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Capítulo 2

Los ángeles estaban lo suficientemente ocupados intentando traspasar la barrera gigante que cubría el hotel que supuestamente debían atacar como para notar a Helena montada sobre Ted, volando en el aire. Estaba ocurriendo una masacre, pero esta vez eran los habitantes del infierno quienes tenían ventaja, habían decidido luchar.

Helena se tomó los segundos suficientes para contemplar todo el panorama del infierno. Se veía tan miserable y horroroso como le habían dicho que sería. No existían palabras para describir lo tenebroso que era aquel lugar. No había sol, o luna, o estrellas, simplemente un gran pentagrama sobre el cielo. No se veían lagos cristalinos o llanuras de hierva verde. No habían flores ni vida. Todo tenía tonalidades rojas, haciendo la estética verdaderamente deprimente pero llamativa.

A lo lejos observó a Lute y Adan hablar, este último se mostraba bastante molesto. Helena lo vio volar ligeramente hacia adelante y deshacerse de la barrera con cierta facilidad. Ella sabía que eso significaba que no había forma de que los ángeles perdieran ahora.

Estaba confundida, no esperó llegar y ver a los demonios cruzados de brazos esperando su muerte, pero tampoco imaginó que estarían matando a trocha y mocha ángeles por doquier. Por un momento se cuestionó que debía hacer.

¿De verdad había sido la decisión correcta esa? ¿De verdad esos seres tendrían cavidad en el cielo? No se veían distintos de los ángeles.

Sus dudas se esfumaron cuando divisó a un exorcista atacar a dos niños. Ella no sabía que clase de pecados los habría llevado ahí, pero no dormiría tranquila si permitía que ellos murieran, esta vez para siempre.

Ted aumentó la velocidad hasta caer en tierra justo frente a los infantes. Ella se encontraba en su lomo erguida, con su barbilla alzada y con una mirada seria. Demandado respeto y exigiendo piedad.

—Pensé que teníamos límites en el cielo —comentó, bajándose de la espalda de Ted. Colocó a los niños detrás de ella con sus manos y miró nuevamente a su contrincante—. No quiero pelear, solo quiero que los dejes ir.

La exorcista del frente dejó escapar una amplia carcajada.

—He escuchado de tí. La hija fracaso de Michael —dijo, colocándose en posición de pelea—. No sé qué haces aquí, pero si tuviste el valor de romper la ley de este modo espero estés lista para las consecuencias.

Helena movió su cabeza de un lado a otro con una sonrisa forzada, diciéndose internamente que ya esperaba esa reacción. ¿Quién no sabía de ella en el Cielo? Apodos parecidos o peores que ese estuvo tragándose toda su vida. Ella se convenció a sí misma que no le afectaba la opinión de los demás, pero creo que a todos en el fondo nos molesta que nos traten como la mierda en la sociedad, aún si son personas que no nos interesan.

Le hizo un gesto a los niños para que hulleran. Ellos la miraron dudosos, les dijeron que no confiaran en los ángeles, pero esta parecía con ganas de querer ayudar. ¿Cuántas opciones más había? Al final optadon por obedecerla. Un soldado más era una posibilidad más —por muy remota que fuera— de ganar aquella lucha.

Helena observó por el rabillo del ojo como los pequeños se perdían entre la multitud y solo cuando no fue capaz de verlos nuevamente posó su vista en su rival.

Ella no era muy fuerte, no al grado de Iván o su padre, pero algo había aprendido en todos esos años. Si la suerte la compañaba, aunque fuese un poco, ese era el momento de demostrar lo que sabía.

Con su pie recogió una de las lanzas del suelo y la tiró al aire para sugetarla con su mano. La colocó contra su espalda y en silencio esperó a que la exorcista perdiera la paciencia y la atacara, Michael siempre dijo que quien da el primer paso en una pelea está en desventaja.

Helena esquivó con cierta dificultad todas las embestidas de su rival. No podía creer que la estuviera atacando con el instinto de asesinar. Quizás al principio no era personal, pero tras varios intentos fallidos, la exorcista terminó por hacer de matar a la joven su tarea.

Estaba a punto de atacar ella cuando un temblor en la tierra la hizo perder el equilibrio, provocando que su hombro izquierdo fuera apuñalado por la exorcista ya que a esta, debido a que volaba, no le afectaban las cosas de la tierra.

Helena soltó gruñido y sujetó la lanza con su mano libre. Observó detrás de ella de donde había salido ese temblor y resultaba que Adán andaba desatado, lanzando rayos y ataques por todas partes, sin importarle sin en el proceso se llevaba a parte de los suyos también.

