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Capítulo 11: La tienda (Parte I)

Junto con Jake y Brad, nos encontrábamos en el backstage del recinto donde tocamos la noche anterior, en Bellefontaine, Ohio. Esa mañana, habíamos habilitado un pequeño rincón para utilizarlo como peluquería.

Jake sostenía su máquina rasuradora, a espaldas de Brad, quien estaba sin camiseta y cubría sus hombros con una manta desaliñada de dudosa procedencia que encontró hurgando en el local.

—Última oportunidad para arrepentirte.

—Estoy muy seguro de esto —contestó Brad mirándolo a través del espejo, el que tomamos de la pared de uno de los baños del local—. No así de la elección del peluquero, pero no tengo más opciones.

Jake le entregó una sonrisa ligera. Encendió la máquina y se paró un costado de Brad. Colocó su mano sobre la cabeza del chico e hizo que la ladeara. El cabello que alguna vez estuvo por el costado derecho de su cabeza comenzó a caer lentamente al suelo, a los pies de Jake.

Observé con atención el trabajo que realizaba el mayor del grupo. Tenía buen pulso y lucía concentrado. Mi labor allí consistía en barrer los cabellos del piso y servir de apoyo en lo que necesitasen ambos, en especial Jake, quien era el encargado de hacer el mohicano en la cabeza de Brad.

—¿Estás seguro de que esta máquina no la usas para rasurarte las pelotas? —cuestionó Brad.

Jake apagó la máquina y llevó sus manos al botón de su pantalón antes de preguntar:

—¿Quieres pruebas?

—No, gracias. No quiero deprimirme.

Solté una carcajada ruidosa.

—Es difícil que niños como ustedes lo entiendan. —Jake acercó su rostro al espejo. Miró un lado de su mandíbula y luego el otro, casi posando—. Mantener esta barba requiere mucha dedicación.

—Deberías cortar el cabello de Dylan también. Haz un buen trabajo conmigo para que él se anime y sea el próximo —lo motivó Brad.

Jake frunció los labios, como si supiera que Dylan iba a necesitar mucho más que eso para acceder a hacer algo con su cabello o con su bienestar.

Un aura gris invadió el ambiente.

Algo faltaba allí. Algo que ha estado ausente hace tiempo.

—¿Hace cuánto que se fue? —Jake dejó la máquina rasuradora sobre la mesa y sacó su celular.

Dylan partió temprano esa mañana. Nos explicó que tenía algo importante que hacer antes de que dejáramos la ciudad.

—No lo llames. Lo irritarás —advertí a unos pasos de Jake.

—No jodas, Matt. Me dijo que no tardaría y ya han pasado cuatro horas. Ni siquiera sé a dónde fue.

—Yo sé en dónde está. —Lo detuve colocando mi mano sobre su celular.

Varios minutos más tarde, me encontraba abriendo la puerta de una popular tienda de instrumentos, ubicada al oriente de Bellefontaine.

En más de una oportunidad, cuando éramos amigos con Dylan, me comentó que quería visitar ese lugar. Estaba seguro de que lo encontraría allí. Y así fue.

Él estaba sentado sobre una butaca, tocando una guitarra acústica de la que colgaba una etiqueta grande color blanco. Era una de las que se encontraban a la venta.

Una niña, de más o menos la misma edad de mi hermanita, estaba a su lado. La niña llevaba un cintillo de flores y miraba fascinada la guitarra. Ella aplaudió entusiasta cuando Dylan dejó de tocar. No reconocí la canción, pero podría asegurar que era el tema principal de un popular show infantil.

A mi espalda se escuchó la voz de un hombre gritando el nombre de la pequeña. Tanto ella como Dylan miraron hacia mi dirección.

El rostro de Dylan se transformó al verme. En ese momento me insulté a mí mismo por permanecer tanto tiempo inmóvil viendo la escena de él junto con la pequeña.

Expulsé por la nariz el aire que contenía en mis pulmones antes de ir hacia él.

—Piérdete —dijo cuando me paré a su lado, a una distancia prudente. Continuó tocando, con la mirada fija en la guitarra.

Guardé silencio mientras escribía un mensaje desde el móvil que llevaba. Como no tenía un celular propio, y no estaba en mis planes adquirir uno, fui con el de Brad.

