11. Cambios.
Vivir en Ohio no era algo que le gustara a muchas personas. Cuando no tenías opciones y solo podías estar en aquellos barrios poblados de criminales, era muy fácil ver tus esperanzas volverse polvo.
Seth siempre creyó que sería un famoso escritor. Que la gente haría fila para pedirle su autógrafo y por un segundo a su lado.
Pero no había sido el caso. Quería dinero, poder y gloria, pero terminó convirtiéndose en un empleado de ese local de mala muerte donde Chris, su siempre amable pero maldito jefe, le había hecho un lugar.
Ser un caballero de compañía no era lo que las películas de Richard Gere te habían hecho pensar. Vender tu alma, cuerpo y corazón no era fácil. Y no tendrías la suerte de cuento de hadas de conocer a un buen hombre que te ayudara a salir adelante con su amor y dinero.
Y es que eso era una maldita farsa que Seth había tenido que aprende a los golpes.
Llegó a su departamento, a ese que había logrado llenar con cosas después de seis años trabajando como un loco.
Un gato, de pelaje blanco que estaba decorado con manchas negras y marrones, le miró con sus ojitos avellanas. Maulló levemente y caminó hacia él, empezando a restregarse contra su pierna.
—Hola, Manchitas. —Le saludó él, tomándole entre sus brazos y acercándolo hacia su rostro, mientras una sonrisa se mostraba en su rostro.— ¿Cómo has estado? ¿Sin hacer nada como siempre?
El gato maulló en respuesta, mientras Seth lo dejaba nuevamente en el suelo. Silbaba por lo bajo una canción que había oído en el trabajo, mientras veía a Charlotte pavonearse como un elegante pavo real en los ensayos del show de esta noche.
Mientras encendía la cocina para calentar las sobras de anoche, oyó como alguien tocaba la puerta.
Cuando la abrió, vio a dos personas. Una robusta mujer de cabello rubia vestida con una camisa azul oscuro y un alto hombre de cabellos negros, vestido con unos jeans desgastados y una camisa rota en las mangas.
— ¿Seth Rollins? —Murmuró ella, mirándole algo dudosa. Él asintió lentamente.— Soy Dana Brooke, hablamos hace unos días.
Inevitablemente, una sonrisa apareció en su rostro.
***
—Creo que eso fue lo último.
Dean sonrió mientras veía como Roman cerraba la laptop para después mirarlo con una pequeña sonrisa.
Después de años teniendo que trabajar como un loco, había logrado pagar la mayor parte de las deudas que había acumulado a los largos de los años. Sentía como un peso que había estado sobre sus hombros durante demasiados años al fin se había retirado. Ni en sus más salvajes sueños, se había visto a sí mismo finalmente libre.
No era como si la situación en la que estaba fuera la más ideal, pero era mejor que imaginarse a sí mismo muriendo y dejando a una indefensa Melanie como heredera de sus deudas y pésares, tal cual como había hecho su madre.
—Se siente bien ya no tener deudas. —Se atrevió a sonreír Dean, dejándose caer sobre el sofá de aquella oficina donde Roman se encerraba a hacer sus papeleos.
Dean tenía razón en una cosa: Esa oficina era muy tenebrosa. Pero todo era culpa de Roman, que mantenía las ventanas y persianas cerradas y solo encendía una de las lámparas. El castaño, debido a que esa oscuridad le recordaba a su viejo departamento, se había encargado de abrir todas las ventanas a pesar de los regaños que Roman le dio sobre la luz en el lugar.
Pero ya muy poco le importaba que Roman le llamara la atención.
Dean pudo escuchar a Roman, desplazándose a él sin su bastón. Abrió los ojos y lo vio en frente de él, con los lentes de marco grueso que usaba debido a que no podía ver muy bien de lejos.
—Pues con el tiempo no vas a tener que preocuparte más por eso. Después tendrás mucho dinero y probablemente hasta puedas alejarte de Ohio. —dijo él.— Este negocio tiene muchos beneficios.
Dean le mantuvo la mirada por unos cuantos segundos hasta que se dobló en el sofá. En un movimiento rápido quedo de rodillas sobre el sofá, teniendo su rostro a la altura del pecho de Roman.
—Muchas gracias por todo, Roman. —Murmuró Dean, en un leve suspiro mientras sentía como sus mejillas se calentaban por el sonrojo.— En serio nunca nadie me había ayudado tanto como tú…
Pudo sentir como Roman se tensaba en frente de él. Las manos de Dean se colocaron sobre su pecho mietras levantaba su redondo rostro hacia él, mirándole con sus grandes ojos celestes.