Tuvo que contener un grito cuando sintió al ángel remover la herida solo para obtener nuevamente su lanza. Entonces, sabiendo que debía detener a Adán, Helena jaló el mango del arma y, cuando el ángel estuvo frente a ella, la noqueó con su rodilla. Con desdén se sacó la hoja del hombro y trató de controlar el sangrado levemente.

Observó a Charlie montarse en una especie de monstruo gigante, acompañada por otro. Desafortunadamente el segundo cayó bajo las garras de Lute, que lo estrelló contra el ahora más que destruido hotel. Adán, por otra parte, se encargó de dirigir a la princesa del infierno a la terraza, en lo que aparentaba una lucha de uno contra uno.

Helena chifló por lo alto, llamando la atención de Ted, que se encontraba manteniendo a raya a varios ángeles y demonios, sin herir ninguno de los dos bandos. Cuando el león se colocó frente a ella, a pesar del dolor sobrevoló el hotel hasta llegar a su objetivo, se dejó caer y, cuando sus pies tocaron el suelo, con la lanza que recién había robado detuvo la guitarra de Adan.

—Vaya, vaya, miren a quién tenemos aquí —comentó el varón, echándose hacia atrás con soltura. Esbozó esa típica sonrisa socarrona y jugueteó con las cuerdas de su arma—. La niña decepción.

—Ve y ayuda a la otra chica —le dijo a su león blanco, ignorando por completo al hombre. Le preocupaba más que nada que no hubieran más víctimas en aquella batalla.

Helena ayudó a ponerse en pie a Charlie, sin que esta última entendiera muy bien que estaba pasando.

La joven princesa divisó con el ceño fruncido a la recién llegada al escenario. Lucía como una ciudadana del cielo, no recordaba haberla visto nunca. Es más, Charlie apostaba a que ni siquiera debía estar ahí.

—Así que tú también luchas... —tiró al aire Helena, notando la sangre en las ropas y cabellos de Charlie.

—Solo estoy defendiendo a mi gente. También tengo sangre de los míos —respondió ella, alzando el pecho, con una mirada decidida.

De cierto modo, Helena se vio a sí misma reflejada en esa jovencita.

—Te ayudaré a que esto termine de una vez. Luego podremos hablar a gusto.

—Disculpen, ¿ya terminaron su reunión de perras? —inquirió Adan, recostado a su guitarra. Se miraba las uñas en señal de aburrimiento. Cuando ambas chicas se voltearon hacia él y tomaron sus armas entre sus manos, entonces mostró más interés en el asunto—. Fenomenal. Comenzaba a preguntarme cuando podría matarlas.

Helena tragó en seco. Sabía muy claro lo fuerte que podía ser Adán, intentar derrotarlo de consideraba la misión más suicida que se haya autoimpuesto en su vida.

Por suerte para amabas no hacían tan mal equipo. Sus ataques poco a poco se fueron compenetrado y, a medida que iba calentándose el campo de batalla, ellas lo hacían aún mejor. Atacaban casi que a la par, sin darle respiro alguno a Adan, sabían que si lo hacían las consecuencias podrían ser severas. Helena era escurridiza y se trepaba en cualquier parte solo para estar en movimiento y no permitirle al general un contraataque. Charlie, por otra parte, esquivaba muy bien cualquier tipo de estocada.

De un momento a otro en la azotea se abrió un hueco. Vaggie estaba volando hacia ellas para intentar ayudarlas. Charlie se distrajo cuando Lute empujó a su pareja, lo que le dio a Adán la apertura perfecta para lanzarla contra el suelo.

Helena quedó desconcertada y, en camino a ayudar a Charlie, terminó llevándose el peor ataque, una estocada directa de su arma celestial. Chocó contra el concreto del barandal del hotel. Su cuerpo se fue deslizando hasta el piso, dejando un rastro de sangre. Intentó ponerse en pie nuevamente, pero las piernas le fallaron y su visión se hizo borrosa.

Cuando sus sentidos funcionaron nuevamente, frente a ella se extendía el peor panorama. Vaggie estaba tratando de llegar a Charlie pero Lute se lo impedía con movimientos mucho más profesionales y claros. Adán sostenía a la princesa del infierno del cuello, socarrón, riéndose de ella y de su patética vida.

—¡Suéltala! —exclamó Helena, sentándose en el suelo como pudo. Le dedicó una mirada cargada de odio al tipo. Se veía que disfrutaba aquella masacre, que todo era puto entretenimiento para él.

