Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

02|El poder femenino ejercido sobre un hombre

Si cierra los ojos, Elijah puede llegar a imaginarse a sí mismo sentado en el porche de una hermosa casa con vistas al mar. También puede imaginarse, con algo más de esfuerzo, que el constante murmullo de sus nuevos compañeros de clase es en realidad conversaciones ajenas llenas de júbilo de visitantes en la playa.

Un portazo.

Abre los ojos saliendo del refugio en el que se ha convertido su mente.

Todos están mirando a una chica de estratura promedio, largo cabello lacio y oscuro y pronunciados rasgos orientales. Su mirada revolotea por el aula, nerviosa, avergonzada.

—Perdón —murmura. Probablemente cuando ha querido cerrarla el viento que entra por las ventanas abiertas ha actuado contra ella.

Mira hacia todas las mesas para acabarse dando cuenta de que el único asiento libre que queda está situado al lado del de Elijah. Resopla y se encamina hasta allí con una mirada molesta. Ha llegado casi diez minutos tarde, por lo que es normal que solo quede libre, a sus ojos, el peor puesto.

Pasa con esfuerzo entre el asiento del recién adquirido jugador de fútbol y la mesa de atrás, dejándose caer en la silla del lado de la pared que acaba de proclamar como suya con pesadez para, a continuación, colocar sus cosas. Mientras lo hace, mira a Elijah de reojo antes de murmurar:

—No trates de hablarme —advierte con una mirada que no da lugar a réplicas. El chico suelta una risa cínica sin mirarla ni por un segundo.

—No tenía intención de hacerlo, solo le hablo a la gente interesante.

Ella abre la boca indignada ante las palabras que recibe de su parte pensando en algo con lo que contraatacar.

—¡Pues tú eres...! —empieza con los puños apretados, obteniendo una ligera mirada escéptica—. Que te den —finaliza de brazos cruzados.

Él niega con la cabeza decidido a ignorarla el resto de la clase —si tiene el profesor planeado empezarla algún día, porque ya han pasado diez minutos y sigue sin hacer acto de presencia—. Se centra en mirar hacia adelante, lo cual es una mala idea porque al hacerlo recuerda por qué había optado mejor por cerrar los ojos y evadirse de allí.

Dando el espectáculo del siglo, se encuentra Melanie Roosevelt sentada en una mesa siendo prácticamente devorada por Landon Hagen. De vez en cuando dejan de besarse y se susurran cosas entre risas tontas y caricias. Totalmente asqueroso; no por ella, sino por él. Ese chico conseguiría hacer asqueroso hasta el helado de vainilla con cookies.

—Estate quieto —murmura riéndose Melanie dándole una palmada en la mano a Landon, quien intenta pintarle la pierna con un rotulador verde por el agujero que deja atisbar su piel en sus tejanos rotos por moda.

—Entonces dame un beso —pide soltando el utensilio sin cuidado para atrapar sus caderas entre sus manos no tardando en colarlas bajo su camiseta mientras vuelven a besarse.

Con sus labios pegados, las rojizas pestañas de Melanie se despliegan dejando que unos avellanados ojos se crucen con los de Elijah. Lo mira sin pestañear apenas un par de segundos antes de que el chico aparte la mirada sorprendido. Cuando vuelve a mirar hacia ellos, los párpados de ella ya se han dejado caer y se pregunta si no se lo habrá imaginado.

—¿Qué hora es? —pregunta separándose de Landon apenas lo necesario para hablar.

—No sé —contesta antes de alzar la vista hacia el reloj de pared tras la cabeza de ella—. Y cuarto.

—¿Crees que haya faltado? —cuestiona con emoción estrechando los brazos que rodean su cuello, acercándolo más.

—A lo mejor —responde indiferente volviendo a besarla.

—Ojalá que sí —dice antes de entregarse por completo de nuevo.

