Prólogo: Caballero de compañía.
—Entonces ella dijo que mi cabello se veía muy feo. —relataba la pequeña castaña, mientras sujetaba la mano de su hermano mayor— Y yo le dije que ella era una envidiosa y entonces fui y se lo conté a la profesora. Y entonces ella la regañó. Debiste haberla visto, Dean; ¡fue tan mala conmigo!
—No le hagas caso —dijo él—, ella solo está celosa. Tu cabello es hermoso, Lanie.
—Gracias, Ambrosio.
El mayor de los hermanos soltó una pequeña carcajada, para entonces seguir si camino en silencio. Melanie sostenía fuertemente su mano, brincando los charcos de lodo que había en el suelo por la lluvia de ayer. El castaño miraba por su parte las calles, las cuales estaban rotas y deterioradas como siempre. Veía a la gente jugar en medio de la calle a las cartas, apostando y divirtiéndose.
Saludó a un pequeño grupo de amigos que se encontraba bebiendo a mitad de la calle, para después seguir con su camino al pequeño apartamento donde vivían.
Melanie empezó a cantar una canción de alguna banda juvenil mientras él pensaba en que hacer al llegar a casa. Tenía un examen mañana y además tenía que hacer un trabajo de biología; agregando el hecho de que posiblemente su madre no estaba en casa y tenía que preparar la cena.
Después de algunos minutos los dos hermanos llegaron a su destino. Melanie seguía cantando aquella canción cuando subieron las escaleras y cuando llegaron a la puerta. El castaño abrió la misma con mucha calma.
Melanie entró dando brincos a la sala, mientras su hermano se dirigía a la cocina.
— ¡No te quedes viendo caricaturas! —exclamó él, viendo como su hermana se dirigía a la habitación que compartía con su madre— ¡Date un baño y después ven acá para qué hagamos la tarea juntos!
— ¡Okey, Ambrosio!
El castaño empezó a buscar en la nevera algo que comer tratando de arreglar sus pensamientos para lo que haría en el resto del día.
Fue entonces cuando oyó el grito de su hermana menor, proviniendo de su habitación.
— ¡¿Melanie?! —gritó— ¡¿Qué sucede?! ¡¿Viste otro ratón?! —preguntó mediante una exclamación. Empezó a preocuparse al no obtener una respuesta— ¡¿Melanie?!
Dean trotó por el pasillo hacia la habitación. Vio a su hermana de pie en frene de la puerta de la habitación, por lo tanto, se posó al lado de ella, mirando lo que pasaba.
Sintió un escalofrío recorrer su columna al ver lo que ocurría.
La cama que su hermana y madre compartían desde que ella había nacido, estaba llena de sangre...y su madre estaba encima de aquella gran mancha en el colchón, sin vida. La habitación era un completo desastre. Las pocas cosas que habían estaban completamente rotas, junto con las ventas y cortinas de segunda mano. Y al lado de la cama, sentado mirando una de esas navajas coleccionables, estaba un hombre.
El hombre alzó la vista y miró a los dos hermanos. Los ojos potentemente cafés del hombre le miraron, con una frialdad que hizo las piernas de Dean temblar por una milésima de segundo. Su ropa estaba manchada de sangre, al igual que la navaja entre sus manos. El ojiazul sintió su garganta secarse al ver como el hombre se levantaba de la cama y empezaba a caminar con dirección a ellos.
Dean, por impulso, tomó el pomo de puerta y cerró esta con una fuerza increíble. Para después tomar a la pequeña castaña entre sus brazos y salir corriendo hacia la sala del departamento.
El castaño sentía su corazón en el pecho cuando decidió esconder a Melanie en una de encimeras de la pequeña cocina, tratando de mantenerla a salvo. Un desgarrador grito salió de su garganta cuando sintió como la navaja del sujeto, se clavaba sin piedad contra su espalda.
Oyó el grito de Melanie al caer al suelo y al momento en que sus ojos se cerraron. Buscó fuerza de donde no las tenía y miró como Melanie sollozaba dentro de la encimera, y como el hombre con sangre en las manos le miraba. Se levantó entonces del suelo, empujando el cuerpo del hombre hacia la pared, oyendo un golpe seco cuando eso ocurrió.
Cuando sus ojos volvieron a abrirse, vio el rostro del hombre justo en frente del suyo, por lo tanto, se retiró de encima del cuerpo del hombre y empezó a tratar de calmar su respiración aún en el suelo. Vio como la sangre salía por la frente del hombre que hace algunos segundos le había atacado, y notó que estaba inconsciente.
Acto seguido, buscó fuerzas para ponerse de pie. Sentía que en algún momento podía desfallecer contra el suelo por el dolor en su espalda y porqué sentía la manera en la que la sangre goteaba de su herida. Se acercó hacia su hermanita, la cual estaba sollozando en la encimera de una manera desconsolada.
