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Capítulo 7: Mi ex

Temor. Eso era lo único que reconocí en los azules ojos que me miraban. Tomé una bocanada de aire. Una y otra vez, hasta sentir que volvía a respirar.

—Tranquilo. Fue una pesadilla. —Sus manos rodearon mi rostro—. Estás conmigo.

Tardé en reconocer el lugar y tiempo en el que me encontraba. La tenue luz de la lámpara de noche, junto al tacto de Rachel, me ayudaron a opacar la sensación de angustia.

—¿Quieres que te traiga algo? —dijo Rachel sentada a mi lado—. No te quiero dejar solo, pero si necesitas algo, solo dímelo.

Al no obtener respuesta de mi parte, me entregó justo lo que necesitaba: un apretado abrazo en el que pude dar rienda suelta a mis emociones.

Mis ojos se aguaron mientras recordaba la pesadilla; Lucy estaba conduciendo a gran velocidad. Yo iba a su lado, asustado como un niño. Intenté advertirle de que debía bajar la velocidad, que era peligroso. Las luces de los autos de la pista adyacente me cegaban y lo rápido que tomábamos las curvas me tenía con el estómago revuelto.

Fue todo tan real. De repente nos volcamos y desperté cuando el auto se estrelló.

—Estás a salvo aquí.

Rachel me mantuvo entre sus brazos hasta que mi respiración se normalizó.

—¿Quieres que te traiga algo para beber?

Negué con la cabeza y sus manos acariciaron mi espalda baja.

No sabía por qué en momentos como esos me retraía, tanto que, no se me apetecía hablar. No era que me quedara sin voz, tan solo no quería expresarme.

Era un bendecido, puesto que aquello, a Rachel no le molestaba. Ella no me exigía respuestas. Me daba espacio. Me entendía.

Hasta entonces, desconocía lo callado que podía llegar a ser a veces. Es curioso cómo nos vamos conociendo a nosotros mismos por medio de las observaciones de los demás.

—No supe qué hacer —confesó corriendo hacia un lado un mechón sobre mi frente—. Gruñías y tus extremidades se movían como... no lo sé... ¿Espasmos? —Frunció el ceño—. No sabía si despertarte era una buena idea. Escogí no hacerlo.

Aparté las mantas que me cubrían y me levanté, no sin antes besar la frente de Rachel.

La odiosa mujer que fue a tatuarse debió remover algo en mi subconsciente, deduje mientras bebía algunos sorbos de agua fresca en el baño.

—¿Mejor? —cuestionó Rachel en mi retorno a la habitación.

Asentí, de pie a un costado de la cama. Ella continuaba sentada sobre el colchón, con su cabello revuelto y su mirada sobre mí. Se notaba preocupada.

—Ven. Necesitas mimos. —Estiró sus brazos en mi dirección.

La miré a los ojos antes de soltar con pesadumbre:

—Quiero hablarte de esto que me está pasando.

—¡Ay, gracias! —Sus hombros se relajaron tan pronto soltó ese comentario—. Necesitaba saberlo o no iba a poder dormir.

—¿Por qué no preguntaste? —Sonreí. Su gesto de alivio me causó gracia.

—No quería presionarte... Supongo que detrás de todo eso hay un trauma y quería darte tiempo.

Trauma. Esa palabra caló hondo en mí.

Suspiré tratando de darme valor. Confiaba en ella y se lo quise demostrar.

—¿Recuerdas que te hablé de mi ex? —inquirí.

Asintió.

Quise continuar hablando, pero algo me lo impidió.

Quizás era el miedo. Miedo a su reacción, a ser malentendido, o a decir algo que dejase mal la imagen de Lucy ante sus ojos.

Cualquiera sea la razón, ella comenzó a impacientarse.

—Me contaste que ella falleció. —Su mirada se intensificó.

Volví a enmudecerme. Tuve un inmenso deseo de golpearme a mí mismo. Era frustrante.

Esa situación habría sido más sencilla si hubiese estado frente a mi libreta y sosteniendo un lápiz.

—Matt, si esto es difícil, no sigas. Podemos hablarlo otro día.