Y lo vuelve a hacer: sus ojos se encuentran con los de Elijah y le sonríe con ellos, le envía ese tipo de miradas sugerentes que uno simplemente nota. Él frunce el ceño. ¿A qué está jugando?

Deja de besarlo y, sin apartar la mirada de Elijah, se acerca al oído de aquel entre sus brazos.

—¿Quieres que hagamos una pequeña escapada al baño?

Entonces se aleja dejando sus rostros frente a frente para evaluar su reacción.

—Joder, sí, lo necesito —acepta dando un paso atrás para que ella se baje.

La agarra de la muñeca y no dan ni dos pasos hacia la salida cuando la puerta se abre y con una mirada impasible e indiferente la señora Kennedy ordena que todos tomen asiento, malogrando sus inteciones. Mientras informa del motivo de su retraso —un accidente en la autopista por la que debe circular de camino al centro que ha causado que corten el paso de algunos carriles temporalmente—, la chica de suave y poco abundante cabello que baila entre el castaño y el anaranjado sin terminar de decidirse se inclina sobre su pupitre para escribir algo en un pequeño trozo de papel.

Alza la mano para pedir permiso para ir hacia el final del aula a tirar unos papeles y, cuando este es concedido, se pone en pie y camina sin prisa hacia su objetivo. Al llegar a la mesa de Elijah, apoya la palma de la mano en esta mientras sigue su camino y la quita cuando deja de llegarle la extremidad. El chico mira curioso allí donde ella tenía posada la mano hace apenas un segundo; ahora un papelito ocupa su lugar. Las palabras «Espérame en la puerta en el cambio de hora» grabadas en tinta negra con letra caligráfica se anuncian sin pudor y la curiosa asiática que lee sobre su hombro abre los ojos sorprendida mas no dice nada. El moreno se percata de que está cotilleando cuando nota su oscuro cabello rozarle el brazo cubierto por la manga de su sudadera roja.

—¿Qué miras? —murmura con un tono que pretende ser intimidante a la vez que recoge la nota y la arruga en la palma de su mano para ocultarla de la vista de otros posibles curiosos. Le molesta que desconocidos se metan en sus asuntos así sin más, le parece una horrible falta de respeto y educación, sobre todo si esa desconocida ha sido grosera con él sin ningún motivo aparente previamente.

—No sabes en lo que te acabas de meter —murmura apretando los labios aunque su intento de sofocar una risa burlona no tiene éxito.

—¿De qué hablas?

Está a punto de responder con una nueva burla cuando una voz autoritaria acalla a toda la clase y atrae la atención de todos hacia ambos.

—Eh, vosotros dos —al escucharla alzan la mirada hacia la docente tiesos por completo ante la llamada de atención—. Como os vuelva a ver hablar en mi clase os vais fuera con una falta.

Sus labios permanecen sellados durante el resto de la lección aunque ese hecho no impide que en una libreta comience a cuestionar la actitud de su compañera de mesa.

«¿A qué te refieres?».

Ve a la chica escribir y escribir sin cesar, desesperándolo por las ansias de saber qué ocurre.

«Esa era Melanie Roosevelt, la novia de Landon. Bueno, no son oficiales, pero a efectos prácticos es lo mismo. ¡Y acaba de tontear contigo! He visto cómo te hacía ojitos mientras lo besaba a él. Va a arder Troya».

Alza las cejas. ¿No son oficiales? En ese caso...

«Si no tienen nada serio ya no es mi problema, es ella la poco disimulada. Además, ni siquiera le he dicho nada».

Y ella vuelve a escribir impacientándolo.

«No lo entiendes, no importa».

Y no, no lo entiende. ¿Entender qué?

Cuando suena la campana recoge sus cosas sin prisa y camina hasta el final del aula, quedando apoyado en la pared de fuera aguardando la llegada de la chica. La ve salir rodeada de la cintura por el brazo de Landon, cuando pasan por su lado ella le dice con los labios «un momento, quédate aquí». Los mira irse y cuando llegan al final del pasillo y deben de girar ella se aleja de repente.