Imperdonable.

—¿O qué vas a hacer? ¿Planeas llamar a papi para que te resuelva el problema? —inquirió entre jocosas risas, apretando su agarre sobre el cuello de Charlie. Cuando la rubia gruñó por el dolor que le estaba causando volvió a mirarla retorcerse, la mejor vista de todas—. Voy a matarte delante de este desecho, a ver si al fin vuelve a la realidad. Pero tranquila, tus amigos irán detrás de tí.

—¡Charlie!

El alarido de Vaggie estremeció a Helena, ella sabía que si no actuaba posiblemente Adán hiciera todo lo que había prometido. Nuevamente intentó ponerse en pie con ningún éxito, cayó al suelo y con el puño cerrado le dio un golpe, sintiendo impotencia. Con dificultad alzó la vista solo para descubrir que quizás no llegaría a tiempo.

Cerró sus ojos frustrada. De nada había servido bajar ahí, no había podido ayudar a Charlie ni parar la masacre. Seguía siendo una inútil.

No quería víctimas, ni de ángeles ni de demonios. No deseaba la muerte de Adán, ni la de Charlie. Solo quería detener aquella locura y decidir si estaba bien la idea de la redención de los pecadores. Jamás imaginó que una guerra podría llegar a ser así de cruel.

Cuan inocente e infantil fue.

Entonces, por primera vez en su vida, Helena detuvo el tiempo para rezar. Necesitaba que alguien interviniera, alguien con el poder del que ella carecía para hacer algo.

A Dios imposible, era el culpable de todo. Michael no era una opción, jamás la ayudaría. Iván ni siquiera estaba ahí, Emily menos. Los serafines parecían contentos con la matanza. Los arcángeles no se metían mucho en esos asuntos. Los ángeles más fuertes disfrutaban la batalla.

¿¡A quién demonios se le podía rezar cuando ya no te quedaban arcángeles, serafines o alguien de puta confianza en el maldito cielo para hacer lo que estaba bien!?

¿A quién se le reza cuando tienes al cielo en tu contra?

Un estruendo provocó que Helena abriera los ojos. En la dirección de la que provenía pudo divisar un cartel destruido. Segundos más tardes de él salió Adán, bastante molesto, tenía su mascara rota y de sus labios brotaban sangre, farfulló un par de insultos y se puso en pie. Aquello la desconcertó, entonces miró el lugar donde debía estar Charlie.

La joven princesa estaba siendo sostenida por otra persona. Al principio no entendió muy bien de quién se trataba, pero las piezas se unieron como puzle en su cabeza cuando escuchó a Charlie llamarle "papá".

Era Lucifer.

El primer ángel caído. El querubín de la gran imaginación. El creador del infierno.

Bueno debía admitir que lo imaginó mucho más amenazante, terrorífico y alto. Idealizó a Lucifer como un viejo con cuernos, pies de lobo y dientes de león; vistiendo ropas negras, holgadas y severamente destruidas por el tiempo. Con todo el respeto que se merecía el rey del infierno, era un pequeño enano con un peinado bonito, un conjunto elegante y un aura difícil de describir pero que, desde luego, no infundía miedo o maldad.

Helena aprovechó el momento de pausa en la batalla para ponerse en pie con ayuda de Ted, que se colocó rápidamente a su lado. Ella agarró fuertemente sus pelajes y los usó como trampolín para incorporarse.

—¿A cuántos más de ustedes tengo que vencer, malditos demonios? —tiró al aire Adán, bastante molesto.

Lucifer se recogió las mangas de su largo saco y comenzó a caminar hacia el primer hombre.

—Oh, yo soy el único que importa. Verás, te metiste con mi hija y ahora voy a darte por el culo.

Helena pestañeó consecutivas veces tras escuchar eso. Miró a Ted buscando una confirmación de que había escuchado bien. Cuando el león asintió posó su vista nuevamente en Lucifer, solo para describir que su hija se había acercado a corregirlo.

Segundos más tardes Adán se abalanzó sobre Lucifer, lo cual desarrolló una batalla bastante peculiar en el aire.

Helena observó anonadada como el rey del infierno básicamente jugaba con uno de los ángeles más poderosos. Estuvo un tiempo encemismada con aquel panorama, pero al final optó por ir ayudar a Charlie a deshacerse de Lute y rescatar a Vaggie. Lo que no esperó es que uno de los ataques que Adan partiera, literalmente en dos, el hotel.

Desafortunadamente Charlie estaba demasiado cerca y cayó al barranco. Helena intentó tomar su mano pero fue demasiado tarde. Debido a que todo el hotel se desmoronaba, ella también comenzó a caer, siendo rescatada por Ted.

