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Capítulo VIII

Las letras cursivas en el texto indican un recuerdo.

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El olor a rancio, humedad y ungüentos impregnando el ambiente, te entraba por las fosas nasales y se quedaba allí hasta que con el tiempo te acostumbrabas y no se percibía más, pero para cualquiera que entrara por primera vez era notable.

Olía a enfermedad.

Olía a muerte.

Minho dio un paso titubeante en dirección a la cama, las criadas habían abierto las cortinas para que entrega la luz, por lo que el panorama era iluminado por los rayos del sol. Su madre, se encontraba sentada y apoyada en el espaldar de la enorme cama de ébano.

—Hola cariño, acércate.—Dijo con una sonrisa en el rostro.

—¿Mami?—Preguntó titubeante el pequeño Minho, de 6 años. No la había visto en mucho tiempo, no se le permitía acercarse a la habitación donde la tenían confinada.

Dio pasos desconfiados hacía su madre, que no lucía como su madre. El cabello abundante y negro se había convertido en apenas algunos mechones en su cabeza, sus ojos se encontraban hundidos y sus pómulos afilados. Parecía un cadáver con vida, pero la voz era de ella, cálida y suave, esa voz que le cantaba en las noches para irse a la cama.

—Mi pequeño niño.— Tomó la cara de Minho entre sus manos, el pequeño temblaba ante su tacto, confundido por la situación.

—¿Qué te pasa mami?, ¿Dónde está tu cabello?— Lee Hye río amargamente ante su pregunta.

—Mami está enferma, cariño.— Los ojos de Minho se entristecieron, él no había cuidado de su madre como ella lo había hecho cuando él se enfermaba.

—¿Te pondrás mejor?

Por un instante hubo silencio, las lágrimas de Lee Hye empezaron a brotar de sus ojos, pero aunque su tristeza era notable, mantuvo una débil sonrisa en su rostro.

—Seguro que sí.— Constató en un hilo de voz.— Minho, promete que serás un buen chico, que tu corazón seguirá siendo tan puro como ahora.

—¿Me porté mal?— Preguntó con un puchero.

—No bebé, pero prométeme que y vas a portar muy bien de ahora en adelante. Sí eres un buen chico tus deseos se van a cumplir.

Tan rápido como dijo sus palabras, los ojos del niño se volvieron a iluminar.

—¿Seré un rey como papá?

Aunque Hye sabía que su pequeño niño jamás podría ser rey y que para la mayoría de la gente él no era alguien de importancia en la casa Lee por su posición de tercer hijo, Minho no tenía por qué comprender eso ahora.

—Sí cariño, si te portas bien serás un gran rey, el mejor de todos.— Mintió.

—¿Mamá?

La cabeza de Lee Soobin se asomó por la puerta.

—Pasa.

Soobin estaba a punto de convertirse en hombre y a sus 17 años media casi dos varas de alto, él era el verdadero heredero del trono de escarcha por ser el primogénito, atrás suyo venía Lee Seungmin, el chico risueño e inteligente, su silla de ruedas siendo empujada por una sirvienta.

Seungmin nació con una extraña condición que con el tiempo le impidió seguir caminando. A pasar de ser un "lisiado", como todos le decían, él era el segundo hijo de la casa Lee, era importante.

—Están mucho más hermosos.— Comentó su madre. Pensó que sus hermanos mayores no parecían estar felices de verla de nuevo, pero decidió no recriminar nada.

—Ven Minho, sube a la cama.— Le indicó y el chiquillo se tumbó a su lado, mientras su cabeza era sobada.—Les cantaré la canción que tanto les gusta.

Debajo de un gran árbol se esconden los sueños, debajo de un gran árbol que cubre de la lluvia se esconde el anciano.

Con el pelo encanecido y las manos arrugadas, llama a su familia entre suspiros.

Está solo, ¿Quién podrá acompañarlo si no son las amapolas?

La voz le sonaba rasposa, los ojos del niño se iba cerrando de a poco.

Un día la amapola le habló, se presentó con mucho gusto al señor.

¿Dónde están tus hijos?, Le preguntó.

Se han ido con el invierno, le contestó.

Vio entre sus párpados las manos de Soobin sosteniendo las de su madre.

La amapola triste lloró debajo del árbol.

