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Capítulo VII

En cuestión de días vi como aquella promesa salida de mis labios se desmoronaba.

—Te casarás con Shin Yuna.——Dijo mi padre.

Me quedé helado al oír sus palabras, tuve que parpadear varias veces para detener las lágrimas de importancia.

—Ya te dije que estás demente, ¡no voy a casarme con ella!

—¡Jisung, cuida tus palabras!— Me regañó Hyunjin. 

—No te estoy preguntando, te estoy avisando. La unión de la casa Han y la casa Shin es sumamente beneficiosa en tiempos de guerra, no dejaré que lo arruines.— Respondió sereno el rey, pero en su calma existía una severidad escalofriante. 

—¿Por qué no la casas con Hyunjin o con Jeongin?— Necesitaba desesperadamente que cambiara de opinión, aunque sabía que eso era imposible una vez que tomaba una decisión. 

—Hyunjin está prometido a la princesa Hwang Yeji, lo sabes. Y comprometer a Yuna con un tercer hijo sería un insulto para los Shin siendo ella primogénita.— Sentí la verdad como una bofetada.

—¿Qué si decido no cansarme?, ¡Es mi decisión!

—Sabes que no tienes opción. Y no Jisung, jamás ha sido tu decisión, es un deber que tienes con Óreleo y con tu familia. 

Yuna no era la persona que amaba, no se quería obligar a pasar el resto de su vida con ella. 

—¡No me voy a casar!

Apreté los puños con fuerza y me di media vuelta antes de hacer cualquier estupidez. 

— Prepárate para la cena, esta noche anunciaré tu compromiso. 

Escuché antes de salir de la habitación. 

¿Cómo le diría esto a Minho?, ¿Cómo lo enfrentaría? Me sentía tan frustrado, mi mente intentaba maquinar una idea coherente que me sacara de esa situación. 

Todo tenía sentido, la insistencia de mi madre para que saliera constantemente con la chica, el hecho de que mis padres la recibieran constantemente en las cenas, hablando del imperio comercial de su familia. Todo para acercarnos de una manera romántica. 

Me sentía estúpido, solo era un peón en su sucio juego de poder. Y ahora me quitarían algo que me pertenecía: la libertad de elegir con quién estar. Pero supongo que mi padre tenía razón, yo no podía gozar de eso siendo el príncipe de Óreleo. 

Tal vez, era castigo de los Dioses todo esto que me estaba sucediendo. 

—¿Jisung?— Escuché una voz a mis espaldas mientas caminaba apresurado por el castillo. 

Giré sobre mis talones y me encontré con una cara de facciones alargadas, como zorro. Jeongin. 

— Escuché lo que dijo padre. Lo siento por husmear — Bajó su cabeza, lo miré curioso.— Yo... sé que no te quieres casar con Lady Yuna, puedo casarme con ella cuando crezca Hyung, no me gusta, pero no quiero verte triste. 

Detallé a mi hermano menor, su inocencia de doce años me conmovió. A pesar de que seguramente había escuchado a mi padre diciendo que sería una vergüenza casar a Yuna con él, estaba allí ofreciéndose para no verme triste.

Sonreí afligido y me incliné para llegar a su altura. 

—No te preocupes Innie, no tendrás que casarte con nadie que no te guste, yo trataré de arreglar esta situación, ¿Está bien?— Dije, le revolví su cabello. 

Jeongin era un niño muy puro dentro de este hogar de víboras, debía proteger a mi hermano y haría lo que fuera por eso. Deseaba arreglar todo aquello, pero aún no sabía cómo y tenía miedo, mucho miedo. Pero en ese momento debía ser fuerte, por Jeongin, por Minho y por mí. Me obligué a sonreír. 

No me sorprendió ver al consejo del rey reunido en la cena, ocurría siempre que había un anuncio importante. Yuna estaba sentada muy cerca de mis padres, como su invitada de honor. Busqué desesperadamente a Minho con la mirada, no había logrado localizarlo en todo el día para contarle lo sucedido, así que se enteraría allí mismo. 

Tuve el loco impulso de ir por él, cogerlo de la mano y salir corriendo de ahí, lejos de todo el caótico escenario que se nos venía encima. Pero en lugar de eso entré completamente a la sala, y me senté lejos de él, al lado de Yuna, dónde me correspondía. 

Lee Minho hizo contacto visual conmigo, interrogándome con su mirada, desvíe mi rostro a otro lado, no quería que se diera cuánta que podía romperme en cualquier momento. 