—No —dije de forma tajante. Hablar de la culpa que sentía por la muerte de Lucy era algo que debía hacer. Me enfoqué en eso y continué—: Ella falleció por una sobredosis de heroína. Yo encontré su cuerpo... Seguía tibio.

Sus ojos continuaron fijos en mí, atenta a mis movimientos. Decidí relatarle todo sobre ese momento. Sin pausas. Sin miedos.

—Con Lucy habíamos sido novios con anterioridad, pero terminé con ella porque me engañó. Meses después me contactó, pues quería dejar la heroína para siempre y se había enterado de que yo llevaba bastante tiempo sobrio. Yo en ese entonces quería dejar de vivir con Dylan, así que acordamos ayudarnos.

»Ella anduvo bastante bien después de esos horrendos e infernales primeros días de sobriedad... Esos días en los que literalmente te debes encerrar bajo llave para obligar a tu cuerpo a desintoxicarse mientras solo puedes rogar por misericordia. Permaneció sobria por varios días, pero esa noche debíamos tocar con la banda en el bar Insomnia.

»Lucy se encontró allá con sus amigos traficantes. Discutimos porque había negociado un buen precio por la droga y necesitaba que le consiguiera dinero. Intenté que entrara en razón, pero insistió con que era una oportunidad única.

»Todo adicto rehabilitado, o en camino a serlo, lucha cada día contra esas monstruosas ganas de querer hacerlo una vez más. Es siempre el mismo discurso: Si tan solo pudiera usarla una vez más, una última vez. Luego la dejo para siempre.

Mis manos comenzaron a temblar y sentí mi boca secarse.

—Oh... solo una vez más —murmuré al cubrir mi rostro. Tomé una bocanada de aire para sacar mi mente de ese bucle al que era fácil entrar y muy difícil salir. Descubrí mi rostro y solté con frialdad—: Esa una vez más fue la que mató a Lucy.

Quizás sea morboso lo que confesaré, pero cuando me invadían esas repentinas ganas de volver a consumir, como lo fue ese momento en medio de mi relato, cerraba los ojos y recordaba el cuerpo de Lucy sin vida. Luego pensaba en Rachel y la necesidad de la droga era reemplazaba con la necesidad de verla a ella.

—Su cuerpo seguía tibio cuando la encontré. La ambulancia llegó e intentaron reanimarla, pero ya era muy tarde. —Boté el aire contenido, deseando que la culpa fuera así de fácil de botar—. Esa noche después del show la dejé sola. Sabía que, si me quedaba con ella, también iba a tener una recaída. Preferí caminar por la ciudad y seguir sobrio antes que acompañarla... ¿Comprendes lo que digo? Ella pidió mi ayuda. Confió en que podría ayudarla y yo la dejé sola. La dejé sola.

—Ay, Cielo...

—Quizás Lucy seguiría con vida si me hubiera quedado con ella. Otras veces pienso que quizás esa noche también era mi turno.

—Matt...

—Quizás también debí haber muerto...

—¡Matt! —Rodeó mi rostro con sus manos—. Ella tomó una decisión. Lo que pasó fue producto de su decisión, no la tuya.

Rachel me entregó un apretado abrazo, uno que me hizo entender que un lugar seguro no necesariamente involucra cuatro paredes, sino que también puede estar hecho de músculos y huesos, ser de tacto suave e irradiar calor.

Esa idea de las almas gemelas siempre me pareció un cuento de hadas, similar a esos que le leía a Audrey, mi hermanita pequeña, cuando se escabullía a mi cama luego de haber tenido una pesadilla.

Sin embargo, cuando Rachel me abrazaba de esa forma, tan pura y tan sanadora, creía en la existencia de la magia.


***


Detuve la escritura cuando noté a Rachel aproximarse a la cabecera de la cama. Había pasado toda la mañana encerrado en la habitación, escribiendo sobre Lucy. Sobre la culpa, las pesadillas, la muerte y las adicciones.

—Quiero hablarte de algo. —Sentí su mano posicionarse sobre la mía.