El anciano suspiró, estaba tan solo, que hasta las amapolas sintieron pena por él.

Cuando Minho despertó estaba rodeado de almohadones, se encontraba en su alcoba. Se sorprendió al darse cuente que no había sentido cuando lo llevaron hasta allí. No estaba consciente en ese momento, pero más tarde deseo no haberse dormido esa mañana, porque fue la última vez que vio a su madre.

—Murió.— Dijo Soobin.

Pero a pesar de que no entendió las palabras de su hermano mayor, supo una cosa: Su madre no volvería. Sintió un dolor en el corazón que no supo explicar, lo sofocaba al punto de derramar lágrimas por las noches, ese dolor lo persiguió toda su vida.

Esa fue su primera perdida y la primera vez que se sintió roto.

La segunda vez fue cuando se vio obligado a dejar ir al amor de su vida.

Me recliné contra el marco de la ventana, se veía la ciudad de Óreleo, ajetreada y ruidosa, como siempre. En el norte no era así, era usual que las cosas estuvieran más calmadas, la gente poseía una amabilidad fría, pero familiar.

El invierno empezaba a hacer acto de presencia, los días poco a poco se volvían más helados, recordé el último invierno en la montaña y en el bosque de las luciérnagas, a pesar de que las cosas eran terriblemente malas en ese momento todos teníamos la certeza de que acabaría en algún momento, de que regresarían a casa.

Casa...

Estaba tan lejos de ella.

Aparté mis pensamientos, todo eso debía seguir allí, guardado en mis recuerdos, no lo podía dejar salir, no ahora.

—¿Minho?—Una voz grave me hizo darme la vuelta algo exaltado.

—¿Qué sucede?

—El comandante te busca, ya es hora de ir al salón de ceremonias.— Dijo Felix, cubierto por una armadura de hierro con el blasón de los Han esculpido en el pecho, que lo hacía lucir el triple de robusto de lo que era y una capa blanca colgando de sus hombros. El uniforme de le guardia real. Yo también lo lucía.

Asentí, tomé ni espada apoyada en el alféizar y la enfundé en el cinto. Lo seguí.

El palacio de la casa Han siempre me había parecido ostentoso, con sus grandes pilares blancos, tallados a semejanza de algunos Dioses, había muchos espejos de oro y jarrones de porcelana en cualquier esquina.

—Feliz cumpleaños.—Me sorprendí al escuchar las palabras del rubio, yo solo recordaba mi cumpleaños porque ese mismo día seríamos nombrados caballeros.

Le di una media sonrisa a Felix.

—Gracias.—Miré al chico, había crecido mucho en estos últimos tres años. Solía ser un chiquillo asustadizo y frágil, lo recordaba escondiéndose en los rincones oscuros del castillo o temblando cuando alguien mayor se dirigía a él. Pero ahora era un hombre, a pesar de sus rasgos suaves y femeninos Felix transmitía fuerza, no debilidad.

¿Yo también había cambiado tanto?, Tal vez.

Llegamos al pasillo que conectaba a la gran sala de ceremonias, dónde se escuchaba el bullicio de la gente, el rey Jisoo había invitado a la corte como testigos a nuestra juramentación, obviamente era un evento pomposo característico del rey.

Allí, junto a Changbin y el comandante de la guardia real, un hombre robusto y con cabellos que comenzaban a encanecer, estaba él. Su mirada se iluminó con mi llegada, pero desvié la mía de inmediato.

—¿Tienen sus espadas?—Habló el comandante, todos le dimos afirmativas.— Espero que estén consientes de lo que en breve va a pasar. Ya sus vidas no serán suyas, se verán consagradas a la corona del sur.

Todos teníamos conciencia de eso, pero a diferencia de los demás, para mí era como un puñal rasgando mi orgullo, me sentía sucio, me sentía como un traidor al darle mi vida a otra casa que no fuera la mía. Pero las cosas debían ser así, me repetía cada vez que podía.

El comandante nos entregó un pequeño cáliz a cada uno para la ceremonia, nos acomodó en fila desde el rango más importante hasta el más inferior, Jisung iba de primero, yo de último.