—Pues en realidad no hay nada que agradecer. —murmuró Roman, mientras retiraba los lentes de su rostro y los dejaba caer sobre el sofá, dirigiendo nuevamente su mirada hacia Dean.— Esa es la paga de tu trabajo, lindura... No hay nada que agradecer.
Las manos de Roman tomaron la pequeña cintura de Dean, mientras las manos de Dean se movían hasta su mandíbula. El moreno sintió como su corazón se conmovió al ver como los ojos de Dean se llenaban de lágrimas.
—En serio muchas gracias por todo.
—Dean, no llores. No tienes porqué hacerlo... Este es tu trabajo y yo-
—No, Roman. He tenido miles de trabajos y te aseguro que ninguno de mis jefes se había preocupado por mí como tú lo haz hecho…
—Pues, tú mismo lo dijiste. Tenemos una… especie de relación. Y en la relaciones te preocupas por los problemas de tu compañero. —Habló Roman, tratando de controlar los sentimientos que empezaban a alborotarse dentro de su pecho.— Cualquier cosa que te haga feliz, yo intentaré provéertela.
— ¿Cómo un yate?
—No sé que demonios puedes hacer con un yate, pero si te hace feliz podemos negociarlo.
Una pícara sonrisa se dibujó en el rostro de Roman, haciendo que de alguna manera las mejillas de Dean se sonrojaran aún más.
— ¿Qué tipo de negociación? —Dean se acercó un poquito más a Roman, mientras las grandes manos del mayor apretaron el agarre a su cintura.
—Ya verás.
Dean soltó un gemido de sorpresa cuando los labios de Roman atraparon los suyos.
Se arrepintió por un momento de estar de rodillas sobre el sofá, ya empezaba a acalambrarse. Pero no estaba dispuesto a cambiar de posición.
Roman trató de recordarse por un momento que simplemente estaba haciendo todo esto para finalmente ganarse la cofianza de Dean. Que él no se preocupaba por él, que no hacía todo esto porqué le encantaba verlo feliz y porqué tenía mucho tiempo sin sentirse feliz al lado de alguien.
Porqué Dean tenía razón. Los jefes normales no se preocupaban de esta manera por sus trabajadores. Y sabía que desde que Dean y Melanie habían llegado a darle nueva vida a esta casa, todo esto ya no era una relación normal de jefe-trabajador.
La puerta se abrió y una melena rubia se mostró. Renee usaba una camisa blanca y unos pantalones de ejercicio, su cabello estaba en lo alto por una coleta y su rostro estaba libre de maquillaje. Una sonrisa apareció al ver a los tórtolos en plena oficina, demostrándose su afecto, completamente ajenos a su presencia.
— ¡Santa María! —Exclamó ella, haciendo que el dúo se separara rápidamente.— Ustedes verdaderamente que no pierden el tiempo.
Renee entró a la oficina, enterneciéndose al ver como Dean escondía su rostro rojizo en el pecho de Roman.
Renee, que conocía a Roman de toda la vida, sabía que después de todo lo que había pasado con Seth se había hecho un poco complicado que Roman creyera en el amor.
Roman había visto a sus amigos morir y al que consideraba el amor de su vida fallarle, así que cuando veía a los tórtolos mostrando la más pequeña muestra de afecto, sentía que aún había esperanza para ese arrogante y frío ex soldado.
—Renee, deberías tocar la puerta. —Le reclamó el mayor a la rubia, la cual no le tomó el más mínimo de importancia.
—Oh, yo lo hice. Pero creo que ambos estaban muy ocupados. —dijo ella. Roman le recriminó con la mirada. Renee sintió como su corazón se derretía al ver a Dean aún con su rostro escondido en el pecho de Roman, mientras él le tomaba posesivamente de la cintura, manteniéndolo a salvo.— Como sea, yo no vine aquí a admirar la hermosa pareja que hacen. Sino que vine a decirte que Cesaro está al teléfono y quiere hablar contigo. Y Dean, tú y yo debemos hablar, dulzura, tengo que mostrarte algo.
Roman seguía apretando a Dean sobreprotectoramente contra él, pero al menos el castaño mostró sus grandes ojos azules después de alejarse un poco de su escondite.
Roman, paulatinamente, le dejó escapar de su agarre. Dean se instaló nuevamente en el suelo y siguió su camino a las afueras de la oficina. Lo último que vio antes de salir fue a Roman tomando el teléfono de su oficina para hablar con Cesaro.
— ¿Qué sucede, Renee? —La mencionada simplemente volteó a mirarlo con una sonrisa mientras tomaba su mano, jalándolo por las escaleras de la gran casa.
