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Capítulo 2: El traje (Parte I)

Me sentía ridículo frente al espejo producto del horrendo traje de dos piezas que vestía. Las veces anteriores en las que me encontré en esa misma situación, disgustado con mi reflejo, se debieron a mi espantoso deterioro físico.

Arrugué la nariz al percibir el olor a incienso barato que Jake encendió. Sospeché que lo hizo a propósito para que tomase pronto una decisión y me fuera de su habitación, con el traje de dos piezas en la mano, por supuesto.

—Te dije que te quedaría bien —insistió mirándome con impaciencia.

Jake era el bajista de la banda y novio de Kate. Hace no mucho tiempo nosotros dos nos desagradábamos. Nuestras personalidades y puntos de vista chocaban a menudo. Mi acercamiento con Kate y mi nueva forma de enfrentar la vida nos ayudó a que ambos viéramos una faceta distinta de nosotros mismos. Me gustaba pensar que eso era un signo de madurez en mí.

Cuando Jake me dijo que todavía guardaba el traje que usó en su fiesta de graduación me emocioné, pues claro, eso significaba que no tendría que pasar por el agobio de ir a una tienda. En mi cabeza se formó la ilusión de que sería un perfecto traje de color negro que, en el peor de los casos, me quedaría ancho. Nunca imaginé que el traje del que hablaba sería de un color tan horrible.

—Una talla menos te quedaría mejor, aun así, no se te ve mal. —Trató de sonar amable con su mentira.

Se paró a mis espaldas y con su mirada en mi reflejo trató de convencerme de que el color burdeos me quedaba bien.

—Iré a una tienda. —Comencé a despojarme del terno de forma lenta, pese a que quería arrancármelo lo antes posible por recordarme el estilo de vestir de mi padre—. Quizás tenga suerte y encuentre algo en oferta. Mi plan B es ir a la tienda de segunda mano.

Escuché a Jake resoplar y sus pasos se alejaron. Con cuidado dejé el terno sobre la cama y me coloqué mi sudadera con capucha color gris.

De repente noté la silueta de Jake parado a un costado.

—Toma. —Lo miré con asombro al darme cuenta de que sostenía un fajo de billetes—. Cómprate algo decente. No quiero que Rachel sea el hazmerreír de la fiesta por llevar una pareja que viste estropajos.

—Pe-pe-pero... —No esperaba tal noble gesto.

—Me lo devuelves después —comentó como si estuviera regañándome—. Hago esto como un favor hacia ella. Suficiente tendrá que soportar con que pises sus pies mientras bailan.

Solté una carcajada. A veces Jake era cómico.

—Dylan también debe comprar uno.

Su comentario borró mi sonrisa y lo observé con asombro. Hasta ayer, Dylan no tenía ningún interés en asistir a la fiesta de graduación.

—Podrían ir juntos a la tienda —propuso Jake.

—¿Lo convenciste tú?

—Ya quisiera llevarme el crédito. Lo intenté tanto que ese mérito debería ser mío. Fue Brad quien lo convenció.

Guau... ¿Qué le habrá dicho Brad? Conociéndolo, debía existir una apuesta o algún trato de por medio. No me sorprendería que Brad apareciera con la cabeza rapada o disfrazado como un payaso en el próximo show.

—Llámalo. —Me entregó su celular—. Pregúntale si compró algo. Si dice que no, ya sabes qué hacer.

Agradecí para mis adentros el gesto de Jake porque no me dio tiempo para decírselo. Salió de la habitación con apuro. No obstante, él sabía tan bien como yo que Dylan no aceptaría asistir a ningún sitio conmigo.

Habían transcurrido casi dos meses desde que Connie se fue a otro país y las cosas con Dylan seguían igual de distantes. Intercambiábamos alguna que otra palabra exclusivamente sobre temas que involucraban a la banda. A su cumpleaños número dieciocho ni siquiera me invitó.

Busqué su contacto en el celular. Aunque sabía la respuesta que me entregaría, y apostaría mi vida a que sería una negación, tenía que intentarlo.

—¿Qué pasa? —contestó Dylan con fastidio, como si supiera de antemano que era yo.

Las primeras veces que lo llamé desde ese celular, contestaba como si fuese Jake quien lo llamaba. Con el tiempo aquello cambió de forma rotunda. Estaba seguro de que, si yo tuviese un celular propio, esa llamada ni siquiera la hubiese atendido.

¿Con qué nombre me guardaría entre sus contactos? «Basura», «Traidor», «Mierda andante» son algunas de las opciones que se cruzaron por mi mente.

—Dylan, soy yo. Jake me acaba de contar que irás a la fiesta.

—Ajá.

—¿Tienes visto que vas a vestir? Porque iré al centro comercial a...

Solté un suspiro luego de que cortase la llamada.

Eso salió peor que las veces anteriores, donde, a lo menos, era cortés al interrumpirme. Como lo fue hace unos días, cuando Kate organizaba la fiesta de cumpleaños sorpresa de Jake. Me ofrecí a llamarlo y contarle sobre el plan. «Hablaré de esto con Kate», fue lo único que dijo antes de cortar con brusquedad la llamada.