Luego le expliqué a Dylan que no era mi intención que me viera. Que mi idea original era corroborar que se encontrase allí y avisarle a Jake. Que pretendía esperar afuera de la tienda. De no ser por el padre de esa niña, mi plan habría funcionado.

Él me observó con impaciencia, como si me estuviese rogando que continuara con el plan y lo dejase solo.

Pensé en hacerlo. De verdad pensé en dejarlo allí y no fastidiarlo más, pero no lo hice.

No lo hice porque la conversación con Brad seguía latente en mi cabeza.

—¿Qué tal es este lugar? ¿Es tan espectacular como creíste que sería? —Me arriesgué y apelé a la parte nostálgica, esperando que recordase tan bien como yo cuando me contó que soñaba con visitar aquel sitio.

Su mirada se suavizó.

Juraría que vi caer uno de los ladrillos imaginarios que él había levantado como fortaleza.

—Es mucho mejor. Tienen una gran cantidad de antigüedades musicales. Cada persona que entra acá es músico o quiere convertirse en uno. Conversé con la recepcionista y con los vendedores. Me mostraron accesorios increíbles. Incluso conversé con algunos compradores que lucían tan curiosos como yo y. —Se silenció de una forma repentina. Demasiado brusca.

Se sorprendió por lo que acababa de pasar. Tanto como yo.

Su mirada volvió a entristecerse. Algo interno lo había arrastrado de vuelta a refugiarse en su fortaleza.

Se levantó para ir a colgar la guitarra desde donde la había tomado.

—Disculpen... —Una chica con el cabello al ras teñido de verde, que vestía una chaqueta ancha con tachuelas metálicas, se acercó a nosotros—. ¿Ustedes tocaron anoche en el bar Gold Fontaine?

Tan pronto como asentimos, el rostro de la chica se iluminó.

—Oh, ¡estuvieron increíbles! Yo estaba en tercera fila, sosteniendo una cámara, ¿me vieron? —Hizo una pausa, examinando nuestras reacciones—. ¡Ah, qué boba! Éramos tantos allí... En fin, ¿tienen cuenta en Facebook? Grabé un par de videos y esperaba subirlos a la web.

Dylan le entregó los datos luego de una pequeña charla.

Permanecimos ensimismados en nuestros pensamientos al verla alejándose.

—Tenemos que hacernos de una página en internet —comentó Dylan tan pronto nos quedamos solos.

—Ya tenemos cuenta en Facebook.

—¡Me refiero a una de verdad! —alzó la voz—. Algo que se actualice con constancia y aparezca información de los próximos shows. Una que contenga fotografías y videos.

Tenía un brillo especial en sus ojos. Esa motivación y hambre que vi en su mirada la primera vez que tocamos los cuatro juntos en el polvoriento garaje de Jake.

—Rachel me comentó algo similar —dije luego de pasar mis dedos por las cuerdas de una guitarra en exhibición—. Quería editar las fotografías y videos que tomó mientras tocábamos en Insomnia. Me preguntó si podía hacerse cargo de la página.

—¿Y qué le dijiste?

—Que la página la maneja Cristopher...

—¡Al diablo Cristopher! Él no tiene tiempo para eso. Llámala ahora mismo y dile que la página es toda suya.

—¿No deberíamos hablarlo primero con los demás?

No me agradaba tomar esas decisiones sin consultarlo entre todos. Por otro lado, Dylan se volvió rígido y me miró de forma suspicaz.

—¿Quieres que la banda triunfe? —preguntó. Me quedé callado, tratando de entender su trasfondo—. Dime, Matt. Dime que no estás conspirando en contra de nosotros.

—¿¡Qué!? ¿Cómo puedes siquiera pensar eso?

Me entregó esa mirada venenosa que se acostumbró a darme. Una de esas miradas que decían más que mil palabras.

—Dylan, quiero que la banda triunfe tanto como el resto de ustedes.

—No te atrevas a mentirme de nuevo —amenazó—. Una vez me dijiste que no querías fama. Que permanecer en la escena underground sería lo ideal para ti. Dime, ¿sigues pensando igual? Porque, de ser así, con los chicos hemos estado perdiendo el tiempo contigo durante todo este puto viaje.