Entramos a la gran sala atiborrada de gente que nos gritaba eufórica, el rey y la reina estaban sentados en sus tronos, con expresiones imponentes rodeados de la guardia real. Ocho para ser exactos, ocho soldados, entre ellos Lee Hyunjin, que además lucía una diadema ceñida a la cabeza que reafirmaba su posición de príncipe a demás de general. Cuando nuestra fila se extendió en línea horizontal su mirada se posó en mí, había desprecio en ella.

No le agradaba al primogénito de los Han y eso me lo dejó claro desde el primer día en el que llegué a Óreleo. Su trato era hosco.

Pero realmente no le agradaba a casi nadie en ese palacio, a excepción de Jisung y Changbin.

El rey era frío, pero sabía que en el fondo me tomaba por un rehén más, un rehén en una cama de rosas, si me movía un poco brusco me enterraría una espina sin dudarlo. Su fachada de pupilo caía al suelo con pequeñas acciones; como el hecho de que yo no tenía los privilegios de un invitado, y que me haya listado para ser parte de la guardia real. El rey deseaba que le jurara lealtad aun cuando él sabía que eso significaba traición para mí.

Yo jamás había fui un invitado, siempre fui un forastero con un gran nombre que ponía nerviosa a la casa Han y más aún cuando los Lee habían ascendido al trono del emperador. Para Han Jisoo yo era su as bajo la manga para mantener a raya a mi padre.

El recuerdo de mi padre diciéndome que tenía que marcharme de Frost para ser pupilo en Óreleo me golpeó repentinamente.

—Recuerda de dónde vienes, Minho. No puedes confiar en nadie, tú no serás bienvenido allí. Debes mantenerte alejado.— Dijo cogiendo mis hombros. Aguanté las ganas de llorar y rogarle que no me enviara lejos

—Volveré por ti.

Pero después de tres años no había cumplido su palabra. Y por supuesto, yo no le hice caso a su advertencia. Enamorarme del príncipe de Óreleo significaba involucrarme demasiado. Quizás en un pasado me sentí culpable por ello, pero no ahora.

El juramento fue muy similar a lo que Magnus hizo con nosotros en el bosque aunque obviamente nadie nos estampó un blasón ardiente en la piel, por el contrario nos pusimos de rodillas ante los reyes y juramos estar bajo sus servicios de por vida, luego bebimos un vino agrio en el cáliz que nos entregó en comandante para simbolizar el sello del juramento.

Después de la ceremonia obviamente se iba a organizar un banquete, que más para nosotros, era en honor a Jisung.

Eché un vistazo disimulado en dirección al chico, lucía resplandeciente en su armadura, saludaba a todos con entusiasmo. Algo sí tenía Han Jisung, era una persona que te agradaba con facilidad, aunque a veces no lo demostrara poseía un carisma e inteligencia atrayente. Todo lo contrario a mí.

Yuna se acercó a Jisung sonriente para darle un abrazo, este se tensó al sentir los brazos de la chica rodeando su cuerpo. Apreté mis dientes al ver la escena, me regañé mentalmente por haber volteado en el momento menos oportuno.

Dolía, dolía muchísimo. Ver a la persona que amas ser tocado por otro, saber que ella si tiene la oportunidad de hacer todo lo que tú deberías estar haciendo, duele como un espada clavando tu piel.

Le había dicho a Han que era lo mejor para nosotros, porque realmente lo era. Yuna podía ser la una cortina de humo que necesitábamos porque él y yo jamás podríamos mostrarle al mundo lo que teníamos, eso sería una muerte segura, que él estuviera con la chica podía disipar cualquier sospecha. Pero no por eso era más llevadero verlos juntos.

—Felicidades, Sir Lee Minho.— La chica se acercó a mí sin darme cuenta de su presencia hasta que habló. Era una criada del castillo, su nombre era Lia, lo sabía porque mi habitación estaba justo al lado de la suya.

—Gracias.— La miré con interés. No llevaba ninguna bebida en la mano ni ningún platillo.

—Me pidieron que lo llevara a un lugar.— Se inclinó para que nadie oyera lo que me decía.

—¿A un lugar?— Expresé extrañado, pero no me dio tiempo de replicar porque se giró para guiar el camino, la seguí intrigado.

La chica y yo recorrimos el castillo, al parecer me estaba llevando a un lugar en la cumbre de la torre norte, me picaba la curiosidad por preguntar qué estábamos haciendo allí, pero decidí que mejor era verlo con mis propios ojos.

