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Capítulo 6: Tatuajes

Boté el aire por mi boca al mismo tiempo que enderezaba mi espalda. Contemplé con orgullo cada rincón del Studio. El local lucía tan reluciente que parecía recién inaugurado.

—A Cenicienta le salió competencia —comentó Kenneth seguido de un silbido largo.

Él era uno de los tres tatuadores con los que contaba el local. Se especializaba en el estilo realista.

—Buen trabajo, chico. —Colgó su chaqueta en el perchero—. ¿Qué tenemos para hoy?

—A las diez tienes la primera cita. —Había leído toda la agenda del día y sólo esa cita se grabó en mi memoria—. La chica que quiere el retrato de su Rottweiler. —No quise decir en voz alta el nombre de esa clienta porque me recordaba a alguien.

Kenneth asintió y se dirigió al pasillo que llevaba a su puesto de trabajo.

Fui a la parte trasera a guardar los utensilios de aseo. Al retornar, noté que frente al mesón se encontraba la cita de Kenneth, con una expresión que reflejaba impaciencia.

—Esta cosa no funciona —reclamó ella presionando sin parar la campanita del mesón que estaba a disposición para quien quisiera anunciar su llegada.

—Lo siento. —Me acerqué a mi puesto de trabajo con la nariz arrugada y una mueca de disgusto.

El sonido de la campanita era muy molesto desde tan cerca, o ella tenía el don de hacerlo más odioso. Me incliné por la segunda opción, entretanto buscaba los papeles que debía entregarle.

—Lucy Irons —dijo una vez que dejé los documentos frente a ella, con el mesón dividiéndonos.

Me paralicé al instante. Mi mente se transportó de forma veloz al momento en que el paramédico trataba de reanimar a Lucy, mi ex pareja, mientras repetía su nombre una y otra vez.

—¿Hola? ¿Me escuchaste?

La observé confundido. Escuché a la distancia que la puerta se abrió, trayendo consigo el ruido de unos tacones que hacían contacto con el piso.

—¿Puedo ayudarle en algo? —Kate apareció a un lado de la chica. Su voz familiar me regresó a la escena.

—Llevo varios minutos esperando por mi atención, todo gracias a la lentitud de este chico.

Kate la asesinó con la mirada y luego me observó, esperando mi versión de la historia. Sabía que, si le contaba que era ella quien había estado complicando las cosas, Kate me creería, sin importar que eso significase perder un cliente.

—Lo siento. Me distraje —dije para ambas—. Por favor, llene este formulario y ponga su firma aquí. —Indiqué con mi dedo índice una línea al final del documento—. No olvide leer todo con atención.

La clienta tomó los papeles y se los llevó al sofá ubicado en la esquina, en el sector que funcionaba como sala de espera.

Volví a disculparme con Kate y le prometí que eso no volvería a suceder. No quise entrar en detalles. Kate esbozó media sonrisa y desvió el tema a lo reluciente del local.

La chica de la cita se acercó al mesón con el formulario completado. Kate se ofreció para guiarla donde Kenneth. Me atrevería a pensar que lo hizo para evitarme otro mal rato.

Suspiré de alivio al quedarme solo.

—Es demasiado odiosa para tener tan solo treinta años —comentó Kate de vuelta en el mesón. Acababa de revisar el formulario que rellenó la clienta—. No me la quiero imaginar cómo será a los cuarenta. —Guardó el documento en el archivador antes de voltearse hacia mí—. Por eso prefiero tatuar a hombres.

—Te gusta vernos sufrir. —Se me escapó una sonrisa divertida.

—¡Cierto! ¿Cómo están tus tatuajes? Déjame ver.

Hace tres días Kate me tatuó un ave fénix en el lado izquierdo de mis costillas y la frase «Not today», cuya traducción es «Hoy no», en mi brazo derecho, cercano al sitio donde muchas veces clavé una aguja.

Levanté mi sudadera y le enseñé el tatuaje del ave que, ante mi baja experiencia, le dije que estaba sanando bien. Kate me confirmó con entusiasmo que así era.

Ella no me cobró ni un peso por aquel trabajo.

«Cuida bien de Rachel», fue su única respuesta cuando le pregunté por el costo final. Esas han sido las palabras más dulces que me ha dicho con respecto a mi relación con su media hermana.

«Hazle daño y te quedarás sin techo y sin piernas», dijo cuando quise saber si contaba con su aprobación porque quería hacer de Rachel mi novia.

Un escalofrío recorre mi espalda cada vez que ese recuerdo se atraviesa en mi mente. No solo por la forma en que soltó esas palabras, sino que también por la imagen mental de Rachel sufriendo por mi culpa.

Una imagen aterradora.

El resto de la tarde me dediqué a mis labores: atención de público, gestión de las citas y el aseo.

Los dueños del negocio me tenían prohibido manejar dinero, eso era trabajo de cada tatuador. Ellos sabían de mi pasado y, aun así, me abrieron las puertas de su negocio. No tenía nada más que agradecimientos hacia ellos por la oportunidad. En especial con Kate, por razones obvias.

Me encontraba cerrando el archivador del mes correspondiente cuando un chico se acercó al mesón con la intención de hablar con Kate. Era como de mi edad. Le indiqué que ella estaba ocupada tatuando a su cliente. Él cambió su discurso de forma repentina y solicitó agendar una cita con ella para mañana.

Noté que sus manos comenzaron a temblar.