—¡Mierda, me he dejado la chaqueta! Voy a buscarla, adelántate —le dice comenzando a deshacer sus pasos.

—¡Vale! ¡Te espero en clase, nena! —avisa yéndose.

En cuanto la pseudo pelirroja llega a su altura, lo agarra del brazo y lo mete con ella en la clase cerrando la puerta.

—Gracias por esperarme —es lo primero que dice acompañado de una amable sonrisa. Elijah frunce el ceño y se cruza de brazos.

—Mira, no sé a qué estás jugando, pero no me gusta.

—¿Jugando? —repite con una sonrisa extrañada, arrugando la nariz, como si no comprendiera la oración.

—Sabes a qué me refiero.

—Yo no estoy jugando a nada —finge inocencia ladeando la cabeza. Aunque su sonrisa se ha ido, su rostro no expresa seriedad.

—Antes estab —su intento de reclamación se ve interrumpido cuando ella lo corta para seguir hablando.

—¿Sabes? Sabiendo de dónde vienes, yo sería la primera en hacerte el vacío. Pero no hay que pensar en el pasado, ¿no? Lo importante ahora es que eres un tigre de Arlington. —Mientras habla le coloca y descoloca las solapas de la chaqueta con coquetería bajo su atenta mirada.

—No soy uno de vosotros y nunca lo voy a ser —pronuncia con voz fuerte, sin vacilación, apartándose y sacándose sus manos de encima. Melanie alza las cejas y se vuelve a acercar a él, haciéndolo retroceder hasta toparse contra las primeras mesas. Frente a frente, a la misma altura gracias a sus botas de plataforma, sus comisuras se alzan con socarronería.

—Cariño, no te conviene decir eso en voz alta. No debes serlo, solo fingirlo. Sobrevive el más fuerte; si quieres permanecer en el equipo, hará falta algo más que tu cara bonita y tu talento con los pies. Debes ganártelos. —Y, sin dejar de mirarlo a los ojos, aproxima aún más sus rostros hasta casi besarse—. Tómalo como un pequeño consejo —susurra dejando que su cálido aliento impacte contra los labios del moreno.

Se separa, camina hasta el perchero para coger su chaqueta y se va.

Elijah, asombrado como nunca lo ha estado en su vida, permanece apenas un minuto más allí dentro. ¿A qué ha venido todo eso? Duda que sea simple amabilidad. Y está seguro de que se le ha insinuado a pesar de tener algo con el capitán del equipo.

Ese día, martes, junto a los jueves, son los únicos en los que está libre en cuanto finalizan las clases al no haber entrenamiento del equipo. Al salir a la misma hora que su hermana, Elijah la avisó de ello por la mañana y quedaron en encontrarse a la salida para irse juntos. Ya están entrando en el aparcamiento mientras comentan su día cuando una mano se aferra al brazo de la chica haciéndola girarse con curiosidad.

—¿Hola? —pronuncia soltándose con el ceño fruncido, sobándose allí donde la había tocado ese chico de cabello negro y llamativos ojos azules.

—Estoy en tu clase de arte —anuncia como si fuera suficiente justificación para abordarla de esa manera, tras eso alza la otra mano mostrando un rotulador negro que ella no tarda en reconocer—. Es tuyo, se te había caído.

—Ah, oh, em... —intenta hablar, parpadeando algo sorprendida y perdida, lo toma entre sus dedos—. Gracias —musita.

—No es nada. Olive, ¿verdad? —se interesa por su nombre, regalándole una sonrisa.

—Olivia —corrige de inmediato.

Elijah mira a ambos curioso desde el lado de su hermana, observando el intercambio como si de una película se tratara.