— ¿Lanie? —murmuró, con el poco aliento que le quedaba. Obtuvo por respuesta una serie de sollozos desolados— ¿Lanie? ¡Lanie, mírame! —gritó, oyendo como su hermana seguía sumergida en su mundo— ¡Lanie!
Sintió su corazón en su garganta cuando despertó de aquella repetición continua de lo que había pasado hace dos años. Sudaba como puerco y estaba al borde de tener otro ataque de ansiedad.
Respiró. Con profundidad y con miedo de revivir lo que había pasado hace dos años y seguía atormentándolo desde entonces.
Miró a la cama a su lado, viendo que estaba completamente vacía. Oyó entonces con atención el silencio y pudo oír el sonido que provocaba la televisión. Melanie estaba despierta. Se levantó de su cama y ando hacia al baño, para empezar a darse una ducha.
Al salir del baño, miró a la puerta al lado del mismo que había sido vetada hace dos años. Un nudo se posó en su garganta y sintió como un escalofrío nadaba por toda su columna vertebral. Era mejor olvidarlo, aunque el recuerdo de todo siguiera atormentándolo.
Salió a la sala después de haberse vestido, para mirar a la pequeña castaña sentada en el suelo que miraba la televisión. Dean tragó saliva mientras se acercaba a ella, sentándose a su lado en el suelo. Miró su rostro por varios segundos hasta que se decidió por hablar.
—El programa se ve muy interesante, ¿verdad? —preguntó él, mirándola. No obtuvo respuesta— La manera en la que el Conejo Bugs molesta al Pato Lucas es muy graciosa, ¿no crees? —No obtuvo respuesta una vez más. Soltó un suspiro, sintiendo como sus esperanzas se machacaban una vez más— Lanie —pronunció el nombre de la pequeña, con un tono lastimero—, por favor, háblame.
No obtuvo respuesta.
Fue cuando se dio por vencido y se decidió por levantarse del suelo, yendo con dirección a la cocina, dispuesto a preparar el desayuno. El timbre de la puerta sonó, haciendo que el castaño dejara lo que hacía en la cocina y anduviera hacia la puerta deteriorada de color caoba.
— ¿Por qué nos respondes mis llamadas, holgazán? —preguntó la rubia de pequeña estatura entrando a la casa con el ceño fruncido. Dean rodó los ojos, al mismo tiempo que cerraba la puerta y miraba a la rubia— Se supone que debes levantarte más temprano, Ambrose.
—Lo sé, Dana. —dijo él— Pero ayer le estaba haciendo un trabajo a Corbin y terminé muy tarde; así que estaba muy cansado.
—Ah, como sea. —gruñó ella— ¿Viste la hora qué es? Jimmy va a matarte.
— ¿Qué hora es?
—Las once de la mañana.
— ¡¿Las qué?!
Dean se maldijo. Jimmy iba a matarlo.
—Demonios, ni siquiera he desayunado.
Dana dibujó una pequeña sonrisa en su rostro, para entonces colocar las bolsas que llevaba en sus manos en la mesa de la cocina. Tomó una bolsa de papel y se la entregó a Dean. El castaño le miró extrañado, hasta que sacó el trozo de pan con azúcar en la cubierta dela bolsa. Dean no tardó en acercar el trozo de pan a su boca y morderlo con deseo, para después, saborearlo lentamente en su boca.
—Hice mercado para ustedes. —dijo ella.
— ¿Qué? No, Dana...no era necesario.
—Por supuesto que sí, Dean. Tenías una semana sin comer para que Lanie pudiera comer la suficiente.
—Dana...yo te pagaré.
—No es necesario. —Ella sonrió, con esa benevolencia que tanto la caracterizaba— Ve a trabajar, Ambrose. Yo le haré el almuerzo a Lanie y te dejaré para cuando llegues del trabajo.
Dean suprimió la queja que iba a salir de sus labios al respecto. Simplemente tomó sus llaves de encima de la nevera y besó fugazmente la mejilla regordeta de su mejor amiga antes de salir por la puerta.
Corrió por las escaleras y estuvo a punto de caerse en más de una ocasión. Sabía que si iba caminando llegaría demasiado tarde y desde hace mucho no se tomaba el lujo de irse en autobús.
Lo que ganaba en el taller mecánico de los gemelos Usos era una miseria. Pero esa miseria servía para poder pagar las cuentas de la casa como la luz, el agua y el cable. Mientras lo que ganaba en sus trabajos clandestinos, como ayudando a gente con sus mudanzas o pintando casas, le ayudaba a comprar algo de comida. El que le ayudaba con esos trabajos eran Baron Corbin, un hombre discreto y taciturno que tenía demasiados amigos de la alta sociedad y esos amigos a veces necesitaban ayuda de un humilde hombre que hiciera su vida más simple. Y ese hombre era él.
