Capítulo 6
La pequeña niña se encontraba aferrada al pantalón de su padre. Se sentía intimidada y para ella no había lugar más seguro que la sombra de su progenitor, aquel que le brindaba tanto calor y amor. Sus pequeñas manos estrujaban la tela entre ellas y de vez en cuando sus ojitos traviesos asomoban a divisar lo que había ante ella.
Los arcángeles y serafines más importantes se encontraban ahí, reunidos. Cada uno de ellos vestía una túnica blanca que les llegaba hasta los pies, de mangas largas con detalles en dorado. Se encontraban arrodillados con el rostro gacho mirando en la dirección en donde se encontraban Michael y su hija, mostrando respeto. Rara vez se mostraba, pero sobre sus cabezas estaba manifestado el aro de ángeles que tanto caracterizaba a los habitantes del cielo en la biblia.
Detrás de todos ellos había un gran lago de aguas doradas, rodeado por seis grandes columnas de estructura griega, con algunas piedras caídas a los lados. El lugar parecía una viejo santuario en derrumbe, con enredaderas esparcidas por todos los pilares y paredes. Al techo le faltaban la gran mayoría de los ladrillos, dejando las nubes al aire.
En medio del agua se encontraba otro de los ángeles. Vestía igual que los demás, pero este, a diferencia del resto, tenía su mentón y mano alzada, esperando con una sonrisa.
La escena la tenía ciertamente intimidada. Tenía siete años, el número de la suerte para Dios, el tiempo que tardó en hacer al mundo. La edad que se consideraba apta para crecer. Sin embargo con solo ese poco tiempo de vida seguía siendo una niña indefensa con muchos temores y varias cosas que le faltaban por entender del mundo.
Sabía que estaba segura porque su padre estaba ahí, pero no entendía nada más.
—Ven, hija de Dios —dijo con voz apacible el del lago, caminando solo un poco hacia ellos.
Michael suspiró, se agachó para mirar a Helena y le acomodó el cabello con dulzura detrás de la oreja. La escrutó con la mirada. La joven también vestía su túnica blanca, la cual le quedaba ciertamente grande. A diferencia del resto, ella portaba una diadema con un ojo en el frente. Estaba orgulloso, pero no quería que se sintiera abrumada.
—Tranquila, ve con Gabriel. Él te ayudará —le susurró, sonriéndole con dulzura. Entonces se puso en pie y le dio un pequeño empujoncito para que saliera detrás de él.
Helena caminó torpemente dos pasos por la acción de su padre. Entonces se incorporó, examinando nuevamente el panorama. Tragó en seco y miró por encima de su hombro a Michael, el semblante de confianza que él tenía le inspiró confianza a ella también. Al final se armó de valor y siguió su camino.
No sabía a donde estaba yendo ni por qué se hacía todo eso. Llegó ahí gracias a su padre y aunque le daba un poco de miedo toda esa gente nueva que no conocía, sabía que Michael jamás haría algo que pudiera provocarle daño.
Pasó por el lado de los demás ángeles y los observó brevemente. Ninguno levantó su cabeza para verla pese a que los estaba taladrando con la mirada, ellos parecían devotos a la idea de no mostrar algún signo de vida. A Helena no le quedó más remedio que seguir caminando.
Para su sorpresa el agua no estaba fría, estaba tibia, a temperatura ambiente, bastante agradable. A medida que iba yéndose más profundo, su túnica comenzó a flotar. Detuvo su camino cuando el agua le llegó por las rodillas, justo al frente de Gabriel. Alzó la vista para verlo, sorprendiéndose al describir la cálida sonrisa que este le dedicaba.
—Cierra tus ojos, pequeña —le dijo, tomando sus diminutas manos entre las suyas.
Helena le dedicó la última mirada a su padre por encima del hombro buscando una aprobación para todo eso. Al ver que él no se inmutó, simplemente se puso de puntillas y obedeció.
Gabriel asintió con dirección a Michael y en ese momento los demás arcángeles y serafines voltearon a ver la ceremonia. Se tomaron las manos sobre el pecho, en posición de rezo, y se inclinaron ligeramente hacia adelante. Estaban impacientes por ver el resultado.
Gabriel elevó las pequeñas manos de Helena y las colocó en una posición que parecía que ella esperaba que algo cayera sobre ellas, luego retrocedió dos pasos y alzó las suyas.
—Oh, gran Señor. Otra alma está lista para servirte, para apoyarte —recitó, cerrando sus orbes—. Guíala hacia la luz divina y dale tu poder.