—Sí, cierto, perdona —acepta su error haciendo un gesto desdeñoso con la mano—. Yo soy —empieza a presentarse mas Olivia se le adelanta.

—Joe.

—Sí, bueno, pero prefiero que me llamen Gabriel, que es mi segundo nombre

—Vale —dice ella.

Justo en ese momento aparece una cuarta persona con gesto impaciente y voz llena de molestia.

—¡Gabe, por qué coño tardas tanto! —le grita llegando a su lado sin prestar atención a las personas con las que está. Eso no evita que Elijah si se dé cuenta de quién es, mirándolo anonadado desde su posición al costado de su hermana. Es Landon.

—Qué pesado que eres —le habla Gabe girándose hacia su hermano con enfado. Este ignora sus palabras.

—¿Con quién estás...? —se molesta al fin en averiguar la identidad de sus acompañantes, quedándose a mitad de frase al reconocer al chico frente a él. Elijah. Se quedan mirándose unos largos segundos en los que los dos más pequeños se dedican a evaluar sus rostros notando la clara tensión que los invade. Finalmente, Elijah agarra del brazo a su hermana tirando de ella hacia atrás.

—Nos vamos —dice alto y claro, mirándola ahora a ella serio a los ojos. Olivia abre la boca para protestar por su actitud cuando parece pensárselo mejor y dedica un pequeño vistazo a su compañero de clases junto a un «hasta luego, Jo¡Gabriel!». Él alza la mano despidiéndose con una mueca antes de girarse hacia su hermano.

—Siempre lo tienes que joder todo —murmura comenzando a caminar hacia el coche de su hermano. El mayor lo sigue desde atrás con los labios apretados, más afectado de lo que quiere admitir por esas palabras.

—¿Quién era esa? —cuestiona después de un tiempo, cuando llegan al vehículo.

—Qué te importa —responde abriendo la puerta del copiloto de un fuerte tirón.

—Mi coche no te ha hecho nada —le dice regañando su acción mientras abre su propia puerta y se mete dentro—. Y yo tampoco.

—¿Que tú tampoco? —repite escéptico, antes de soltar una risa de lo más falsa—. Desde que hiciste que se llevaran a mamá solo existes para arruinarme la vida —murmura con toda la intención de que lo escuche.

Landon cierra los ojos aferrándose al volante como si al soltarlo pudiera perderse o caer en el peor de los males. Sigue con ellos cerrados cuando susurra una respuesta.

—Sabes que eso no fue así, Gabe —intenta razonar con él, girándose para por fin verlo a la cara—. Ella intentó-

—¡Que te calles! —brama interrumpiéndolo golpeando con los puños el asiento. Su respiración está agitada, su cara roja y deformada por la ira; se encuentra a punto de comenzar a llorar de la rabia e impotencia.

—Está bien, tranquilízate —intenta hablarle con voz serena y pacífica, queriendo calmarlo. Gabriel le dirige una mirada cargada de odio antes de decirle:

—Solo enciende el puto coche y llévame a casa; no aguanto un puto segundo más aquí encerrado contigo.

Comienzan a alejarse del lugar.

Ya sentada en su asiento, con la mochila propia y la de su hermano a sus pies, Olivia destapa el rotulador con la intención de pintarse las uñas con él para no aburrirse, mas su propósito se ve truncado en cuanto se queda bloqueada mirando la parte del objeto que el tapón había ocultado hasta entonces.

—¿Eso es un número de teléfono? —cuestiona divertido el moreno a punto de meter la llave para irse.

—Parece que sí —está de acuerdo con su conclusión mientras gira entre sus dedos el utensilio de plástico. Este, casi en la punta, posee un papelito a cuadros pegado con celo en el que se leen unos cuantos dígitos.

—¿Vas a hablarle? —indaga poniendo en marcha su medio de transporte, rumbo a su hogar. Olivia arruga la nariz apoyando la cabeza contra la ventana.

—No sé, ¿debería?

