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Capítulo 3

Helena no iba a dejar que cundiera el pánico y el miedo dominara sus acciones. Ella podía encontrar el equilibrio, aparentar ser una mujer madura. Debía mantener la compostura. Todavía habían esperanzas.

Además, el suyo era el menor de los problemas ahora mismo. El ambiente que se respiraba le impidió ser lo suficientemente dramática como para anteponer su situación, la empatía no se lo permitía.

Observó casi en silencio como Charlie era consolada por su padre. La chica se veía bastante afectada por el hecho de que la situación se le haya salido de las manos. El infierno era un caos absoluto; cuerpos sin vida esparcidos por los alrededores, rastros de sangre por todas partes y el hotel estaba completamente destrozado, no habían siquiera cimientos que salvar. Sumándole a todo esto el sacrificio de uno de los suyos para poder detener a Adan.

Todo había destruido a la princesa del infierno y, de no ser por Lucifer y próximamente los inquilinos del Hazbin, posiblemente Charlie se hubiera roto ahí mismo.

Helena quizo decirle algo para hacerla sentir mejor. Quizo decirle que había hecho historia, que nadie jamás había logrado que las tropas de ángeles retrocedieran, pero hasta ella era consciente de que eso fue cosa de Lucifer. Quizo decirle que habían ángeles de su lado, pero la única del lado de Charlie era ella, que ni siquiera tenía alas. Quizo decirle que haría todo lo posible para ayudarla en la corte celestial, pero ni siquiera era capaz de regresar al Cielo.

Intentó buscar un lado positivo que resaltar, pero le quemó la garganta saber que no siempre había un lado positivo. La primera gran lección que había aprendido Helena en el infierno era que la vida a veces golpeaba como un balde de agua demasiado fría.

Sabiendo todo esto no le quedó más remedio que observar en la distancia como los ánimos regresaban después de sufrir a los caídos. Cuando decidieron reconstruir el hotel, ella intentó ayudar, pero se consideraba más bien un estorbo, así que se mantuvo a la distancia.

Se encontraba en una disyuntiva muy grande que se esforzaba por ignorar. Helena tenía todas las intenciones de ser útil, pero sabía que jamás podría serlo. Fue así toda su vida, y no sabía qué se le había pasado por la cabeza cuando pensó que algo podría ser distinto en el infierno, no hizo nada más que ganarse el destierro.

Se encogió de hombros y abrazó su brazo izquierdo cuando una brisa fría la arrulló. Recordó como era su vida en el cielo, como autoimponiéndose un castigo por semejante fracaso.

Justo cuando sentía que la culpa se colaba en cada rincón de sus huesos, un fuerte viento casi la mueve del lugar. Al alzar esos ojos —que desde que fue abandonada sólo habían mirado al suelo— sus brillantes orbes dorados quedaron impresionados.

El Hotel se estaba levantando como si nunca hubiese tocado suelo. Evidentemente la gran mayoría era fruto de la magia generada por los dos gobernantes del infienro, pero los demás se esforzaban por seguirles el ritmo. Aunque su trabajo fuera mínimo, todos estaban poniendo su pequeño granito de arena.

Completamente hechizada, Helena caminó hacia el interior. Dejándose llevar por la encantadora paleta de colores y los exagerados pero divertidos y a la vez elegantes diseños. La puerta principal llevaba a un salón extremadamente alto, con un living grande y específicamente organizado, con unas escaleras gigantes al fondo. Miró hacia el techo y todas las esquinas. No podía creer la velocidad con la que habían restaurado todo.

Lo que más llamó la atención de Helena fue el cuadro gigante en la pared. Se trataba de posiblemente un pecador, uno con cuerpo de serpiente. Vestía como un capitán de barco y estaba rodeado de riquezas. Al parecer se trataba de algún homenaje a alguien importante.

—Disculpa...

Llamó una voz a espaldas de la protagonista. Helena dio un respingo en el lugar y, antes de voltearse, se arregló nerviosa el cabello.

—¿Si? —inquirió, con una gran sonrisa en el rostro mientras se daba la vuelta.

Todos estaban presentes ahí, al menos todos los que formaban parte del equipo del hotel. Completamente detrás estaba casi todo el mundo, un poco más adelante se encontraban Lucifer y un peculiar demonio rojo discutiendo, y ya casi frente a ella estaba Charlie.

