo solicita urgente en la sala del consejo. 

Me froté el puente de la nariz con frustración, ni descansar me dejaban. Pasaba mis días inmerso en reuniones con el consejo, tratando de resolver el desastre que era Óreleo y Andalat. 

¿Ahora qué quería mi padre? 

—Dile que en seguida voy.— El chico asintió, dio otra reverencia y se retiró. 

Resignado me levanté de la cama y me comencé a poner la ropa que me había quitado hace unos minutos. 

—No me esperes para dormir.— Le advertí a Yuna, probablemente iba a tardar toda la noche con los asuntos de gobierno. 

—Nunca lo hago.— Dijo sin despegar la mirada de la ventana. 

Caminé con paso apresurado a las estancias del consejo, al llegar se encontraban todos reunidos. Un mal presentimiento caló en mí. Era bastante tarde como para convocar una reunión con todos los miembros del consejo de manera urgente, algo malo había sucedido. 

—Toma asiento.— Me indicó el Emperador Jisoo. Me senté en mi lugar de costumbre. Hace dos años formaba parte del consejo con el cargo de general de la guardia real.

El Emperador juntó sus manos sobre la mesa, no lucía tan bien como tiempo atrás, el cargo que usurpo lo había desgastado en sobremanera, haciendo que tuviera un aspecto de vejez y cansancio. 

—Fared ha caído.— Todos en la sala se pusieron tensos notoriamente, eso significaba que la capital había sido tomada por los Lee. —Mi hijo fue asesinado junto a su familia.— Informó. 

Hyunjin, Hyunjin gobernaba Fared. Se fue hace dos años cuando aseguramos los dominios del norte, allá se había casado con la princesa Hwang Yeji y habían tenido un heredero. Pero ahora había sido asesinado por los Lee. 

Me quedé congelado, sin saber cómo reaccionar ante aquella información. Es estos últimos años no habíamos estado en buenos términos por todo lo ocurrido, pero eso no significaba que la noticia de su muerte doliera menos. Después de todo era mi familia, era el hermano a quien siempre acudía cuando mi padre me marcaba la espalda con latigazos de pequeño. Era él quien secaba mis lágrimas y me decía "trata de hacerlo mejor la próxima vez", ese era Han Hyunjin. 

—¡Ese maldito lisiado me las pagará!— Mi padre intentaba mantener su postura firme, pero estaba seguro de que por dentro se encontraba destrozado con la pérdida de su primogénito y su primer nieto, el que se supone que iba a heredar Andalat. 

De pronto caí en cuenta de lo que significaba la muerte de mi hermano mayor para mí. 

Yo seguía en sucesión de heredero al trono. 

—Majestad, no fue Lee Seungmin el que tomó Fared. Fue el ejercicio del Príncipe cruel el que asedió la ciudad.

El Príncipe cruel...

Así lo conocían en toda Andalat por ser despiadado y letal. No tenía piedad con nadie y su desquite favorito eran las tierras del sur, dejando a algunas casas reducidas al polvo. Adónde llegaba el Príncipe cruel la victoria para su ejército era segura. Algunos decían que debía ser hijo de los Dioses por su habilidad con la espada, que en el campo de batalla era capaz de asesinar a diez hombres al mismo tiempo con un par de movimientos, ningún humano podía igualar su técnica.

Era él quien había tomado la mayor parte de las tierras del Norte y del Sur, muchos de nuestros aliados se habían unido al Príncipe cruel en contra del imperio Han. Gracias a él todo estaba tambaleándose. 

—Debí asesinar a ese bastardo cuando tuve la oportunidad.— Dijo entre dientes mi padre. Dejarlo escapar había sido el mayor error del Emperador y ahora le estaba factura.

—Majestad, marchan hacía acá para atacar la ciudad.— Dijo Chan, el comandante de las tropas de guerra de Óreleo. Se había unido a ellos a penas hace dos días, regresando con una victoria en los dominios del noroeste. 

—Cerraremos el paso por vía terrestre y marítima, hay que resguardarnos desde ahora.

—Con todo respeto, Majestad. Su ejército nos duplica en número. La cudad no aguantará el asedio, más aún cuando los recursos no son tan prósperos como solían ser.— Comentó Chan.

—Eso sin contar el invierno que se avecina.— Se escuchó decir a la mano derecha del Emperador, el padre de Yuna.