—Teniendo en cuenta lo impopulares que somos, alguien amigable no nos viene nada mal —aconseja, acordándose de Melanie. ¿Debería hacer caso de sus propias palabras? Aunque ella en ningún momento ha intentado hacerse su amiga. O igual su actitud es la que ha impedido que ella siquiera tratara de hacerlo.

—Tal vez —asiente ella, sacando su teléfono para encender la pantalla—. Aunque no sabría qué decirle.

—¿Tú no sabrías qué decirle? Desde cuándo te importa lo más mínimo tener algo coherente que decir —se burla su hermano. Ella pone los ojos en blanco, porque es su sello personal y lleva bastantes minutos sin hacerlo. Aun así se ríe.

—Sí, tienes razón, voy a ser directa y soltarle lo que pienso.

—Miedo me das.

Y tras un pequeño silencio en el que ella se dedica a guardar el número en contactos y teclear unos mensajes, se dispone a leerle a su hermano estos para conocer su opinión.

«Extraña forma de intentar ligar conmigo».

«Aunque te doy un punto por originalidad».

«Pero te quito medio porque ¡¿QUÉ ES ESO DE OLIVE?!»

«Por cierto, hola. Y gracias por el rotu y tu número escondido»

—Estás loca —es lo primero que sale de los labios de Elijah junto a una risa—, pero eres genial. Te adoro.

—Ya lo sé. —Pone los ojos en blanco, de nuevo, con una sonrisa.

—Creída.

Olivia se ríe de nuevo y precedida por un agradable silencio, formula una pregunta con la intención de indagar en lo previamente sucedido.

—¿Y ese chico, el que ha aparecido después? Madre mía, cómo os mirabais; creía que en cualquier momento os soltabais de hostias —expresa con los ojos muy abiertos.

—Es el capitán del equipo. Ya sabes, el enemigo.

—¡Ah! Pues para ser ese idiota es bastante guapo —comenta como quien no quiere la cosa, observando la reacción de su hermano. Ha visto al chico desde las gradas en numerosas ocasiones pelear a gritos con Elijah tras todos los partidos en los que han competido.

—Sí, no te lo voy a negar —acepta resoplando—, pero es un gilipollas.

—Y aun así se te van los ojos, ¿no? —inquiere con una susceptible mirada. Él se ríe sacudiendo la cabeza y se muerde el labio.

—Puede. —Olivia no aparta su vista de encima hasta que continúa hablando, presionándolo—. Ayer en las duchas... —comienza solo para picarla y que lo deje en paz.

—¡Eres un cerdo! —exclama sin dejarlo continuar.

—¡Entonces no preguntes! —grita también, riéndose; aparcan y se desabrocha el cinturón de seguridad.

Se bajan antes de que la puerta de casa se abra y Lucy salga corriendo gritando «Li». Le hace gracia porque se le dificulta ponerle la «e» delante, como si la emoción le impidiese decir más de una sílaba.

—¿Cómo te lo has pasado hoy, renacuaja? —le dice cogiéndola, apoyándola en una de sus caderas.

—¡Súper bien! Hoy he hecho mi primer examen y me ha salido súper súper bien. ¡Me lo sabía todo! —anuncia orgullosa abrazándose a su cuello.

—Muy bien. —Le da un beso en la mejilla y ella suelta una risita—. ¿De qué era el examen, princesa?

—Hola, eh, enana, que yo también existo —se queja su otra hermana mientras entran en casa, sin dejarla responder.

—Hola, Olivia —dice con voz bajita, sin soltar a su hermano.

—Cuánto favoritismo.

—Envidiosa —la chincha Elijah sin soltar a Lucy.

Se sienta con ella en el sofá, enfrente se halla la televisión que transmite un episodio de Miraculous Ladybug. Se entretienen con los dibujos animados, pues aunque Elijah está usando su teléfono no puede evitar estar pendiente de lo que ocurre en la pantalla. Aún tiene alma de niño.

