Capítulo 8: Padre
Faltaba un día para adentrarnos como banda a un viaje por el país, sin saber cuándo volveríamos. Lo único cierto era que seríamos los teloneros de Blind Deer durante su pequeño tour por seis Estados del país. Luego de eso continuaríamos por nuestra propia cuenta tocando en otros locales. Martin y Cristopher estaban a cargo de cerrar esos tratos.
Aquella tarde iba en dirección al centro de la ciudad a comprar suministros de aseo. Quería dejar el Tattoo Studio reluciente antes de marcharme. Era mi forma de agradecer la oportunidad que me dieron Kate, Kenneth y el resto de los tatuadores.
No me iba a tomar mucho tiempo conseguir todo lo que necesitaba. El Tattoo Studio tenía una buena ubicación a unas cuadras del centro de la ciudad, por ende, cualquier cosa que necesitaba, lo encontraba a unos pasos.
Me detuve de golpe al pasar a un lado de un concurrido quiosco.
El titular de una revista era todo lo que invadía mi mente y ojos.
Permanecí tan rígido, que un chico más joven tropezó conmigo. No cayó al suelo, pero sí lo hizo su mochila. El impacto me obligó a moverme. A despertar.
Una tercera persona se sumó al metro cuadrado que compartía con el chico. Era el dueño del quiosco, quien vio la escena y se apresuró para ayudar al afectado a recoger sus pertenencias.
No lo pensé dos veces.
Era mi oportunidad.
Tomé la revista y corrí a toda velocidad. Jamás sabré por cuántos minutos me persiguió el dueño del quiosco porque no volteé en ningún momento. Corrí hasta sentir mis pulmones arder.
El grafiti de una rata blanca sobre una pared con ladrillos me ayudó a reconocer el lugar en el que me encontraba. Había transitado por allí muchas veces. Se me hizo tan natural que me relajé de inmediato.
Entré al callejón, ubicado a un costado del grafiti.
Con mi espalda apoyada en la pared, mi trasero en el suelo y mis piernas flexionadas, estiré la revista frente a mí.
Allí se encontraba una foto de mi familia; mis padres y mis hermanos. Mi padre vestía un traje de dos piezas color negro. Mi hermano estaba a su derecha. ¡Dios! ¡Cuánto había crecido! No lo recordaba tan alto.
Mi madre lucía elegante con un vestido blanco de cuello redondo. Estaba sentada, cargando a Audrey, quien llevaba un vestido rosa fuerte, con falda tipo tutú. En la fotografía no se notaba, pero podría apostar a que su falda tenía brillos. Se veía hermosa.
Mi sonrisa desapareció tan pronto leí otra vez el encabezado.
El nombre de mi padre se ubicaba en la esquina de la revista, bajo este yacían las palabras con las que se promocionaba la entrevista: «Mis dos hijos y mi esposa son todo mi mundo».
Eran tres hojas dedicadas a él. Una entrevista en la que hablaba de los logros en su carrera. Sus metas. Sus sueños y desafíos. Su familia. Su esposa. Sus dos hijos... Dos hijos.
No hubo ninguna palabra con respecto a mí dentro de esas tres hojas. Era claro que ya estaba en el olvido. Enterrado.
Lloré.
Me imaginé a mi padre hablando con soltura sobre sus dos hijos sin que mi madre ni mis hermanos lo corrigieran. Sin que nadie le dijera que eran tres. Que yo también existía.
Recorté con las manos las fotografías de la revista en donde salían mis hermanos y las guardé en mi bolsillo.
No regresé al trabajo. Tampoco permanecí en ese callejón por mucho tiempo.
Caminé sin rumbo por la ciudad con la esperanza de tapar la angustia con cansancio.
El sol comenzaba a esconderse, pero la idea en mi cabeza no lo hacía. Era una idea tan punzante como lo era el sol en mis ojos. Me cegaba.
Nada bueno iba a conseguir, pero quería matar la idea en mi cabeza. Quería intentarlo.
La gran reja de color negro fue mi obstáculo. De no existir, habría llegado hasta la puerta y habría golpeado la lujosa madera hasta que alguien me abriera. Habría golpeado con la esperanza de que, quien fuese que abriera esa puerta, estaba esperándome.
Rodeé los fríos barrotes con mis manos como si fuese un preso encarcelado.
¿Cuál era mi crimen?
Me hallaba frente a la casa que me vio crecer. La que hace un tiempo llamé hogar. Todo estaba tan silencioso que comencé a exasperarme.
¿Por qué nadie se daba cuenta de que regresé? ¿Por qué nadie salía a recibirme?
No pude soportar más el silencio. Necesitaba ruido. Necesitaba acompañar la soledad con algo.
Comencé a gritar mientras sacudía los barrotes, sin lograr siquiera que se movieran un poco.
De repente, el portón comenzó a moverse.
Con la respiración acelerada me volteé, solo para comprender que estaban abriéndose para darle paso a un vehículo negro y de vidrios polarizados, el que se detuvo frente a mí.
No me moví, aunque las luces delanteras amenazaron con dejarme ciego. Tampoco me moví cuando vi la puerta trasera abrirse, dándole paso a un hombre de actitud imponente. Era mi padre.
—¡Ey! ¡Fuera de mi propiedad! —Caminó con paso firme en mi dirección—. Llamaré a la policía si no te vas en este mismo... ¿Matthew? —dijo al reconocerme. Sus pasos se detuvieron—. Matthew... ¿Qué haces acá? ¿Vienes por dinero? Te advierto que no conseguirás nada. —Sacó su celular para atender un llamado.