— Amada familia, querido consejo. — La voz autoritaria de mi padre resonó en el lugar haciendo que todos le pusieran atención.— Los he reunido aquí para anunciar un evento importante para la familia Han y para el reino, un evento que va a entrelazar alianzas de por vida. — Apreté mis ojos con fuerza, deseando desaparecer.— La casa Shin y la casa Han por fin se unirán a través del sagrado matrimonio entre mi segundo hijo, Han Jisung y la hija primogénita Shin Yuna. Anuncio oficialmente su compromiso. 

Todos en la sala se levantaron y aplaudieron eufóricos por la unión, todos menos Minho, quien se encontraba sentado con la mirada gacha, perdida en la mesa. 

—Yuna, ya eres parte de la familia. Espero que te sientas cómoda. A partir de ahora empezarán los preparativos para su boda, quiero que se celebre lo más pronto posible.— Se dirigió a la chica. 

—Muchas gracias mi señor, es un honor para mí poder formar parte de la casa Han. — Dijo con cortesía, tranquila, nada sorprendida. 

Mordí mi labio inferior, ella sabía de esto, tal vez desde el principio. La miré furioso, pero solo me sonrió dulcemente. 

Cuando colocaron el plato de cerdo ahumado frente a mí no pude pegarle ni un mordisco, mi estómago era un revoltijo de emociones, si ingería algo lo iba a vomitar. Por lo visto, Minho se encontraba en una situación similar, demasiado incómodo para disimular. 

Me obligué a respirar profundo, pronto acabaría esa cena y yo podría explicarle, podría hablar con él y decirle que arreglaría las cosas, que tenía un plan, aunque realmente no lo tenía. La espera me pareció tortuosa, pero al fin levantaron los platos y los invitados se dispersaron, el castaño salió por la enorme puerta, yo me aproximé dispuesto a seguirlo, pero una mano se envolvió en mi muñeca deteniendo mi andar. 

—Jisung.— Llamó Yuna, me quedé incrédulo ante la situación, ¿Aun así tenía el descaro de venir a hablarme? 

— ¡Suéltame!— Advertí. Ella me agradaba, pero teniendo el conocimiento de que ella sabía lo que se estaba cociendo a mis espaldas y no me dijo, ese índice de agrado había disminuido en sobremanera.

—Tenemos que hablar, Han Jisung.

—Lo sabías desde un principio.— Solté, no pareció querer negar la acusación.

—Es lo mejor para ambos, una alianza en este momento es crucial.— No estaba dispuesto a seguir oyendo sus argumentos, jale mi brazo de forma brusca y me alejé de ella sin prestar atención ante sus protestas. 

Había perdido a Minho de vista, joder. 

Recorrí los pasillos del palacio, pero él no aparecía por ninguna parte, estaba desesperado, necesitaba encontrarlo. Me asomé por los jardines, casi lo paso por alto y sigo mi búsqueda, pero en un rincón de la fuente central vi una silueta, me acerqué dudoso, pero allí estaba él sentado en el borde. Suspiré con alivio. 

Me senté a su lado, de inmediato llegó a mis fosas nasales el olor del alcohol, tenía a su lado una cantimplora.

Observé el paisaje frente a nosotros, en el cielo resplandecía la luna llena, alumbrando de manera tenue las amapolas florecidas. Olvidé de pronto todo lo que tenía para decir y me dejé llevar por la tristeza que crecía en mi interior. Me había fallado a mi mismo y le había fallado a Minho, ni siquiera tenía un plan decente que nos sacara de aquel apuro.

—No es tan bonito como nuestro lugar o el campo de luciérnagas.— Comentó con voz queda. 

Asentí lentamente. No, no era tan hermoso como todo eso. Extrañaba esos días que ahora, después de algunos meses, parecían tan lejanos. Esos días dónde podíamos ser nosotros mismos, alejados de nuestra realidad, dónde se nos permitía soñar. 

—Lo siento.— Dije después de un rato.— Por no poder cumplir mi promesa. 

Le dio un trago largo a su cantimplora. 

El silencio se instaló entre nosotros, un silencio cargado de significado. 

Solo quería tomarlo en mis brazos, decirle que lo arreglaría, que podría detener aquello. Pero de hacer eso le estaría mintiendo 

—Fue tonto pensar que nuestro amor tenía futuro, ¿Cómo lo iba a tener?—Era una pregunta más para él mismo que para mí.— Lo que hacemos es una atrocidad, es un pecado. Tal vez esto solo es un intento de los Dioses de arreglar algo que está fuera de lugar.

—No me casaré con ella.— Dije, girando completamente hacia él. Sus mejillas a igual que las mías estaban empapadas de lágrimas. Era la primera vez que veía a Lee Minho llorar. 

—¿Y qué harás Han, casarte conmigo?— Río amargamente, su mirada se encontraba perdida.— Nuestro amor jamás tendrá un hogar. — Dio otro trago. 