—Entre. — Dijo cuando terminamos de subir las escaleras y paramos en la puerta de la última habitación.

Mi respiración era entrecortada por el esfuerzo, tomé el pomo de la puerta y lo giré.

La habitación tenía las puertas del ventanal cerrado, pero estaba iluminada gracias a dos grandes cajas de vidrio que contenían cientos de luciérnagas. Entré por completo, sorprendido.

—Me retiro, Sir Lee Minho.— Dijo Lia haciendo una reverencia para luego bajar las escaleras, cerré la puerta tras de mí.

En la habitación solo estaban las luciérnagas y una mesita en medio con una carta. La tomé entre mis manos. El remitente llevaba por nombre Jennie.

"Las luciérnagas me recuerdan a nosotros, a nuestros días de luna, nuestro lugar seguro y nuestro pequeño paraíso. Hay que cazar luciérnagas por siempre, Lee Minho. Feliz cumpleaños.

Con todo mi amor,

tu querida Jennie.

P.D: No olvides liberarlas. "

Fui a las cajas de vidrio y las abrí, las luciérnagas se esparcieron por todos lados, su destellar similar al de las estrellas. Sonreí complacido.

A pesar de que no estaba allí, de que seguramente se encontraba con ella tomado del brazo aparentando ante todos. Lo sentí ahí conmigo, sentí a mí amaba Jennie.





Empezó a evitarlo también, después de todo, él había sido quien los había puesto en peligro.

Luego de haber ejecutado a aquel hombre tenía pesadillas recurrentes con su voz suplicante, los ojos llorosos de su compañero y con él en su lugar siendo decapitado. Un sentimiento de culpa lo invadía día a día. Felix no estaba mejor, se había vuelto mucho más frío después del evento traumático que fue para el enterrar una espada en el cuello de alguien.

En muchas ocasiones quiso ir a consolarlo, decirle que él comprendía cómo se sentía, que podían superarlo juntos, pero obviamente no lo hizo y así estaba bien. Mantener la distancia era lo correcto.

Sin embargo, por más que lo reprimiera, los sentimientos de Seo Changbin por su compañero seguían allí, sin intenciones de irse.

A veces se encontraba a sí mismo mirando fijo a Felix y se reprendía por ello. Así como en esa ocasión que se encontraba perdido en la imagen del chico rubio con su armadura de la guardia real. Se veía hermoso, parecía un príncipe como el de los cuentos infantiles que su abuela le contaba para dormir.

El chico se acercó a él y rápidamente desvío la mirada hacia otro lado.

—¿Has visto a Minho?, Nos vamos a mover al comedor y no lo encuentro por ningún lado.— Negué, pero mi vista inspección el área para ver si lo divisaba.

—No, no sé dónde está. ¿No está con Jisung?.

—No.

En ese momento la señora encargada del servicio le indicó a los invitados que podían pasar al comedor, la cena ya estaba servida. Esa noche comimos cerdo ahumado bañado en jugo de naranja, postre moras silvestres caramelizadas importadas del Este y un vino, tal vez el mejor que había probado hasta ese momento, proveniente directamente de la reserva privada del rey. Era una ocasión especial y eso se notaba.

Su sabor era dulzón, pero agrio a la vez, estaba fuerte y eso se notaba en Felix unas horas más tarde.

Changbin se encontraba en otra mesa con alguno de sus colegas, pero percibía lo afectado que estaba Felix por el alcohol porque su voz había adquirido un tono más fuerte de lo usual y en ocasiones balbuceaba cosas sin sentido. Él trataba de no prestar mucha atención al muchacho y enfocarse en pasarla bien esa noche, pero se alarmó cuando escuchó el grito de una voz arrogante y autoritaria.

—¿Qué dijiste pedazo de mierda?— Kim Namjoon estampó sus manos contra la mesa, las personas de las mesas más cercanas a la de él se exaltaron

Se levantó de inmediato al ver que el hombretón observaba a Felix con mirada desafiante.

—Dije que eres una maldita escoria y que no eres un hombre de verdad solo por ser sanguinario.— Las palabras del rubio salieron torpes pero decididas.

—¿Quieres que te muestre qué tan sanguinario puedo ser, imbécil?— Contestó Kim.

El ambiente adquirió un semblante tenso, sin duda terminaría en una pelea.

Se apresuró a la mesa de su amigo.