En ese momento un as de luz cayó sobre Helena provocando una reacción parecida en todo el lago dorado. Brillos comenzaron a salir de las aguas y a rodearla. Las plegarias de los ángeles s escucharon dónde ella. Estaba siendo todo tan mágico.
Helena se mantuvo en esa posición pese a que estaba incómoda hasta que algo realmente importante pasara. Más allá de los brillos y las luces, ella no se sentía distinta para nada y presentía que sentirse distina era parte del proceso. Los cantos angelicales sesaron y cuando abrió sus ojos lo primero que encontró fue a Gabriel con la boca abierta de la impresión.
El mensajero de Dios analizó a la pequeña. Ciertamente había cambiado en el proceso, sus mejillas se encontraban llenas de brillantes estrellas que hacían parecer su rostro un firmamento. Sobre su cabello también habían varias estrellas resplandecientes. En su frente había un gran lucero blanco, acompañdo de otros dos, ubicados en cada orbe dorado de la infante. Se veía más angelical, pero lo más importante no lo tenía.
—Es un fracaso... —susurró para sí mismo, cuestionándose internamente cómo había terminado así. Se trató de convencer de que debía ser un error, que la ceremonia no se había completado, pero los evidentes cambios en ella atestiguaban lo contrario.
Helena se miró las manos vacías. Escuchó claramente las lineas de Gabriel, las cuales la desconcertaron. ¿Qué había fracasado? ¿Qué era todo aquello?
Volteó a ver a su padre, pero este no portaba una mirada distinta a Gabriel.
Michael se metió involuntariamente en el lago. El agua le llagaba poco más arriba del talón, pero quería correr hacia donde su hija. Bastante autocontrol había mostrado ya. Estaba shockeado y no sabía exactamente cómo debía comportarse ante esa situación, porque era la primera vez que algo así pasaba.
—La ceremonia ha sido un fracaso —anunció Gabriel, mirando a Helena. Le dio un poco de pena la muchacha cuando volteó a verlo, mostrando en esos pequeños ojitos que no tenían culpa de nada, que ella no estaba enterada de lo que estaba ocurriendo ahí. Pero él no podía ignorarlo—. Helena es un ángel sin alas.
Tras aquel anuncio los cuchicheos no tardaron en llegar. Los demás se miraron unos a otros sin entender nada. Era la primera vez que escuchaban algo así y tratándose la hija de Michael lo hacía el doble de raro. Comenzaron a preguntarse varias cosas, a sacar conclusiones apresuradas, a calcular posibles soluciones.
Ciertamente la tensión era palpable.
Helena se encogió de hombros ante todas aquellas miradas sibilinas sobre ella. Sentía algo muy pesado en su espalda y le costaba mantenerse en pie. No tenía mucho entendimiento pero sabía que no le gustaba aquello. Sus bocas moviéndose déspotamente, sus ojos malisiosos, sus murmullos que ella podía escuchar claramente y le taladraban el oído.
Todo la desconcertó y provocó que casi se desmayara ahí mismo. Se llevó ambas manos a la cabeza, tratando de parar las voces. Se sentía muy mal en ese momento y no sabía por qué.
Antes de que Helena sufriera un ataque de pánico, Michael la tomó en brazos, como si fuera una bebé. No sabía muy bien cómo debía actuar, pero necesitaba que ella se calmara. Cuando la joven se aferró a su túnica nuevamente, él alzó la vista para clavar sus ojos sobre los de Gabriel.
Buscaba algún indicio de que se tratara de un error, pero sabía que no era así. Gabriel era el mensajero de Dios, su voz, él jamás se equivocaría con algo tan importante.
Su hija estaba condenada.
Helena volvió a despertar agitada. Con el corazón en la boca y las manos temblando. Otra noche que lloraba en la soledad de su alcoba. Otra horrible pesadilla rememorando su pasado. Otro amargo sentimiento oprimiéndola.
Recordar nunca le había hecho bien. Era doloroso porque pese a que estaba acostumbrada al dolor, este seguía ahí. No desaparecía, por el contrario, parecía haberse intensificado en ese lugar.
—Malditos sueños de infierno —susurró, mirándose en el espejo que quedaba cerca de la cama. Estaba despeinada, con el rostro lleno de lágrimas y los ojos rojos. Un desastre.
Cada noche era uno distinto, empeñados en rememorar lo peor de su vida, como un círculo vicioso sin fin. No había forma de escapar de aquellas pesadillas. No importa cuánto lo intentara, ellas regresaban a torturarla, como una prueba de por qué a ese lugar se le llemaba Infierno.