Bajé mi cabeza observando mis manos temblorosas, esa era la verdad, era nuestra verdad. 

 —Minho, yo... Yo realmente te amo, solo quiero que sepas eso.— Esas palabras eran lo único que podía decir con certeza, porque mis sentimientos hacia él eran verdaderos y lo único que tenía para ofrecer justo ahora. 

—No quiero que la ames como me amas a mí, no quiero que ames a nadie más que no sea yo.— Por fin me miró a los ojos, pude observar lo afligido que estaba.— Pero tal vez sea mejor que te cases con ella. 

No pude evitar romper en sollozos. 

—No quiero hacerlo.

—Han...

—¡No, Minho!, Soy yo quien se verá obligado a pasar el resto de su vida y formar una familia con alguien que no quiere. No sé cómo puedes pedirme eso. 

Tomó mis manos en las suyas dando un apretón. 

—Y soy yo quien tendrá que ver cómo la persona que amo está con alguien más.

En esta situación ninguno de los dos sufriría menos. Quise desaparecer, dejar toda esta responsabilidad y volver a bosque de las luciérnagas junto a él, a nuestro lugar, besarlo y escribir nuestros nombres en las estrellas. 

—¿Qué pasará con nosotros?— Pregunté. 

—No lo sé...

—Mis sentimientos no cambiarán aunque esté con ella, lo sabes ¿No?— Necesitaba que él lo entendiera, ese compromiso no significaba nada para nosotros, no cambiaría el hecho de que él me pertenecía y yo le pertenecía. 

Minho se levantó de la fuente y colocó una amapola a mi lado. 

—Tal vez debamos seguir como hemos hecho hasta ahora.— Dijo, y luego me dejó allí, con un sentimiento de vacío. 

Observé la pequeña flor junto a mí, la primavera acabaría pronto, y sus pétalos estaban a punto de marchitarse.


Changbin la había cagado de manera monumental.

Se dijo a sí mismo que solo había sido un tonto impulso, que él realmente no quería. Quizás, fuera porque Felix estaba muy cerca de él o porque ese día se veía realmente hermoso con su armadura de guardia, o porque sus ojos tenían un brillo especial.

Pero lo había besado y la había cagado. 

Su reacción no fue lo que él espero. Felix le aceptó el beso, moviendo sus suaves labios muy lentos. Una vez se separaron sonrió mostrando todos sus dientes. A Changbin se le aceleró el corazón.

Pensó que lo había correspondido, pero entonces ya no le volvió a dirigir la palabra. Lo buscaba con la mirada cuando hacían sus patrullas nocturnas por el palacio, pero Felix lo ignoraba.

Era muy cobarde para pedirle hablar o hacerle alguna referencia a lo sucedido y por lo visto Felix no tocaría el tema. Se sentía ansioso, no quería romper la amistad que tenía con el rubio por su comportamiento. 

Ese día estaban en el centro de la ciudad, o sea el mercado, para mantener a raya los pequeños disturbios. El imperio por fin había caído, el emperador fue asesinado hace dos noches atrás y con él toda su familia. La casa Lee había tomado el poder, pero a algunos ciudadanos no les parecía todo aquello y se revelaban en pequeños grupos contra la casa Han, que aunque no era oficial, el rey Han había sido escogido como el segundo al mando de Andalat. 

Su tío debía dejar en orden las cosas en Óreleo antes de partir a la Clast, la capital de Andalat, dónde serviría a la casa Lee. El rey de Óreleo tenía que asegurar la alianza con la casa Shin a través del matrimonio entre Jisung y Yuna, y por supuesto la juramentación de ellos como caballeros reales, que estaba por celebrarse en dos días, justo en el décimo octavo cumpleaños de Minho. 

Giró por el callejón junto a una de las comisiones, eran en total doce guardias, con los que poco había convivido a excepción de Felix y un hombre llamado Kim Namjoon, mejor conocido como la bestia plateada, por su casi metro noventa y su complexión musculosa, era el que usualmente castigaba a los pandilleros rompiéndole las extremidades con sus propias manos. Un hombre duro. 

—¡Señor!, en la calle de las pulgas el pueblo atrapó a tres hombres.—Dijo llegando hasta ellos un muchacho con harapos, delgado y con el rostro ceniciento, se dirigió a Namjoon. 

—Llévanos, niño.— Su voz era fría, les hizo una seña para que siguieran al chico. 

Caminaron apretados entre la gente que corría para ver el espectáculo en la calle de las pulgas. El olor del mercado de Óreleo nunca le había gustado a Seo Changbin, olía a carne rancia, sudor y especias, haciendo que su estómago se revolviera.

