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Capítulo 10

Helena peinaba con cuidado la frondosa melena de Ted. Habían estado volando todo el día y por consecuencia se encontraba despeinado. El león le acariciaba el rostro con el suyo a veces, de vez en cuando también la atraía con su gran pata hacia él para fundirlos en un cariñoso abrazo.

Ella soltó una risa al sentirlo rugir orgulloso después de uno de sus halagos. Le abrazó el cuello lo mejor que la dejaron sus pequeñas manos y se metió dentro de su gran melena, como si fuera una esponjosa cama.

Se hubiera quedado ahí de no ser porque sintió el frondoso llanto de un niño proveniente de la calle que quedaba justo debajo de la plataforma donde se encontraba. Supuso que era grave porque los alaridos llegaban hacia donde estaba ella y eran varios pisos de altura.

Su sentido del deber no le permitía ignorar esto. Así que rápidamente se montó sobre la espalda de Ted y se abrazó a él. El león sabía lo que Helena quería y obedeció.

Pocos segundos más tarde estaban ambos planeando hacia el lugar de los acontecimientos.

Helena quedó petrificada al encontrar a dos niños de aproximadamente once años. Había uno mayor que sostenía y se aferraba a la mano del menor con fuerza, esperando que eso fuera suficiente para calmarlo, sin embargo era evidente que no. El más pequeño se limpiaba bruscamente sus ojos con su mano limpia y solo podía mirar hacia abajo. Parecía que su agonía solo aumentaba a cada palabra que decía un querubín que intentaba mediar frente a ellos.

La gente los rodeaba, varios atónitos. Se suponía que en el cielo todo fuera felicidad, así que los pocos civiles que rondaban la zona también se sintieron atraídos por la situación. Sin embargo se vieron forzados a seguir su paso cuando varios ángeles de rango mayor comenzaron a solicitar su partida, impidiendo de ese modo que el acontecimiento trascendiera más de la cuenta.

Helena se abrió paso entre la multitud que iba en la dirección contraria a ella. No le importaba nada, quería llegar hasta los infantes. Sin embargo, antes de poder detener al querubín que se encargaba de hablar con ellos, Sera se puso delante de ella.

Helena soltó un suspiro. Ya conocía a esa Serafín.

—Buenos días, señorita —saludó cordialmente la mayor. Debía mantener la educación con ella—. ¿Qué la trae por aquí?

—Buenas, Sera. Me gustaría hablar con esos niños —expresó, con un semblante serio, alzando su pecho con orgullo.

—Me temo que no será posible —respondió la aludida, cruzando sus brazos en su espalda. Agachó ligeramente la mirada para ver a Helena y no se movió ni un centímetro—. Son menores que murieron muy jóvenes y están bajo la custodia de nuestras tropas hasta que encontremos un lugar para ellos.

—No parecen contentos —refutó, cruzándose de brazos.

—Es el shock. Son muy pequeños y todavía no asimilan su muerte.

—No parecen contentos con lo que él les está diciendo —señaló, apuntando al querubín que trataba desesperadamente de calmarlos.

Sera miró por encima del hombro a los dos infantes, ciertamente sus llantos solo parecían aumentar por segundo. Dejó escapar un suspiro y cuando volteó hacia el frente para decirle cortésmente a Helena que ese no era asunto suyo, no la encontró ahí. Miró en todas direcciones y se talló los ojos, preguntándose si había sido un error suyo.

Hela aprovechó el momento de despiste de Sera y se agachó para pasar desapercibida por al lado de la Serafín. Con mucho cuidado trotó hacia los niños y se agachó ligeramente para estar a su altura. Ignorando en el proceso al querubín que la miró con los ojos abiertos como platos debido a su insurgente acción.

—¿Están bien? —cuestionó dulcemente, colocando una mano sobre el hombro de cada infante.

El mayor se separó bruscamente, con un atisbo de furia y desprecio en su mirada.

Ella miró su mano cautelosa y luego dobló su rostro, tratando de examinar qué le sucedía al chico.

—¡Muchacho! —exclamó Sera en tono de regaño, colocándose detrás de Helena. Había visto la actitud del jovencito y no lo iba a dejar pasar por alto—. ¿Acaso sabes quién es ella?

—No. Y no me importa —contestó el rebelde, recogiendo con sus brazos a su hermano pequeño para protegerlo de Helena, a quien consideraba una amenaza.