Estaba cansada de luchar contra ellas así que las hizo parte de su rutina. Le seguía afectando, pero no había nada qué hacer, al final despertar era una expansión de esos sueños, atrapada en el Infierno por decisión de su padre, abandonada por su pareja.
Helena no tenía tiempo para desanimarse aunque se moría de ganas. Estaba emocionada y más allá de las lágrimas logró esbozar una sonrisa. Hoy sería su primer día de entrenamiento con Lucifer.
Era cierto que en su momento Gabriel no fue capaz de hacer mostrar sus poderes y alas, pero tampoco era secreto para nadie que Lucifer era con diferencia el ángel más poderoso, acompañando a su padre en ese pedestal al que ella quería subir. Si había alguien que podía ayudarla era él, quizás de este modo al fin despertaría lo que había dentro de ella.
Helena se alistó rápidamente, casi se cae mientras se estaba poniendo sus zapatos por la ansiedad que tenía de verlo. Se acomodó nuevamente su cabello, se limpió las lágrimas del rostro, jaló ambos extremos de sus labios para forzar una sonrisa y cuando bajó las manos su boca seguía en la misma posición. Sonriendo.
Justo cuando fue a abrir la puerta se detuvo en seco. Se llevó dos dedos al cuello, el lugar donde había aparecido la cadena varios días atrás. Lucifer era el dueño de su alma, no sabía cuan bien estaba relacionarse con él. Era cierto que la intrigaba desde el minuto cero, incluso antes de conocerlo en persona, ella siempre tuvo el ferviente deseo de saber más de él, un rebelde, un desertor, un soñador. Pero también era cierto y nada quitaba que Lucifer había hecho muchas cosas malas a lo largo de su vida, había cometido muchos errores y en más de una ocasión demostró que podía ser un ser posesivo, vengativo y bastante retorcido.
Miró el libro que le había regalado Charlie por inercia.
Ella sabía que acercarse a alguien así no era buena idea. Le había vendido su alma al mayor enemigo de su padre y quizás él pudiera usarlo en cualquier momento. Debía tener cuidado de no molestarlo o irritarlo tanto como solía hacer con Michael o todos los que conocía. No iba a pasar el rato con una amiga.
Esto era serio y debía tomarlo como tal.
—Compórtate, Hela —se dijo a sí misma, ahora sí saliendo de la habitación.
Caminó por toda la desierta tercera planta, lugar donde se encontraba su habitación. Volvió a observar los retratos, el que había tumbado el día anterior regresó mágicamente a su lugar. Agradeció internamente que esa mañana no hubiera ningún alboroto y cuando llegó al ascensor se metió dentro.
Las puertas se abrieron en la última planta, ahora solo quedaba caminar hacia la azotea. Ese era el lugar donde habían acordado encontrarse previamente. Tenía sentido, si Helena sacaba sus alas podría volar desde allí.
El lugar era gigante, pero estaba desierto. Desde ese lado podía ver la torre de Lucifer, del otro lado se encontraba la de Alastor. Esos dos se la pasaban discutiendo y se creían eternos protagonistas del Hazbin.
Helena caminó hasta ponerse en el centro y observó con cuidado la gran ciudad. No había tenido la oportunidad de prestarle mucha atención hasta ese momento. Una parte de ella quería ir y la otra no. Miró el pentagrama en el cielo, entonces llegó la pregunta...
—¿Por qué un pentagrama? —tiró al aire, alzando su mano.
—La gran mayoría de ángeles tiene tatuada una estrella de cinco puntas. Como símbolo de rebeldía al infierno lo representa la misma estrella a la inversa —explicó Lucifer, apareciendo detrás de ella.
Helena dio un brinco en el lugar asustada. Se volteó a una gran velocidad y golpeó el rostro del soberano con la palma de su mano. Había sido tan fuerte el impacto que su sombrero salió volando.
Él no se movió ni un centímetro. Se quedó estático, mirándola. Pestañeó, tratando de entender lo que había pasado, pero simplemente no podía. No estaba molesto o furioso, como normalmente debería, simplemente se encontraba en shock.
Helena se miró la mano y luego el rostro de Lucifer que, al ser tan blanco, permitía dejar ver con claridad la marca rojiza de su mano. Lo había golpeado bastante fuerte. Entonces sus palabras de esa mañana resonaron en su cabeza. Cuidado en el rey del infierno.
—¡Lo siento, su majestad! —exclamó, abalanzándose sobre él. Le tocó el rostro con total confianza y se pegó demasiado a Lucifer para comprobar que estaba bien. Debía verse arrepentida—. ¿Te encuentras bien? ¿Te hice daño? Ay, como lo siento.
Él se revolvió y retrocedió rápidamente, saliendo del agarre de Helena.