Buscó a Felix con la mirada, iba a la vanguardia del grupo dando codazos para abrirse paso entre la multitud, el chico había cambiado bastante desde que partieron al bosque de las luciérnagas. Ya no era alguien tímido y cohibido, que se escondía en los rincones pasando desapercibido. Felix demostró ser una persona capaz y fuerte a pesar de su aspecto delicado, tanto que sus compañeros lo respetaban como soldado. Y eso a él le gustaba. 

Caminaron un buen trayecto hasta llegar a su destino, analizó de inmediato las escenas que se desarrollaba ante sus ojos. 

En el centro del mar de gente se encontraban tres hombres siendo agredidos con piedras por varias personas. Sangraban por muchos lugares, uno tenía las facciones de la cara desfiguradas, Changbin se estremeció ante la imagen. La gente gritaba infinidades de insultos poco entendibles con el bullicio.

Con su enorme figura Namjoon abrió paso para que llegáramos junto a los hombres. 

—¿Qué delito han cometido?— Habló el soldado con voz demandante, pero sin llegar a gritar. 

El primero en contestar fue un hombre bajito y gordo.

—¡Él me robó unos aretes de oro de mi puesto!— Dijo, al parecer era comerciante, señaló a uno de los tres hombres. 

—Bien, le cortaremos las manos.— Gritaron en aprobación.— ¿Y ellos dos?— Señaló a los que más golpeados se veían. 

Se escucharon obscenidades desde muchas direcciones.

—¡Son unos desviados!, mi marido los encontró teniendo sexo en su bodega.— Acusó la mujer. 

Changbin empezó a entender un poco más los comentarios entre el bullicio.

"Monstruos"

"Desviados"

"Herejes"

Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Aquellos hombres fueron apedreados brutalmente por estar juntos. De pronto sintió que las náuseas se asomaban por su garganta. 

Namjoon los miró con repulsión y escupió a sus pies. 

—Esto más que un delito es un pecado, hay que darle muerte a estos monstruos.

La gente rugió en aprobación. 

Namjoon se volvió al grupo. 

— Tú Min Yoongi y ustedes dos, novatos.— Señaló a un chico pálido, a Felix y a él— Se encargarán de esto. 

Sintió la adrenalina correr su cuerpo al oír la petición. El hombre quería que asesinaran a esas personas en frente de todos. Felix y él jamás habían matado a nadie. 

Avanzó al frente con paso tembloroso. 

—Yo no...— Empezó a decir, pero Namjoon lo calló.

—¿Tú no qué?, ¿No lo harás?— Tragó fuerte.— ¿O quieres tomar su lugar?

Negó con la cabeza, apretando su mandíbula para no dejar ver su desesperación. Miró de reojo a Felix que arrastró sus pies hasta donde estaban.

Se dirigieron hacia unas bancas de cemento guiando a los hombres que rogaban por su vida. Pero él no podía entender lo que decían porque en su cabeza se instaló un pitido persistente.

Todo sucedió muy rápido. Primero Yoongi cogió su espada y mutiló las manos del ladrón, sus gritos eran desgarradores, después de un par de segundos el hombre cayó desmayado por el dolor, uno de los guardias lo arrastró por los pies lejos de allí. 

—Te toca a ti.— Le indicó su superior. Su cuerpo entró en un estado de automático donde se movía y accionaba, pero él estaba fuera de sí.— Toma la espada con ambas manos, tienes que apuntar al medio del cuello para que el corte sea limpio, es como degollar a una gallina.

Él en serio quería vomitar. 

Como Namjoon se lo indicó, tomó su arma entre las manos con fuerza, el hombre ya estaba posicionado con la cabeza estirada en la banqueta. 

—¡JIMIN, LO SIENTO!— Gritó.— Te amo...— Le dijo al hombre desfigurado que sostenía Felix. 

Podría ser él 

Esa persona a punto de morir podría ser él, por guardar aquellos sentimientos impuros dentro de sí, por mirar diferente al chico con constelaciones en las mejillas y sonrisa cálida que ahora lo observaba horrorizado. 

Podrían ser Felix y él si la gente se enteraba de que sus labios se tocaron en algún momento y que lo disfrutaron. 

La hoja de su espada impacto en el cuello, pero el corte no fue limpio y el hombre no murió hasta tres intentos más tarde. Había sufrido por sus pecados. A esto se refería Magnus cuando les dijo que el significado de su espada cambiaba cuando daba muerte a otra persona.

Con la cara salpicada de sangre Seo Changbin detalló a Felix. 

Debía protegerlo a toda costa, porque eso no podía pasarle, no a ellos. 

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