Prefacio
A lo largo de mi vida he hecho varias cosas de las que no me siento orgulloso. De muchas de ellas me arrepentiré por siempre.
Robé dinero y artículos de tiendas para costear mi adicción. Mentí por miedo a las consecuencias de mis actos luego de traicionar a mi mejor amigo. Él me abrió las puertas de su hogar cuando mis padres me echaron de casa y yo le pagué involucrándome con la chica con quien salía. Los lastimé a él y a ella por no saber cómo lidiar con lo que estaba sintiendo. Si eso no fuera poco, tampoco pude salvar a mi novia de su adicción porque estaba lidiando con la mía propia.
La adicción a la heroína te convierte en otra persona. Nubla cada aspecto sensato de tu mente. Luchar contra ella e intentar mantenerte sobrio también nubla tu mente de una forma tortuosa, en especial los primeros días. No es una justificación ante todo lo que hice, dado que, si no hubiese conocido la heroína, es probable que hubiese hecho exactamente lo mismo.
Fui un miserable y me ocurrió lo que a todos los miserables les debería ocurrir: me quedé solo.
Toqué fondo. Un fondo muy distinto al que te deja la adicción a las drogas; ese te convierte en un muerto en vida, como un zombi, o te obliga a prostituirte. Toqué un fondo en el que perdí toda relación que había construido dentro de mis diecisiete años.
Mi familia me desterró. Mis amistades, quienes también eran mis compañeros de banda, no quisieron saber más de mí después de la traición que cometí. Me echaron de la banda y al día siguiente ya tenían a otro vocalista como reemplazo. No los culpaba, al contrario, sabía que eso pasaría cuando se enterasen de la verdad.
Las personas suelen decir que lo bueno de tocar fondo es que sólo puedes subir. Eso tiene sentido y creo que es algo a lo que los optimistas pueden aferrarse. Sin embargo, si algo he aprendido, es que no importa cuán mal te sientas o cuán mal lo estés pasando, la situación siempre puede empeorar.
Afortunadamente, mi vida pronto comenzaría a quedar plasmada en fotografías mientras que mis manos poco a poco se irían acostumbrando a la suavidad de una piel perfumada.
Pronto aprendería que debía dejar mi pasado atrás y que era mi turno de hacer las cosas bien.
Era tiempo de enmendar el daño causado.
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