—Estoy bien —dijo con una sonrisa de oreja a oreja, acomodándose la parajarita de su elegante traje.
Helena pestañeó consecutivas veces recordando lo cerca que había estado de él y lo descortés que había sido al tomarse ciertas atribuciones y tocarlo de ese modo. Ella no era una persona muy temerosa en el cielo y solía hacer las cosas sin pensar en las consecuencias, le estaba costando lo suyo mantener la compostura delante de Lucifer.
Iba a decir algo pero observó por el rabillo del ojo el sombrero de él volando por toda la azotea. Tragó en seco y salió corriendo detrás de él, dejando a Lucifer con la palabra en la boca. Debía arreglar el lío que había hecho y atraparlo lo antes posible, pero el maldito era demasiado escurridizo. Cuando ella creía que algo fin lo iba a tomar se le volvía a escapar.
Sin ser consciente de a donde estaba yendo. Helena al fin logró sujetar la pieza solo para darse cuenta de que se encontraba trepada en la barandilla del hotel, estirada hacia adelante. Bajó la mirada y descubrió que el piso se podía ver con claridad desde ahí, era espeluznante. Usó sus brazos como si fueran alas para amepujarse hacia atrás y cayó de sentada sobre el suelo.
Adolorida se puso en pie y se sobó el trasero, le dolía demasiado. Entonces miró a Lucifer, quién se encontraba nuevamente estático, observándola con una ceja alzada y una sonrisa ladina. Se puso nerviosa, no lo iba a negar, él la ponía muy nerviosa. Rápidamente se incorporó frente a él, le limpió el sombrero con la mano y se lo entregó.
Cuando Lucifer recuperó lo que le pertenecía, Helena se abrazó a sí misma, agachando la cabeza avergonzada. ¿Cuántas almas costaría que él olvidara lo que había pasado?
—Bueno... —Fue el rey quien rompió el silencio.
—Antes de que digas nada necesito que sepas que lo siento —cortó ella, inclinándose hacia adelante.
—¿Qué haces?
—Una reverencia.
—¿Para qué?
—¿Para tí? —inquirió en respuesta ella, alzando ligeramente la cabeza solo para describirlo sonriendo otras vez con esos picudos dientes—. ¿Otra vez estoy haciendo algo mal?
—Te preocupa mucho lo que digan los demás de tí, señorita —atinó a confesar Lucifer, usando su bastón para levantarla por el mentón, devolviéndola a su lugar.
—Me preocupa lo que pienses tú de mí —corrigió ella sin pensarlo. Luego se llevó ambas manos a la boca—. Eso no es lo que quise decir, osea sí, pero... ¿Podemos empezar ya?
Lucifer contuvo una carcajada y asintió. Doña problemas frente a él era bastante divertida y fácil de intimidar.
—¿Qué se supone que debo hacer? —cuestionó Hela después de un suspiro de alivio. Estaba desesperada por cambiar de tema.
—No lo sé, es la primera vez que hago algo parecido. Yo aprendí a volar por mi cuenta, igual que todos los que conozco —sinceró. Ella le había pedido ayuda y él estaba dispuesto a dársela, pero la realidad era que no tenía ni idea de cómo empezar. La vio encogerse de hombros pensativa, entonces el compartió estado con ella. Estuvo encemismado los siguientes minutos, buscando en sus recuerdos algo que sirviera en esa situación—. Oh, había una tontería que consideraban sagrada allá arriba...
—El ritual de las lágrimas de Dios —terminó ella, poniendo los ojos en blanco. Justamente hoy había soñado con eso, parecía una broma del destino—. No funcionó.
Después de muchos años, Helena había comprendido de que se trataba todo eso. Cuando creció se lo explicaron. Gabriel era el mensajero de Dios y se encargaba de bañar a los ángeles en aquel lago que se suponía eran las lágrimas de su señor. Supuestamente la luz sagrada los iluminaría y le otorgaría alas cuando estuviera listo. Se consideraba —hasta Hela había funcionado perfectamente— que la mayoría de edad en un ángel se alcanzaba a los siete años.
Una locura. Durante mucho tiempo le pidió a Michael que lo repitiera, pero él se negaba diciendo que las cosas tenían un orden y no podía afectarlo, el mismo discurso barato de siempre.
—Eso nos deja en grabes problemas. Si no fuiste capaz de obtener tus alas ahí lo más probable es que nunca salgan —soltó Lucifer sin pensar.
Helena hizo un puchero trsite, uno que hasta él pudo entender, entonces se encogió de hombros y forzó una sonrisa.