Al decirle que ella tenía todo ocupado hasta la próxima semana, no hizo esfuerzo en cubrir su malestar, lo que confirmó mis sospechas: estaba sufriendo por los síntomas de abstinencia.

Me atrevería a sospechar que su mal era la cocaína, porque me recordó al mal genio de Dylan cuando pasaba por esos episodios.

La puerta del local se abrió. Sentí un alivio enorme al ver que se trataba de Jake. Pronto cerraríamos, por lo que supuse que debía venir por Kate. Extrañamente, el chico también se alivió al verlo.

—Jake, amigo, ¡tanto tiempo! —saludó el sujeto.

Por el rostro de Jake, deduje que no estaba contento con su visita. Parecía que el chico también se percató de aquello.

—¡Vamos! No me digas que te olvidaste de mí.

—Ian... No, no me he olvidado. ¿Cómo has estado? —preguntó Jake por cortesía antes de apoyarse sobre el mesón.

—No tan bien como tú. Que estés aquí me confirma que sigues con Kate. ¿Cuánto tiempo llevan juntos?

Tragué saliva.

Juraría que el tiempo se detuvo mientras que Ian esperaba por una respuesta. Una que nunca llegó.

—Como sea. —Ian se giró hacia mí—. No me iré de aquí hasta que me confirmes una cita con Kate. Necesito que ella me diga qué parte de mi cuerpo quiere tatuar esta vez.

Mis ojos saltaron como resorte al rostro de mi amigo. Se notaba que estaba luchando por controlarse.

—Hum... —balbuceé como un idiota sin cerebro. Necesitaba decir algo, pero nada sensato se formó en mi cabeza.

—Extraño la buena mano de la dulce Kate. —Esbozó una sonrisa arrogante.

¿Qué le pasaba a ese sujeto? ¿Se divertía provocando a la gente? Si ese era su propósito, debía estar contento, pues parecía que Jake lastimaba sus manos por la gran fuerza con la que apretaba sus puños.

—Aunque, lo que más extraño, es deleitarme con su buen trasero.

Ese tipo no lo sabía, pero estuvo cerca de firmar su certificado de defunción.

Me paralicé por segunda vez en el día al presenciar a Jake abalanzarse como un jodido demonio sobre el sujeto.

Pocas veces me había tocado ver a Jake en ese estado. Era como si dejara atrás su cuerpo de ser humano y se transformase en un puto mastodonte. Ni siquiera intenté detenerlo, sabía que sería en vano.

Reaccioné cuando escuché los gritos desesperados de Kate a mis espaldas. Corrí hacia ella y la abracé con fuerza al intuir que iba con la intención de entrometerse en la pelea.

—Jake, ¡detente! ¡Para, por favor! —imploró ella—. ¡Lo vas a matar!

Kenneth se sumó junto con el robusto hombre que era su cliente en ese momento. Este último estaba a torso descubierto con su tatuaje a medio terminar en la espalda. La adrenalina del momento debió suprimir el dolor del reciente tatuaje, ya que, entre ambos, lograron apartar a un iracundo Jake.

Kate se liberó de mí y corrió donde Ian, quien yacía inconsciente.

—¡Estás demente! —gritó ella con la mirada clavada en su novio—. ¿Qué te hizo? Es un cliente, ¡maldita sea!

—Lo-lo siento...

Miré por el cristal de la entrada del local, donde comenzaba a formarse un tumulto de gente. Nos pusimos nerviosos. No sabía cuánto tiempo llevaban ahí, pero era muy seguro que, al menos uno de ellos, había llamado a la policía.

—Matt, llévate a Jake de aquí. —Escuché la voz de Kenneth y lo busqué con la mirada. Lo encontré cerca del mesón, con las llaves del local en su poder—. Nosotros nos encargaremos.

Asentí. No tuve que decirle nada a Jake para convencerlo de que lo mejor en ese momento era que se fuera. Él salió de allí con prisa.

Agarré mi mochila antes de ir tras él.

De un mastodonte pasó a convertirse en un veloz conejo que corría a su guarida. Debí aumentar la velocidad o lo perdería. Tampoco quise ir a su lado. Preferí darle espacio.

Se detuvo frente a su auto e introdujo su mano en uno de sus bolsillos, de donde sacó las llaves con las que abrió la puerta.

Lo observé por mucho rato, a unos pasos de distancia.

Poco a poco su pecho empezó a moverse a un ritmo normal. Tranquilo. Su mirada reposaba al frente y sus manos lo hacían sobre el volante. Nadie sospecharía que aquel calmado chico acababa de ensañarse contra otro ser humano.

Al día siguiente, Kenneth me contó que era la segunda vez que ocurría algo similar. La diferencia yacía en que aquella vez Jake alcanzó a dar un único golpe al otro tipo antes de dejarlo inconsciente. Todo eso provocado por la lasciva mirada que le entregó ese sujeto a Kate.

Jake, en más de una oportunidad, nos contó, a mí y al resto de la banda, que cuando tenía nuestra edad participó en varias peleas clandestinas que le dejaban buen dinero. Se vio obligado a terminar con eso cuando falleció su abuelo, quien fue un padre para él. Debió adoptar prontamente el papel de «hombre de la casa» y cuidar de su abuela. Se convirtió en vegetariano y comenzó a leer sobre el budismo y otras doctrinas filosóficas.

Quizás así quiso dejar atrás esa parte violenta de él.

Jamás lo sabré.

Lo que sí sabía era que los celos estaban gatillando algo dentro de él.

Losmalditos celos... Esa emoción que más de una vez también dejé que me controlaran.


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