Cerré la libreta con el lápiz en su interior y los dejé sobre la mesa de noche.

—Tú me contaste sobre tu ex y yo quiero hacer lo mismo —dijo mirándome.

Subió sus rodillas a la cama. Se sentó con las piernas juntas, con su trasero sobre sus talones, frente a mí. Mis ojos se fijaron en sus pantimedias negras y la bonita transparencia que se formaba en sus muslos. Llevaba puesta una de sus tantas minifaldas a cuadros, una en tonalidad gris.

Si ella hubiese sabido lo mucho que me fascinaba verla vestida de falda con pantimedias, no habría escogido la habitación para hablar de un tema serio conmigo.

Rachel no era tonta. Se percató rápidamente de que mi mente dio rienda suelta a las fantasías.

—Mi ex es una chica —soltó así nada más, como quien suelta una bomba esperando causar el mayor impacto posible.

Mentiría si dijera que no me sorprendió. Su bomba dio resultado; dejé en un segundo plano lo jodidamente sexi que se veía y me enfoqué en la conversación.

Sus labios se mantuvieron cerrados y sus ojos fijos en mí. Estaba estudiando mi reacción.

Continuó hablando una vez que se convenció de que mi atención estaba cien por ciento enfocada en sus palabras.

—Fue mi mejor amiga desde que tenía once años. Siempre me pareció una chica increíble. Yo salía con un compañero de clases, demasiado tímido para mi gusto, pero era respetuoso y disfrutábamos de hacer cosas juntos. Tiempo después empezamos a tener problemas y yo, como cualquier chica, me desahogué con mi mejor amiga. —Soltó un suspiro—. No sé en qué momento empecé a sentirme más a gusto con ella que con él. Quiero decir, todos sentimos un amor especial por nuestras amistades, ¿cierto? Es un tipo de amor distinto... Pero con ella, ese tipo de amor se transformó en deseo. Mucho deseo.

Desvió la mirada hacia la pared por unos segundos antes de retornarla a mí.

—Deseaba tenerla cerca y no me tomó mucho tiempo darme cuenta de que sentía una atracción diferente por ella. Ya no la quería como amiga, la quería como amante. Me sentí tan afortunada cuando me correspondió.

Se acercó a mí con lentitud hasta sentarse sobre mi regazo. Lo próximo que sentí fueron sus manos posicionarse sobre mis hombros.

—¿Tienes algún problema con que mi ex sea una chica?

Me sentí algo intimidado por su pregunta. Mi corazón comenzó a latir con velocidad.

—Para nada. —Apacigüé la situación con honestidad y rodeé su cintura—. Ahora tenemos otra cosa en común.

Esbozó una sonrisa que iluminó todo su rostro. Eran de esas sonrisas que me dejaban maravillado y que, por más que lo intentase, no podía apartar mi vista de ella.

—Sé lo que estás pensando y te asusta preguntarlo —prosiguió—. Es normal que quieras saberlo, así que hazme la pregunta.

—A mí me da igual mientras quieras estar conmigo.

Rodeé su rostro con mis manos, dispuesto a perderme en el azul de sus ojos. Ese azul que me entregaba calma y liberaba parte de mi pesada carga.

Ella se impacientó.

—No lo vas a preguntar, ¿cierto? —inquirió con dulzura y un atisbo de arrogancia.

—¿Qué crees tú que te quiero preguntar? —dije sintiendo el calor en mis mejillas. No me atreví a decir nada más sensato.

—No se puede hablar seriamente contigo, ¿verdad? —comentó luego de otra pausa en la que debió sentir lo que pasaba bajo mis pantalones para haberme mirado de la forma en que lo hizo.

—Objeción, su señoría. —Se me escapó una risilla nerviosa. Tragué saliva antes de protestar—: Estás sentada sobre mí y te ves muy bella con ese atuendo.

—Andas con suerte, porque voy a responder a todas tus preguntas justo ahora; soy bisexual. Sí, tuve sexo con una chica. No tengo preferencias y no podría escoger con cuál género es mejor el sexo.

Aqueldía comprendí que ella era capaz de leer mi mente.


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