—¡Más respe-

Helena cortó las palabras de Sera con una risita.

—Mi nombre es Helena. Solo quiero ayudarlos. ¿Por qué llora tu hermano?

—Como si no lo supieras... —escupió el mayor, mirando con repudio a la rubia. Su semblante tenso se fue ablandando lentamente al contemplar la radiante y sincera sonrisa que le dedicaba ella. Parecía más real que el resto que los había tratado, y su tono de voz era pacífico y tranquilo, como una canción de cuna—. Queremos ver a nuestra madre. No la hemos visto desde hace días y estos señores dicen que no la veremos más.

Helena frunció el ceño con desagrado y volteó ligeramente a ver a Sera, esperando una respuesta a semejante acusación.

—Su madre es una pecadora —respondió la Serafín, entrelazando sus manos sobre su regazo con soltura. Cerró sus ojos y trató de sonar lo más ecuánime posible—. Pasó once años de su vida robándole al prójimo. Está condenada al infierno. Sus hijos, sin embargo, fueron puros y nobles hasta el final.

—¡Eso es una basura! —gritó descontento el mayor, dando un paso al frente—. Mamá fue abandonada por papá cuando nacimos. Robó para poder alimentarnos, si nos mantuvimos así hasta el final fue por ella.

—¡Quiero ver a mi mamá! —sollozó el más pequeño, usando ambas manos para taparse los ojos. Sus lagrimones caían al suelo como una constante lluvia.

—Sera... Lo hizo por sus hijos —interfirió Hela, parándose frente a ellos. Alzó una mano para protegerlos cuando vio a un ángel acercarse tras el alzado de voz del mayor—. Me parece que sus acciones no fueron las correctas, pero se hicieron en pos de la supervivencia de alguien más.

—No podemos hacer nada. La mujer nunca se arrepintió de sus actos.

—¿Cómo iba a arrepentirse si lo hizo por sus hijos? Dime, ¿te arrepentirás tú de hacer algo así por Emilie? —cuestionó una y otra vez, frunciendo el ceño.

Sera se mantuvo en silencio unos segundos. Examinando a la joven frente a ella. Quería decirle un montón de cosas que ella no sabía, pero no era lo correcto.

—Déjame decirte algo... —inició, dando un paso hacia ella. Hizo un movimiento de manos para que dos de los ángeles que estaban ahí volaran hacia Helena y la tomaran por la cintura, apresándola—. Que seas hija de Michael no te da poder sobre mí. Sigo siendo tu superior.

Helena miró a los lados perpleja. Intentó zafarse pero su fuerza la superaba. El mayor de los niños intentó golpear en la pierna a uno de los ángeles, pero fue imposible liberarla.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó atónita la rubia, luchando para que aquellos dos no se la llevaran por donde mismo había venido. Movió sus manos desesperadamente para alcanzar a los niños, pero Sera se puso en el medio.

—Te recomiendo que olvides todo lo que has visto aquí, o tendrás la conciencia igual que yo.

Helena escuchó aquellas líneas media borrosas. De repente todo comenzó a dar vueltas, la vista se le nubló y perdió la fuerza para seguir luchando.

Lo único que recordaba era el sentimiento amargo que se quedó impregnado en su pecho al ver las tristes miradas en los infantes separados eternamente de su progenitora.

Helena se despertó agitada sobre su cama. Nuevamente había tenido una de esas pesadillas. Trató de calmar su acelerado corazón con una mano, todavía recordaba ese momento como si fuera ayer, la atormentaba no haber podido hacer nada más por esos niños. Se llevó ambas manos a la cabeza y se encogió de hombros. Se masajeó el cráneo rogando que eso la hiciera sentir mejor.

—Wow... —comentó Ángel, sentándose a su lado—. Sí que son horribles tus pesadillas. Te pasaste toda la noche quejándote.

Helena lo miró por el rabillo del ojo. Evitó soltar un suspiro de agonía. Se recogió el cabello hacia atrás y le dedicó una sonrisa al chico.

—Te dije —comentó triunfante. Como si haber demostrado a su amigo que sus sueños eran perturbadores y bastantes parecidos a una tortura la hubiera hecho ganar alguna especie de apuesta.

Helena se sentía muy a gusto con Angel. Pasaban mucho tiempo juntos ellos dos desde el incidente del vómito. Ella intentaba derribar los muros de su corazón y ya de paso abrirle el suyo al chico. Era bastante novata en el tema de hacer amistades, pero con él simplemente todo había fluido.