***



Un traje de color negro y de mi talla fue suficiente para invadirme de optimismo y hacerme sentir que la noche sería perfecta. Claro, también lo fue verla a ella. A mi bandida; Rachel llevaba un vestido entallado a su cintura de color celeste, su favorito. Lucía preciosa.

Logramos dejar el departamento después de que Kate quedó satisfecha con la exagerada cantidad de fotos que nos tomó.

Mientras posaba en su interminable sesión, pensé en mis padres. Supongo que ellos también hubieran hecho algo así... mi madre de seguro que sí. Mi padre habría arrendado una limusina para nosotros y contratado a un fotógrafo profesional para que nos fotografiase durante toda la noche. De alguna forma, se las arreglaría para que al día siguiente una de esas fotografías apareciera en el periódico o en algún sitio web para usarla a favor de su imagen. Venderse como un padre ejemplar era parte de su campaña política.

A mí siempre me repugnó lo hipócrita que era. Él casi nunca estaba en casa. No sabía que mi hermanita de seis años sufría de pesadillas. Ni siquiera sabía cuál era su juguete favorito: un juego de repostería. Pasábamos horas jugando a que horneábamos pasteles. Él tampoco sabía que mi hermano de once años había sufrido bullying en la escuela por su problema de tartamudez.

Había tantas cosas básicas que desconocía de sus hijos y no podía no odiarlo por aquello.

A medida que nos adentrábamos al salón del hotel destinado al baile de graduación, mayores eran las miradas curiosas. Algunos ni se tomaban la molestia de disimular el cotilleo. Era entendible. Alguna vez fui compañero de todos ellos y debían preguntarse qué hacía ahí vistiendo un traje y de la mano de Rachel.

En el salón me encontré con Brad. Estaba irreconocible. Se quitó los piercings del labio y orejas, y traía su cabello teñido de negro, sin ninguna gota de gel. Incluso reemplazó sus infalibles converse rojas por unos zapatos de vestir.

Lo saludé sin poder esconder mi impresión. Lucía igual al resto de los chicos de allí, algo que él detestaba con su vida.

—Es producto de la magia de Emily —me explicó con natural alegría.

Forcé una sonrisa complaciente para esconder mi descontento. Era su fiesta de graduación, debería lucir como se le diese la jodida gana.

Brad era el baterista de la banda, dueño de una personalidad tranquila, relajada, pero con los pies bien puestos en la tierra. Era de esas personas que al momento de tomar una decisión no tenía ninguna dificultad en separar lo emocional de lo racional.

—¿Has visto a Dylan? —pregunté.

—Estaba cerca del ponche. Quería corroborar qué tan malo era.

Un repentino flashback se cruzó por mi cabeza.

—No puedo esperar a que nos graduamos y seamos libres —comentó Dylan frustrado. Se había sentado en su escritorio a estudiar hace tan solo cinco minutos y ya parecía rendido—. No más libros. No más despertador. Nunca más mirar una pizarra. Y lo mejor: ¡No más números!

Le sonreí divertido. Él no lo sabía, pero yo estaba decidido en dejar la escuela. Aproveché el momento y se lo comenté.

—¿O sea que te vas a perder la fiesta de graduación? —preguntó en un tono melancólico, con la cintura girada en mi dirección. Yo estaba sentado en el suelo, con la espalda pegada al soporte de los pies de la cama.

—¿Eso sacas de conclusión después de lo que te acabo de decir?

—Será una mierda sin ti... —Se levantó de la silla del escritorio para sentarse junto a mí—. ¿Con quién voy a comentar la selección de canciones que ponga el DJ? Peor aún, ¿con quién voy a criticar el sabor del ponche?

No reclamé cuando tomó la libreta que sostenía entre mis manos.

—¿Una nueva canción? —dijo al leer un poco de lo que llevaba escrito.

Asentí.

—¿No tienes que estudiar? —solté con burla al verlo levantarse por su guitarra.

—No puedo ahora. Acabo de enterarme de que pasaré mi último año escolar sin mi mejor amigo. Necesito música.

Esa tarde compusimos la base de lo que se convertiría en una de nuestras canciones más pesimistas: No Bright Future.

Mi mente retornó a la fiesta. De repente me invadió la sensación de que no pertenecía a ese lugar. Quién se iba a imaginar que asistiría gustoso a esa fiesta, acompañado de la chica más bella de toda la escuela y que, quien siempre tuvo intenciones de asistir, fue el último en confirmar su asistencia.

—¿Traes hierba contigo? —Brad me sacó del trance.

—Nada. —Me palpé los bolsillos para evidenciar que estaban vacíos—. Ni siquiera traigo cigarros.

—¿¡Quién eres!? —Abrió los ojos al mismo tiempo que apartó su cabeza en un gesto de sorpresa.

—¡Mira quién habla!

Ambos soltamos una carcajada cómplice. Era obvio que entre líneas nos estábamos burlando de nosotros mismos. Brad era así, de un humor ligero, capaz de reírse de sí mismo y sin temor a hacer el ridículo.

Me dejó para volver con su novia, Emily, quien regresaba del baño. Bastó con que ella se cruzara de brazos y nos dirigiese una mirada de reproche para que él fuese con ella, como un perro con la cola entre las patas.



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