—Pero ese ritual es una mierda, una pantomima. Yo, por ejemplo, pude sacar mis alas sin la necesidad de hacerlo —añadió, tratando de devolverle las esperanzas que cruelmente le había arrancado previamente.
—¿En serio? —inquirió ella, con un brillo inocente cruzando su mirada. Ensanchó su sonrisa al verlo asentir nervioso varias veces—. Sinceramente había perdido toda esperanza de volar alguna vez por mi cuenta. Pero si no voy a hacerlo que no sea porque no lo intenté.
—¿Eres optimista?
—Hago lo que puedo para no hundirme en la miseria.
—Buena respuesta.
—Buena pregunta.
Lucifer sonrió al verla a ella sonreír. Helena tenía una cierta atmósfera rodeándola que contajeaba felicidad.
—Bueno, ¿qué haces tú para volar? —cuestionó, moviéndose rápidamente hacia la espalda de Lucifer. Le dio la vuelta al rey mirándole.
—Nada. Simplemente lo pienso y ya está —simplificó él, siguiéndola con la mirada de solsayo.
—Necesito profundidad —confesó, reincorporándose frente a él.
—Comienza por quererlo, piensa que tus alas son una extremidad más de tu cuerpo y simplemente contrólalas.
—¿Qué hago si no tengo alas?
—La idea es que sí tengas.
Helena comprendió y asintió con su cabeza en respuesta. Retrocedió marcha atrás, sin dejar de mirarlo y respiró profundo, muy profundo.
Cerró sus ojos e hizo lo que Lucifer le había dicho. Se imaginó que si tenía alas, que podía controlarlas. Debía pensar en ellas como un par de piernas o brazos más. Debía creérselo. Podría parecer una tontería y algo que ella ya hubiera intentado antes, pero debía comenzar por ahí.
Estuvo varios minutos así. Intentando que funcionara. Abrió un ojo y con el miró a Lucifer, que seguía observándola con detenimiento, esperando un resultado positivo. Entonces volvió a cerrarlo. Pasó otro rato así y terminó por rendirse.
—No está funcionando —dijo, obvia.
—Probemos otra cosa mejor —ofreció Lucifer, completamente de acuerdo.
—Está bien.
Comenzó una lluvia de ideas. Ninguno tenía noción alguna de cómo hacer aquello. Eran nuevos ambos. Él como mentor era casi un fiasco, y ella como alumna era un fracaso. Trataron de unir fuerzas a ver si de ese modo podían encontrar una solución al problema, pero no fue el caso. Cada sugerencia era peor que la anterior y todas terminaban igual, en un naufragio.
Al final volvieron a lo mismo, Helena debía creérselo para poder sacar sus alas. Debía concentrarse.
Los minutos se comvierton en horas rápidamente. El tiempo se fue volando. Habían pasado toda la mañana y parte de la tarde ahí. Lo mejor de todo es que no había adelanto ninguno.
—Tengo una importante reunión dentro de poco y esto no parece tener final —tiró al aire Lucifer, evidentemente cansado de aquella situación.
—Es que no lo entiendo —comentó Helena, llevándose ambas manos a la cara frustrada. Se quería arrancar la cabeza, pero evidentemente no podía. Bajó las manos lentamente.
Se encontraban uno frente a otro. Ambos estaban sentados con los pies cruzados. Helena se encontraba recostada al barandal, derecha. Lucifer tenía su codo apoyado en el muslo y la cara reposando en su mano, con la espalda bien curvada.
—¿Por qué no puedo controlarlo? —inquirió, molesta consigo misma. Se miró las manos—. ¿Qué hay de mal en mí?
—Ella no me escucha... —susurró Lucifer, entrecerrando los ojos.
—Es que se supone que soy hija de Michael. Debería destacar en todo lo que hago. No ser un fracaso.
La mente de Lucifer hizo clic en ese momento. Por un momento tuvo una idea.
—¿Quién es tu madre? —inquirió, desde la misma posición.
Helena abrió ligeramente su boca. Trató de disimular la tristeza que le provocaba hablar del tema, pero no le salió muy bien. Sus ojos perdieron brillo, su sonrisa se tornó mohína, su rostro perdió color. Agachó la mirada para que él no lo notara.
—Es un alma mortal.
—¿Y no has pensado nunca que a lo mejor no tienes alas porque saliste a tu madre y no a tu padre? —soltó Lucifer, sin percatarse por completo de lo que esto podría generar en Helena.
Ella no contestó. Se mantuvo en silencio tanto tiempo que lo dejó atónito. Lucifer terminó por erguirse en el lugar para verla mejor, ella no levantaba la cabeza ni decía palabra alguna, a penas y la sentía respirar.