La noche anterior tuvo el valor para hablarle de sus pesadillas, de esas que no le había contado ni siquiera a Charlie. Para demostrar la gravedad del asunto lo invitó a pasar la noche juntos, a lo cual Angel aceptó con un gritico de: putipijamada.

—Estás jodida —comentó Angel, tomando su teléfono—. Y yo también.

—¿Tu jefe?

—No puede vivir sin mí.

—Suena más a drama que a algo bueno —dijo triste Helena, mirándolo detenidamente.

—Me caes bien, pero hasta que no me cuentes el drama con tu familia no pienso abrir esta linda boquita —cortó el actor, apuntándola con su teléfono.

—Tal vez otro día...

—Tú te lo pierdes, tetas. La gente paga literalmente porque abra la boca para ellos.

—¡Angel! —exclamó Helena, dándole un manotazo a su teléfono. Era evidente el chiste de doble sentido que había formulado.

—Venga, vamos —comentó entre risas él, poniéndose en pie—. Prepárate y ponte linda para Lucifer, que Charlie debe estar buscándonos.

—¿Dos meses haciendo el mismo chiste y no te cansas? —cuestionó con una ceja alzada Hela, todavía sentada en la cama.

—¿Quién ha hecho un chiste? —preguntó de vuelta él, moviendo sus caderas sensualmente.

Helena le lanzó una almohada en respuesta, contagiada por sus risas. Lo vio recoger la almohada del piso y colocarla sobre la cama para luego salir. Angel le estaba dando su espacio para que ella se alistara.

Helena se aseó. Cepilló sus dientes, se echó su perfume —un bonito regalo por parte de Vaggie— y terminó por colocarse su elegante traje dorado y blanco.

Tal y como insinuó Angel, Charlie estaba en el living buscando a todo el mundo para comenzar el día con alguno de sus ejercicios. La princesa se mostraba más energética que nunca. Se balanceaba en la barra mientras le preguntaba enérgicamente a Husk dónde estaba Alastor.

—¿Y yo por qué tendría que saber dónde está? —cuestionó hastiado el gatito, dándose media vuelta.

Charlie lo vio irse con una sonrisa y luego volteó para encontrar a Hela detrás de ella.

—Buen día —saludó Helena, alzando ligeramente su mano. Le dio una sonrisa de medio lado a la princesa y caminó hacia ella.

—¡Buen día, Hela! —exclamó la princesa, corriendo hacia la aludida—. ¿Cuándo se nos une tu amiga?

Helena se encogió de hombros ante la última cuestión. Charlie sostenía sus manos entre las suyas y pegó su rostro, presa de la emoción.

—Bueno...

—Cariño, ya dijo que la chica se negó —comentó Vaggie, tomando del hombro a Charlie para alejarla de Helena.

—Dijo que no, pero con la entonación de un sí —corrigió Helena, alzando un dedo—. Estoy segura de que se nos unirá más tarde que temprano.

Charlie palmeó sus manos varias veces y dio dos o tres brinquitos de felicidad. Sus ojos brillaron como dos estrellas y se volteó emocionada a ver a su pareja, inesperadamente la abrazó y comenzó a bailar con ella

—Tendremos a Karla Becker —canturreó, dando grandes pasos con Vaggie por toda la habitación.

—¿Cómo es que Karla se nos une y yo no estaba por enterado? —preguntó Alastor, desde la entrada, traía una sonrisa en la boca, pero era evidente por lo entrecerrados que tenía los ojos que la noticia no le agradaba mucho.

—¡Alastor! —llamó Charlie, eufórica. No se cansaba de dar vueltas con la pobre y mareada Vaggie—. ¡Se nos une otro overlord!

—Es una noticia ciertamente inquietante —susurró el ciervo, caminando hasta colocarse al lado de Helena.

—Siento no haberte dicho ayer. Regresé muy tarde del pueblo. Ya no estabas cuando di la noticia —susurró Hela a Alastor, agachando ligeramente la cabeza.

El demonio de la radio la observó y luego a la emocionada Charlie. Con su cetro le dio dos pequeños toquecitos en la coronilla de la cabeza a la muchacha.

—Nada de qué disculparse, querida. Cualquier bien para el hotel, es un bien para mí.