— Contamos con tus barcos mercantes para abastecernos en menos de un mes.— Insistió mi padre. 

—Mis hombres no llegarán al puerto de Óreleo en menos de un mes su Alteza, lo más probable es que desembarque en una ciudad más al Este, por el invierno.— Respondió con preocupación. 

Hubo un silencio incómodo, nadie se atrevía a decir lo que todos pensábamos. Nadie a excepción de Chan.

—Nuestra mejor opción es rendir la ciudad, su Majestad.

—¿Rendir la ciudad?— Carcajeo.— ¡Óreleo jamás se va a volver a inclinar ante los Lee!

—Pero...— Comenzó a decir el segundo al mando, pero mi padre lo interrumpió.

—No quiero escuchar otra vez la infame idea que ha salido de tus labios comandante Chan, si realmente deseas conservar tu posición. Óreleo se preparará para el asedio.— Sentenció.— Shin, si tus malditos barcos no pueden abastecernos de suministros trabajaremos con lo que ya tenemos. Aguantaremos este invierno. Ellos son un ejercicio proporcional que pasará un frío a la intemperie, no cederemos fácilmente.— Se levantó de su silla.— Ahora, ¡FUERA DE MI VISTA!

Y con eso la reunión daba por concluida. Me levanté de mi asiento, aún intentando procesar toda la información de esa noche, todo lo que se nos venía encima. 

Estaba dispuesto a abandonar el salón cuando la mano del Emperador se posó en mi hombro con fuerza, deteniendo mi andar. 

—Espero que seas consiente de que ahora más que un deber es una obligación, tienes que darme un heredero, de lo contrario no me temblará el pulso de acabar contigo y tu estúpida mujer. Incluso con el mocoso de Jeongin, no me sirve para una mierda— Su tono era amenazante, decía aquellas palabras muy en serio.

Fui directamente a mi habitación, Yuna estaba dormida, pero no me importó despertarla. Me llenó de preguntas cuando con manos temblorosas comencé a desvestirla, pero no respondí a ninguna de ellas. Debía asegurar al próximo heredero del imperio Han. 

Cuando acabé en su interior, rece a los Dioses porque hubiera quedado en cinta.

Hambre, sangre, enfermedad y frío, mucho frío.

En eso se había convertido Óreleo.

Mis manos se congelaban, incluso cuando llevaba gruesos guantes de lana y cuero. El invierno estaba siendo implacable en el sur de Andalat, más aún cuando luchaban por sobrevivir a un largo asedio.

Mi padre no lo decía en voz alta, pero la ciudad tenía que rendirse en pocos días, la gente comenzó desesperarse desde hace meses por la escasez de suministros, él incluso había escuchado sobre algunos casos de canibalismo en los bajos fondos de la ciudad. Óreleo estaba por caer y el imperio de los Han caería con ella.

Miré como se extendía el ejército enemigo desde la cúspide de los altos muros que protegían a su pueblo. Era abrumadoramente inmenso, unos 15.000 mil hombres, según los reportes, aun cuando habían sufrido bajas por el invierno abrasador y el brote de tifus, que también se transmitió al campamento, sus 5.000 mil soldados no resistirían en batalla ante aquel monstruoso ejército.

Sin duda alguna sería una masacre, pero el rey Han Ji Soo era demasiado orgulloso como para rendirse. Iba a pelear hasta el final, aún cuando eso podía significar sacrificar a su gente y su familia. Mi padre inició aquella guerra, si tan solo su ambición no hubiese sido tan egoísta.

El Emperador fue derrocado y asesinado por las dos familias más poderosas de Andalat, pero los Han no eran los que debían estar ocupando el trono.

Me pregunté en cuál tienda estaría él. Pasaron cinco años desde la última vez que se habían visto, ¿Habría cambiado mucho? Seguramente sí, ya no eran adolescentes. ¿Sería él quien le daría muerte en aquella batalla?

Una lágrima rodó por mi mejilla, fría. Cerré los ojos tratando de recordar la última vez que fui feliz, tratando de recordar todo lo que fuimos en el pasado, antes de hoy.

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Hola mis amores, espero que les haya gustado el capítulo de hoy. Recuerden no ser lectores fantasmas, me ayudarían muchísimo dándole like y comentando sus partes favoritas.

Se les quiere mucho, besitos.

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