—Melanie ha mostrado un gran avance. —Empezó a hablar ella, completamente emocionada.— Ahora cuando le hablas puede mantener la mirada y logramos que asienta y niegue con la cabeza. Además… bueno, eso ya lo verás.
Cuando llegaron a la puerta de la habitación pintada de rosa pastel donde Melanie se quedaba a dormir, lo primero que vieron fueron creyolas esparcidas por el suelo al igual que hojas blancas. Melanie alzó la mirada y Dean sintió como su corazón temblaba al verla.
Renee se quedó en la puerta, mirando con su corazón en la garganta a Dean. Ese Dean que se agachaba en frente de Melanie, con temor de que ella se alejara de él como siempre lo hacía.
—Hola, pequeña. —Le saludó él, mientras trataba de mantenerse de cuclillas sin perder el equilibrio.— ¿Estás dibujando?
Sin ningún tipo de emoción en su relajado semblante, ella asintió. Nunca lo había hecho antes, siempre que Dean trataba de mantener una coversación con ella o hacerle alguna pregunta, ella simplemente le ignoraba.
— ¿Qué tal si le muestras a tu hermano lo qué haz hecho? —dijo Renee, haciendo que la pareja de hermanos le miraran por un momento, para después mirarse entre ellos nuevamente. Renee sentía que empezaría a llorar si seguía observándoles.
Melanie tomó una de las hojas esparcidas en el suelo y, después de mirarla por última vez, la extendió hacia a Dean. El castaño tomó el dibujo entre sus manos, y después de mirarlo por unos segundos, sonrió.
Escrito con un creyón verde y una caligrafía algo floja, se leía un "Mi nueva familia". Abajo de estas palabras, aparecían dibujados cinco personajes.
No tardó en reconocerlos a todos. A una Renee dibujada infantilmente con creyones amarillos que simulaban ser su cabello, a Jinder vestido con su traje de corbata. También se reconoció a él mismo al lado de Roman, el cual sostenía una raya gruesa de color marrón que debía ser bastón. Y Melanie, la cual tomaba su mano en ese dibujo.
Dean sintió una sonrisa extendiéndose a lo ancho de su rostro mientras las lágrimas caían por sus mejillas.
—Tuvimos una sesión dura con el doctor Phillips, pero al fin hemos logrado que mi pequeña pueda seguir con sus actividades normales. —Informó la rubia.— Él asegura que un cambio de ambiente fue justo lo que necesitaba.
Dean asintió a la nueva información. Después de dejar de admirar el dibujo, procedió a mirar a Melanie.
—Deberíamos colocar tu arte en las páredes. Aunque creo que Roman nos matará si lo hacemos, pero que más da. —Dean le sonrió.— ¿Qué dices?
Dean miró los ojos de Melanie, los cuales brillaban. La pequeña asintió rápidamente, haciendo que Dean riera levemente.
Después de pegar los dibujos en las páredes de la habitación, entre risas que eran povocadas mayormente por Renee y su vibrante humor, los dos salieron de la habitación.
—El doctor Phillips me informó que en sus sesiones, Melanie ha hecho dibujos sobre lo ocurrido con su madre. Pero ella logró cambiar sus pensamientos y enfocarlo en otras cosas. Él le dio un diario donde le pidió que escribiera sus pensamientos. Al menos ya ha logrado que escriba, además de asentir y negar. ¡Ella está avazando muy rápido!
Dean sonrió mientras veía a Renee, que parecía una pequeña niña emocionada.
Quizá esta no era la manera en la que Dean había esperado que las cosas ocurrieran. Nunca pensó que que terminaría viviendo en esa gran casa pintada de blanco, con tres individuos que eran más de lo que nunca hubiese esperado. Quizá esta no era la manera, pero era más de lo que nunca había esperado.
Abrazó sorpresivamente a Renee, haciendo que la rubia soltara un quejido que se vio transformado a una risita.
— ¿Estás feliz, lindura? —Preguntó ella, devolviéndole el abrazo.— Yo también estoy muy feliz.
Caminando hacia la sala donde ellos estaban, Roman miró la escena y no pudo evitar que una menuda sonrisa se extendiera en su rostro.
—Oigan, ustedes dos… —Habló Roman, haciendo que el dúi volteara a mirarlo, mientras daban por terminado su abrazo.— Renee, ¿me lo prestas por un momento? Necesito hablar con él.
—Joder, Roman. ¡Me vas a romper al pobre muchacho! —Exclamó ella, con un ademán exagerado mientras colocaba sus manos en sus caderas.— Bah, como sea. Adiós tórtolos. Me voy con Mahal a seguir arreglando el jardín.