—¿Tú quién eres? —preguntó seria la joven princesa. Luego se revolvió el cabello con una sonrisa nerviosa y comenzó a dar vueltas en el lugar—. No. Osea, no tienes que decirme si no quieres. No es obligatorio. Pero me da curiosidad, porque llegaste de la nada a ayudarme y... ¡Estoy muy agradecida! —divagaba mientras miraba el techo, a Helena y nuevamente al techo. Terminó por suspirar. Calmó sus nervios y elevó las comisuras de su labios a su máximo explendor—. Mi nombre es Charlie Morningstar. Gracias por ayudarme.

—Charlie... —intentó decir en un susurro Vaggie, dando un paso al frente. No quería llamar demasiado la atención, pero debía advertirle a su pareja sobre lo que ella sabía.

—Soy Helena —contestó la de orbes dorados, sonriéndole de vuelta a Charlie—. Ayudé porque fue lo que creí justo.

—Entiendo. ¿Vienes del cielo?

Helena asintió rápidamente.

—Y que no te hayas ido con ellos...

Helena asintió nuevamente, esta vez un poco más desanimada.

—Si necesitas cualquier cosa solo déjamelo saber. ¡Si no tienes alojamiento puedes quedarte aquí sin problemas! Justo estamos buscando huéspedes, nos vendría bien...

—De hecho... —Helena cortó el discurso emocionado de Charlie, mirando por encima del hombro a su padre.

Lucifer Morningstar notó que su hija, Helena y todos los demás habían clavado sus vistas sobre él debido al reciente interés de la chica del cielo. Entonces abandonó su discusión con Alastor y se colocó firme, mirando sus guantes, fingiendo elegancia.

—Hay algo en lo que sí podrías ayudarme. O más bien, su majestad podría —corrigió rápidamente Helena. Encogiéndome de hombros.

Charlie frunció el ceño un segundo, pero se recuperó rápidamente. Guió a la chica hasta el medio del salón, justo donde se encontraba su padre. Helena la había ayudado en demasía sin siquiera conocerse, luchó contra los suyos por ella y se puso del lado del infierno. Lo que fuera a pedir, siempre que estuviera en su alcance, ella estaba dispuesta a dárselo.

—¿Y bien? —inquirió Lucifer, usando su bastón de base para sus dos manos.  Había escuchado claramente como la joven había insinuado que él podría ayudarla.

—Necesito una cita con el Cielo —murmuró, casi apenada y deseosa de que no la hubieran escuchado.

Lucifer borró su sonrisa rápidamente. Hizo un sonido casi como si se estuviera ahogando y usó su mano para negar rotundamente.

—No, no, no, no, no. JA. No. —Fue lo único que dijo, casi en una canción.

—¡Por favor! —exclamó Helena, perdiendo la compostura durante un segundo. Sintió la mirada de Charlie sobre ella y tuvo que respirar profundamente para calmarse—. No sé qué sucedió, pero no pude volver a casa.

—Yo sí sé. Te dejaron aquí porque no les gustó lo que hiciste. Eres una caída —explicó como si nada Lucifer.

Quizás fueran sus problemas para entender los sentimientos ajenos o propios. Posiblemente no tenía ni idea de lo impactante que podría ser la situación. Lo más seguro era que no estaba consciente de lo que podían afectar esas palabras a la protagonista. Pero casi había sonado frío.

Helena se encogió aún más de hombros y agachó la mirada.

—¡Papá! —reprendió Charlie, dándole palmaditas en la espalda a la chica en forma de consuelo—. Esto es delicado.

Lucifer ablandó su semblante tras recibir el regaño de su hija. En efecto, era culpa de su poca compresión hacia los sentimientos lo que a veces generaba ese estilo de malentendidos. No era su intención herir a nadie, pero sabía, por el rostro helado de Helena, que eso había hecho.

La había herido.

—Bueno, a lo mejor fue alguna especie de error... —añadió, forzando una gran sonrisa. Abrió sus brazos e hizo un gesto con su bastón. Trataba de sonar convencido para hacerla sentir mejor, pero no lo logró. Al ver a la chica suspirar, él también se encogió de hombros.