El sol estaba en su punto máximo, pero como siempre, en Ohio hacía frío. Él se encontraba sudando sin embargo cuando entró al local donde trabajaba desde hace un año. Miró a Jimmy en la misma mesa de siempre, limpiando piezas de motor mientras esperaba a nuevos clientes a los cuales venderles piezas.
—Hola, Jimmy. —saludó él, mirándolo con una diminuta y apenada sonrisa.
Jimmy alzó su mirada de la pieza mecánica, mirándolo tan neutral como siempre.
—Llegas tarde. —dijo el moreno, haciendo que un suspiro saliera de los pulmones de Dean— No tengo idea de que haya pasado, Dean y sé que hay muchos problemas en tu casa, pero igual quiero que sepas que en este local no aceptamos a perezosos. —La mirada del moreno volvió a la pieza, retomando la limpieza— Que no vuelva a pasar.
Dean hizo una mueca con su labio, mirando al serio hombre. Jimmy y Jey habían sido de las pocas personas que conocía que le habían dado una mano cuando su madre murió. No quería decepcionarlos, eran los únicos junto con Dana y Baron que habían confiado en él.
—De acuerdo. —dijo, antes de ir hacia la puerta que lo llevaba a la parte trasera del local, donde Jey debía de estarlo esperando.
Cuando abrió la puerta, lo primero que vio fue a una de las primeras personas que estaba seguro no vería el día de hoy. Su ceño se frunció, mirando como Jey y el hombre de mirada azulada le devolvían la mirada.
— ¿John? —murmuró por lo bajo, mirando a su ex pareja.
— ¡Cariño! —exclamó el hombre de mirada azulada acercándose hacia él— Dios, tenía tanto sin verte, ¿cómo estas?
—John... ¿qué demonios haces aquí?
John soltó un pequeño gruñido ante su pregunta. John y él habían sido pareja hace más de un año, pero habían terminado apenas la vida de Dean se volvió más complicada de lo que de por sí era.
Además, John era un rapero amateur que estaba empezando a tener algo de nombre en la industria. Por lo tanto, empezó a volverse un idiota que lo trataba como si fuera una completa basura que debería estar orgullosa de estar con alguien como él.
Pero llevaba más de un año suplicándole que volvieran. Dean amaba a John, había sido su primer gran amor y aunque fuera un completo perdedor con complejo de súper estrella, le amaba. Pero se amaba más a sí mismo.
—Vine por ti, cariño. —dijo él, colocando su mano en la mejilla del mecánico. Dean sintió su cuerpo calentarse con solo un toque— Por favor, hablemos de lo nuestro. Te extraño.
—John...ya basta. —exclamó Dean, tratando de controlar su impulso de enamorado idiota— Lo nuestro no tiene futuro. Tú estás muy concentrado en tu futuro y yo tengo que salir adelante con mi hermana.
—Pero, cariño...
—Vete de aquí, John. —Levantó su mano hacia su mejilla y retiró la mano del otro, para después bajar su mirada llena de pena.
Fue entonces cuando sintió que el ánimo de su expareja cambiaba. Era la misma rutina todas las semanas: John venía, le trataba bonito y cuando él lo rechazaba, lo trataba como una vil mierda. Para después repetir el ciclo una y otra vez.
—Bien. Pero cuando por fin llegué a ser un rapero famoso, espero que no te arrodillas ante mí como una perra, Ambrose.
El mencionado mordió su labio, tratando de contener las lágrimas que trataban de salir de sus ojos. Tal vez John era un idiota que no lo merecía y tal vez hacía lo mismo todas las semanas, pero todas las semanas le dolía. Porque él de verdad quería estar con John, aunque lo tratara como si no valiera la pena.
Estaba ciegamente enamorado de un imbécil.
John salió por la puerta por donde Dean entró y la cerró con fuerza, haciendo que el sonido resonara. Dean se apresuró a retirar una lágrima traidora que caía por su mejilla libremente, tratando que Jey no se diera cuenta.
Cosa que no funciono.
—No llores por ese tonto. —dijo Jey— Ya vendrá la próxima semana a suplicarle a ese gran culo tuyo.
Dean soltó una pequeña risita, para acto seguido, acercarse al moreno y empezar a trabajar.
«Te dejé pollo al horno en el microondas. Melanie Caillou profundamente dormida después de comer. No la despiertes, por favor. Se veía muy cansada hoy. Atentamente, Dana»
Dean releyó la nota una vez más con una pequeña sonrisa, para después acercarse al microondas y empezar a calentar la comida que Dana le había dejado.