Helena le sonrió mientras se colocaba el cabello correctamente.

—Cuanta pachanga veo aquí —comentó Angel, recostado a la pared—. ¿Qué celebramos?

—¡Que tendremos nuevo inquilino, Ángel! —exclamó Charlie, pasando por delante del chico y jalándolo con una mano para bailar con Vaggie y con él—. ¡Y no es nada más ni nada menos que Karla!

Ángel se había dejado llevar por la entusiasmada Charlie hasta que escuchó el nombre de la nueva inquilina. Luego se separó y miró preocupado a Helena.

—¿Cómo es que esa loca terminó aquí? —inquirió él.

—Bueno, todavía no viene. Pero dentro de un tiempo la convenceré —añadió Helena, encogiéndose de hombros. Le rogó con una sonrisa a Angel que no dijera nada negativo sobre ella.

—Amiga, qué miedo vivir con ella a los alrededores. Aunque ya me acostumbré al tétrico de Alastor, así que quizás pueda con ella —dijo Angel, apuntando desinteresadamente al demonio de la radio.

—¡Oh, vamos! No puede ser tan mala —comentó Helena, mirando a todos, uno por uno.

—Es el único Overlord al que Alastor no ha vencido, se la ha jugado o lo tiene de aliado —comentó Husk, limpiando una botella. Vio la expresión que le dedicó el aludido y tragó en seco. La había cagado.

—Oh —tiró al aire Helena, comprendiendo por qué todos la conocían.

—La chica más mala~ —canturreó Nifty desde detrás de una de las piernas de Hela. Dio varios brinquitos emocionada.

—¡Nifty!

—Es una muchacha escurridiza. Admito que en su momento se me escapó —dijo Alastor, caminando con su cabeza volteada hacia atrás, su vista fija en Helena—. Pero no tengo intención de hacerle daño. Así que estará segura aquí.

—Hablas como si pudieras hacerle daño —comentó Cherry, entrando. Había escuchado un poco y por supuesto que ella también conocía a uno de los overlords más importantes del infierno.

—Oh, por supuesto que puedo —respondió Alastor, apretando su cetro en su mano. Su sonrisa se ensanchó y sus cuernos se hicieron más grandes. Rápidamente regresó a la normalidad—. Pero no lo haré. Como ya dije, esa etapa en mi vida está superada.

—Estoy tan feliz. Por primera vez en mucho tiempo siento que esto está funcionando —dijo Charlie. Acercándose a todos—. Gracias, chicos.

—Das las gracias todos los días —bromeó Angel, dándole un codazo gracioso a Cherry. Ambos comenzaron a reír.

—¡Oh! Ya sé cuál será el ejercicio de hoy. Escogeremos parejas de confianza para hablar durante veinte minutos. A ver qué tanto podemos abrirnos —comentó de la nada Charlie, ignorando el chiste de Angel—. ¡Comienzo yo! Te escojo Vaggie.

La joven princesa chocó los cinco con su pareja. Vaggie esbozó una sonrisa al verla tan emocionada. La idea de una nueva inquilina tenía demasiado feliz a Charlie desde ayer, estaba energética y positiva, como la caracterizaba.

Helena observó cómo Angel se llevó del brazo a Cherry. Ese ejercicio no era nada difícil ni complicado si tenías algún amigo en el hotel, o al menos algún allegado.

—Disculpa, Charlie... —Se acercó a la aludida—. ¿Dónde está tu padre? Me gustaría hacerlo con él.

Angel se volteó como si fuera una lechuza a verla tras escuchar aquella línea. Helena lo vio por encima del hombro y negó con su cabeza.

—El ejercicio de confianza, digo —añadió para su pervertido amigo.

—Oh, papá tenía asuntos importantes que atender hoy. Pero regresará en la tarde, dijo que tenía otro compromiso a esa hora.

Helena suspiró aliviada al saber que Lucifer volvería para su hora de entrenamiento. Le agradeció a la joven princesa y se volteó con una sonrisa. Negó con su cabeza, contenta de que la noticia que trajo ayer fuera tan del agrado de Charlie, ahora debía asegurarse de que Karla viniera en algún momento, no podría romperle el corazón de esa manera a su amiga.

Mientras caminaba divisó a Alastor solo, mirando con una sonrisa cómo Angel y Cherry hablaban. De vez en cuando se tocaba una orejita. Sin poder evitarlo, Helena se acercó a él.