Silencio, un silencio sepulcrular se extendió por toda la sala. Nadie se atrevía a decir nada, mucho menos los que no estaban involucrados con el asunto.

—¿No es posible la cita? —preguntó de la nada Charlie, mirando a su padre.

—No lo sé, princesita —dijo dudoso —. Recién pasó el exterminio, no sé si sea buena idea.

—Podríamos intentarlo. Así Helena descubre que sucedió con ella.

La aludida miró con esperanza a la joven princesa del infierno. Todavía no se podía creer que fuera tan dulce y buena. Ella definitivamente no merecía estar ahí.

Lucifer se guardó para sí mismo nuevamente el comentario. Era evidente que habían dejado a Helena intencionalmente. Ella bajó al infierno sin lo que parecía ser una autorización, desafío a Adan y, por consecuencia, a todo el Cielo. Helena era todo lo que estaba mal para la gente de allá arriba, lo sabía porque él también lo fue en su momento.

—Bueno... —arrastró la última o de la palabra y miró por el rabillo del ojo a Charlie, quien se había emocionado como una niña pequeña—. Podría hacer algo.

—¿¡En serio!? —dijeron Charlie y Helena a la misma vez. Ambas se miraron confundidas y sonrieron a la par.

Helena recordó a Emily. La chica frente a ella le recordaba en demasía a su mejor amiga. Parecían hermanas separadas al nacer. El mismo espíritu, la misma sonrisa, los mismos ideales. Eran como dos gotas de agua.

Hasta sintió ganas de protegerla.

—Sí. Debido a lo ocurrido parece que quieren hablar conmigo. Quizás pueda llevarte y resolver de una vez por todas tus dudas —ofreció dubitativo Lucifer, sonriendo nuevamente.

Helena asintió consecutivas veces, como una niña pequeña, emocionada. Nunca había considerado al cielo un hogar, pero sino regresaba, realmente no tenía a donde ir.

Lucifer en cambio no estaba convencido de que aquello fuera una buena idea. Lo había dicho y lo recalcaba, que Helena hablara tan pronto con el Cielo no podía salir bien. ¿Pero cómo le decía que no a esos ojitos de cachorrito que le puso Charlie? Era imposible negarle algo.

Así que ahí estaban minutos más tarde. Gracias al portal creado por él se encontraban justo frente a embajada.

Helena miró atónita el portal y luego a Lucifer. Pasó una mano por el susodicho y sintió el frío de la montaña del Hazbin. Era como estar en dos lugares a la vez.

—Si lo cierras ahora, ¿mi mano quedaría del otro lado? —preguntó, volteando a verlo.

Lucifer se encontraba reposando su codo sobre su bastón, observaba con una ceja alzada los movimientos de la joven.

—¿Quieres descubrirlo?

—Mejor no —respndió ella, sacando su mano rápidamente.

Helana se incorporó al lado del demonio. Miró la grana embajada y se sintió abrumada por lo que estaba a punto de escuchar. Inconscientemente se arregló, limpió su ropa y trató de painar sus cabellos con sus dedos. Estaba más nerviosa que en una puñetera cita, solo que no sabía quien sería el afortunado.

En silencio siguió el camino de Lucifer por el interior. Todo estaba vacío. Los pasos hacían eco alrededor de la habitación gigante. Solo unos pocos asientos. A diferencia del exterior, ahí adentro los colores que predominaban eran el blanco y dorado, quizás algunos detalles en negro. Si parecía una institución del cielo.

Al final del pasillo Lucifer firmó algo y una misteriosa puerta se abrió. Helena tragó en seco antes de seguir su camino, escondida tras la pequeña espalda del Diablo.

La habitación parecía una sala de reuniones. Simple pero concreta, con una gran mesa que tenía algunas sillas alrededor. Estaba perfectamente iluminada y no se sentía tan sombría como la anterior.

En una esquina se encontraba una silueta de un ángel. Estaba de espaldas, con las manos entrelazadas, mirando a la nada.

Helena reconoció rápidamente su espalda. No le hacía falta que se volteara. En su cabeza todos los hilos encajaron, Iván era el sub capitán, Miguel lo había nombrado, ahora que Adán estaba muerto, él asumía el mando.

Por instante los nervios de la joven protagonista desparecieron. Sentía que todo el peso en sus hombros se había esfumado y su esperanza se duplicó. Con él ahí nada podría salir mal. El destino le sonreía.