Habló a través del aparato con normalidad. Por sus palabras, era un asunto del trabajo.
Mi aversión se incrementaba cada vez que me dirigía la mirada. Reconocí nada más que desprecio. Mi presencia, sin duda alguna, había arruinado su apretada agenda. Podría asegurar que él deseaba que desapareciera y me perdiera para nunca más volver.
—¿Qué quieres? —insistió tan pronto introdujo su celular en el bolsillo de su traje.
—Vas a ser abuelo. —Sus ojos se abrieron en sorpresa—. Y juro por mi vida que jamás verás a ese niño o niña. Me aseguraré de que jamás sepa de tu existencia.
Era mentira. Rachel no estaba embarazada. Tan solo quería decirle algo que lo lastimara. Algo que le carcomiera la conciencia y lo atormentase día tras día. Esperaba haberlo conseguido.
Me alejé de ahí conteniendo las lágrimas.
Fue triste saber que estaba tan cerca de mis hermanos y no pude siquiera ver sus sombras.
Extrañaba tanto a Audrey. Cargarla en brazos y escuchar su risa eran una medicina. Verla concentrada mientras «horneaba» pasteles en su cocina de juguete y lo emocionaba que se ponía cuando el pastel de plastilina le quedaba similar al de las revistas que usaba como guía.
En un tiempo más, crecería y reemplazaría ese juego por otro. Era normal. Era parte de crecer. Lo que me apenaba era que no iba a estar ahí para compartir con ella mientras usaba su siguiente juguete favorito.
Me detuve frente a un edificio en especial. Lo observé taciturno desde la vereda de enfrente. Hace unos meses, fue uno de los lugares que frecuentaba a menudo; la residencia de mi traficante de heroína.
¿Siempre lució así de deteriorado y gris o era el estado de sobriedad en el que me encontraba lo que lo hacía lucir tan mal?
Cuando era un adicto, ver ese departamento se sentía como ver el cofre de un tesoro. Un cofre que guardaba oro puro en su máximo esplendor.
No cargaba con dinero, pero sabía que eso no sería impedimento para conseguir una dosis. Derek me lo cobraría después o incluso me la regalaría. También sabía que él usaría todas sus artimañas para hacerme cambiar de opinión.
Derek era un traficante especial, cuidaba de los que consideraba sus amigos y los motivaba a continuar sobrios. Aunque la mayoría del tiempo fallaba en ese intento, ¿y cómo no? Él no era un digno oponente contra la diosa. Contra la heroína.
Tenía dos opciones. Dos caminos si es que golpeaba la puerta del departamento de Derek: morir o retornar a la dependencia.
La primera sería una liberación. Siempre he creído que recibir una dosis capaz de matarte debe ser «el viaje» más placentero jamás experimentado. Debía ser similar a ese que se alcanza la primera vez que te inyectas. Las siguientes veces lo haces con la esperanza de alcanzar algo semejante a ese primer «viaje», sin nunca conseguirlo.
La segunda opción era volver a la esclavitud luego de seis meses sobrio.
No podía hacerle eso a Rachel. No podía arrastrarla a mi agonía, ni a ella ni a Kate. No después de todo lo que han hecho por mí.
Leí el tatuaje en mi antebrazo derecho, el que me hice hace una semana exacta; «Not Today/Hoy no».
Decidí volver al departamento donde alojaba.
No quería enfrentarme a la realidad ni a las preguntas, pero ya había desaparecido toda la tarde y parte de la noche. No podía seguir haciendo lo mismo. Tenía que dejar de ser tan egoísta y pensar en los demás.
Por el pasillo me encontré con Kate. Su mirada se ablandó por un segundo para luego endurecerse como una piedra. Caminó aprisa hacia mí. Cuando nuestra distancia fue de un par de centímetros, levantó la mano. Iba a golpearme.
—¡Mierda, Matt! —Empuñó ambas manos y soltó un leve grito de frustración. Se había retractado de darme un golpe—. Si no fuera irreversible, ¡te mataría ahora mismo! —Rodeó mi rostro con sus manos y con suavidad me examinó—. ¿Estás bien?
Vagué en mi respuesta antes de preguntar por Rachel.
Kate me explicó que terminó su jornada de forma normal en el Tattoo Studio y que al llegar al departamento no tuvo más opción que decirle a Rachel la verdad.
—Salió a buscarte tan pronto le conté que no volviste al trabajo.
Mi pobre Rachel. Se me hizo un nudo en las entrañas mientras escuchaba el relato de Kate.
—Me quedé aquí en caso de que regresaras. Comí algo, alimenté a Ozzy y una hora después salí con la intención de sumarme a la búsqueda. Iba a eso cuando te vi.
Me pareció extraño que no mencionara a Jake en su relato. Por alguna razón, no quiso que él se involucrara.
—Lamento no haber regresado al...
—Silencio. —Levantó su dedo índice y con la otra mano sacó su celular—. Le avisaré a Rachel que llegaste.
Esa noche la pasé en vela. Lo único que escuché fue el sonido que hacía mi lápiz sobre las hojas y la respiración de Rachel acostada a mi lado. Utilicé un poco más de ocho hojas de mi libreta. Cada una de ellas llevaba frases dirigidas a mi familia.
Recuperé el sueño perdido durante el viaje en la van, al día siguiente, rumbo a Nashville, Tennesse.
___
¿Cómo están? Espero que bien.
La banda comenzará con su mini tour y ¡yo no puedo estar más emocionada por eso!
En el próximo capítulo reaparece el chico rubio ♥
¡Nos vemos el próximo domingo!
Que tengan una bonita navidad ♥
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