Si Helena lo había sorprendido anteriormente, ahora se iba a llevar el premio. La vio levantarse de un impulso, como si fuera un resorte. Él alzó la vista sin comprender qué hacía. La joven se dio media vuelta y se trepó sobre la baranda de la azotea por segunda vez ese día, pero esta, a diferencia de la anterior, se dejó caer.
Lucifer se puso en pie rápidamente. No había tiempo para estar impresionado por la acción, Helena se había lanzado azotea abajo.
La protagonista sintió el viento rozarle la cara casi como si se la estuviera cortando un cuchillo, la velocidad con la que caía provocaba esa acción. No tenía miedo de morir ahí por alguna extraña razón. Pensó que quizás lanzarse del edificio podría generar la suficiente adrenalina en ella como para obligarla a sacar sus alas a la fuerza, pero no fue el caso.
Afortunadamente Lucifer tomó su mano y la jaló contra sí mismo a tiempo para cargarla y abrir sus alas. No cayeron contra el piso por muy poco tiempo, el justo para que él pudiera incorporarse con soltura.
Cuando los pies de Lucifer tocaron por fin el suelo miró a Helena. Se encontraba sosteniéndola con un solo brazo, como si fuera una bebé. Ella se había abrazado de su cuello y escondía su cabeza en el espacio que separa al mismo de sus hombros. No decía nada, estaba quieta.
—¡¿Qué te sucede?! —reprendió, pero no obtuvo respuesta. Esta vez se había pasado de impulsiva, si él no hubiera actuado a tiempo hubiera muerto definitivamente.
Lucifer iba nuevamente a tomar la palabra, a buscar una respuesta por parte de Helena, la necesitaba porque no comprendía nada. Se había puesto hiper sensible cuando mencionó a su madre, como si hubiera tocado un nervio. Quizás estaba ansiosa por ayudar e impaciente por obtener sus alas, pero eso no justificaba su locura.
Sin embargo, fue incapaz de decir una palabra más cuando sintió su ropa y parte de su piel mojarse. Se quedó quito como un palo replanteándose la situación, preguntándose si se estaba equivocando. Ella no lo soltaba, no asomaba su cabeza, no se movía, pero podía sentirlo.
Escucharla contener un suspiro lo hizo confirmarlo. Helena estaba llorando, oculta en su cuello.
Lucifer maldecía tu poca capacidad de entendimiento muy pocas veces, esta definitivamente era una de ellas. ¿En qué momento la alegre y positiva muchacha de la mañana se había convertido en ese vulnerable ser que él sostenía?
Razones quizás tenía. Su padre la había dejado en el infierno, su pareja era un evidente idiota, según Vaggie era una marginada en el cielo, se estaba esforzando por algo que no parecía dar frutos. Habían muchas posibles razones, pero él no era capaz de concretar con seguridad ninguna idea.
No era muy bueno tampoco en ese tipo de situaciones, si le costaba tratar con sus emociones, topar a las de alguien más era un infierno. No sabía que hacer o como comportarse. ¿Fingía demencia o trataba de consolarla con palabras? Ninguna de las dos se le daba bien.
No se le ocurrió nada más que llevar su mano libre sobre la cabeza de la rubia y darle pequeñas palmaditas. Cuando Charlie era pequeña lloraba mucho y eso solía calmarla y hacerla reír, sabía que Helena no era un bebé, sin embargo eso era lo mejor que podía hacer una persona como él para animarla. No la movió, la dejó quedarse ahí todo el tiempo que considerara necesario para recuperarse de lo que sea que la estuviera afligiendo.
Helena se dejó arrullar. Le sacó una pequeña sonrisa el tienro gesto de Lucifer, pero aprovechó su hombro para liberar la tensión que había estado conteniendo hasta el momento. Se abrazó aún más fuerte de su cuello y se dejó llevar por todas esas emociones que sentía que la estaban ahogando y que si no las dejaba salir terminarían matándola.
Parecía una niña indefensa en los brazos de su protector.
Pasó un buen tiempo. Helena no lo quería, pero sabía que tenía que dejarlo ir, que soltarse. Así que voluntariamente sacó su cabeza de su escondite y se bajó cuidadosamente con la ayuda de Lucifer.
—No vuelvas a hacer eso —le dijo él, ignorando el momento de debilidad de la de dorados orbes.
—La próxima vez prometo avisarte. —Helena esbozó una dulce sonrisa.
Lucifer escuchó la naturalidad con la que ella le había insinuado que definitivamente lo volvería hacer y no pudo evitar hacer una mueca descontento.