Emocionada casi se lanza a correr hacia él, pero la advertencia de su pareja se lo impidió.

—Yo que tú no me acercaría mucho —dijo Iván, volteándose para verla a los ojos—. Esta vez se te salió de las manos.

—¿Iván?

El aludido ignoró completamente el llamado de Helena y miró a Lucifer.. debía entregarle el mensaje.

—El cielo está en shock. Dijiste que podíamos exterminarlos.

—¿Qué tú qué? —inquirió nuevamente Helena, mirando al soberano del Infierno. No podía creer que él hubiera estado de acuerdo con eso.

—El trato se rompe en el momento en que atacan a mi hija —escupió Lucifer, mirándolo con desdén.

—Adan cometió un error. Conmigo no se volverá a repetir. Tenlo por seguro.

—Ahora mismo no estoy seguro de si apruebo otro exterminio —soltó al fin Lucifer, impresionando a sus dos compañeros—. Mi hija está luchando por una causa, y pienso que quiero creer en ella.

—¿Quiere decir que desapruebas el exterminio?

—Quiere decir que estaré mirando el hotel de cerca. Dependiendo de los resultados escogeré un bando. Hasta entonces, cada ángel que venga al Infierno a intentar matar a alguien, se las tendrá que ver conmigo antes. —Esbozó una gigantesca sonrisa de superioridad, con esos blancos y puntiagudos dientes, una que logro extremecer a Iván.

El líder de los ángeles respiró profundamente. Debía tomar la decisión más prudente en esos momentos. Era su primer día al mando y no podía cagarla, desde luego tener a Lucifer en contra era cagarla. Tenía que analizar con cuidado la situación y mantener la paz, después de todo, los demonios habían demostrado que los de arriba no eran invencibles.

Decidió dejar el asunto ahí por el momento. Debía consultarlo con sus superiores. No era tan estúpido como Adán como para ir haciendo y deshaciendo a su antojo, si lo hacía terminaría igual que el pendejo: muerto. No quería al Cielo en su contra, así que seguiría el procedimiento.

—Informaré al respecto. Espero esté alerta de nuestra respuesta.

—Por supuesto que sí.

—Espera, Iván —llamó Helena.

La joven que se mantuvo en silencio en ese momento dio un paso al frente. No había querido interrumpir la charla de esos dos, sabía que era sobre el futuro del Infierno y mucho más importante que su situación, pero ahora que habían terminado debía tomar la palabra.

—¿Qué quieres? —preguntó déspotamente él. No tenía tiempo para aquello. El infierno olía fatal y ya quería regresar a casa.

—¿Puedes llevarme contigo? —inquirió ingenuamente Helena, pensando que al tratarse de su pareja este accedería sin importar qué.

—Oh, Hela. —La miró, con cierto deje de vergüenza—. ¿Adán no te dijo? Está prohibida tu entrada al cielo.

—¿Qué? No puede ser —negó ella—. Necesito hablar con mi padre.

—Tu padre dio la orden —escupió Iván, mirándola desde arriba. Cuando la joven abrió sus ojos de par en par, incapaz de creer lo que escuchaba, él soltó una risita—. ¿Qué esperabas? Saltaste al infierno y ayudaste a los demonios. Eres una traidora.

Helena analizó. Iván estaba en lo cierto. Sus acciones podrían ser consideradas como traición. Tampoco se iba a hacer la heroína, había ayudado a los enemigos de su reino a defenderse de quienes supuestamente eran los suyos en un lugar en el que ni siquiera debía estar.

Lo que sí no podía creer era el hecho de que, tanto como se lo había advertido, Michael haya sido quien tomó la decisión. Puede que ella estuviera un poco descarriada para los de allá arriba, pero él seguía siendo su padre. ¿No se supone que la familia debía apoyarse en todo?

¿Acaso la del problema era ella?

Se llevó ambas manos a la cabeza, tratando de enjuiciar la situación. En el proceso escuchó las voces acusantes de los habitantes del cielo, esas que le recordaban siempre que no era diga, que era un estorbo, que era una decepción.

Lucifer y Iván clavaron sus miradas en ella. El primero pensó que en definitiva había tenido razón, esa no era una buena idea. El segundo por otra parte se volteó.