Cuando llegó al suelo y se incorporó con los otros pecadores pudo ver como Lucifer bajaba bastante enfadado. Adán había venido a perturbar la paz en su —ya de por sí bastante turbulento— reino, amenazando con creces la vida de Charlie, su propia hija.

Lo observó alzar las manos para crear un fuego infernal. Sus ojos se abrieron de par en par y pese a que entendía su enfado no podía permitir aquello. Hizo el ademán de intentar correr hacia él, pero Charlie llegó antes y lo detuvo, para su gran sorpresa.

—Papá, basta... —le dijo ella, con voz calmada—. Ya tuvo suficiente.

Los ojos de Lucifer, que antes eran completamente rojos, se transformaron, dejando ver que había un poco de compasión en él. Entonces terminó por alejarse de Adan, perdonándole en el proceso la vida.

—Está bien. ¿A qué te supo la piedad, cabrón? —cuestionó con sorna el rey del infierno.

Helena llevó ambas manos a su pecho y tuvo que esbozar una sonrisa. No se había equivocado con Charlie, ni con ese lugar. Ellos habían sido capaces de permitir a Adan vivir pese a todos los estragos que estuvo causando, pese a ser un hijo de puta.

—¡Esto no puede terminar así! —exclamó el primer hombre, colocándose frente a todos.

—¡Ya basta! —le gritó Helena, caminando con dificultad hasta ponerse junto a Charlie y Lucifer, encarando a Adán—. ¿No te das cuenta de que te perdonaron la vida?

—¿Y esta quién es? —preguntó Lucifer en un susurro a su hija.

Charlie alzó los hombros en señal de duda. Ni ella sabía de dónde había aparecido esa aliada, tampoco es como que se quejara.

Helena los miró por el rabillo del ojo, pero su atención se desvió nuevamente hacia el ángel frente a ella.

—Niña enferma. Siempre metiendo tus narices donde no te llaman —escupió el varón, con desdén. Todos en el cielo la odiaban y comenzaba a entender el por qué.

—Viniste aquí para matarlos.

—¡Ellos mataron de los nuestros! ¿De qué lado estás?

—¡Se estaban defendiendo de quienes se supone imparten la alegría y felicidad! El cielo y el infierno no son tan distintos, con la única diferencia de que aquí abajo no son unos hipócritas —sentenció Helena, con una mano en su herida, pero dando un paso al frente. Alzó su voz intencionalmente para que varias exorcistas fueran capaces de oírla.

Estaba cansada de toda la falsa y la mentira que se le vendía a cada ser viviente día a día. Tu destino es eterno, no puedes cambiar. Solo porque tú mataste antes a mí me da el derecho de matarte después. Agacha la cabeza y sigue órdenes sin importar lo que te lleves por delante.

Adán negó con la cabeza al ver que la batalla se había detenido tras el grito de Helena. Jamás imaginó que la hija de Michael fuera un dolor tan grande en el culo. Entonces su sonrisa regresó al escuchar la voz divina.

—Pues si tanto te gusta el infierno, perra, deberías quedarte aquí. —Fue su última oración antes de ser apuñalado por la espalda.

El shock de aquella linea no le permitió a Helena procesar que Adán estaba muerto. Dejó de escuchar todo a su alrededor. Un abrumador dolor de cabeza la azotó, el mundo comenzó a dar vueltas. Pese a que sus heridas lentamente se fueron curando, su estado era preocupante, como drogada.

El portal estaba frente a ella, a varios metros, pero no podía volar. Ted había desaparecido por alguna razón. Y nuevamente su cerebro dejó de funcionar. Sentía como si una atadura divina le impidiera moverse para evitar alejarse de ahí mientras las tropas se retiraban.

Charlie la zarandeó un poco, pero fue en vano. Helena no regresó a sus cinco sentidos hasta que el portal estuvo completamente cerrado y ella quedó abandonada en el infierno.

Tal y como le habían advertido tantas veces que sucedería...







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Palabras del autor:

Costó lo suyo pero Helena ya está por fin en el infierno, y esto marca el verdadero comienzo de la historia. De ahora en más los capítulos serán más largos, espero tengan paciencia.

He leído muy pocos, casi nulos, fincs de Hazbin, así que me disculpo si esto es repetitivo, pero es una idea que se me ocurrió nada más ver la serie.

Espérense a conocer a Helena y todo lo que oculta.

Lean comiendo palomitas :3🍿

~Sora.

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