—Hola. ¿Puedo ser tu pareja? —cuestionó, entrelazando sus manos sobre su regazo.

Angel volvió a girar su cabeza como si fuera la de una lechuza y dibujó una sonrisa coqueta.

—En el ejercicio, digo —añadió nuevamente, matando con la mirada a su amigo.

—Por supuesto que sí, querida —respondió el demonio de la radio, usando su bastón de soporte—. Lo que no sé es cuánto estemos dispuestos a hablar ambos sobre nosotros mismos.

—Por eso eres mi pareja de ensueños —comentó entre risas ella—. No preguntas más de lo necesario.

—Es un placer ser educado. No debes estar acostumbrada, con tanta polilla dando vuelta en este hotel.

—A primera vista nunca pensé que serías tan educado —sinceró Helena, encogiéndose de hombros—. Me dabas mucho miedo.

—¿Ya no?

—Un poco, pero creo que es parte de tu encanto.

Charlie estaba hablando tan tranquilamente con Vaggie. Ambas charlaban sobre cómo sería el futuro del hotel y sobre cuál debía ser el siguiente paso que podían tomar. Estaban teniendo mucho apoyo.

De repente, la princesa escuchó una risa armoniosa. Giró su rostro solo para contemplar a Alastor y Helena riendo y hablando como si se conocieran de toda la vida.

—¿Desde cuándo se llevan tan bien? —inquirió Vaggie, cruzándose de brazos mientras los veía.

—Ni idea. Hela es asombrosa —sinceró Charlie, viendo a la aludida con admiración.

Vaggie dejó escapar una risita al ver a su novia ensimismada y ella también volteó a ver a Hela. La joven que contra viento y marea los había ayudado y seguía apoyando después de tanto tiempo. Se había acostumbrado a verla por los alrededores tratando de animarlos a todos. La mejor parte era ver la fascinación con la que Charlie hablaba de ella, le recordaba de cierto modo a cuando mencionaba a Lilith.

—Sí que lo es.

Helena pasó el resto de la mañana leyendo en su habitación, sentada en el sofá que le daba al gran ventanal. Estaba relajada y tranquila. Tenía su cabeza recostada al cristal y su libro sobre las piernas.

Era la tercera vez que lo leía desde que llegó. Muchas dudas fueron aclaradas, pero muchas otras nacieron también. Era evidente que esas escasas hojas no iban a tener toda la información de milenios de existencia del infierno que ella quería. Pensó que releerlo podría resolver sus cuestiones, pero estaba bastante lejos del asunto.

Lo cerró. Un pelín frustrada. Se quedó en esa posición unos minutos, pensando en la nada.

La vista a la ciudad la hizo esbozar una sonrisa, había humo por varias partes, indicando que algún caos se estaba desatando. Ya aquello era normal, nunca pensó que en tan poco tiempo podría adaptarse a una vida tan movida, pero así fue.

Miró el reloj en la pared y supo que ya era hora de subir a la azotea. Justo cuando se estaba levantando el libro que estaba sobre sus pies cayó al suelo, con las páginas abiertas. Al acercarse Helena vio que se trataba del capítulo que hablaba muy ligeramente sobre la vida de Lucifer en el cielo. Entonces se le ocurrió una gran idea.

Recogió el libro del piso y con él subió a la azotea, esperando que el propio Lucifer le respondiera sus preguntas. ¿Quién mejor que él —el creador del lugar— para hablarle del infierno? No iba a ser muy entrometida, dos o tres cuestiones y ya estaba.

Para su sorpresa y, pese a ir un poco más tarde de lo normal, el lugar estaba desierto. No había rastro de él por ninguna parte. Entonces las palabras de Charlie vinieron a su mente, seguramente estaba ocupado.

Helena tomó asiento sobre una de las mesas que había por ahí y abrió el libro nuevamente, iba a esperar pacientemente por él hasta que volviera. Comenzó a releer sus partes favoritas con una sonrisa. Por alguna razón aquellas líneas la ponían feliz.

El tiempo pasó, demasiado rápido. Helena adoraba leer y quizás por eso no se dio cuenta de que se le estaba haciendo demasiado tarde.

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Lucifer estaba agotado, pero sabía que no podía ir a su habitación hasta comprobar que Helena estuviera en la suya. Desgraciadamente se le había complicado todo y le tomó hasta la noche resolver sus asuntos.