—Me tengo que ir...

—¿Que sucederá con nosotros? —cuestionó ella, alzando la vista para verlo. No podía creer como se estaba comportando.

Iván siempre había sido cariñoso, cuidadoso, amable, dulce. Siempre la trató como una flor. Helena lo quería y pensó que él sentía lo mismo. Precisamente porque lo quería jamás le hablaría como él lo estaba haciendo en ese momento.

¿Había sido todo una mentira?

—Querida. Esto es temporal. Si decides cambiar las puertas del Cielo estarán abiertas para tí. Entoces podrás regresar y seguiremos como si nada —simplificó sonriéndole. Consideraba ese un gesto de dulzura—. Solo tienes que cambiar tus actitudes, dejar de ser tan impulsiva e inmadura. Pero lo más importante es que escuches. Ya es hora de crecer, Helena.

La joven sintió su sangre arder con furia. Agachó la mirada y se mordió el labio inferior tan fuerte que terminó goteando sangre. No iba a llorar, no le iba a dar el gusto.

—Se supone que cuando amas a alguien no quieres que cambie, mucho menos lo abandonas —escupió, sabiendo que tenía las miradas de los dos varones sobre ella.

—No te estoy pidiendo que cambies, solo que mejores.

Aquello fue el colmo.

Ira, fuera, tristeza, decepción. Una serie de sentimientos negativos como nunca había experimentado se mezclaron en su pecho. Podría ser la suma de todo, de su expulsión, del abandono de su padre, describir que Iván nunca la amó en serio, que posiblemente la estuvo usando para que Michael le diera su posición.

Ella no lo sabía con exactitud, pero estaba que hervía. Quizás él tuviera razón y ella era impulsiva e infantil, quizás se fuera a arrepentir después por ello, pero no lo pensó mucho, simplemente se volteó hacia Lucifer, le jaló la manga de su chaqueta y clavó sus dorados y decididos orbes sobre los de él.

—Hagamos un trato —le dijo, sin ningún deje de duda en su voz. Aún sosteniendo su manga se pegó a él.

Lucifer la escrutó nervioso. Le daba un poco de miedo esa mirada en el rostro de la fémina.

—Te entrego mi alma a cambio de que le rompas la cara a ese imbécil.

—¿Qué? —cuestionó Iván, alzando una ceja. No daba crédito—. ¿Así te quieres redimir?

—¿Estás loca? ¿Tú quieres que nos adelanten el exterminio aún más? —fue la respuesta de Lucifer. Había olvidado su miedo solo porque la petición de Helena lo había sacado de su lugar.

¿Quién demonios era esa mujer?

—Solo un golpe, rómpele todos los dientes. Yo responderé ante el cielo, tienes mi palabra —aseguró, transformando su semblante.

Más que demandando estaba rogando porque el señor del infierno cumpliera su petición. Ella no podía quedarse así, necesitaba liberar esa tensión, necesitaba darle su merecido a Iván, pero no era lo suficientemente fuerte, si lo intentaba él la iba a vencer fácilmente. No sería lo mismo con Lucifer, él tenía el poder que ella no, y después de todo, cuando ella rezó por la ayuda de alguien él fue quien llegó.

El rubio frunció el ceño. Analizó a Helena. Tenía dificultad para entender los sentimientos ajenos, pero era evidente que Iván era un hijo de puta que la había humillado. Además, la joven le estaba suplicando con esos gigantes y cristalizados ojos dorados que la ayudara, era tan evidente que ni siquiera él, que a veces se perdía de las emociones de los demás, podía ignorar aquello.

Suspiró.

—Entonces, ¿tenemos un trato? —inquirió Hela, extendiendo su mano.

Lucifer esbozó un sonrisa gigante y la tomó. Un fuerte viento extremeció a todos en la habitación, obligándolos a luchar por mantenerse en pie. Un fuego rodeó el cuello de Helena y segundos más tarde se convirtió en una especie de cadena dorada que poco a poco se hizo invisible.

—Tienes que estar bromeando —susurró Iván, viendo cómo todo volvía a la normalidad.

Retrocedió torpemente cuando Lucifer comenzó a acercarse a él. Estaba asustado. Debido al pacto el soberano del inferno traía su forma demoníaca. Él era fuerte pero no se subreestimaba, sabía que la persona delante de él podría ganarle por goleada.

