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CAPÍTULO DIECIOCHO.

CAPÍTULO DIECIOCHO:
Effy.



      —Entonces—, vaciló Maxxie, mirando a la pelirroja sentada a su lado —. Estuve hablando de James toda la hora, ¿no vas a contarme qué pasó con Tony?

      Freya hizo un puchero —. Pero quiero saber más sobre James.

      Maxxie alzó una ceja, desviando su mirada hacia la taza casi vacía que tenía entre sus manos —. Y yo quiero saber por qué estás evitando a Tony—, comentó y, cuando la chica abrió la boca sorprendida, agregó —. Dejaste tu celular en la repisa y desde aquí puedo ver que se prende cada diez minutos. Asumí que era Tony y, por tu expresión, tenía razón.

      La pelirroja le miró mal mientras el chico sólo le dedicaba una sonrisa petulante.

      —Juro que te odio.

      —Sí, claro—, contestó el rubio, riendo —. Entonces, ¿qué hizo Tony? 

      Freya suspiró —. Él no hizo nada. Soy yo el problema.

      Maxxie alzó las cejas, a punto de preguntar el por qué de su comentario cuando el timbre de la casa sonó. La chica se levantó, su ceño ligeramente fruncido ya que no esperaba a nadie antes de acercarse a la puerta. Miró por la mirilla antes de abrir, y se sorprendió al encontrarse con Effy frente al marco de la puerta.

      — ¿Pasó algo?—, cuestionó al segundo en que abrió la puerta. Aunque se conocían hace años, la hermana menor de Tony siempre había sido muy reservada, era completamente fuera de lo común que apareciera en su casa.

      —No—, negó Effy —. Estaba pasando por aquí, ¿podemos hablar?

      Aún más extrañada, Freya asintió lentamente —. Sí... ¡sí, pasa!

      La pelirroja guió a la menor hasta el comedor donde se encontraba Maxxie, y el chico se sorprendió al ver a la chica también.

      —Effy- ¡hola! ¿Cómo estás?

      —Bien. Quería hablar con Freya a solas, ¿te molestaría...?

      Maxxie se levantó de inmediato, tomando la mochila que colgaba de la silla y arrojándola sobre un hombro —. En lo absoluto. Ya estaba por irme de todos modos, tengo clases de baile.

      Freya se mordió la mejilla interna: maldito mentiroso.

      El rubio cruzó el pasillo que llevaba a la puerta principal y, ya fuera del campo de visión de Effy, le hizo señas a la pelirroja para que lo llamara luego. Freya asintió ligeramente antes de que Maxxie saliera.

      —Uhm, ¿quieres algo?—, ofreció Freya, dirigiéndose de inmediato a la cocina —. ¿Café, té? ¿Agua? Creo que tengo una soda--.

      —No es necesario, estoy bien—, aseguró Effy y la pelirroja se giró para mirarla. El mostrador las separaba, pero no era suficiente para Freya, que sentía que los azules ojos de la menor podían leer su mente —. Nunca te agradecí por haberme ido a buscar esa noche.

      Freya vaciló —. Yo-uhm... no fue nada. Cualquiera hubiera hecho lo mismo.

      —Igualmente te lo agradezco—, asintió Effy —. Sé que ya no puedes salir sola desde esa noche, lamento eso.

      — ¿Cómo lo sabes?—, frunció el ceño la pelirroja.

      —Tony me lo dijo—, replicó la ojiazul y, cuando Freya estuvo a punto de hablar, agregó —. Él nota cosas, ¿sabes? Siempre notó todo lo que hacías. Creo que yo te conozco mejor de lo que tú te conoces a ti misma sólo por todo lo que me contó Tony sobre ti.

      Freya se removió en su lugar. Sabía a dónde estaba yendo, y no le gustaba en lo absoluto. Su nariz estaba arrugada en protesta y sus dedos abrazaban el borde del mostrador con fuerza.

      — ¿Por qué lo estás ignorando?

      Y, como un milagro a sus plegarias, Matthew comenzó a llorar desde la habitación de arriba. La chica apenas murmuró un "lo siento" antes de salir corriendo escaleras arriba en búsqueda de su hermano. Él había permanecido dormido hasta entonces, pero claramente la paz había acabado. Sin embargo, ella estaba complacida con poder escapar de la situación.

      Pero cuando volvió a bajar, Effy seguía allí. Ella era tan parecida a su hermano. No solo físicamente, sino que ambos eran igual de calculadores e inteligentes.

      Matthew seguía llorando. Empero, cuando sus ojos se posaron en Effy, paró de llorar inmediatamente. Obviamente, pensó Freya.