El portal lo llevó hasta la terraza y al aparecer sinceramente no esperó encontrarla ahí. Era tardísimo, más de la una de la mañana, la chica debería haberse ido hace mucho.

Sin embargo, Helena se encontraba sentada sobre la silla, con la cabeza recostada a sus manos que descansaban sobre el libro. Era una posición incómoda para dormir, pero ella se veía bastante bien.

Lucifer no lo sabía, pero las pesadillas de Helena no le permitían descansar adecuadamente, así que en cualquier situación si no tenía nada que hacer se quedaba dormida, eso y el plus de que ya había caído la noche.

Le costó un poco creer que en serio ella estuviera ahí. Se acercó ligeramente a la joven y la observó. No parecía un sueño agradable, pero ella se esforzaba en luchar contra él. Al verla moverse inquieta le tocó el hombro, era momento de intervenir.

La joven alzó la cabeza rápidamente. Tenía marcas en su mejilla derecha. Pestañeó, tratando de asimilar el lugar en el que estaba. Luego volteó a ver a Lucifer por encima del hombro.

—Oh, llegaste —comentó, dedicándole una sonrisa.

—¿Por qué esperaste aquí? —inquirió el soberano, retrocediendo ligeramente.

—Dijiste que ibas a venir, así que esperé por ti —soltó simple ella. Cerrando el libro.

—Eso no es... —Lucifer dejó la frase en el aire al verla mirarlo con una sonrisa tranquila—. Olvídalo. Lamento llegar tan tarde.

—No te preocupes —dijo Hela, poniéndose en pie. Acomodó el libro en su espalda—. ¿Olvidas quién es mi padre? Estoy acostumbrada a tratar con hombres con deberes.

—Michael es un obsesivo del trabajo —comentó burlesco Lucifer—. No me compares. Yo soy más divertido y más guapo —añadió, enmarcando su cara con una mano y una sonrisa de lado a lado.

Helena ensanchó su sonrisa al verlo tan suelto. Se veía cansado, pero no desanimado. En ese aspecto sí era diferente a su padre.

—Lamento haberte hecho esperar y arruinar tu clase de hoy —sinceró el rubio, encogiéndose de hombros—. Te lo compensaré.

—No te preocupes en serio. No me molesta esperar por ti —soltó Helena, acercándose. Al hacerlo recordó algo—. Aunque... Si quieres compensarme, se me ocurre algo.

—¿El qué?

—¡Tarán! —exclamó, mostrándole el libro.

Lucifer se inclinó ligeramente hacia adelante para ver de qué se trataba, al reconocerlo esbozó una sonrisa forzada.

—Ah, eso.

—Tengo un par de preguntas que me gustaría que respondieras. Si no es mucho pedir, claro está.

—¿Cómo cuáles? —inquirió él, levantándose nuevamente.

Helena sintió su sonrisa ensancharse como la de una niña pequeña. Estaba segura de que en ese momento su expresión era muy infantil y tonta, pero no podía evitarlo. Sus ojos brillaron —literalmente— iluminando la oscura noche. Dio dos saltitos de alegría. Con una mano sostuvo el libro y con la otra apresó una de las de Lucifer y lo jaló consigo hasta llegar al barandal de rejas de la azotea.

Lo obligó a sentarse empujándolo por los hombros y luego ella tomó lugar a su lado. Pegó sus hombros con total confianza y abrió el libro justo en medio de ambos, con una de las caras de la carátula sobre sus pies y la otra sobre los de Lucifer.

El demonio alzó sus cejas al verla buscar emocionada entre las primeras páginas algún párrafo que la haya dejado con dudas. Tuvo que soltar una risa, Helena era como una pequeña niña mimada, a veces tenía comportamientos testarudos, pero otros ensoñadores.

—¡Esto! —soltó de la nada la joven, mirándolo. Apuntó con uno de sus dedos algunas líneas. Lo vio acercarse a leer y entonces siguió—. Dice de los siete anillos del infierno, pero no entiendo muy bien. ¿Son lugares?

—Mmmm —Lucifer alargó una m. Se incorporó recto contra el barandal y se llevó una mano a la barbilla, pensando cómo debía explicarle—. No exactamente. Es como el mismo lugar, en diferentes tiempos y espacios. Cada uno tiene diferentes especies, bioma y pruebas, pero al final todo es uno solo. El infierno está dividido en siete partes, cada una cuidada por los siete pecados capitales.