Helena se quedó en el lugar, acariciándose el cuello. Por un momento sintió que su garganta se quemaba, pero fue un dolor muy momentáneo. No estaba segura de lo que había acabado de hacer, pero iba a disfrutar ese golpe como nunca nada antes.

—Oye, oye, oye... —trató de calmar Iván a Lucifer, con movimientos de mano.

—Lo siento, amigo. Ella lo pidió —respondió él, con una gran y diabólica sonrisa. Sin hacerse de esperar le lanzó un puñetazo en el rostro tan fuerte que el cuerpo de Iván atravesó la pared y quedó pegado en una de las casas del infierno.

Helena caminó hasta colocarse en el gran hueco que había dejado Iván y miró el panorama. Su pareja tenía el cuerpo completamente desmayado, apenas y podía hablar o moverse, intentó decir algo, haciendo evidente que tal y como había prometido Lucifer, no tenía ni un solo diente.

—No hace falta que me esperes. Porque estoy terminando contigo, idiota —le gritó, sacándole la lengua.

Iván quería decirle algo, insultarla, reprenderla, pero las ideas no se organizaban en su mente y para ser sinceros le costaba bastante hablar. Alzó su mano con la intención de tomar la palabra, mas terminó cayendo de cara al suelo.

Helena recogió los trozos de dignidad que le quedaban y dejó que Lucifer la llevara de vuelta al hotel. Estaba tan indignada que pasó por el lado de Charlie sin siquiera mirarla.

—Te puedes quedar aquí hasta que regreses al cielo.

—¡No quiero regresar! —exclamó la protagonista, subiendo las escaleras. No sabía a donde demonios estaba yendo pero solo quería dormir y olvidarse de todo.

Charlie y Vaggie —quienes habían esperado impacientes el regreso de Lucifer— miraron al aludido, ambas con el signo de pregunta dibujado en la frente. Era una reacción extraña la de Helena.

—Bueno, es oficial, es una caída. ¿Alguna quiere panqueques? —dijo lo último, tratando de restarle importancia al tema y omitiendo, quizás adrede, el hecho de que ahora era el dueño de su alma.

—Había tardado... —comentó Vaggie por lo bajo.

—¿La conoces? —cuestionó Charlie, recordando que su novia, en efecto, vivió en el cielo.

—Es lo que he estado intentando decir desde que llegó. Es Helena. El Cielo esperaba mucho de ella cuando nació, pero cuando creció sus alas nunca se manifestaron y su poder divino era casi nulo. Los ángeles que creían firmemente que sería igual de talentosa que su padre se decepcionaron y comenzaron a señalarla y minimizarla. Quizás por eso Helena creció con una ideología bastante distinta a la del cielo. No lo sé. Era una marginada, nadie hablaba con ella.

—Eso es muy cruel y triste —comentó Charlie, llevando ambas manos a su pecho. Sí, estaba llorando imaginando a la pobre y pequeña Helana con la cabeza gacha frente a esos horribles ángeles que le exigían más de lo que podía dar.

—Siempre fue muy problemática, y que su padre siempre la estuviera sacando de los líos no ayudaba mucho. Eso solo aumentó el odio de la gente en el cielo hacia ella.

—¿Quién es su padre? —preguntó curiosa Charlie. ¿Quién podría ser capaz de proteger tanto a alguien?

—Michael.

Lucifer, que había escuchado todo en silencio, casi se atragantó con su saliva. ¿Michael el padre de Helena? ¿Michael el líder del ejército de Dios? ¿Ese Michael?

Tenía muchas dudas al respecto, pero todas se dispersaron al darse cuenta de que tenía en su poder el arma de la hija de Michael.

Mientras Vaggie y Charlie hablaban, él miró la dirección en la que había desaparecido Helena y trazó una sonrisa de oreja a oreja.

Que curioso y divertido era el destino a veces.




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Palabras del autor:

¿Ahora entienden por qué les dije que cometía errores? Tres capítulos y ha hecho un montón de tonterías la Hela, pero la gran mayoría son producto de su repulsión hacia el cielo. Ya verán.

Alguien denle un abrazo a Charlie, se lo merece.

Lean comiendo palomitas:3🍿

~Sora.

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