Duró aproximadamente 15 minutos comiendo y se quedó viendo televisión por un rato, hasta que sonó el timbre de la puerta. Se levantó con la mayor pereza del mundo a abrir la puerta.
Un rubio vestido con una camisa oscura, unos jeans azules y una chaqueta de cuero, fue lo que le esperó al abrir la puerta. Dean le miró con el ceño fruncido, sin saber quién era.
—Ehm... ¿en qué puedo ayudarle? —preguntó él, con ese tímido tono que le caracterizaba.
— ¿Eres Dean? ¿Dean Ambrose? —preguntó el rubio, con un simpático tono.
—Sí. —respondió dudoso.
— ¡Oh, Dios! ¡Es un placer conocerte al fin! ¡Tu madre hablaba maravillas de ti!
Dean se tensó ante la mención de su madre.
— ¿Quién demonios es usted? —espetó el castaño.
—Oh, déjame presentarme. Soy Chris Jericho. —El hombre extiró su mano para que el castaño la estrechara, sin embargo, Dean simplemente se quedó mirándolo con desprecio; a lo que el rubio simplemente alejó su mano de él, algo incómodo— Era amigo de tu madre.
— ¿Qué? —murmuró Dean por lo bajo— Mi madre no tenía amigos.
—Bueno, entonces permíteme corregirme. Era el jefe de tu madre. —Dean sintió todo su cuerpo paralizarse ante la respuesta del rubio, quedándose sin habla— ¿Puedo pasar?
El castaño le miró dudoso por algunos segundos, sin embargo, estaba algo interesado en saber lo que el hombre tenía que decir; así que le dejó pasar.
— ¿Qué hace usted aquí? —preguntó el castaño.
—Como te dije anteriormente, tu madre y yo éramos amigos. —dijo el rubio— Ella te amaba, Dean. Tal vez nunca te lo dijo pero ella en serio te amaba.
— ¿Qué hace usted aquí? —repitió, harto de rodeos.
—Creo que para estos momentos debes estar enterado de lo que tu madre hacía para poder mantenerte. —dijo.
—Sí...era prostituta.
—Bueno, en realidad, no. Tu madre era una dama de compañía.
— ¿No es lo mismo?
—Sí. Pero se escucha más bonito. —Sonrió él, con un toque de excentricidad— Como sea. He venido porqué me enterado de tu situación financiera, además de la situación de tu pequeña hermana. —Dean bajó la guardia por un momento. Momento que el rubio aprovechó para acercarse— Tu madre y yo éramos amigos, lo que te hace mi amigo. —Chris colocó su mano en el hombro del castaño— Y yo ayudó a mis amigos.
Dean alzo su mirada de golpe para entonces mirar al rubio como si estuviera loco.
— ¿Qué está insinuando? —preguntó.
—Tu madre estaba en una situación similar cuando tu padre la dejó. Yo le dí una oportunidad. Y ahora te la estoy dando a ti.
— ¿Qué?
—Seamos honestos, Ambrose. Eres atractivo. Tu madre tenía y tú tienes esta belleza salvaje que los haces completamente Irresistibles. Cualquier hombre moriría por ti. ¡La tendrías fácil!
—Espera... ¿con hombres?
—Claro. Tampoco es como si fueras muy heterosexual.
— ¿Sabes algo? Vete al demonio. No estoy interesado en esto. Vete de mi casa ahora mismo.
— ¿Qué? Pero...
—Largo.
Chris soltó un pequeño gruñido. Sin embargo, empezó a caminar hacia la puerta. Se detuvo mitad de camino y volteó a mirar castaño.
—Dean...tu madre empezó en este negocio por ti. Quería lo mejor para ti y quería que pudieras vivir sanamente. —Dean apretó un poco sus labios, sin saber qué decir— Ahora dime, ¿acaso no crees que estás en la misma situación en la que ella alguna vez estuvo?
Dean parpadeó varias veces mientras el rubio seguía su camino hacia la puerta.
—Te dejaré mi carta sobre la mesa, si decides pensar mi propuesta. —dijo el rubio, dejando un papel rectangular sobre la mesa.
—Si acepto... —Empezó a preguntar el castaño cuando el rubio colocó su mano sobre el pomo de la puerta. Chris se mantuvo en la misma posición, oyendo lo que Dean diría— ¿sería una especie de prostituto?
Chris dibujó una pequeña pero simpática sonrisa en su rostro. Abrió la pierta y miró a Dean, con un cariño paternal.
—No, serías un caballero de compañía. Es lo mismo, pero más bonito.
Entonces, el rubio salió por la puerta dejando a un castaño lleno de dudas en su departamento.
¡hola! aquí esta el prólogo, bebés:) trataré de subir todos los sábados por acá, así que ¡hasta el sábado!
Amor eterno, Evelyn.
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