Helena soltó un par de risas y se dio media vuelta. La puerta del hotel quedaba justo delante de ella, al final hasta había sido un atajo para regresar y todo. Sintió la mirada de Lucifer clavada en su espalda, iba a caminar, pero terminó por girarse de nuevo.
El rey alzó una ceja al ver cómo Helena tomaba sus manos entre las suyas y le sonreía.
—Esto es un agradecimiento especial por no preguntar ni apartarme —susurró, sonriendo sinceramente. Lo miró a los ojos. Las estrellas en sus orbes dorados brillaban con intensidad, cristalizadas por el llanto anterior—. Dices que querías crear y terminaste destruyendo. Yo creo que estás contando las cosas que has perdido y no las que has ganado. Estás mirando el mundo desde el ángulo incorrecto.... —Volteó las manos de Lucifer frente a su rostro y elevó las comisuras de sus labios a su máximo explendor—. Cuando veas el mundo desde el ángulo correcto, quizás te des cuenta de todo lo que habías estado ignorando.
Helena soltó las manos de Lucifer y retrocedió, sin dejar de mirarlo, con el rostro ladino y su expresión de dulzura y comprensión.
—¿Cómo sabías que fui yo el que escribió eso? —cuestionó Lucifer incrédulo, viendo sus manos para luego verla a ella—. Literalmente me mostré desinteresado ante el asunto.
Era la primera vez que escrutaba a Helena. Recién se percataba de cuan hermosa podía ser cuando sonreía. Sus largos cabellos rubios lacios caían en cascadas sobre sus hombros, sin embargo tenían el peculiar detalle que, en la sombra de su espalda habían una infinita cantidad de estrellas incrustadas. Sus suaves y tersas mejillas se encontraban ligeramente acolchonadas por la gigantesca sonrisa que ella le dedicaba, las mismas también tenían un firmamento dibujado sobre ellas. Sus ojos dorados cual oro brillaban, quizás por los luceros en ellos, quizás por lo cristalizados que se encontraban.
La chica negó con su cabeza y empujó con sus manos a Lucifer hasta que este estuvo un poco más lejos del hotel.
—¿Tú no tenías una importante reunión? Vamos, que no se te haga más tarde por mi culpa.
Helena volvió a dejarlo con la palabra en la boca y evitó responder a su pregunta descaradamente. Se dio vuelta y comenzó a caminar sin mirar atrás hacia el hotel.
Lucifer en cambio, cuando abrió sus alas para volar, no pudo evitar mirarla por encima del hombro. Es que...
¿Cómo demonios supo ella que fue él quien lo escribió?
Helena se recostó a la pared ya dentro, recapitulando. Le ardían los ojos de tanto llorar y todavía le temblaban los pies. Trató de disimularlo con Lucifer pero no supo cuán bien se le dio.
En ese momento bufó. Se revolvió el cabello incómoda y se reprendió internamente. Había llorado como un bebé en sus brazos, sin razón alguna. Era una idiota, se suponía que esas cosas de ella nadie las viera.
No había castigo suficiente para autoponerse por hacer el ridículo de ese modo. Echó su andar haciendo gestos con sus manos y repitiéndose internamente que se había portado como una tonta.
—Tetas divinas, cuidado —le dijo Ángel, pero fue demasiado tarde.
Iba tan distraída que Helena terminó chocando contra otra pared. No escuchó la voz del pecador y la llevó a estrellarse contra el concreto. Se echó hacia atrás y se llevó una mano al cráneo, justamente a la zona de la frente. Eso definitivamente iba a dejar un chichón.
Sintió las risas a su lado y cuando volteó a ver de quienes se trataban encontró a Angel sentado en la gran barra del nuevo hotel y a Husk detrás de esta, sirviéndole un trago. Ambos se estaban descojonando de ella, como si les hubieran contado el mejor chiste.
—Soy un desastre —susurró mirándolos, apenada.
—Pero un desastre gracioso —corrigió como pudo Angel, echándole una ojeada al ya más calmado Husk. Le movió el pequeño vaso en señal de que repusiera—. Como recompensas por las risas te invito a un trago.
—Son gratis, cabrón —le dijo Husk, frunciendo el ceño.
—Oh, yo no tomo, pero gracias —dijo rápidamente Helena, moviendo sus manos en forma de negación. Dibujó una sonrisa incómoda y se encogió de hombros.
No es como si estuviera prohibido allá arriba, pero tomar no era algo específicamente bien visto. Supuestamente incitaba al pecado. Además Michael se había pasado la vida advirtiéndole de todas las cosas negativas que provocaba el alcohol y, por conciencia, ella no pudo evitar tenerle algo de negación.