Renee se fue, con su andar femenino y su sonrisa que enamoraba a todos a su alrededor. Dean caminó hacia Roman, mirándolo curioso por un momento con sus iris coloreados de azul.
—Cesaro nos invitó a salir el fin de semano con ellos. Es el cumpleaños de April y quiere celebrarlo en un lugar que alquiló en Oregon. —Le informó Roman. El castaño asintió lentamente.
—Sabes que no puedo irme tanto tiempo. —Se apresuró a decir él.— Melanie necesita que esté aquí. Y aunque Renee y Jinder nos han ayudado no creo que sea correcto que me aproveche de esta manera de ellos y su amabilidad...
—Estoy seguro de que ellos no tendrán problemas. —Roman miró por encima de su hombro.— ¿Verdad, muchachos?
Extrañado, Dean miró por encima de su hombro. Después de unos segundos, Renee y Jinder asomaron sus cabezas por el pasillo.
—En realidad es cierto. Nosotros no tenemos problemas, ¿verdad, Jinder? —Habló Renee, con su cantarina y alegre voz.
—Así es, Dean. Nosotros nos encargamos de la pequeña Melanie. —dijo el moreno.
Dean negó con la cabeza, desaprobando toda esta situación: —No puedo dejarla tanto tiempo.
— ¡Ella estará bien! —Oyó nuevamente la voz de la mujer.— ¡Ustedes váyanse y diviértanse!
Dean suspiró para después asentir lentamente. Renee soltó un chillido de alegría, mientras Roman dibujaba una sonrisa a lo largo de su rostro.
***
Era viernes por la noche cuando Mahal supo que solo faltaban unos pocos minutos para llegar a Oregon, Ohio, donde su jefe y su pareja pasarían el fin de semana.
Maume Bay State Park era una zona turística en Oregon, Ohio. Un gran hotel con una gran piscina que tenía a las afueras una bonita playa. Un lugar muy bonito para vacacionar.
Dean dormía sobre el hombro de Roman, mientras él mantenía su vista en el oscuro paisaje que se mostraba por la ventana. Mahal les miró efímeramente por el espejo retrovisor, para luego mirar al frente con una sonrisa.
Para Renee y él era obvio el cambio en Roman. No era muy grande, porqué él nunca había sido un hombre de muchas demostraciones, pero era un buen cambio.
El humor un poco más burlón y divertido que antes solía ser frío y malintencionado. Las ganas de salir y divertirse habían incrementado, ya no eran solo esos aburridos militares a los cuales Renee se había negado por completo a volver a asistir. Lo increíblemente sobreprotector que se había convertido con aquel joven de ojos color cielo… Jinder sonrió mientras pensaba en todo los cambios que él había mostrado.
Dean era bueno para Roman. Mahal lo supo desde el primer momento en el lo vio, diciéndole a Roman que era el mayor de los idiotas.
—Hemos llegado, Reigns. —Anunció Mahal, estacionándose en el lugar donde pasarían el fin de semana.— Despierta a Dean. Yo bajaré el equipaje... Buena suerte esta noche.
Roman le miró con los ojos entornados a lo que él simplemente rió antes de bajarse de la camioneta.
***
—No.
—Oh, vamos.
—Ya dije que no.
—No es la gran cosa, Dean… Podemos hacer esto.
—No voy a dormir en la misma cama contigo.
Roman gruñó, mientras veía como Dean se mantenía de brazos cruzados con su ropa para dormir.
April y Antonio, los cuales les habían recibido con una sonrisa y mucho amor, obviamente habían pedido una habitación solo para ellos. Y para Dean era muy incómodo tener que dormir a su lado.
Roman se dejó caer sobre la cama, mientras empezaba a arroparse con las sábanas, dijo: —Solo vamos a dormir, te aseguro que no haré nada que te avergüence, lo prometo.
Dean le miró, con recelo. Como un gatito asustado que no se fiaba de los extraños que le ofrecían ayuda.
— ¿Lo prometes?
—Sí, Dean. Lo prometo.
El castaño, aún dudoso, empezó a caminar hacia la cama. Se deslizó entre las sábanas, sintiendo el calor que emanaba el cuerpo de Roman.
—Buenas noches. —Murmuró Dean, tan bajito que Roman pensó que en realidad no había hablado.
—Buenas noches. —dijo el mayor.— Por cierto, estaba mintiendo y en realidad voy a manosearte toda la-
— ¡Roman!
— ¡Okey, okey! Lo lamento… Woah, público difícil.
Dean, aunque quiso evitarlo, dejó salir una risita de sus labios.
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