      —Creo que le agradas—, sonrió la pelirroja antes de colocar a su hermano en la silla de bebé y volver a la cocina para llenar la mamadera de leche y meterla en el microondas.

      —Entonces—, retomó Effy la palabra —. Mi hermano quiere saber qué hizo mal. Sea lo que sea, quiere arreglarlo.

      Freya suspiró. Le estaba dando la espalda a Effy mientras fijaba su mirada en el biberón que giraba en círculos dentro del electrodoméstico. Ella sabía que la chica se metería en su cabeza para sacar la información, porque eso era lo que hacían los Stonem. Siempre sabían qué decir y qué hacer para obtener lo que quieren.

      —Él no hizo nada malo.

      — ¿Entonces?

      La pelirroja se giró, enfrentándose a la mirada de Effy —. Él -ustedes dos, en realidad- tienen ese maldito encanto que adoro y detesto al mismo tiempo. Y lo detesto porque no puedo confiar en mí misma. Todo este tiempo Tony ha estado manipulándome como quiso y, finalmente, escapé de ese círculo vicioso. No voy a volver a eso ahora.

      Effy la observó, lucía completamente confundida. Tal vez ella no entendía cómo se sentía Freya. O, tal vez, Effy era incluso mejor que su hermano para jugar y lograba hacerlo sin que nadie se diera cuenta, causando que ella no pudiera creer que alguien se diera cuenta. La mera idea de que eso fuera posible congelaba la sangre de Freya.

      El microondas soltó un sonido al anunciar que había terminado el proceso y Freya saltó en su lugar. Effy no se inmutó. La pelirroja se giró, avergonzada por haberse asustado, mientras tomaba el biberón y se aseguraba que la leche no estuviera demasiado caliente antes de dársela a su hermano.

      —Sabes que lo haces feliz, ¿cierto?—, soltó Effy, captando la atención de la chica nuevamente —. Conozco a mi hermano y él nunca es más feliz que cuando está contigo. Creo que se merece ser feliz... después de todo lo que pasó. Él ya no quiere jugar, te quiere a ti.

      Freya se lamió los labios, bajando su mirada al suelo. Sabía que Effy tenía su mirada clavada sobre ella, pero aquello sólo la convencía más de no volver a levantar la cabeza.

      —Creo que ya debería irme de todos modos, ¿qué hora es?

      La pelirroja miró automáticamente a su muñeca y comprendió lo que Effy estaba haciendo cuando sus ojos se encontraron con el reloj que Tony le había regalado. Sus mejillas se encendieron y, cuando volvió a mirar a la ojiazul, ella tenía una sonrisa presumida en su rostro.

      —Faltan cinco minutos para las seis—, respondió.

      Effy asintió, aunque parecía ausente mientras ambas caminaban en dirección a la puerta. Casi como si ya estuviera haciendo los cálculos para su próximo plan —. Debo irme. Espero verte pronto, Frey.

      La chica, sabiendo lo que significaba el mencionar sus próximas palabras, soltó —. Nos vemos, Effy.

      La chica sonrió, mostrando sus blancos dientes. Lo que le envió un instantáneo recuerdo a la pelirroja de la sonrisa que le había dedicado Tony la última vez que lo vio.


──────────────


      Después que Effy se fue, Freya se tomó su tiempo para llamar a Tony. Primero, jugó un rato con su hermano hasta que logró hacerlo dormir nuevamente. Luego, se tomó una ducha para aclarar sus ideas. Entonces, eligió su ropa, se peinó y se maquilló. No tenía razón para hacerlo, pero era un mecanismo desestresante que ella había adoptado a lo largo de los años.

      Ahora, la chica se encontraba sentada en el medio de su cama. Su teléfono celular estaba justo frente a ella, la pantalla hacia arriba mientras esperaba la llamada entrante de Tony. Aún no había llamado a Maxxie, pero luego le contaría todo lo sucedido y ella estaba segura que él iba a entenderlo.

      De un instante al otro, la pantalla se encendió. Los ojos de Freya se expandieron y la pantalla cambió para mostrar que tenía una llamada entrante. Ella tomó el aparato entre sus manos y leyó el nombre de Tony tres veces.

      Conteniendo su respiración, contestó.

      — ¿Hola?—, exclamó Tony en cuanto el sonido del tono al otro lado se detuvo —. ¿Frey? ¿Contestaste?

      —Hola, Tony—, suspiró ella, tan bajo que no la hubiera escuchado de no ser porque el azabache se estaba aferrando al teléfono como si su vida dependiera de ello.

      —Frey...

      —También te amo, Tony.

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