—Entiendo...

—¿Ah sí?

—Sí, eres un buen profesor.

—Soy el mejor —corrigió, dedicándole su típica sonrisa puntiaguda.

—Apuesto a que eres el pecado del orgullo —pensó en voz alta Helena.

—¿Cómo supiste?

La chica soltó una risita, ignorando la cuestión de Lucifer. Siguió pasando las páginas hasta encontrar alguna de sus más grandes preguntas.

—Oh, cierto. El sistema de poder en el infierno, ¿cómo funciona?

—Pues, está la familia real. Charlie, Lilith y yo. Nos siguen los pecados capitales y bajo ellos los miembros de la realeza —resumió, cruzándose de brazos—. Luego vendrían los overlords, creo. Realmente no importa mucho, todos se pasan por el culo a quien se supone manda.

—Es distinto al cielo... —susurró ella.

Lucifer prestó especial atención a eso último, entonces volteó a verla.

—¿Siguen con el mismo sistema?

—Encima está Dios, luego siguen los arcángeles, liderados por papá. Debajo vienen los serafines. Luego Adán, que era el líder del ejército celestial, aunque ahora es Iván....

—¿El idiota?

Helena esbozó una sonrisa y giró ligeramente su cabeza para verlo.

—El idiota.

—Es un idiota.

—Ya lo sé —contestó Helena, entre risas—. La verdad es que sí. Valió la pena venderte mi alma solo para verlo sin dientes.

—La verdad es que se veía muy gracioso —recordó Lucifer —. Evitemos contarle a Charlie que hicimos eso. Seguramente nos regañaría por imprudentes.

—Yo creo que hubiera estado de acuerdo con nosotros.

—¿Tú crees?

Helena asintió varias veces.

—Pues contémosle mañana —corrigió Lucifer, haciendo un gesto triunfante con su mano.

Helena soltó un par de risas nuevamente. Pasando la página del libro. Le gustaba mucho cuando Lucifer se ponía así, se veía que adoraba a Charlie y que haría cualquier cosa para hacerla feliz o llamar su atención.

—Le siguen los exorcistas, luego los querubines y ya por último los ángeles —concretó Helena—. Pero allá arriba sí se respeta eso. Si eres menos que un Serafín, no se te ocurra pensar que podrías estar a su altura. Se siente... Dividido. Como si hubiera barreras de clases sociales. Tanto que se quejan de los humanos y son idénticos.

—Sí, siguen iguales —comentó Lucifer. El cielo no había cambiado nada en todos esos años que él estuvo ausente.

—Tengo una super idea —soltó Helena—. Cuéntame del Infierno y yo te contaré del Cielo.

—Sigo sin entender por qué quieres saber tanto de este lugar.

—Estoy haciendo un estudio exhaustivo —respondió Helena, hinchando su pecho con orgullo—. Cuando termine será como si hubiera vivido aquí todo el tiempo.

—Esa es la parte que no entiendo —dijo en tono obvio Lucifer—. ¿Para qué? Ni que esto fuera una maravilla.

—¿Estamos a punto de tener otra discusión?

—Eres muy terca, ¿sabes?

—Y tú muy cerrado —rebatió la rubia, frunciendo el ceño.

—¿Cerrado yo? ¿YO? ¿Acaso sabes con quién estás hablando? —cuestionó incrédulo, hizo un ruido de desacuerdo con su garganta y se llevó una mano al pecho—. Soy Lucifer Morningstar, querida. Todo lo que estaba cerrado en este mundo lo abrí.

—Cierto —admitió Helena, recordando la historia. Lucifer era símbolo de rebelión y audacia—. Pero sigo pensando que eres muy duro con este lugar.

—Cuando termine de contarte vas a querer huir de vuelta a casa —comentó sangrón el soberano, con una sonrisa.

Helena puso los ojos en blanco y luego se inclinó ligeramente hacia adelante para chocar miradas con la de él—. Pruébame.

—Va a ser una larga noche.

—Por suerte puedes hacer café con tu magia.

Helena se colocó nuevamente en su posición inicial y su búsqueda en el libro continuó.

Pasaron gran parte de la madrugada así. Uno al lado del otro. Apuntando a las páginas del libro. Helena le contó sobre el cielo y él sobre el infierno. Curiosamente, ninguno se sentía cansado.

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