—Una disculpa Namjoon, ha bebido demasiado al parecer, no dice las cosas en serio.— Dijo Changbin posicionándose al lado de Felix por si al otro se le ocurría tirarse encima de él.

—Pero lo digo en serio Changbin, lo vi en sus ojos, disfrutó viendo a esos hombres ser degollados, eso no es un hombre de verdad.

—Cállate Felix.— Espeto el bajito, tomándolo de la mano para levantarlo de la mesa.

Namjoon se precipitó hacia ellos peligrosamente, haciendo que Changbin retrocediera jalando a Felix detrás de sí.

—Al rey no le gustará que arruines el banquete de honor de su hijo.— Le recordó al más grande, cuya respiración era acelerada por la ira.

Pasaron uno segundos de tenso silencio dónde pensó que le daría un puñetazo. Pero Namjoon se echó para atrás.

—Esto no queda aquí.— Miró directamente a Felix y se volvió a sentar.

A regañadientes el chico ebrio fue arrastrado hasta sus habitaciones. Para Changbin fue un trayecto difícil, ya que Felix daba tras pies con cada paso, no pudiendo coordinarse gracias al alcohol.

—Changbin.— berreo con voz queda.— Changbinnie... Binnie, Binnie, Binnie.

—¿Qué pasa?— Dijo cuando ya estaban en la puerta. Se las arregló para abrirla mientras tenía al chico agarrado por la cintura con sus brazos sobre los otros como apoyo.

Entraron a la alcoba dando traspiés.

—Me gustan tus ojos, son bonitos.— Se rio. Pero a Changbin se le aceleró el corazón con sus palabras, trató de ignorarlo, estaba borracho. — Me gusta tu sonrisa, cuando sonríes haces que las cosas sean más sencillas. Me gusta tu cuerpo, es robusto, podría pintarlo si me lo pidieras, ¿te he dicho que me gusta pintar?

Intentó no escuchar lo que Felix le decía, mientras lo depositaba en su cama y le quitaba la pesada armadura para que estuviera más cómodo.

—Me gusta cuando estás cerca de mí, porque me entiendes y eres dulce, eres un buen amigo.

Se obligó a que sus sentimientos no se vieran afectados con por los que decía.

—Me gustan tus labios, son carnosos, pequeños y rosados.

Terminó de quitarle la armadura y lo recostó en la cama.

—¿Changbin?— Dijo atrayendo su atención.—¿Sabes qué también me gusta?

Con su mano tiró del hombro del pelinegro haciendo que este quedara arriba suyo, estando sus caras muy cerca.

—Me gustó que me hayas besado, se sintió bien.

Por favor no te dejes afecta, no dejes que tu corazón lata desbocado.

—Creo que me gustó porque fuiste tú.

Tal vez, Felix no le era tan indiferente después de todo.




—El rey quiere verte.— Dijo un lacayo dos semanas después de la juramentación.

Me condujo a la biblioteca del castillo. Allí se encontraba el rey, para mi sorpresa estaba solo.

—Retirate.— Le dijo a mi acompañante cuando llegamos. El chico se marchó con una reverencia.— Siéntate.—Indicó, yo tomé asiento delante de él.— No tuve la oportunidad de decírtelo en la juramentación, pero me complace que formes parte de mi guardia personal.

El rey llenó una copa de vino y me la tendió. Lo miré con desconfianza. Río ante esto.

—Me sorprende que después de tres años sigas siendo tan arisco.

Terminé tomándola.

—No lo intentaba ofender, majestad.— Me ignoró.

—Como sabrás, la casa Lee ahora está al mando de Andalat y yo serviré como segundo al mando.— Asentí.— Y tú me servirás a mí, quiero que sepas cuál es tu lugar aquí, te has consagrado con los Han de por vida niño, no lo olvides.

Una llama de odio ardió dentro de mí.

— Sé cuál es mi lugar.— Dije lentamente. Su expresión era despreocupada y arrogante.

— Es bueno que lo sepas.

—¿A qué quiere llegar con todo esto?, Si me permite preguntar, majestad.

—Tu padre viene a visitarnos, está a pocos días de Óreleo.

Su respuesta fue como una cubeta de agua fría para mí, volvería a ver a mi padre después de varios años.

Y a lo mejor vendría a cumplir su promesa.

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