Al poco tiempo sale su madre de la cocina con un té humeante entre las manos. Se sienta a su lado y da un sorbo.

—¿Qué tal el día, cielo? —se interesa mirándolo con cariño.

—Bien, un poco raro, pero bien —explica levantando la vista del móvil para clavarla en su madre. Ella acentúa la sonrisa que ya portaba y lo peina con las manos, apartando el flequillo de su frente.

—Ya te acostumbrarás.

Él espera hacerlo.

Ya es día miércoles y está terminando de vestirse tras la ducha posterior al entrenamiento de fútbol. Tiene a Robert al lado hablándole con entusiasmo sobre algo así como un nuevo descubrimiento científico que no está entendiendo muy bien por la falta de atención.

—¿Con quién comes en el almuerzo? —le pregunta de repente guardando la toalla doblada en su mochila.

—Con nadie —contesta incómodo, secándose las manos en los pantalones tras guardar los botes mojados de champú y gel. No hay manera de que admita en voz alta que los tres días que lleva siendo alumno del instituto Arlington se trae su propia comida de casa para no tener que pisar la cafetería y se esconde en el baño para comer. En Bedford era el chico más popular y si algún día hubiera decidido no sentarse en su mesa habitual con sus amigos —con los que por cierto había perdido el contacto nada más quemarse su escuela— cualquiera hubiera estado encantado de hacerle un sitio en su mesa. Pero aquí no, porque aquí todos lo odiaban gracias a su procedencia.

—¿De verdad? Qué mal —dice cerrando la cremallera antes de colgarse la bolsa del hombro—. ¿Quieres sentarte entonces mañana conmigo y mis amigos? —ofrece mirándolo con una sonrisa.

Elijah se cuelga la mochila también para irse juntos y mientras lo mira puede darse cuenta de que su rostro surcado de espinillas también está lleno de grandes pecas claras. Su nariz chata y de cerdito le da un aspecto gracioso.

—No sé, ¿no voy a molestar?

—¡Qué va! Son muy majos; te caerán bien, ya verás.

Al abrir la puerta se topan de frente con Melanie, que está apoyada contra la pared revisando su móvil. Los mira con indiferencia antes de volver a prestar atención a Instagram. Desde aquella conversación tan extraña que tuvieron ayer ella no le ha vuelto a dirigir ni siquiera una mirada de apreciación; como si no existiera, como si nunca se hubiera interesado siquiera lo más mínimo en su persona.

—Siempre me sorprende verla ahí esperando a Landon —le comenta Robert cuando están un poco alejados, en voz baja y acercándose más para no ser escuchado—. Se supone que las chicas tardan más en ducharse y arreglarse que los chicos. No es que haga caso a los estereotipos, pero ella tiene toda la pinta de acicalarse tres horas diarias por lo menos, ¿cómo sino va a ser tan perfecta? Y sin embargo la mayoría de las veces te la encuentras ahí esperándolo.

—No estaba maquillada y ni siquiera se ha secado el pelo. —Tras las palabras de Elijah ambos se giran a mirarla; su cabello húmedo pulcramente recogido en lo alto de su cabeza, su mochila en el suelo junto a sus pies y su vestimenta de lo más casual—. Es perfecta sin intentarlo.

—Qué envidia —susurra con las cejas fruncidas, volviendo a mirar al frente.

Y entonces suceden varias cosas a la vez:

Elijah sigue con sus pupilas pegadas al cuerpo de la chica de cabello rojizo; Melanie levanta la vista al sentirse demasiado observada y se da cuenta de ello; la puerta del vestuario se abre y Landon apenas pone un pie fuera pero es suficiente para escuchar la voz de la muchacha.

—¿Qué miras tanto tú? —espeta con gesto molesto. Landon mira hacia quién va dirigida la acusación sorprendiéndose al ver esos ojos oscuros que reconocería en cualquier lugar.