—¡Eso fue hace tiempo! —Me sulfuré—. No he conspirado en contra de la banda y jamás lo haría. Eso lo sabes mejor que yo.

—Pues no. No lo sé... Después de todo lo que ha pasado, te desconozco.

Quise decirle que no estaría en ese viaje de no ser por la ilusión de conseguir un contrato con un sello discográfico. Que no era nada agradable escuchar sus mortíferos comentarios día tras día, ni tener que dormir en la furgoneta y pasar días sin poder acceder a un baño decente.

Guardé silencio mientras trataba de controlar la ira, porque también quise decirle que podía meterse por el culo todas sus sospechas.

Él se percató de que preferí callarme. Dejó de lado su herida personal y me habló a continuación como el líder visionario que era.

—Matt, eres el vocalista de Firecut. Lo quieras o no, tu imagen es lo primero que vendrá a la mente de las personas cuando piensen en la banda o cuando tengan grabada una de nuestras canciones en sus cabezas. Tendrás que hacerte la idea de que tu rostro será una marca comercial y que tu vida dejará de ser privada.

»En el escenario ya eres el puto amo. El frontman que cualquier banda querría. Pero estamos haciendo todo este esfuerzo para conseguir tocar en escenarios más grandes. Más importantes. Y para eso necesitaremos ser mundialmente conocidos. Me tienes que decir si eso va en contra de lo que quieres, porque los cuatro tenemos que remar hacia el mismo lado.

Lo observé espantado.

—Debes decirlo. A mí o cualquiera de los chicos —finalizó.

—Quiero que la banda triunfe. Aunque la fama me asusta, no te lo voy a negar. Me asusta lo que las personas vayan a asumir de mí y sus dobles intenciones.

—Ah, ¡vamos! —Me dio un suave manotazo en mi brazo, buscando espabilarme—. ¿Desde cuándo te ha importado la opinión del resto?

—No es eso... —Di un paso atrás—. Es la facilidad con la que todo puede irse al carajo.

Ladeó la cabeza, confundido, con esa expresión que ponía cada vez que lo veía estudiando para sus exámenes frente el escritorio de su pieza.

Suspiré antes de explicar:

—Cada noche que hemos tocado desde que estamos haciendo esto, he rogado para que nadie aparezca en el backstage ofreciendo opiáceos. Cada vez que voy al baño de esos locales, ruego por no encontrarme con alguien inyectándose allí mismo. Esa es mi real preocupación en caso de que continuemos haciendo esto, porque no sabría cómo responder ante eso. Sé que en algún momento me enfrentaré ante una de esas situaciones. Solo me queda rogar por no estar solo o no estar atravesando por un mal momento cuando eso pase.

»Caer es tan fácil, Dylan. Se puede perder todo en tan solo un segundo y tardarse toda una vida en recuperarlo. Si conseguimos fama, ¿no crees que Adam u otro traficante intentará acercarse a nosotros? ¿No crees que buscarán la forma de conseguir beneficios? Cuando pienso en eso, me quedo muy contento con mi anonimato.

Me observó con extrema cautela hasta que comprendió mi punto.

—Dedicarme a la música es lo que más quiero en la vida —dijo mirando con ilusión los instrumentos de la tienda—. Quiero tocar en los mismos escenarios en los que alguna vez tocaron mis ídolos. Lo deseo desde que era un niño.

—Lo sé... Vi las fotos.

—¿Cuáles fotos? —Arqueó una ceja.

—Cuando me mudé a tu casa, vi a tu madre moviendo algunas cosas al ático. La ayudé con eso y allí encontró un álbum fotográfico.

—Oh, ¡no inventes!

—Estabas tú sosteniendo una guitarra frente a un micrófono, en un show escolar. Ella tenía un álbum completo de fotos tuyas tocando frente a un público. Incluso en juntas familiares. Tu madre las mostró con orgullo y me contó pequeñas anécdotas de esos días.

Arrugó la nariz y desvió la mirada, cohibido. Unos segundos después, las paredes del local retumbaron ante el sonido de una batería. Nuestras miradas se dirigieron hacia la causante del ruido.


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