—Venga, no seas aburrida —insisitó Angel, haciendo un gesto con su barbilla para que se acercara—. Una copa hace olvidar las penas. Además, estamos celebrando que mi jefe es un hijo de la gran puta.
—¿Eso se celebra? —cuestionó Helena, caminando hacia él. Tomó asiento a su lado y lo miró interesada. Desde que había llegado solo escuchaba a Angel quejarse de lo mierda que era su trabajo.
El actor soltó una sonora carcajada y se bebió de una su trago, buscando algún tipo de consuelo en el fondo del vaso. Negó con su cabeza, como si nada hubiera pasado.
Helena esperó impaciente una respuesta que nunca llegó. Husk aprovechó y colocó un cubata frente a la joven. Cuando ella lo miró, él solo respondió con una sonrisa y un gesto que la invitaba a beber.
—Es que de verdad no me gusta.
—¿Cómo sabes que no te gusta si nunca lo has probado?
—¿Estás provocando que un ángel caiga en el alcoholismo? —cuestionó Husk, frunciendo el ceño hacia Angel.
—¿Me darías cadena perpetua en la cárcel de tu habitación? —insinuó, inclinándose en la barra, consciente de que vendría el rechazo de siempre.
Husk puso los ojos en el cielo y se dio media vuelta para buscar otra botella. Darle demasiada importancia a las tonterías de Angel podrían hacerle pensar que lo afectaban, así que decidió simplemente ignorarlo
—¿Ustedes dos tienen algo? —preguntó.
—Depende. ¿Tienes algo con el vergas demoníacas? —contraatacó interesado él, mirándola de un modo que ella no supo definir.
—¿Quién?
—Papito cachondo... —Angel vio que Helena seguía igual o peor pérdida que previamente—. ¿La mayor verga? ¿Soberano caliente?
—Lucifer, se refiere a Lucifer —interrumpió Husk, volviendo a la escena con otra botella. Ya no toleraba escuchar otro de los tontos apodos de Angel ni un segundo más.
—¿Qué? ¡No! —exclamó rápidamente, mirándolos impresionada—. ¿Qué os hace pensar eso?
—Estaban muy cariñosos hasta hace poco en la calle. —Angel se encogió de hombros al verla hacer una expresión anonadada—. Estaban al frente del hotel, raro sería que nadie los hubiera visto.
—¡No es eso! ¡No tiene nada que ver! Ay, Dios... —susurró lo último, llevando ambas manos a su rostro. Estaba agotada de ese día, que ganas de que acabara de una vez.
—Mira no es de mi incumbencia si te estás tirado al lujurias —le dijo Angel para traquilizarla—. Pero me da mucha curiosidad. ¿Cómo folla? Tiene que ser Dios en eso.
—Angel, por el amor de Dios, no tenemos nada —repitió Helena, casi en forma de súplica. Necesitaba que la creyera.
—Lo que tú digas, monada. A mí me pareció que un poco más y se comían toda la boca.
—Voy a necesitar ese trago —le dijo Helena a Husk, tomando el vaso entre sus manos y tomándoselo de una. Lo colocó sobre la barra y se llevó una mano a la cabeza. Era la primera vez que el alcohol entraba en su organismo y debía ser cuidadosa.
Husk la miró con un poco de pena, Angel podía ser intenso a veces. Sin que ella se lo pidiera le rellenó el vaso.
—Solo voy a tomar uno más.
Fue lo último que recuerda Helena que dijo. Lo demás es como un gran hoyo sin fondo, negro, vacío. Su memoria se difunaba desde ese momento, lo cual había probado que, en efecto, no se había detenido con un trago más.
No supo con exactitud cuánto tiempo estuvo ahí con esos dos, charlando y riendo como idiotas a conciencia de lo borrachos que estaban. ¿Habrían sido horas o minutos? No lo recordaba.
Bueno, había algo que si recordaba, y eso era haber caído rendida como un pato sobre el pecho de Angel. Intentó moverse para separarse pero sus extremidades no respondían y en su cabeza habían un montón de estrellas que daban vueltas sobre ella, diciéndole que todo estaría bien.
A partir de ahí, todo estaba negro.
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Palabras del autor:
Holis, como estamos? Les dije que no hate a Michael, él es un papá luchón, aunque también tiene su lado pendejo. Ya sabremos de él más adelante
Ahí os dejo la imagen de cómo es.
Ya tuvimos el primer acercamiento importante de Helena y Lucifer, ignoren cuando ella le vendió su alma.
Ya empiezan a entender por qué Helena es tan rebelde?
Lean comiendo palomitas :3🍿
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