—¿Te está molestando? —Se acerca a su no-novia mirándola un momento, pero enseguida vuelve a enfocarse en el moreno.

Melanie se queda en silencio unos segundos en los que ni ella ni Elijah dejan de mirarse serios. Al final mira a Landon y esboza una sonrisa.

—No, no pasa nada, tranquilo. —Le da un beso en los labios y agarra su mano—. Vamos—. Y tira de él.

Landon se deja arrastrar, pero ahora es él quien mira a Elijah con seriedad. Es una advertencia para que se mantenga alejado de la chica si no quiere problemas, ambos lo saben.

Introduce la llave en la cerradura y la gira hasta oír el inconfundible sonido de apertura, entonces la puerta cede y accede al interior de la vivienda. Al ingresar él en la estancia el ambiente ameno y alegre se rompe. En el sofá, padre e hijo sentados con una conversación interrumpida y sus cabezas alzadas para mirarlo. La sonrisa congelada de su hermano vacila un momento, pero consigue mantenerse.

—Qué bien que llegas, Landy. Siéntate con nosotros.

Ante dicha petición por su padre titubea un poco antes de cerrar la puerta y dejar caer las llaves en el cuenco al lado de la entrada. Se acerca hacia ellos mientras Gabe se gira para retomar la charla con el hombre, ignorándolo.

—Bueno, lo que te decía, le digo eso y ella —su explicación es acallada por la voz de su padre, Raphael.

—Gaby, no seas maleducado, saluda a tu hermano.

Este lo mira con cara seria cuando se sienta al otro lado de su progenitor.

—Hola —pronuncia con sequedad. Se pone en pie—. ¿Sabes qué, papá? Mejor me voy a mi cuarto, hablamos luego cuando no nos interrumpan.

Apenas da un paso y entonces la orden que no da lugar a réplicas lo detiene.

—Siéntate.

Silencio. Gabriel tiene los brazos cruzados y la cabeza girada hacia el lado contrario de las dos personas restantes, enfurruñado. Landon se mira las manos sin añadir ni objetar nada.

—¿Qué pasa con vosotros dos? De pequeños erais inseparables.

Ninguno de los dos contesta, pero Raphael sigue esperando una respuesta. El mayor deja salir un pequeño suspiro decidiéndose a abrir la boca.

—A mí no me pasa nada, es él el que me odia.

Gabriel suelta una risa amarga, descruzando los brazos y dándose la vuelta mirándolo con ira.

—Por algo será, capullo.

—¡Gabriel, no insultes a tu hermano!¡Vete a tu cuarto!

Se marcha a pisotones, cerrando de un portazo. Bien, eso era lo que quería. Ya a solas, su padre está a punto de decir algo mas Landon no se lo permite.

—No quiero hablar del tema. Me voy a estudiar, en dos semanas tengo un examen.

—Pero si falta mu-

—Avísame cuando esté la cena —interrumpe.

En cuanto se encierra entre esas cuatro paredes que conforman su dormitorio, lanza la mochila por ahí y toma una nota mental para poner a lavar la ropa sucia del entrenamiento, aunque sabe que lo olvidará.

Se queda de pie en medio de la estancia, solo respirando, unos cuantos segundos que se toma para relajarse y pensar.

Ya no sabe qué hacer con su hermano.

Está tan agobiado que termina por decidirse a llamar a Melanie y los dos estudian por videollamada entre risas y bromas. Lo hace sentir mejor y se olvida de todo. Ese es el efecto que tiene Melanie en él: lo calma, lo reconforta.

Vengo a aclarar que Gaby se pronuncia «geibi». En serio, ¿por qué no me hago profe de fonética? Creo que debería crear un apartado destinado solo a la pronunciación de los nombres y apodos de mis personajes, ahre.

Fin del comunicado, tadaa.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro